«Kasey, Kasey, Kasey… Estás huyendo, ¿verdad?».
Enfocó su cara con los prismáticos. Ella se detuvo en la puerta de su granja como si supiera que la estaban observando. Paseó su mirada nerviosa por la leña apilada detrás del garaje hasta los campos y después hacia el camino de entrada de tierra, donde estaba aparcado el coche patrulla. Un policía aburrido vigilaba el tráfico en ambas direcciones.
Kasey portaba dos cajas en los brazos. Las llevó hasta un camión alquilado estacionado cerca del garaje y desapareció por la rampa de la parte trasera del vehículo. Un minuto después, volvió a la casa ya sin nada en los brazos a por más cosas. Él llevaba una hora observando sus idas y venidas desde su escondrijo en los árboles. El marido de Kasey había llegado con el camión hacia el mediodía y, desde entonces, ambos habían desfilado una y otra vez para cargar el camión con sus pertenencias.
«No puedes escapar, Kasey. No funciona así. No hemos terminado».
Bruce Kennedy abrió la puerta delantera con la bota y bajó con dificultad los escalones. Él lo miró. El marido de Kasey era un hombre corpulento, con pelo rubio y una poblada barba. Vestía tejanos y una camisa de franela desabotonada. Tenía pinta de mandado, de alguien que siempre hacía lo que le decían. No había duda de que Kasey podía conseguir lo que quisiera de él sin esfuerzo, pero ella merecía algo mejor. Se puso de mal humor mientras observaba a Bruce Kennedy a través de sus prismáticos, al pensar que ese hombre patoso no tenía ni idea del premio que le había tocado. Y cuando perdiera a Kasey, ni siquiera podría imaginar lo que había sido suyo. El muy tonto.
Su teléfono vibró en su bolsillo. Estaba escondido en el bosque, invisible y fuera del alcance de que nadie lo oyera, pero miró a su alrededor con precaución antes de contestar.
—¿Sí?
—Nieman, soy Matt Clayton de Buckthorn.
—¿Qué puedo hacer por usted?
—¿Ha estado en la escuela últimamente? —preguntó Clayton.
Nieman vaciló.
—Sí, hago la ronda cada pocos días para asegurarme de que todo está en orden.
—¿Cree que podría haber entrado alguien?
—No lo creo. Está bien cerrada. ¿Por qué, hay algún problema?
—No lo sé. He recibido una llamada de Maggie Bei, de la policía de Duluth. Está tras la pista de una persona desaparecida que tal vez estuviera interesada en la escuela.
—No he visto nada raro por allí —repuso.
—¿Cuándo estuvo dentro por última vez?
—El domingo.
—Bien, se supone que ese chico desapareció el sábado, así que si ha estado dentro desde entonces, seguramente no hay nada de qué preocuparse. Aun así, le agradecería que se acercara hoy a echar un vistazo, ¿de acuerdo?
—Por supuesto.
—Lo último que necesitamos es que otra compañía de seguros haga una reclamación por ese lugar.
—Entiendo.
—Cuando termine, llame a la sargento Bei e infórmela. —Clayton soltó de carrerilla un número de teléfono—. Ah, y esté atento por si ve cáscaras de pistacho, ¿vale? Por lo visto el tipo las tira por todas partes.
—Sí, claro, no hay problema —dijo, y añadió—: ¿Por qué creen los policías que ese tipo estaba en la escuela? ¿Lo vio alguien merodeando por allí?
—No, nada de eso. Estaba haciendo fotografías del lugar. Como le he dicho, lo más probable es que no sea nada.
—Lo comprobaré.
—Gracias, Nieman. Es usted un buen hombre.
Colgó y se metió de nuevo el teléfono en el bolsillo. Estaba molesto por su mala fortuna. No había forma de que los policías hubieran relacionado a Nick Garaldo con la escuela con tanta rapidez. Él había encontrado la cámara digital del chico en su mochila, había ido a su apartamento y se había llevado su ordenador y todo lo que pudiera indicarles que Garaldo era un explorador urbano. Pero, obviamente, había olvidado algo, y ésa era la clase de error que no solía cometer.
Sabía que podía informar a Clayton y a los policías que no había encontrado nada extraño en la escuela. La evasiva le proporcionaría un margen de varios días, pero el reloj seguía corriendo. Tarde o temprano, volverían a tener la escuela en su punto de mira y la registrarían. Era sólo cuestión de tiempo que entraran y encontraran su colección. Tenía que desaparecer mucho antes. Mudarse a una nueva ciudad, a algún lugar del sur donde el invierno fuera cálido. Cambiar de identidad, como ya había hecho tantas veces antes. Empezar de nuevo.
Cuando levantó los binoculares, vio a Kasey de nuevo. El viento le despeinó el cabello rojo por delante de la cara. Tenía la mandíbula tensa. Parecía desesperada y feroz, como un animal herido que lucha con más fuerza cuando sabe que va a morir. Admiraba su coraje. Era por esa razón por la que había planeado algo especial para ella.
Al pensar en ello, se dio cuenta de que era el momento perfecto. Aquélla era la noche perfecta para concluir su estancia en Duluth. La caza de Nick Garaldo incluso podría jugar en su favor. Si no se daba prisa en actuar, Kasey se marcharía por la mañana, y no quería arriesgarse a perderla. Podía perseguirla por todo el país si era necesario, pero era mucho mejor hacerlo ahora. Tenían una cita en la escuela, como una pareja que baila bajo los focos en el baile del colegio mientras los demás los miran.
Sonrió mientras permanecía de pie entre las sombras de los abetos. Esperaría a que oscureciera y entonces terminaría con el juego.