Troy Grange abrió la puerta de su casa con un botellín de cerveza en la mano. Por encima de su hombro, Maggie vio un partido de baloncesto en el televisor de pantalla panorámica de la sala de estar. Troy vestía una camisa de franela desabrochada y tejanos. Tenía los ojos enrojecidos y la piel pálida.
—Perdona por venir a estas horas —se disculpó.
—Está bien. Entra.
Troy la condujo hasta la sala de estar y bajó el volumen del televisor.
—¿Quieres una cerveza?
—No, gracias.
—¿Has perdido una apuesta? —preguntó Troy.
—¿Qué?
—El pelo.
—Ah, vale; muy gracioso. Fue sólo un capricho absurdo.
—Ajá —asintió Troy, que tras una larga pausa, añadió—: He visto las noticias.
—Ya.
—Es el mismo tipo, ¿verdad?
—Eso parece.
Troy maldijo, terminó la cerveza y se limpió la boca.
—¿Vais a cogerle?
—Me gustaría poder decirte que sí, pero no es el caso; va un paso por delante de nosotros. Estamos siguiendo una pista en Colorado, pero es demasiado pronto para saber si es buena. El coche que conducía fue robado en Colorado Springs, y buscamos crímenes con el mismo patrón en la zona.
—¿Crees que lo ha hecho otras veces?
—No lo sé, pero por lo general estos tipos nunca se detienen hasta que los pillan.
Troy sacudió la cabeza.
—El mundo está enfermo.
—¿Cómo te ha ido en el trabajo? —preguntó Maggie.
—Oh, es una locura, lo cual está bien. Llego a la oficina y la primera crisis estalla unos dos minutos después, y la mierda continúa hasta que oscurece y me voy a casa. No tengo tiempo de pensar en nada hasta entonces.
—¿La niña todavía está con los padres de Trisha?
Troy asintió.
—Seguramente iré a recogerla este fin de semana. Debbie la echa de menos. Yo también.
—La oferta sigue en pie, Troy. Cualquier cosa que pueda hacer para ayudar…
—Lo sé. Te lo agradezco —y añadió—: ¿Qué hay del chico? ¿Se sabe algo de Nick Garaldo?
—Creemos que es uno de esos tipos a los que les gusta entrar en sitios «prohibidos» —le explicó Maggie—. Ruinas urbanas.
—¿De verdad?
—Encontramos una tarjeta de memoria en su apartamento. Estuvo en la armería de Duluth hace unos meses.
Troy se acarició la barbilla.
—En los últimos dos años, se han producido allanamientos en algunas de las zonas del puerto que no se usan. Me pregunto si Nick estaba involucrado.
—Buena parte de la diversión de estos chicos consiste en mantenerse alejados de gente como tú y yo —dijo Maggie.
—¿Crees que sufrió un accidente en algún lugar?
Maggie asintió.
—Ahora mismo, es la hipótesis que consideramos más probable. Nick estaba reconociendo el terreno circundante de una escuela abandonada en Buckthorn. Un hombre de la agencia de seguridad de allí está echando un vistazo al lugar. Todavía no he tenido noticias de él.
—Bien, mantenme informado. La novia de Nick está terriblemente preocupada.
—Lo haré.
—Pareces cansada, Maggie. ¿Acaso estás agobiada por esta investigación?
—Sí, un poco —admitió.
—Stride se reincorpora al trabajo la semana que viene, ¿no? Te irá bien.
Maggie gruñó a modo de asentimiento, pero Troy percibió su mezcla de emociones.
—No pareces muy ansiosa de que vuelva —observó—. ¿Le has cogido gusto a estar al mando?
—Se lo regalo.
—Entonces, ¿cuál es el problema?
Maggie se encogió de hombros.
—Es complicado. No quiero preocuparte con mis problemas.
—En estos momentos me resulta más fácil preocuparme de los problemas de los demás —la tranquilizó Troy—. Somos amigos. Si quieres hablar, hazlo.
Maggie suspiró. Estaba cansada de mantenerlo en secreto.
—Se trata de Stride y yo. Ha pasado algo.
—¿Algo? —preguntó Troy. Entonces descifró su expresión—. Oh, esa clase de «algo». Vaya, sí que es complicado.
