31

El miércoles por la mañana, al abrir la puerta de su casa Valerie se encontró a Denise de pie en el porche. Se encogió al ver la expresión pétrea de la cara de su hermana, que ocultaba las heridas de la traición y la humillación. Valerie se habría sentido mejor si Denise le hubiera gritado pero, en lugar de eso, entró en la casa sin decir ni una palabra.

—¿Dónde está Marcus? —preguntó después de que Valerie cerrara la puerta.

—En Duluth. Tenía una operación esta mañana.

Denise movió incómoda la mandíbula como si tuviera algo entre los dientes.

—¿Quieres un café? —preguntó Valerie.

—Sí. Muy bien.

Anduvieron en silencio por el pasillo blanco. Valerie cogió una taza, la llenó de café y la empujó por la isleta de la cocina en dirección a Denise. Se sentó en un taburete y esperó, pero su hermana no se sentó enseguida. Valerie pudo ver como sus ojos comparaban las encimeras de granito y los electrodomésticos de acero inoxidable con su propia cocina, que era como una caja de zapatos. Cada vez que Denise ponía los pies allí se producía la misma rutina. Valerie era consciente de la amarga envidia que Denise sentía por su dinero. A su vez, ella se sentía culpable por cada mirada fulminante.

—Escucha, Denise —empezó a decir, pero su hermana alzó una mano para que callara.

—No digas que lo sientes. No quiero oír eso.

—Entonces, ¿qué puedo decir? —preguntó Valerie.

—De momento, no digas nada.

Denise contempló la vasta ladera de hierba que bajaba hasta el lago. Se atusó el cabello detrás de las orejas y bebió el café en silencio. Iba sin maquillar. Valerie sabía que Denise evitaba deliberadamente parecer femenina y, durante años, ella había asumido que era por su trabajo. Los polis no eran niñas. Tenían que ser duros. Ahora Valerie se preguntó si la verdadera razón era evitar comparaciones con ella; fingir que no había ninguna competencia entre las dos.

—Has sido una egoísta toda tu vida —le soltó Denise con voz áspera, furiosa—. Todo ha sido tan fácil para ti. Nunca te has preocupado por lo que yo he tenido que pasar. Me he partido el culo para conseguir una décima parte de lo que tú tienes y nunca te has esforzado por una maldita cosa, ¿o sí lo has hecho?

Valerie no dijo nada para negarlo ni como protesta. Denise lo creía así, y merecía una oportunidad de culparla para aliviar toda su furia.

—Siempre me he preguntado si alguna vez has dedicado un solo pensamiento a mí y a mi vida —continuó Denise al tiempo que se daba la vuelta desde la ventana—. Supongo que ahora ya lo sé, ¿no? Si hay algo que quieres, lo coges y a la mierda todos los demás. ¿Tienes la menor idea de lo que significa criar cuatro hijos y estar disponible cada hora del día y de la noche mientras te preguntas si conseguirás suficiente dinero para pagar la hipoteca este mes?

—No, no lo sé. Tienes razón.

—Bien, tal vez deberías intentar ponerte en la piel de los demás de vez en cuando. Sería bonito. ¿Crees que no me he dado cuenta de que Tom y yo nos hemos alejado? He visto cómo sucedía durante años. Pero ¿quieres saber una cosa? Algunas veces, la vida acaba con el amor. Es una putada, pero es así. Puede que tenga un matrimonio de mierda, pero es mi matrimonio. No el tuyo. O al menos lo era hasta que Tom decidió que prefería una fantasía contigo que la vida real conmigo.

—No culpes a Tom, por favor —le pidió Valerie—. Ha sido culpa mía.

—¿Crees que te necesito para que defiendas a mi marido? Conozco a Tom. Él quiere ser siempre el fuerte, el hombro sobre el que llorar. Y entonces llegas tú, toda hermosa y llorosa y solitaria, y, ¡vaya por Dios!, una cosa lleva a la otra. ¿No? ¿Es eso lo que me ibas a explicar? Bien, no te preocupes. Tom tenía que elegir y escogió mal. No importa si ninguno de los dos quería que esto ocurriera.

—No me vas a dejar que te pida perdón. No vas a dejar que me explique. No sé qué quieres que diga.

—Oh, ¿te lo estoy poniendo difícil, Valerie? —soltó con brusquedad Denise—. ¡Qué desconsiderada soy! Tendría que preocuparme más por cómo te sientes.

Valerie no quería llorar, lo último que deseaba era que su hermana creyera que, de nuevo, se compadecía de sí misma. Pero aun así lloró, y se secó los ojos.

—Sé que no te lo creerás, Denise, pero siempre he tenido celos de ti.

—Oh, claro.

—Es cierto —insistió Valerie—. Tienes a esos preciosos críos. Estás casada con tu amor del instituto y tu trabajo es apasionante.

—No adoptes esa actitud condescendiente conmigo.

—No lo hago. Sólo admiro tu fortaleza. Yo no soy así. He sido frágil toda mi vida y resulta que mi hermana es policía, esposa y madre, y es capaz de manejar cualquier situación. Por una vez en mi vida, me hubiera gustado tener el coraje necesario para hacer lo correcto y valerme por mí misma. Ser fuerte como tú.

Denise sacudió la cabeza. Sus cansados ojos la miraron con dureza.

—¿Cómo pudiste, Valerie? ¿Cómo pudiste acostarte con mi marido?

