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Denise Sheridan cerró su móvil con fuerza.

—Sigue sin contestar —informó.

—¿Vas a conducir hasta allí? —preguntó Serena.

Denise negó con la cabeza.

—Es tarde. Si Valerie está en la cama, creo que será mejor dejarla dormir.

Serena no creía que Valerie estuviera durmiendo. Si se había ido a la cama, estaría mirando al techo. Si había apagado el teléfono, era porque no quería oír las noticias sobre Callie.

Las dos mujeres se reunieron con Stride entre las lápidas del cementerio. Detrás de ellos, una de las torres de luz que los técnicos habían emplazado proyectaba las sombras de los árboles en la hierba. Stride se detuvo frente a una hilera de tumbas que llevaban inscrito el nombre GLENN.

Serena lo miró. Sus brazos estaban cruzados sobre el pecho y su cara se veía seria y pensativa. La nieve caía a través de la luz y aterrizaba sobre él, convirtiéndole en una estatua blanca. Vestía la chaqueta de cuero que tenía desde hacía años, y llevaba el pelo como si acabara de levantarse. Serena vio en su mirada la intensidad de un hombre que nunca se rendía. No podía evitarlo; aún estaba enamorada de él. No podía imaginarse dándole la espalda a sus sentimientos, no cuando habían pasado tres años juntos. Lo más fácil para ella sería susurrar: «No voy a ir a ninguna parte», y esperar a ver qué hacía. Cómo reaccionaba. Comprobar si todavía sentía lo mismo por ella.

Pero no lo hizo. No dijo nada.

—¿Qué coño significa esto, Stride? —preguntó Denise—. ¿Quién es el chico que había en la tierra?

Stride miró las tumbas.

—Todavía no lo sé.

—¿Qué opina el equipo médico? —quiso saber Serena—. ¿Se sabe cuáles fueron las causas de la muerte del bebé?

—No se observa ningún signo de violencia —respondió él—. Ningún traumatismo, ni señal obvia de heridas o abusos, pero no lo sabremos con certeza hasta que terminen la autopsia.

—¿Ha muerto hace poco?

—Basándonos en el estado del cuerpo, sí. Estamos hablando de días, no de semanas.

—¿No hay nada que pueda ayudar a identificarlo?

—No.

Serena dirigió una mirada al cementerio y al bosque que lo rodeaba. Se puso en la piel de alguien que hubiera llevado un bebé a los bosques y hubiera cavado su tumba. Había muchos lugares donde podías enterrar un cuerpo sin que nadie lo encontrara nunca. ¿Por qué tan cerca del cementerio?

—¿Cómo estaba colocado el cuerpo en la tierra? —preguntó a Stride.

Quería saber qué tipo de entierro había tenido lugar, si era de carácter sagrado o profano. Sus ojos se encontraron y ella supo que él estaba pensando lo mismo. Ése era otro aspecto de su relación que ella no podía eludir: sus mentes estaban conectadas.

—Envuelto en una sábana blanca.

—¿Con cuidado?

Stride asintió.

—Quien lo hizo se tomó su tiempo para hacerlo adecuadamente. Fue casi tierno.

—Esto no tiene sentido —protestó Denise—. ¿Quién se toma la molestia de arropar a un niño muerto y luego lo entierra en los bosques como si fuera basura?

—No, no como basura —repuso Serena, meneando la cabeza—. Quienquiera que hizo esto no podía enterrar al bebé en un cementerio, donde sería descubierto. Pero el bebé estaba cerca del camposanto. Creo que eso es significativo.

—Estoy de acuerdo —dijo Stride.

—Parece un ritual casi religioso.

—Pero ¿qué tiene que ver esto con Callie y Marcus? —quiso saber Denise.

—No lo sé. Tal vez nada, después de todo. Puede que hayamos tropezado con algo que no esté relacionado con el caso de Callie.

—O puede ser que Micki esté mintiendo —sugirió Denise.

Oyeron una voz áspera, cansada, a través del viento.

—No estoy mintiendo.

