36

Maggie llevó una silla a la sala de estar de Regan Conrad y la colocó con el respaldo encarado hacia el sofá y la ventana que daba a la bahía. Se sentó a horcajadas y apoyó los antebrazos, mientras hundía sus tacones en la mullida alfombra. Contempló las obras de arte de cristal de la habitación con distraída curiosidad y luego se centró en Marcus Glenn, que permanecía sentado en el sofá con las manos en el regazo.

—¿Cuándo podré irme a casa? —preguntó Glenn.

Maggie frunció el ceño.

—¿A qué viene tanta prisa, doctor?

—Tengo operaciones programadas para mañana. Y no puedo aparecer sin más en el hospital y abrir a un paciente. Debo prepararme.

—Sí, esas operaciones de rodilla. Dinero fresco, ¿verdad? —comentó ella—. He visto su Lexus fuera. KNEEDOC, es muy ingenioso. Pero ahora mismo no estoy muy preocupada por esos directivos que necesitan una ayuda para poder jugar al golf, ¿de acuerdo? Ha sido encontrado en la escena de un crimen, doctor Glenn. Que se vaya a casa hoy depende de la conversación que vamos a tener ahora mismo.

El cirujano se recostó en el sofá con un suspiro exagerado.

—Ya se lo he dicho a la señorita Dial, y se lo repito a usted: no he tenido nada que ver con lo que ha pasado aquí.

—Entonces, sólo estaba en el sitio equivocado en el momento equivocado. De nuevo. Se está convirtiendo en una especie de hábito para usted, ¿no? Estaba en la casa cuando su hija desapareció, pero no tuvo nada que ver. También estaba en la casa donde parece haberse cometido un asesinato, y tampoco tiene nada que ver.

—Así es.

Maggie había tratado con médicos antes y sabía que eran duros de roer, pero la mirada de Glenn denotaba nerviosismo bajo su apariencia de enfado. Le habían sorprendido con la mano en el bote de galletas y lo sabía. Maggie no dijo nada más, y él añadió:

—Mire, si alguien ha matado a Regan, sucedió horas antes de que yo llegara.

—¿De verdad? ¿Cómo lo sabe?

—Soy médico. Veo montones de sangre.

—Pero no es usted patólogo, ¿verdad?

—Tampoco soy mago. No puedo hacer desaparecer un cuerpo. Lo único bueno de que te vigilen es que la policía siempre sabe dónde estoy. La señorita Dial sabe perfectamente que sólo he llegado aquí una hora antes que ella.

—Sí. Hablemos de eso —dijo Maggie—. ¿Por qué estaba aquí?

Glenn se encogió de hombros.

—Pensaba que Regan podía tener algo que ver con la desaparición de Callie.

—¿Por qué?

—Tuvimos una aventura. La ruptura fue muy amarga.

—Entonces, ¿qué pensaba hacer? ¿Preguntarle si estaba involucrada en el secuestro de su hija? ¿Pensó que ella iba a venirse abajo y confesar?

—No conoce a Regan. Si hubiera hecho algo, es la clase de persona que me lo habría restregado por la cara.

—¿Pero ella no estaba en casa cuando usted llegó? —preguntó Maggie.

—Obviamente.

—¿Forzó la puerta o estaba abierta?

—Estaba abierta.

Maggie asintió.

—¿Tiene una llave?

—No necesité una llave. Ya se lo he dicho, la puerta estaba abierta.

—Trate de responder a mis preguntas. ¿Tiene llave de la casa de Regan?

—Sí, tengo una —admitió Glenn—. Regan me la dio mientras estábamos liados.

—¿La lleva encima?

—Supongo que todavía está en mi llavero. No he pensado en ella durante meses.

Maggie sonrió.

—Seguro. Viene aquí con la llave de la casa de Regan, pero ni se le había ocurrido entrar. Entonces, ¿por qué entró?

—Me preocupé cuando vi que la puerta estaba abierta —respondió Glenn—. Grité, pero no hubo respuesta. Empecé a mirar por la casa y fue entonces cuando me di cuenta de que había pasado algo terrible.

—¿Por qué no llamó a la policía?

—Iba a llamarles.

—¿De verdad? La señorita Dial me ha contado que estaba usted muy ocupado revolviendo los informes médicos de Regan.

—Pensaba que tal vez Regan hubiera guardado algo que me indicara si estaba involucrada en lo que le sucedió a Callie.

