Maggie vio como los ojos de Kasey se abrían de par en par por el miedo cuando la joven agente salió de su vehículo. Sobre su cuerpo se proyectaban las luces de los coches patrulla estacionados en los campos que circundaban la casa de Regan. Kasey entrecerró los ojos y se los protegió con una mano al atravesar el haz de luces.
—¿Qué sucede? —preguntó—. ¿Qué querías?
—Lo ha vuelto a hacer —le informó Maggie.
Kasey se estremeció y se ciñó aún más el abrigo alrededor de su cuerpo.
—¿De quién se trata?
—La casa pertenece a una enfermera llamada Regan Conrad.
—¿Una enfermera? ¿Es la misma de la que estuvo hablando Serena durante la cena de ayer? ¿La que está relacionada con el caso del bebé desaparecido en Grand Rapids?
Maggie asintió.
—Entonces, ¿para qué me has dicho que viniera?
Maggie frunció el ceño.
—Tengo que enseñarte algo. No es agradable, Kasey.
Ésta se metió las manos en los bolsillos.
—Sé que soy policía, pero no soy buena con los cadáveres, ¿sabes? No es que me muera de ganas de ver uno.
—No hay cuerpo.
Kasey ladeó la cabeza.
—¿Qué?
—No hay cuerpo, sólo sangre a montones. Se ha llevado el cuerpo, igual que con las otras mujeres.
—¿No hay cuerpo? —repitió ella—. ¿Cómo sabes que se trata de Regan? ¿Cómo sabes que está muerta?
—No lo sabremos con certeza hasta que tengamos los resultados de los análisis, pero nadie la ha visto hoy. Y respecto a la cuestión de estar muerta, nadie puede perder tanta sangre y tejidos y seguir con vida. Todo apunta a que recibió un tiro de escopeta en la cabeza.
Kasey parecía nerviosa.
—¿Qué quieres enseñarme?
Maggie señaló con la cabeza hacia la entrada de la casa.
—Vamos.
Mientras se dirigían allí, Kasey dijo:
—No sé si es relevante ahora mismo, pero hoy he entregado mi dimisión. Bruce y yo lo hemos hablado y los dos pensamos que es lo mejor. Sé que se suponía que debía llamarte, pero he estado ocupada organizando la mudanza y todo eso. Nos vamos mañana a primera hora.
—Lo entiendo.
—Me siento como si te dejara colgada.
—No me dejas colgada. En tu lugar, seguramente yo haría lo mismo.
—¿Crees que estoy paranoica?
Maggie negó con la cabeza.
—No, no lo creo. —En la puerta principal, añadió—: Sácate los zapatos y ponte unos patucos de plástico. No toques nada, ¿vale?
—De acuerdo.
El interior de la casa olía a pegamento debido a las cajas de humo que utilizaban los técnicos para revelar las huellas. Ya habían aspirado la alfombra para recoger restos de materiales. Maggie condujo a Kasey escaleras arriba. Ante la puerta abierta del dormitorio de Regan, Maggie se dio la vuelta y detuvo a la joven poniendo el brazo ante su pecho.
—No es mi intención ser cruel, Kasey. Si no quieres entrar, dímelo, pero creo que tienes que verlo por ti misma. Probablemente te reafirmará en tu decisión de marcharte con tu camión mañana por la mañana.
—¿Qué hay ahí dentro? —preguntó Kasey.
—Te ha dejado un mensaje.
Maggie dejó que Kasey entrara primero. La joven policía cruzó el umbral y sus ojos revolotearon por la habitación. La enorme mancha de sangre atrajo su atención; se acercó y se agachó allí donde el olor era más intenso. Maggie pensó que iba a tocar la mancha y se dispuso a llamarle la atención, pero Kasey retiró la mano. Entonces volvió la cabeza y vio lo que había escrito en la pared.
Dos palabras. Un saludo horrendo.
Se cubrió la boca con las manos.
—Lo siento —se disculpó Maggie—. No es lo mismo enterarse de esto por teléfono. Pensé que debías saber exactamente lo peligrosa que es para ti esta situación.