Cuando se dieron la vuelta, vieron a Migdalia Vega en la ladera del cementerio, detrás de ellos. Su cara redonda brillaba a causa de la nieve que se fundía sobre ella. Sus pies estaban bien afianzados en el suelo y tenía las manos apoyadas en las caderas.

—¿Me han oído? —continuó—. No estoy mintiendo. He hecho lo que me han pedido. Les he mostrado el lugar donde encontré el juguete. Donde mamá vio la luz.

—Sabías que encontraríamos un cuerpo —le espetó Denise—. Pero sólo tenemos tu palabra de que fue allí donde encontraste el juguete. ¿Quién es el niño, Micki? ¿A quién hemos encontrado?

—No lo sé. Yo encontré la trompetita en los bosques, tal como le dije.

Stride puso su mano suavemente en el brazo de Denise, se acercó a Micki y le dijo con voz tranquila:

—No creemos que estés mintiendo.

—¡Dígaselo a ella! —replicó Micki.

—Todos estamos cansados, Micki. Ha sido una noche muy larga. Nos has ayudado mucho y te lo agradecemos, ¿de acuerdo? Pero necesito saber si tienes alguna idea acerca de la identidad del niño.

—Ya se lo he dicho. No lo sé. Pero no es Callie y eso es bueno, ¿no? Sabía que el doctor Glenn no estaba involucrado. Él no podría hacer algo así a su hija.

—Callie no era su hija —intervino Denise.

Stride le lanzó una mirada de advertencia y se volvió hacia Micki.

—Me dijiste que perdiste a tu propio hijo a los pocos meses de quedarte embarazada —dijo en voz baja—. Lo lamento, pero debo preguntarte si es cierto.

—¡Sí! ¡Ya sabe lo que le ocurrió a mi bebé!

—Muy bien; sí, lo sé. En cuanto a la luz que tu madre vio en los bosques, ¿estás segura de que fue la noche en la que Callie desapareció?

—Sí, me lo contó el sábado y fue entonces cuando estuve buscando y encontré el juguete.

Stride asintió.

—De acuerdo, Micki. Eso es todo por ahora. Puedes irte a casa.

La chica pasó frente a ellos colina arriba pisando el suelo con fuerza.

Serena la vio desaparecer entre los árboles en dirección a las luces de su caravana.

—¿Dónde nos deja eso? —preguntó.

—En ninguna parte —respondió Stride.

Denise cogió un cigarrillo y se lo puso en la boca sin encenderlo.

—Mirad, el espantasuegras obviamente es un intento de hacernos pensar que había una conexión con Callie, ¿no es así?

Stride reflexionó sobre ello pero negó con la cabeza.

—No, no tiene sentido. Tan pronto como alguien cavara, se daría cuenta de que no era Callie quien estaba enterrada allí.

Serena pensó de nuevo en alguien capaz de llevar el cuerpo de un niño a los bosques en la oscuridad y en las similitudes del enterramiento con una ceremonia religiosa. Un acto privado y doloroso.

—¿No puede ser el juguete exactamente lo que parece? —sugirió—. Una conmemoración.

—¿Qué quieres decir? —preguntó Stride.

—Quiero decir que quizá nadie esperaba que lo encontráramos. Lo pusieron ahí de la misma forma que se ponen flores en una tumba.

—Pero ¿en la tumba de quién? —preguntó Denise.

Serena repasó mentalmente sus conversaciones con Valerie y se dio cuenta de que cuando Stride le habló de que Micki había descubierto la trompetita de juguete le había resultado familiar. Ya formaba parte de su conciencia sobre el caso porque había oído hablar sobre ella antes.

Valerie le había contado que la noche que pasó en el hospital, en Nochevieja, el personal hizo sonar espantasuegras cuando el reloj dio la medianoche.

Casi podía dibujar la escena en su mente. Verla. Oírla. Valerie adormilada por el dolor y las drogas. El ruido y la excitación por el Año Nuevo en el turno de maternidad. Las trompetitas chillando. Las canciones de cuna sonando por los altavoces anunciando cada nacimiento de un bebé.

—Otro bebé —dijo Serena.

Denise la miró. El cigarrillo sin encender se le cayó de la boca.

