33

Stride y Serena pasaron la mañana en silencio.

Estaban sentados en lados opuestos del escritorio de la central de operaciones de Grand Rapids, con un presunto montón de documentos de trabajo entre ambos. El perfume de ella, un olor dulce y familiar, le llegaba a través del corto espacio que les separaba. Habían graduado demasiado fuerte la calefacción del edificio hasta el punto de que en el pequeño despacho hacía un calor molesto. Stride se sorprendió mirándola cuando ella inclinaba la cabeza y el cabello negro le caía sobre la cara. Era una de las mujeres más guapas que había visto en su vida. Compleja, herida, atractiva. Tres años antes, parecía perfecta para él, como si dos almas rotas pudieran caminar juntas y convertirse en un todo.

Serena alzó la mirada y se encontró con sus ojos. No necesitaban hablar para comunicarse. Ella estaba enfadada, se sentía rechazada. Antes ya había sido bastante incómodo, pero ahora era peor, y Stride se dio cuenta de que la situación se les estaba yendo de las manos. Ella también lo sabía. Serena esperaba que fuera él quien hablara y, como no lo hizo, se levantó de la silla y cerró la puerta del despacho. Luego se apoyó de espaldas en ella y cruzó los brazos sobre el pecho.

—Se lo has contado —le espetó, con voz furibunda.

Stride no la entendió.

—¿A qué te refieres?

—No a mí. Se lo has contado a ella.

—Maggie —dedujo él.

—Sí, Maggie. Ella me ha explicado qué está pasando. —Serena juntó sus largos dedos frente a su barbilla—. Quiero que entiendas algo, Jonny. Sufro por ti. Sabía que me estabas apartando, pero no sabía por qué. Ahora ya lo sé. Y lo siento.

—Yo también.

—Pero tengo muchos problemas para enfrentarme a esto —continuó ella—. Estabas pasando por un infierno y en lugar de hablar conmigo, dejaste que esto saboteara nuestra relación. Y cuando finalmente te sinceraste, no fue conmigo. ¿Tienes idea de cómo me sentó que ella me lo contara?

—Tienes razón. Tendría que habértelo dicho yo.

—Pero no lo hiciste. No podías sincerarte conmigo. Esperaba que tú y yo superáramos esto, pero resulta obvio que no lo estamos haciendo.

—Supongo que no.

—Pero sí fuiste capaz de hablar con Maggie.

—A veces es más fácil hablar con alguien que no esté implicado en el asunto —dijo él.

—Sí, pero ella sí que lo está, en todo, ¿no? Siempre lo ha estado.

Stride se pasó la mano por el pelo despeinado. Normalmente sabía poner cara de póquer, pero no en ese momento. Sacudió la cabeza con frustración.

—Todo ha sido siempre muy complicado entre Maggie y yo. Ya lo sabes.

—No tanto. Ella está enamorada de ti.

—Eso fue hace años —protestó él.

—No es como una enfermedad, que un día te levantas y ya estás curado. El único que lo niega eres tú. Y creo que es porque también sientes algo por ella.

—Somos amigos. Siempre lo hemos sido. A veces cuesta saber dónde está la línea.

Serena se sentó frente a él de nuevo.

—Noté unas vibraciones extrañas en la cena ayer por la noche —comentó.

Él no contestó.

—He pensado en ello toda la noche, intentando descubrir qué pasaba —continuó ella.

—Serena —murmuró él.

Ella lo supo sin preguntarle, pero aun así lo hizo:

—Pasó algo entre vosotros, ¿verdad?

Ni siquiera se planteó negarlo. Buscó los ojos de ella y asintió.

Serena barrió violentamente el escritorio con el brazo, tirando pilas de papeles al suelo.

—¿Así que a mí no tenías nada que darme, pero a ella sí? —preguntó amargamente.

—Lo siento de verdad.

Ella se levantó.

—Creo que hemos terminado.

—Vamos a hablar de esto —le pidió él.

—¿Ahora quieres hablar? ¿No es un poco tarde? Tuviste semanas para hablar conmigo y no lo hiciste. Pero en un día con Maggie te las arreglaste para meterte con ella en la cama y contarle todo lo que rondaba por tu cabeza.

—No es tan sencillo.

—Quizá lo sea, Jonny, quizá lo sea.

Serena cogió su abrigo del perchero. Cuando giró el pomo de la puerta, se detuvo y cerró los ojos.

—Mira, sé que no estoy siendo justa contigo. Yo tampoco me he abierto a ti.

—No estoy buscando excusas —le dijo Stride—. Es culpa mía, no tuya. Ni de Maggie.