—¿Pensó que iba a encontrar algo que la policía pudiera pasar por alto? ¿O estaba planeando asegurarse de que no íbamos a encontrar lo que sea que estuviera buscando?

Glenn no contestó.

—¿Cuándo fue la última vez que habló con Regan? —continuó Maggie.

—Hace meses.

—¿La ha llamado recientemente?

—No.

—¿Está seguro?

Glenn dio marcha atrás al ver la expresión de Maggie.

—De acuerdo, le dejé un mensaje ayer por la noche. Le dije que quería hablar con ella. Pero no lo he hecho.

Maggie asintió.

—La gente cree que puede borrar los mensajes de los contestadores, pero son una de las cosas más fáciles de recuperar. Oímos el que le dejó. Decía algo acerca de que Regan había estado en su despacho el pasado fin de semana.

Glenn no parecía demasiado contento.

—Sí, mi enfermera me dijo que ella había estado allí.

—¿Por qué fue Regan a su oficina?

—No lo sé. Eso es lo que quería averiguar.

—¿Le gustaría hacer alguna suposición?

—No tengo ni idea —replicó Glenn.

—¿Estaba preocupado por que ella hubiera robado algo?

Él parpadeó, incómodo.

—Ya se lo he dicho, no lo sé —repitió.

—Regan le dijo a su esposa que creía que usted era el responsable de la desaparición de su hija —le soltó ella.

—Eso es mentira.

—Pues a mí me hace preguntarme si no nos ha contado la historia a la inversa, doctor Glenn.

—¿Qué quiere decir?

Maggie se inclinó hacia delante.

—Quiero decir, ¿está usted seguro de que no andaba rebuscando en los archivos de Regan para averiguar si ella tenía alguna prueba de que usted estaba involucrado en la desaparición de Callie? ¿Una prueba que podría haber cogido de su despacho?

—Por supuesto que no.

—Es una curiosa coincidencia que usted aparezca en la casa de Regan justo después de que alguien la haya asesinado.

—No tengo nada que ver con eso.

—¿Sabía que estaba muerta? ¿Vino aquí para borrar las huellas antes de que se descubriera el crimen?

Glenn negó con la cabeza.

—No sabía que algo le había sucedido a Regan hasta que he llegado aquí.

—¿Quién cree que la ha matado? —preguntó Maggie.

Él se encogió de hombros.

—Vive aquí, en las tierras de labranza del norte. Se han cometido crímenes terribles por aquí recientemente.

—Entonces ¿cree que la persona que mató a las otras mujeres también ha matado a Regan?

—No tengo ni idea, pero ¿no parece probable? Todas las mujeres del hospital están aterrorizadas por ese tipo, sea quien sea. Regan fanfarroneaba con el hecho de que dormía con una escopeta al lado de su cama.

Maggie alzó las cejas.

—¿Sabía que tenía una escopeta?

—Mucha gente lo sabía —replicó Glenn a la defensiva—. Regan no lo mantenía en secreto. Estaba asustada por ese maníaco, como todo el mundo.

—No todo el mundo se asusta cuando un asesino en serie llega a la ciudad —replicó ella.

—¿Qué coño quiere decir con eso?

Maggie se apartó el flequillo rojo de los ojos y frunció el ceño.

—Doctor, siempre hay alguien que lo ve como una oportunidad.

Serena estaba sentada en su Mustang, en el camino de entrada a la casa de Regan, mirando a través de la ventana abierta los campos cubiertos de nieve. Casi había anochecido, pero llevaba gafas de sol y Maggie sospechó que había llorado. No dijo una palabra cuando Maggie abrió la puerta del copiloto y se sentó a su lado. No se miraron. Maggie dejó la puerta abierta y golpeó la bota contra los bajos del coche para quitarse los restos de tierra. Cuando miró de reojo a Serena, se dio cuenta de que su cara estaba rígida de furia.

No la culpaba por estar enfadada y no tenía ni idea de qué decir. No había ninguna manera de suavizarlo.

—Glenn no lo hizo —anunció Maggie después de un incómodo silencio—. O, al menos, no apretó el gatillo. Eso no significa que no esté implicado.

Serena no dijo nada. Maggie echó un vistazo a la autopista y vio las unidades móviles aparcadas en la ladera.

—La prensa ya casi tiene la historia —continuó—. Blair Rowe estaba en la CNN hace media hora especulando sobre la relación entre este asesinato y la desaparición de Callie.

