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Valerie oyó como se abría la puerta principal. No se había movido de donde estaba sentada, cerca del fuego. Las lágrimas se habían secado en sus mejillas. Oyó las pisadas de su marido en el recibidor y al escuchar el taconeo de sus suelas de piel se sintió como si le clavaran unas uñas en las palmas de las manos. Él no la llamó; anduvo por la casa de la misma forma en que lo haría un fantasma, ominoso e invisible. Valerie se aterrorizó al verlo en carne y hueso. Era como si durante todos esos años él se hubiera ocultado bajo un disfraz y finalmente ahora ella hubiera visto su verdadera faz.

Los pasos se detuvieron. Al alzar la vista, parpadeó al ver su alta figura, que llenaba el marco de la puerta. De él emanaba un olor a frío y sudor. Su traje estaba arrugado y se había aflojado la corbata. Una barba de varios días oscurecía su angulosa mandíbula.

—Necesito beber algo —dijo.

Fue hacia el mueble bar y puso hielo en un vaso bajo. Se sirvió dos dedos de whisky, lo bebió de un solo trago y rechinó los dientes cuando el calor irradió su pecho. Se sirvió más, hasta vaciar el resto de la botella.

—¿Lo has oído? —preguntó. Como ella no contestó, añadió—: Lo siento.

No hizo ningún movimiento para acercarse a ella o para consolarla. Gracias a Dios. No podría soportar que él la tocara. Marcus dio un sorbo a su bebida e ignoró aquel silencio hostil. La cabeza de Valerie bullía con las palabras que quería decir, pero ninguna de ellas le parecía correcta. Era como si la lluvia la hubiera sorprendido y se hubiera dado cuenta de que en realidad era un diluvio.

—¿Es todo cuanto tienes que decirme? —murmuró—. ¿Que lo sientes?

—¿Qué más quieres de mí? No tengo nada más que darte.

Era cierto. Él nunca había tenido nada para dar. Ni siquiera al principio.

—Quiero que me cuentes lo que hiciste —dijo ella—. Quiero oírlo de tus labios.

Él bajó el vaso y sacudió la cabeza.

—Oh, joder, tú también…

Valerie se levantó del suelo.

—Siempre me he preguntado cómo es posible que un padre odie a su hija —le espetó—. En el fondo de mi corazón, en secreto. Nunca lo admití ante nadie, incluso cuando veía cómo actuabas con ella. Denise solía decirme que tenía miedo, que no debía dejar a Callie a solas contigo. Le dije que estaba loca, pero en algún lugar dentro de mí, me preguntaba si era así.

—Eso es una gilipollez. Nunca me he sentido así. Te han lavado el cerebro.

—Tienes razón. Tú lo has hecho. He llevado una venda en los ojos durante años. No permitía que esa conclusión llegara a mi cerebro. La apartaba. Incluso cuando Callie desapareció, me convencí a mí misma de que el resto del mundo estaba equivocado respecto a ti. Blair Rowe estaba equivocada. Tus amantes estaban equivocadas. Realmente no les habías dicho que deseabas que Callie nunca hubiera nacido. Tú no. Tú no podías pensar eso. Ningún hombre podría pensar eso.

—Valerie, no lo decía en ese sentido.

—Entonces, ¿en qué sentido lo decías?

—Estaba enfadado. Me desahogué. Eso fue todo.

—¿Enfadado? ¿Con un bebé?

—Enfadado contigo.

Ella se puso tensa.

—Bien, me lo merezco. Te engañé.

—Oh, Dios, no es eso. No soy un santo y nunca he pretendido serlo. Joder, si Tom Sheridan quiere hacerte feliz, le deseo toda la suerte para él, porque estoy seguro de que yo nunca podría averiguar cómo hacerlo. Te di todo el dinero que pudieras desear.

Todas las mujeres de esta ciudad envidiaban la vida que tenías. Pero no era suficiente. Te paseabas por esta casa como si fueras un alma en pena. Una vez a la semana, te abrías de piernas y permitías que te penetrara como si estuvieras haciéndome algún tipo de favor. «Termina pronto, Marcus, para que pueda volver a compadecerme a mí misma». Sí, estaba enfadado. Y aún lo estoy.

—Podrías haberte divorciado de mí —dijo ella—. Podrías haber encontrado a otra. ¿Por qué tuviste que descargar tu rabia con Callie?

—No hice eso. Y no quiero el divorcio.

—¿Estabas esperando que me fuera? —quiso saber ella—. ¿Necesitabas una noche en la que yo no estuviera en casa?

—Estás fuera de control. Déjame que te dé un sedante.

—Por supuesto. Drogarme. Ésa es la respuesta. —Él no dijo nada—. Al menos dime que fue un accidente —susurró ella—. Dime que no tienes la sangre tan fría.

—Estoy harto de acusaciones —dijo Marcus amargamente mientras se volvía hacia la puerta—. Me voy a la cama.

—Vas a quedarte aquí y me escucharás —gritó Valerie.

Él se detuvo y se dio la vuelta lentamente. Valerie cruzó a zancadas la habitación. Su rostro estaba desfigurado por la furia.

—¿Me has querido alguna vez, Marcus? Dios, a quién le estoy preguntando esto… Si ni siquiera puedes quererte a ti mismo. Sabía que eras un egoísta, pero no tenía ni idea de lo lejos que podías llegar para que mi vida se centrara exclusivamente en ti. ¿Era ése el problema? ¿Estabas celoso de que Callie me hiciera feliz y tú no?