Kasey se tambaleó y chocó contra la pared del dormitorio. Maggie oyó el violento ruido del estómago de Kasey revolviéndose. Ésta corrió hacia el lavabo pero sólo consiguió llegar hasta la entrada antes de caer de rodillas. El vómito salió a borbotones entre sus dedos y salpicó las baldosas. Cayó hacia delante y quedó a cuatro patas, con la cabeza baja y el cabello rojo sobre su cara. Su cuerpo se estremecía con secos sollozos.
Maggie se acercó y le puso con suavidad una mano sobre la espalda.
—¿Estás bien?
Kasey respiraba profunda y entrecortadamente. No dijo nada. Se puso de rodillas y echó la cabeza hacia atrás. Parpadeó mientras miraba al techo.
—Joder, lo siento —murmuró.
—No te preocupes.
—¿Cómo he llegado a esto? —preguntó Kasey—. ¿Cómo se ha convertido mi vida en esto?
—No es culpa tuya.
—Tengo que irme —declaró Kasey, al tiempo que se levantaba tambaleándose.
Maggie puso un brazo alrededor de su cintura para mantenerla en pie y la ayudó a avanzar hacia la puerta del dormitorio, rodeando el charco de sangre negra y seca.
—No quiero asustarte —dijo Maggie—, pero tal vez huir no sea suficiente. Por alguna razón, ese tipo se ha obsesionado contigo. Eres especial para él. Quizá no desista sólo porque hayas decidido irte de aquí. Vayas adonde vayas, ten cuidado.
En el marco de la puerta, Kasey se detuvo y se mantuvo en pie por sí misma. Avanzó varios pasos hacia la pared desde donde la amenazaba el mensaje.
—Tienes razón.
Maggie vio algo inesperado en los ojos de Kasey. El miedo había desaparecido, como si hubiera tocado fondo y se hubiera dado cuenta de que no había otro lugar adonde ir. Parecía mayor, no una chica inmadura. Su cara revelaba una ira tan profunda que a Maggie le resultó inquietante.
—Se trata de él o de mí —añadió Kasey—. Es así. Sólo uno de nosotros saldrá vivo de esto.
Stride reconoció el Ford Taurus que había aparcado al final de la calle que llevaba a la casa de los Glenn. Cuando salió de su furgoneta, encontró a Blair Rowe sentada en la verja de tablones de madera blanca que bordeaba el camino. Golpeaba con sus talones la madera como un bailarín de claqué, y un cigarrillo colgaba de sus labios. Saltó de la valla en cuanto lo vio y avanzó a través del césped.
—¡Teniente! —le llamó.
Él metió las manos en los bolsillos de su abrigo de piel. La reportera se detuvo cerca de él, demasiado cerca.
—¡Ey! —saludó sin aliento—. Me imaginé que vendría aquí.
—¿Por qué? —preguntó Stride.
—Oh, mantengo los oídos bien abiertos. —Blair cogió el cigarrillo de su boca y jugó con él entre sus dedos. La ceniza cayó en la calle—. ¿Cómo va eso?
—Nunca habría dicho que fumaras, Blair —le dijo Stride.
—No es sólo la adrenalina lo que me mantiene delgada —replicó ella, burlona—. Además, soy periodista. Tenemos que fumar. Es imprescindible. Es lo primero que te enseñan en la escuela de periodismo.
Le dio un golpecito al paquete de cigarrillos que había en un bolsillo de su chaqueta.
—¿Quiere uno?
Lo quería, pero movió negativamente la cabeza.
—¿Qué me dice de una nuez de pacana tostada? —preguntó ella. Rebuscó en otro bolsillo y embutió una nuez en su boca—. Las hace mi madre. Tienen un glaseado de canela. Realmente buenas.
—Su madre es un hacha de la cocina.
—Bueno, pasa mucho tiempo en casa con mi hijo y tiene que mantenerse ocupada cuando él duerme. Está delgada como un fideo, como yo, pero a las dos nos encanta comer.
—¿Qué quiere, Blair? —preguntó Stride.
Ella tiró el cigarrillo al suelo y se subió las gafas con un dedo.
—He oído lo de Regan Conrad. ¿Es cierto que Marcus Glenn ha sido arrestado por el asesinato?