—Qué me vas a contar…
—¿No salía con alguien?
—Sí.
—Y, ahora, ¿qué?
—Ahora me digo a mí misma lo idiota que soy.
Troy se rió.
—Vaya, lo siento. Me gustaría poder ayudarte, pero los consejos acerca de cuestiones amorosas no son mi especialidad.
—Ni la mía. Oye, guárdame el secreto, ¿vale? No lo sabe nadie.
—Mis labios están sellados.
El teléfono de Maggie sonó. Lo sacó del bolsillo y miró el identificador de llamadas, pero era un número privado.
—Soy Maggie Bei —contestó.
—Señorita Bei. Mi nombre es Jim Nieman.
Maggie no reconoció ni el nombre ni la voz.
—¿Qué puedo hacer por usted, señor Nieman?
—Hoy he recibido una llamada de Matt Clayton, de Buckthorn. Me ha dicho que estaba haciendo averiguaciones sobre esa escuela medio en ruinas que tienen allí. Yo me encargo de la seguridad del lugar a petición del municipio.
Ella recordó el nombre.
—¿Ha tenido oportunidad de echar un vistazo?
—Sí. De hecho, estoy aquí. Quería llegar temprano, cuando aún hubiera luz, pero me he liado con varios asuntos de seguridad.
—¿Qué ha encontrado?
—Matt dijo algo que buscara cáscaras de pistachos rojos. ¿Es correcto? ¿De qué se trata?
—¿Ha encontrado alguna? —respondió ella con otra pregunta sin dar ninguna explicación.
—De hecho, sí.
Maggie cubrió el teléfono con la mano y le explicó a Troy:
—Es el tipo de seguridad de la escuela de Buckthorn. Creo que Nick Garaldo se coló dentro. —Volvió a hablar al teléfono—. ¿Ha echado un vistazo dentro de la escuela?
—Iba a hacerlo, pero he pensado que era mejor llamarla antes. Cuando encontré esas cáscaras no sabía si querría que buscara en el interior. No quería fastidiar ninguna prueba si usted cree que se trata de una escena del crimen.
—¿Cuándo fue la última vez que estuvo dentro? —preguntó ella.
—Hace un par de días, creo.
—¿Ha entrado desde la noche del sábado?
—Sí, diría que fue el domingo —contestó Nieman.
—¿Encontró algo fuera de lo normal?
Él se rió.
—Bueno, si quiere saber mi opinión, el sitio en sí es bastante espeluznante.
—¿Algo le hizo sospechar que alguien hubiera entrado recientemente? ¿Es posible que hubiera alguien y usted no se diera cuenta?
Él hizo una pausa.
—Supongo que todo es posible. Hay un montón de rincones y agujeros en este sitio. No he visto ninguna señal que indique que alguien haya irrumpido en el interior, pero eso no tiene por qué significar nada.
—Muy bien.
—¿Quiere que entre? —preguntó Nieman—. Como le he dicho, estoy en la escuela ahora.
—Sí, entre. Quiero que lo rastree todo con cuidado. Tenemos a una persona desaparecida y creemos que ha estado en la escuela recientemente. Es posible que entrara o tratara de hacerlo, y que se hiriera. Llámeme cuando lo haya comprobado, ¿de acuerdo?
—De acuerdo.
Maggie le oyó vacilar.
—¿Hay algún problema?
—Oh, no. Me encanta ayudar. Lo que sea por los chicos y las chicas de azul, ya sabe. Sólo pensaba que si algo le ha sucedido a ese chico ahí dentro, quizá le gustaría que hubiera un policía conmigo cuando registre el lugar. Sé que es tarde, pero tal vez pueda enviar a alguien para que se reúna conmigo.
Maggie pensó en ello.
—Sí, es una buena idea.
—Queda en sus manos, yo sólo soy el tipo de las llaves —añadió.
—Entendido.
—Esperaré a la caballería antes de abrir las puertas. ¿Cree que tendré que esperar mucho tiempo?
Maggie miró su reloj.
—Le diré qué vamos a hacer, señor Nieman. Estoy a sólo cinco minutos de la escuela. Me acercaré yo misma.