—Sí, un poco —admitió él—. Pero eso no significa nada.

—Pobre Marcus. Su hermosa esposa no le prestaba la suficiente atención. Estaba demasiado ocupada con la hija de otro hombre.

Él abrió la boca para decir algo y luego la cerró. Se frotó la barbilla con las puntas de los dedos. Cuando habló, su voz era tranquila.

—¿Me estás diciendo que Callie no es hija mía?

—No me mientas fingiendo que no lo sabías —siseó Valerie—. No te atrevas.

Él se encogió de hombros.

—Tener dudas no es lo mismo que saberlo. Fueron tres años, Valerie. Estabas teniendo una aventura. Tú también deberías haberte hecho preguntas.

«Tres años».

Valerie sintió como aquellas palabras la desgarraban. Él lo mencionó en un tono despreocupado. Tres años. Como si no hubiera existido una época en la que ella había sufrido mes a mes, mientras caía en la oscuridad de una sima sin fin. La sima que él había cavado para ella. De forma intencionada. Deliberadamente. Con malicia premeditada.

—Tres años —repitió, con la voz áspera por el dolor—. Tres años; Marcus. Viste por lo que estaba pasando.

Pudo verlo en sus ojos. Su mirada se volvió nerviosa y salvaje. Por primera vez, pensaba en la posibilidad de que ella lo supiera.

—Accediste a tener un niño para hacerme feliz —continuó Valerie—. Para cerrarme la boca. Para tirarle un hueso a tu pobre, sufriente y suicida esposa.

—Te dije desde el principio que no quería hijos —argumentó él—. Dijiste que estabas de acuerdo.

Valerie sacudió la cabeza.

—Entonces lo creía. Era cuando pensaba que tendría un marido con el que vivir, no un robot. Pero tú… tú te sentaste allí y accediste a que tuviéramos un bebé. ¿Viste lo que me hizo eso? ¿Viste que por primera vez en toda mi vida fui feliz? ¿Era mucho pedir hacer lo posible para que eso formara parte de nuestras vidas?

—Accedí —se defendió él sin convicción.

—¡Para ya! ¡Basta! Dios mío, ¿cómo pudiste? ¿Cómo pudiste hacerme eso? ¿Cómo pudiste permitir que estuviera tres años sintiéndome como una máquina rota? La única cosa que por fin descubrí que quería hacer en mi vida, y pensé que no la podía tener. Creí que Dios me estaba castigando, Marcus. Pero eras tú.

—Valerie, no.

—¿No? ¿No qué? ¿Que no diga la palabra?

Giró sobre sus talones y cogió el informe médico que había caído sobre la alfombra. El informe que Regan le había dado.

—Quiero asegurarme de que uso la palabra correcta —le dijo—.

Los médicos tienen sus propias palabras para todo. Deferentectomía. ¿Es así? ¿Es así como debo llamarlo?

Él cerró los ojos.

—Sí, así es.

—Yo lo hubiera llamado simplemente vasectomía, Marcus, pero no soy médico como tú. —Valerie agitó el papel en su cara—. Esto es lo que buscabas en los archivos de Regan, ¿verdad? Esto es lo que estabas desesperado por que nadie encontrara. Dos semanas después de que yo estuviera a punto de morir, Marcus. Dos semanas después de que accedieras a que tuviéramos un bebé, fuiste a hacerte una vasectomía. Para asegurarte de que eso no pasara. Y entonces me dejaste tirada durante tres años, mientras yo esperaba y rezaba y culpaba a Dios porque no me quedaba embarazada.

Su marido movió negativamente la cabeza.

—Mierda —murmuró. Miró al techo y añadió—: Regan, jodida zorra.

—¿La mataste? ¿Querías mantener el secreto a cualquier precio?

—No.

—¿Lo sabía todo? ¿Le contaste a ella la verdad sobre Callie?

—Lo sabía —asintió él.

—Dios, cómo os debisteis de reír de mí. ¿O era Regan la que se reía de ti? Tenías el plan perfecto y otro hombre llegó y me dejó embarazada. Y no podías decir nada. ¿Sabes qué tiene de irónico? Nunca dudé que fuera tu hija. No importaba que me estuviera acostando con Tom; siempre creí que Callie era tuya. Pensaba que finalmente teníamos algo que habíamos hecho juntos.

—Podría haberme divorciado de ti entonces —señaló él—. Pero no lo hice. Dejé que entrara en nuestra vida. La acepté como si fuera nuestra.

—No hagas que parezca como si hubieras hecho un gran esfuerzo, Marcus. No finjas que has invertido un gramo de compasión en mi bebé. Ojalá me hubieras dicho la verdad y nos hubieras dejado a las dos en la calle. En lugar de eso, te la llevaste de mi lado. La única cosa en mi vida que he amado, y te la llevaste.

—Es suficiente —le dijo él, abandonando la habitación—. Esto se ha acabado.

Valerie lo vio irse y supo que tenía razón. Se había acabado. La farsa terminaba aquí. No había nada que hacer salvo esperar en silencio y llena de culpa. Esperar a que los investigadores hicieran su trabajo y que el bosque revelara sus secretos. Esperar a que la noche pasara.

Esperar a que el teléfono sonara.