Serena movió la cabeza.

—No hablemos de Maggie. Ella sabía exactamente lo que estaba haciendo. No me digas que no.

—No fue así.

—Puede que no para ti, pero ella vio su oportunidad y la aprovechó. Fin de la historia. —Y añadió con voz más tranquila—: ¿Estás enamorado de ella?

—No tengo ni idea. Sé que te quiero.

—Pero eso no es suficiente para nosotros, ¿verdad? ¿Puedes decirme ahora mismo que me escoges a mí? ¿Que puedes olvidar los sentimientos que sientes por Maggie, sean cuales sean? Es lo que necesito oír. Si puedes hacer eso, entonces es posible que podamos intentarlo de nuevo.

—Quiero decir sí.

—Pero no puedes.

—Es demasiado pronto. No quiero decirte lo que deseas oír y acabar mintiéndote. Durante semanas, hasta ayer, no sentía nada. Ni por ti. Ni por Maggie. Ni por mí… Nada. Ahora todo está resurgiendo y me cuesta asumirlo de golpe. No puedes pedirme que lo supere todo en unas cuantas horas.

Serena asintió.

—Tienes razón. No es justo. Los dos tenemos que pensar qué queremos hacer.

Se acercó y le besó con sus suaves labios. Él no necesitaba que le recordaran lo bien que le sentaban sus besos. Luego ella dio medio vuelta, salió de la oficina y cerró la puerta tras de sí.

El miércoles por la tarde, Serena cogió el coche para ir a Duluth y encontró un bar al norte del aeropuerto. Entró en el parking y miró la puerta de entrada. Dentro había vodka. Un vaso tras otro de vodka. Pudo saborearlo e imaginar como la llevaba a la inconsciencia. No había recaído durante quince años, pero ahora parecía un buen momento. Era como si el tiempo no hubiera pasado después de su último trago. Todavía podía recordarlo en sus labios.

No había previsto estos giros del destino. En su mente había crecido poco a poco la idea de que se quedaría en Duluth para siempre. De que estaría con Jonny para siempre. Dado su pasado, eran decisiones que no podía tomar a la ligera, pero había empezado a creer en ellas. Debería haber prestado atención a las señales de alarma, haberse dado cuenta de que nada duraba para siempre. Quería a Jonny. Él la quería a ella. Pero eso no significaba que fuera suficiente para hacer que lo suyo funcionara. Los dos tenían demasiados recovecos y aristas.

Serena no tenía ni idea de cuál sería el siguiente paso. Quedarse. Irse. Intentarlo de nuevo. Dejarlo. No era la primera vez en su vida que consideraba la posibilidad de empezar de nuevo, y probablemente no sería la última. Su instinto le decía que perdonara a Jonny, pero no podía hacerlo sola, y no podía hacerlo si él no se implicaba por completo. La mera idea de marcharse la destrozaba por dentro, pero no iba a sentarse a observar mientras Stride y Maggie trabajaban codo con codo cada día. El trío había terminado.

Miró de nuevo hacia la puerta del bar. La tentación del vodka era tan vívida y clara que podía oír cómo la llamaba. Podía ver el líquido en la botella. Cómo se vertía en su vaso y caracoleaba alrededor del hielo. Un trago después de otro y después de otro. Hasta que alcanzara el mismo estado mental de Jonny, sin sentir nada.

Serena abrió la puerta del coche.

Al hacerlo, su teléfono volvió a sonar. Era Denise Sheridan. Contestó y se sintió como si la hubieran rescatado momentáneamente, izándola desde el borde de un acantilado.

—¿Qué hay, Denise?

—Hemos recibido noticias del equipo que sigue los movimientos de Marcus —informó—. Esta mañana estaba en Duluth, operando.

—¿Y?

—Pues que dejó el hospital para volver a Grand Rapids y lo perdieron.

—¿Cómo?

—Sabía que lo seguían. Se saltó un semáforo deliberadamente y lo han perdido. Tal vez no signifique nada, pero quería que lo supieras.

—¿Dónde se encontraba cuando los despistó? —preguntó Serena.

—Rice Lake Road, cerca de Martin. Creían que se dirigiría a su casa, pero hemos puesto controles en la autopista 2 y no ha aparecido.

—¿Qué coche conduce?

—Un Lexus color borgoña.

Serena se imaginó a Marcus Glenn acelerando a través de las tierras de cultivo del norte. Ella se hallaba en la misma zona y estaba casi segura de que podía leer en la mente del cirujano.

—Sé adónde se dirige —afirmó.