Serena se encogió de hombros.

—Blair Rowe conoce a todo el mundo en la policía de Grand Rapids. Alguien lo ha filtrado.

—¿Tú qué opinas? ¿Crees que los dos casos están relacionados?

—Creo que Marcus miente sobre la razón de su presencia aquí —repuso Serena—. Me gustaría saber qué buscaba realmente en esos archivos.

—A mí también.

—¿Qué dice Guppo sobre la escena del crimen? —preguntó Serena—. ¿Se trata del asesino de las tierras de labranza?

—El modus operandi es similar —contestó Maggie—. El escenario, el cuerpo desaparecido. Pero lo de la escopeta no me convence. A ese tipo le gusta usar sus manos.

—Puede que Regan le sorprendiera y que él le arrebatara el arma.

—Es posible, pero no es lo que parece. Guppo cree que él sostuvo el arma todo el tiempo. No hubo lucha. No es así como actúa ese tío.

—Excepto por el mensaje en la pared —observó Serena.

Maggie asintió.

—Sí. El mensaje parece auténtico. Ese tipo está jugando con Kasey. Pero sigo sin creerme que la elección de Regan Conrad sea una coincidencia. Todo esto está relacionado de alguna manera con Callie.

—¿Le has contado a Kasey lo del mensaje en la pared?

—Todavía no. Le he pedido que venga. No está lejos.

—He hablado con Stride —la informó Serena—. Va a hablar con Micki Vega. Ella es el vínculo entre Marcus y Regan.

—Sí. Yo también he hablado con él.

Serena sacudió la cabeza y rió amargamente.

—Por supuesto que lo has hecho. ¿En qué estaba pensando?

—Serena… —empezó Maggie.

Serena alzó una mano para interrumpirla.

—No creo que debamos hacer esto ahora. ¿De acuerdo? Somos profesionales. Eso es todo.

Maggie captó el mensaje: «Somos profesionales. No amigas. Ya no».

—Sé que no sirve de una mierda, pero lo siento —dijo.

Serena se quitó las gafas con un gesto feroz. Sus ojos estaban rojos y brillaban de ira.

—¿Quieres hablar de esto ahora? De acuerdo. No me vengas con gilipolleces ni me cuentes estúpidas historias sobre cuánto lo sientes. No fue un accidente. Sabías que Jonny y yo teníamos problemas, porque fui tan imbécil como para contártelo. Has saboteado nuestra relación para obtener lo que siempre has querido.

Muy bien, pues te felicito. Nunca creí que fueras así de despiadada. Fui tan inocente como para pensar que éramos amigas, y ahora pago el precio de haber confiado en ti.

Aquellas palabras golpearon a Maggie como si un gélido viento aguijoneara su cara. Tras el estallido, oyó a Serena respirar audiblemente.

—Puedes creerlo o no, pero no sucedió así —le dijo Maggie en voz baja—. Stride sufrió un ataque de pánico y yo lo encontré. Serena, necesitaba a alguien. Simplemente ocurrió.

Serena puso los ojos en blanco.

—¿Simplemente ocurrió? ¿Es tu mejor explicación? Sí, seguro que no planeaste nada. Oh, por cierto, bonito cabello, Maggie.

—Sólo quería algo diferente.

Maggie sabía que su excusa era muy pobre.

—Bien, pues ya lo tienes. Ahora sal de una puta vez de mi coche.

Maggie salió, cerró la puerta tras de sí y se inclinó hacia la ventana.

—Nunca he querido entrometerme entre vosotros dos —le aseguró—. Y sigo sin querer hacerlo. Estoy fuera. Sólo ocurrió una vez. Fue un accidente. Él te quiere, y no voy a estropearlo.

Serena se puso las gafas de nuevo.

—Demasiado tarde.

Maggie abrió la boca para replicar, pero no tenía nada que decir. Retrocedió un poco y luego se dirigió dando rápidos y furibundos pasos hacia la casa de Regan. Pudo ver mechones de pelo rojo danzando frente a sus ojos y, de pronto, se odió a sí misma y su condenado pelo de fresa y lo que le había hecho a Stride. Serena estaba en lo cierto. Podía tratar de convencerse de que nunca había querido que pasara nada, que no había pretendido entrometerse en su relación pero, de algún modo, sabía que era mentira. De forma consciente o no, siempre había sabido lo que hacía. Había entrado en la casa de Stride con los ojos bien abiertos.