39

Stride no había pasado demasiado tiempo con Valerie Glenn, pero sabía que era la clase de mujer a la que los hombres querrían salvar. Hablaron en la cocina, donde ella utilizó un reluciente cuchillo de chef para cortar en dados una cebolla amarilla sobre la tabla de madera. Sus ojos quedaban ocultos cuando prestaba atención a lo que hacía, pero con frecuencia se detenía y miraba por la ventana hacia la interminable noche negra. Luego, con un aleteo de sus ojos azules, ella dejaba que su mirada se posara en Stride, como si dijera: «Está oscuro fuera. Hay monstruos. Protégeme».

La cebolla hacía saltar lágrimas de sus ojos, pero eso no parecía afectarla. Cortaba con precisión, como si un dado más grande que otro pudiera destruir el orden de lo que hacía. Stride pensó que la entendía. Era una mujer con muros a su alrededor, como Serena, pero a diferencia de ésta, estaba desesperada por que alguien los derribara.

—No habla mucho, teniente —observó Valerie—. Cuando la gente evita contarme cosas, siempre creo que es porque tienen malas noticias. —Dejó de cortar y sus ojos tristes se fijaron en él de nuevo—. ¿Tiene malas noticias?

—Es demasiado pronto para decirlo —respondió él, evasivo.

Stride solía ser portador de malas noticias, pero era reacio a arruinar la vida de esta mujer y eso es lo que tenía que hacer. La trompetita de juguete estaba en su bolsillo. Tenía que enseñársela y sabía qué pasaría cuando lo hiciera. Destrozaría sus esperanzas. Sus oraciones se encontrarían con el silencio. Por encima de toda su calma, se vería abocada a un precipicio.

—Ya sé lo que le ha pasado a Regan Conrad —dijo ella—. No voy a fingir que estoy disgustada.

—Lo entiendo.

—¿Dónde está Marcus? —quiso saber Valerie.

—Todavía lo estamos interrogando.

Ella dejó caer con un golpe el filo del cuchillo.

—¿Estaba él en su casa?

—Sí, registrando sus archivos médicos —explicó Stride.

—Pero Denise dice que no creen que él la haya matado.

—Sea lo que fuere que ocurrió en el dormitorio de Regan tuvo lugar ayer por la noche. ¿Estaba Marcus aquí?

—Sí.

—Entonces, él no la mató —señaló Stride—. Me preguntaba si usted tendría alguna idea de qué buscaba su marido en los ficheros de Regan.

Él vio como su mano vacilaba y la punta del cuchillo pinchaba su dedo, del que manó una gota de sangre. Ella hizo una mueca, se metió el dedo en la boca y succionó. Al sacarlo, reapareció un rastro rojo de sangre.

—¿Se encuentra bien? —preguntó Stride.

—Estoy bien. Normalmente no soy tan descuidada.

Dejó correr el agua fría del fregadero sobre su dedo y luego sacó una tirita del armarito.

—No ha contestado a mi pregunta —dijo él.

—Lo siento. No. No tengo ni idea de qué buscaba Marcus.

Era una pésima mentirosa. Lo sabía, pero no iba a contarle qué era. La miró de modo que entendiera que ambos sabían que estaba mintiendo, pero ella se limitó a recoger el cuchillo y siguió cortando. Esta vez, una solitaria lágrima manó de su ojo, y él no supo si era por la cebolla o por un sentimiento de profunda pena.

—Tengo que mostrarle algo —le dijo.

—¿Ah, sí?

Su conducta tenía altibajos, como si estuviera a punto de desintegrarse.

Stride buscó en el bolsillo interior de su abrigo y sacó la bolsa de plástico donde había guardado el juguetito azul que Micki había encontrado en el bosque. Dejó el objeto en la palma de su mano, lo suficientemente cerca de Valerie para que pudiera verlo.

—¿Reconoce esto?

Ella se inclinó hacia delante, confundida.

—¿Qué es?

Entonces lo vio. Lo entendió. El cálido color sonrosado de su cara se transformó en blanco. Estiró la mano para coger la bolsa, pero Stride la apartó.

—Lo siento.

—¿Dónde ha encontrado esto? —preguntó ella.

—¿Lo reconoce?

Una lágrima dio paso a un torrente.

—Tenían estos juguetes en el hospital esa noche.

—¿La noche en que Callie nació?

Valerie no respondió. Se alejó aturdida e hizo correr el agua de nuevo, dejando que fluyera sobre la hoja del cuchillo para limpiarla. Usó una esponja nueva para frotar la brillante superficie y luego la secó con un trapo seco. Dejó el cuchillo cerca del bloque de madera. La cebolla descansaba en la tabla de cortar en una montaña de pequeños cubos perfectos. Se alejó de la isleta de la cocina y se sentó en una silla junto a la elegante mesa de cristal.

—¿Señora Glenn? —insistió Stride con voz suave.

—Le conté a Serena que esa noche estuve muy cansada y con dolores la mayor parte del tiempo —dijo—. No tenía ninguna noción del tiempo. Pasé mucho rato sola, esperando. Recuerdo que me despertó el ruido de los espantasuegras. La gente estaba en el pasillo y todo el mundo reía y se besaban los unos a los otros. Una enfermera entró para desearme feliz Año Nuevo y dejó una de esas trompetitas de juguete en la bandeja, cerca de mi cama.

—El espantasuegras que le dio, ¿era azul como éste?

—No me acuerdo. Creo que sí. ¿Dónde lo ha encontrado?

—Micki Vega afirma que lo encontró en los bosques, cerca del cementerio de Sago. La noche en la que desapareció Callie, su madre vio a alguien allí.

Valerie se abrazó a sí misma y se balanceó en la silla.

—Oh, Dios mío.

—Me temo que tenemos que buscar en el cementerio.

—¿Buscar? —preguntó ella, aturdida.

—Tenemos que averiguar si alguien enterró algo en la zona boscosa donde encontraron la trompetita de juguete.

—Callie —gimió Valerie.

—Por favor, no asuma lo peor. Tal vez no signifique nada.

Ella se cubrió la boca con las manos y no dijo nada. La inmensidad de su desesperación despertó en Stride el impulso de acercarse a ella y consolarla en sus brazos. Erguido como un soldado, se quedó donde estaba y la dejó sola en su sufrimiento.

—Tengo que hacerle unas cuantas preguntas más —señaló.

La mirada vacía de Valerie no cambió. No reaccionó.

—¿Trajo usted un objeto como éste del hospital?

Ella habló a través de sus manos.

—Quería hacerlo. —Valerie se secó los ojos y colocó las manos lentamente sobre su regazo—. Pensé que deberíamos guardarlo. Salvarlo. Era como un símbolo de lo que esa noche significó para mí. Un nuevo año. Un nuevo bebé. Un nuevo aliciente en la vida. Pero no estaba con todo lo que trajimos a casa del hospital.

—¿Qué pasó con él?

—Se lo di a Marcus. Se lo di para asegurarme de que no lo perdíamos.

—¿Le preguntó por él?

—Sí. Fue semanas después. Había tanto que hacer con Callie en casa… Ella me necesitaba mucho y yo siempre estaba tan cansada… Durante el primer mes apenas tuve respiro. Cuando empecé a reunir los recuerdos de su nacimiento, me di cuenta de que el juguetito se había perdido.

—¿Qué dijo Marcus?

Valerie movió la cabeza.

—Me dijo que lo había tirado.