—No.
—¿De verdad? Podríamos decir que lo pillasteis con las manos en la masa. Alguien me contó que preparó la escena del crimen para que pareciera que el asesino en serie se había cargado a Regan.
—No estoy al cargo de la investigación del asesinato, Blair —repuso Stride.
—Sí, lo sé, pero puedo hacer la conexión. Regan está muerta y encontraron a Marcus rebuscando en sus archivos. Da la impresión de que ella conocía algunos trapos sucios sobre él y Callie.
—Hemos terminado, Blair.
Él la rebasó en la entrada circular que conducía a casa de los Glenn. Blair se dio la vuelta y se esforzó por mantener el paso de él, moviendo a toda velocidad sus cortas piernas. Espirales de vaho salían de su boca y se perdían en el viento.
—Ha venido a ver a Valerie, ¿verdad? —preguntó Blair, jadeando—. Tendría que darme las gracias, ¿sabe? Soy yo la que descubrió la aventura de Valerie. Ustedes no tenían ni idea, ¿a que no?
—Irrelevante —gruñó Stride.
Las gafas de Blair resbalaron otra vez, quedándose en la punta de su nariz de forma que tenía que inclinar la cabeza hacia atrás para verle.
—¿Bromea? Vamos, hombre, eso le da a Marcus un móvil. Ambos lo sabemos. Su preciosa mujercita se la pega con su cuñado. Eso no debió de sentarle muy bien al rey Marcus. ¿Y quiere saber qué creo? Creo que Marcus y Regan hicieron una prueba de paternidad que demostraba que él no era el padre de Callie. Ésa es la información que él rebuscaba entre los archivos médicos de Regan. No quería que se supiera que él conocía la verdad sobre Callie.
Stride se detuvo y la miró.
—¿Tiene alguna prueba de eso?
—Todavía no, pero estoy buscando.
—Entonces no son más que especulaciones.
Stride continuó andando, pero Blair se colgó de su brazo.
—Bueno, ¿piensa cumplir el trato, teniente? ¿Cuándo van a empezar a buscar en el cementerio?
—¿Qué ha dicho?
Stride se había quedado estupefacto. Apenas hacía una hora que había salido de la caravana de Micki y la única persona a la que había llamado era a Denise Sheridan.
Blair esbozó una sonrisita, como si pudiera leer su mente.
—¿Va a empezar la búsqueda esta noche o piensa esperar hasta mañana? Va a empezar a nevar pronto, y eso dificultará la tarea. Mi apuesta es que traerá proyectores y empezará esta noche.
—Sin comentarios.
—Oiga, le guste o no le guste, la noticia saldrá a la luz. Sería mejor que se asegurara de que no hay errores en mi historia. Están buscando en el cementerio, donde está enterrada media familia Glenn y cuya encargada de mantenimiento es Micki Vega. ¿Qué le ha contado Micki? Ya le dije desde el principio que ella y Marcus están juntos en esto.
—No confirmo la búsqueda en el cementerio —declaró Stride.
—Correcto, tiene que hablar con Valerie primero y darle las malas noticias. Lo pillo. Pero voy a informar de la búsqueda.
—Ya se lo he dicho, no confirmo que haya ninguna búsqueda en marcha.
—Usted dice que no, pero Craig Hickey dice que sí y yo apuesto por Craig.
—¿Quién coño es? —preguntó Stride.
Blair se encogió de hombros.
—Pronto lo averiguará, así que qué más da. Craig tiene una finca cerca de Cohassset, y yo salí con su hijo Terry durante un par de años en el instituto. Todavía me veo con él a veces. Recuerde, teniente, ésta es mi ciudad. Conozco a todo el mundo.
—¿Y?
—Pues que Denise Sheridan ha llamado a Craig y Craig ha llamado a Terry y Terry me ha llamado a mí. Así es como funcionan las cosas aquí. Ya ve, Craig es el hombre al que recurre la policía cuando necesita perros. Perros de rescate, perros antiexplosivos, perros antidrogas… —Blair se puso de puntillas y susurró—: O perros para encontrar cadáveres…