El martes por la noche, Serena estaba sentada en un reservado del Sammy’s Pizza. Tenía la cabeza inclinada para revisar los correos electrónicos sobre Callie cuando Stride y Maggie llegaron. Alzó la vista cuando ella se deslizó en el banco de enfrente y al verle el pelo, tiró la Blackberry en el cesto de pan de ajo.
—Joder.
Maggie parpadeó.
—¿Qué, hay algo diferente?
—Uau.
—¿Un uau bueno o un uau malo?
—Un uau sexy —dijo Serena.
Serena sabía que Maggie era una de esas mujeres que criticaban su propio aspecto con comentarios sarcásticos. Pero no esa noche. Su cabello carmesí la hacía parecer una modelo de Nueva York. Cualquier otro día, Serena se hubiera alegrado por ella, pero la transformación de Maggie le molestó. No se sentía particularmente atractiva, y aquel cambio operado en su amiga la hizo sentir peor.
Stride se sentó junto a Serena y la besó en la mejilla. Ella vio como los ojos de Maggie iban de uno al otro, observando la evidente tensión.
—Hola.
Una policía joven con el cabello tan rojo como Maggie permanecía de pie junto a la mesa. Parecía incómoda.
—Serena, ésta es Kasey —la presentó Maggie.
—Ah, sí, he oído hablar de ti —le dijo Serena—. Demostraste tener un par.
El rostro de Kasey se contrajo en una sonrisa insegura. Se sentó muy erguida cerca de Maggie, como si estuviera en posición de firmes.
—¿Estás bien? —le preguntó Maggie.
—Estoy aterrorizada —admitió Kasey.
—¿Quieres que alguien se quede contigo está noche? Quizás os sentiríais mejor si no estuvierais solos.
Kasey negó con la cabeza.
—Estaremos bien. Bruce ha asegurado la casa como si fuera una prisión.
La camarera dejó entre ellos una humeante pizza de casi dos palmos de diámetro servida en una bandeja de aluminio. Trozos de salchicha y rodajas de salami la adornaban en pulcras hileras. Cada uno cogió en silencio varias porciones y las colocó en su plato.
—¿Hay novedades respecto a Callie? —preguntó Maggie, que frunció los labios y sopló sobre un pedazo de pizza para enfriarlo.
—Creo que Regan Conrad sabe más de lo que me cuenta —explicó Serena.
—Disculpa, ¿quién? —preguntó Kasey.
—Regan es una enfermera que tuvo una aventura con Marcus Glenn —aclaró Serena—. Tenía la llave de la casa y conocía su distribución. También conocía a Migdalia Vega, que estaba dentro de la casa cuando Callie desapareció. Son demasiadas casualidades.
—Entonces, ¿qué quieres hacer? —preguntó Stride.
—Conseguir una orden de registro.
—No estoy seguro de que tengamos suficientes razones —adujo él.
—Le dijo a Valerie Glenn que sabía qué le había pasado a Callie —insistió Serena—. Es más, oí un bebé cuando estuve en su casa el sábado.
—¿De verdad piensas que Regan tiene allí a Callie? —preguntó Maggie, dubitativa.
—Si dijera que sí, creo que un juez podría extender una orden.
Stride frunció el ceño.
—Tal vez.
Serena se metió un pedazo de pizza en la boca. Trató de descifrar la extraña dinámica que se había establecido entre los tres. Stride y ella actuaban casi como desconocidos, pero incluso éste y Maggie parecían evitarse el uno al otro. Se dijo a sí misma que se debía a un virus que había empezado en la cabeza de Stride, se le había contagiado a ella y ahora también había infectado a Maggie. Kasey parecía incómoda en aquella compañía. La joven agente jugueteó con la pizza en su plato y apenas probó bocado. Mantenía los ojos alerta, abiertos de par en par, como un gorrión saltando sobre la hierba, alerta porque un gato podría lanzarse sobre él en cualquier momento.
Junto a ella, Stride miró su reloj.
—Van a dar las noticias.
Salió del reservado. Había un televisor en un estante alto en un rincón del restaurante, unos metros más allá. La encendió y cambió de canal hasta que encontró uno de informativos. No tuvieron que esperar mucho para ver la historia candente de la semana. Cuando la cadena dio paso a una conexión en directo con Blair Rowe frente al edificio de la oficina del condado de Grand Rapids, Stride subió el volumen del receptor. Serena podía oírlo desde la mesa.