—¿De qué hablas?

—Aquella noche tuvieron que nacer otros bebés en el hospital. La noche de Año Nuevo.

—¿Y qué? —preguntó Denise.

—Pues que quiero averiguar quiénes eran. Y si Regan Conrad fue la enfermera que asistió a alguna de las madres.

—Sí, pero si se trataba del niño de una desconocida, ¿por qué enterrarlo aquí? —preguntó Denise—. ¿Qué tiene esto que ver con Callie?

—No lo sé —admitió Serena.

Aun así, su instinto le decía que el cuerpo que había en la tierra estaba inextricablemente relacionado con la desaparición de Callie. De alguna forma sabía que, fuese quien fuese, era la llave del caso.

Stride ya estaba telefoneando. Serena le contempló marcar.

—Guppo, soy Stride —oyó que decía—. Necesito información. Busco la lista de bebés que nacieron el 1 de enero, preferiblemente los del St. Mary’s. Mira si puedes encontrar los anuncios de nacimientos en el News-Tribune, ¿de acuerdo? Sólo chicos, no te preocupes de las chicas. Espero.

Esperó. Miró a Serena y ella le devolvió la mirada. Ella supo entonces que lo que más deseaba en el mundo en ese momento era besarle.

—Estoy aquí —le dijo él al teléfono—. Qué rápido. Dame los nombres y las direcciones de los padres, ¿vale? —Al cabo de unos momentos exclamó—: Espera, repítelo. ¿Lo dices en serio? —Stride cortó la comunicación—. Tenemos que regresar a Duluth ahora mismo.

Troy Grange activó el sistema de seguridad en la planta baja de su casa antes de subir las escaleras para acostarse. Era un gesto inútil. Había adquirido el sistema para proteger a Trisha y a las niñas, pero el asesino había conseguido entrar de todas formas y llevarse a su bella esposa. Quería arrancar el panel de la pared y lanzarlo al campo.

Troy se echó a llorar. No se permitía hacerlo a menudo; nunca en público ni, sobre todo, delante de sus hijos. Tenía que ser fuerte por ellos. No podía devolverles a su madre, así que lo único que le quedaba por hacer era continuar su vida. Mantenerlos a salvo. Tratar de que fueran felices. Pero cuando se quedaba solo, en la intimidad, lloraba. Recordaba la cara de Trisha tan vívidamente como si aún estuviera a su lado. Su tacto. Su risa. La sensación de su piel cuando estaban en la cama. Aporreó la pared al darse cuenta de que esas sensaciones se irían desvaneciendo y, finalmente, se borrarían de su memoria.

Seguridad. No existía tal cosa. Podías vivir en una fortaleza y aun así no ser capaz de mantener fuera a los monstruos. Los sensores, las alarmas, las cerraduras, las rejas… todo era una ilusión. Si alguien quería entrar, lo haría. La gente como Nick Garaldo siempre podría encontrar la manera. Algunas veces su única motivación era cometer una travesura, decir que habían conseguido entrar donde nadie quería que entraran.

Algunas veces su motivación era matar.

Troy pensó en Nick Garaldo. Y en Maggie. Y en la escuela en ruinas. Se preguntó si encontrarían a Nick dentro, atrapado, ahogado, desnucado o desangrado. Había mil maneras de morir en unas ruinas.

Fue entonces cuando el pensamiento, el recuerdo, le vino a la cabeza. Miró el panel de seguridad de la pared y recordó al hombre que lo había instalado hacía algunas semanas. Un tipo alto con la cara llena de marcas y ojos de pez muerto. La clase de hombre que sonreía de un modo que te hacía pensar que no estaba sonriendo. A Troy no le gustó.

No sabía por qué su mente había rescatado del olvido la cara del agente de seguridad, y entonces se acordó de que estaba pensando en la llamada de Maggie. Un guardia de seguridad la había llamado para informarle sobre Nick y las cáscaras de pistacho. Un guardia de seguridad que estaba en el exterior de la vieja escuela.

Jim Nieman. Ése era el nombre. Estaba casi seguro de eso.

Era el mismo hombre que había estado dentro de su casa.