—No se trataba de sexo —le dijo Valerie—. No me importa el sexo. Nunca me ha importado. Yo sólo… Yo sólo necesitaba estar cerca de alguien. No hay explicación. No tengo excusa. Supongo que no te importará que nunca pensamos que se convertiría en algo físico, pero te aseguro que no queríamos eso.

—Me da igual.

Valerie asintió y habló en voz baja.

—No duró mucho. Sólo un par de veces, eso fue todo. Los dos sabíamos que estábamos cometiendo un error. Pero tienes que entenderlo, Tom me rescató. No sé si ahora estaría viva si no fuera por él. Pensaba de nuevo en suicidarme.

Denise tiró su taza, que se rompió con un ruido estruendoso al chocar. El café se derramó por la encimera de granito.

—Eres tan narcisista, maldita zorra. ¿Qué quieres que diga? ¿Que me siento muy feliz de que mi marido salvara a mi hermana follándosela como un loco? ¿Quieres saber lo que realmente pienso, Val? Ojalá hubieras tenido los huevos de hacerlo bien. Tom no es tu marido. Si necesitabas que te rescataran, podrías haber encontrado a algún otro que lo hiciera o haberte tomado un bote de píldoras y haber acabado con todo.

Valerie palideció y miró hacia otro lado; no quería que su hermana viera la herida sangrante que le había abierto. Tomó varias hojas de papel del rollo de cocina que había sobre la encimera y enjugó el café derramado. Mientras lo hacía, Denise se acercó y puso sus manos sobre las de Valerie.

—Lo siento —dijo.

—No tienes por qué disculparte —replicó Valerie—. Tienes razón. Estaba sufriendo, y para curarme hice daño a mi propia hermana. Soy una egoísta y una cobarde.

—No empieces con la autocompasión.

—¿Qué más puedo hacer? La única cosa buena que he hecho en mi vida fue tener a Callie, y ni siquiera he podido protegerla.

Denise se apartó, frustrada.

—Siempre haces lo mismo. Al final, todo gira a tu alrededor. Y yo te sigo el juego. Ha sido así toda nuestra vida.

Valerie no sabía qué decir. Frotó la encimera hasta que estuvo seca, asegurándose de que el café no dejara una mancha.

—Tengo que preguntarte algo —le dijo Denise—. Como policía y como esposa. Tengo que saberlo.

—¿Qué?

—¿Es Tom el padre?

Los ojos de Valerie se abrieron por la sorpresa.

—No juegues conmigo, Val —continuó Denise—. Necesito saberlo. ¿Es Callie la hija de Tom?

—No.

—¿Estás segura?

—Por supuesto.

—Tom no está seguro —replicó Denise—. Me lo dijo la otra noche.

—Él no es el padre de Callie.

—¿Cómo lo sabes?

—Lo sé. Puedo ver a Marcus en ella.

—¿Le has hecho pruebas?

—Por supuesto que no. No podía hacer eso.

—Entonces sólo son suposiciones —dijo Denise—. Le pregunté a Tom. Dice que os acostasteis poco antes de que te quedaras embarazada.

Valerie negó con la cabeza.

—Marcus y yo también nos acostamos. Él fue el último.

—Eso no significa nada.

—Mi marido es el padre de mi hija —insistió Valerie.

—¿Te lo crees de verdad o sólo estás tratando de convencerte?

—Es la verdad.

—Lo intentaste durante tres años y no te quedaste embarazada. Entonces, te empezaste a acostar con Tom. Despierta, Valerie. Créeme, sé cómo son de fértiles los nadadores de Tom.

—Callie es hija de Marcus. Lo sé.

—¿Y qué hay de Marcus? ¿También lo sabe?

Los ojos de Valerie se entrecerraron.

—¿Qué quieres decir?

—Quiero decir si Marcus se enteró de que tenías una aventura.

Valerie oyó a Marcus gritándole desde el rellano: «Tú no eres exactamente “inocente”, ¿no?».

—No lo sabía —murmuró.

—¿Estás segura? Grand Rapids es un pueblo pequeño. Es difícil guardar secretos. Blair Rowe lo averiguó, ¿por qué no podría haberlo hecho Marcus?

—No pudo enterarse de ninguna manera —repitió Valerie.

Denise sacudió la cabeza.

—Sabes las implicaciones de que Marcus supiera lo de tu aventura, ¿no? Podría haber sospechado que Callie no era hija suya. ¿Nunca te has preguntado por qué era tan frío con ella? ¿Qué podría haber hecho si se hubiera dado cuenta de que la pequeña que estaba jodiendo su perfecta vida en realidad no era hija suya?

—No quiero oír esto.

Valerie se puso las manos sobre las orejas, pero Denise se acercó a ella esquivando la isleta y le apartó los brazos.

—No puedes huir de esto. Eso le da un móvil. ¿Lo sabía?

En su cabeza, Valerie oyó a Regan Conrad provocándola delante de la iglesia después de medianoche. «No tengo que decirte por qué, ¿no?». Pensó en el sobre del hospital, escondido en su vestidor, arriba, aún sin abrir. El sobre que Regan le había dado.

«No puedo creer que no lo sepas».

—No —respondió Valerie a su hermana—. Marcus no tenía ni idea de la aventura. Nunca tuvo ninguna razón que le llevara a pensar que Callie no era hija suya. Y lo es. Ella es su hija. Él la quiere.