—«…un nuevo giro en la desaparición de Callie Glenn —informó Blair en un tono chillón producto de la excitación, mientras se ajustaba las negras gafas sobre su nariz—. Como saben, durante estos días nos hemos enterado de hechos inquietantes en relación con el padre de Callie, Marcus Glenn. No obstante, esta noche la agitación en Grand Rapids no le tiene a él de protagonista, sino a la madre de Callie, Valerie. Ella ha sido la figura hermosa y trágica de esta historia, que rogaba para que su hija volviera e insistía en que su marido es inocente. La policía no ha considerado a Valerie sospechosa de la desaparición, en parte, quizá, porque su hermana es una veterana miembro del departamento del sheriff. Después de publicidad, sin embargo, nos fijaremos más detenidamente en Valerie Glenn y su historial de trastornos mentales. También compartiré con ustedes una asombrosa información que puede constituir el motivo oculto que la policía necesita en su investigación sobre Marcus Glenn».
La cadena se fue a publicidad.
—¿El historial de trastornos mentales de Valerie? —exclamó Serena—. ¿Qué pretende hacerle esta zorra?
Stride volvió a la mesa.
—¿Insinuó algo Valerie sobre este presunto secreto?
Serena negó con la cabeza.
—No dijo nada.
Pensó en lo que había dicho Regan: «Si descubre por qué, entonces supongo que lo sabrá todo».
El teléfono de Stride sonó. Lo cogió y miró el identificador de llamadas.
—Las buenas noticias viajan muy deprisa —comentó—. Es Denise. Mejor contesto.
Se dirigió hacia la puerta, dejando a las tres mujeres solas.
Serena siguió mirando de reojo el televisor. Al irse Stride, Maggie empezó a moverse nerviosamente. Era como si el virus se hubiera propagado también entre las dos. Su relación era tirante.
—Debería irme —anunció Kasey en aquel silencio—. No quiero que Bruce se preocupe.
—¿Seguro que no quieres que un agente vaya a tu casa esta noche? —preguntó Maggie—. Puedo tener a alguien allí dentro de una hora.
—No, de verdad, gracias.
—De acuerdo. Te veré mañana.
Kasey vaciló y bajó la vista.
—Yo… eh, no sé qué pasará mañana.
—Si necesitas un día, tómatelo —dijo Maggie.
—Sí, de eso se trata. Lo voy a dejar.
—¿Te refieres a dejar el cuerpo?
Kasey asintió.
—Después de lo que pasó ayer por la noche, Bruce y yo creemos que es lo mejor. Ya sabes, irnos, empezar de nuevo. Ir a algún sitio donde ese tipo no pueda encontrarme.
—No quiero perderte, Kasey —replicó Maggie—, pero no te culparé si decides marcharte.
—Sería diferente si se tratara sólo de mí, pero tengo que pensar en mi familia.
—Por supuesto.
—De todas formas, te llamaré mañana.
—De acuerdo.
Kasey se levantó. Serena miró sus rizos rojos balancearse cuando dejó el restaurante con paso rápido y decidido. La joven agente empujó la puerta, salió, torció a la derecha hacia la calle Uno y desapareció.
—¿Qué harías si estuvieras en su pellejo? —preguntó Serena.
Maggie seguía sin mirarla.
—¿Qué pasa contigo? —preguntó Serena—. ¿Algo va mal?
—No, sólo lo de siempre —replicó Maggie.
—¿Te ha dicho algo Jonny?
—¿Como qué?
—Como qué es lo que le preocupa.
—No, no suelta prenda —dijo ella.
Serena escrutó la cara de Maggie y, para su consternación, se dio cuenta de que no la creía.
—¿No dijo nada? —insistió.
—No, lo siento.
Serena se inclinó hacia delante.
—Maggie, necesito tu ayuda. Tengo que saber qué coño le está pasando.
—No debería meterme en medio —le dijo Maggie.
—Creo que ya lo estás.
—¿Qué quieres de mí, Serena?
—La verdad.
—No podrías afrontar la verdad —dijo Maggie con voz de Jack Nicholson.
—No bromees —le pidió Serena.
—Estoy segura de que te lo dirá cuando esté preparado.
—¿Decirme qué?
—Lo que sea que le preocupa.
—Lo dices como si tú ya supieras qué es —observó Serena.
—¡Joder! ¿No podéis dejarme fuera de esto? —espetó Maggie, sobresaltándola—. Él es tu amante. Yo sólo soy la tercera en discordia desde que vosotros dos os fuisteis a vivir juntos. Habla con él, no conmigo, ¿vale?
Serena se levantó y pestañeó para reprimir las lágrimas.
—Genial.
—Lo siento —se disculpó Maggie.
Serena no respondió.
—Ataques de pánico, ¿vale? —dijo Maggie.
Serena la miró.
—¿Qué?
—Desde la caída, Stride empezó a tener ataques de pánico. Flashbacks.
—¿Te contó él eso?
Maggie asintió.
—Creo que es síndrome de estrés postraumático. Necesita ayuda.
Serena se preguntó por qué no se había dado cuenta ella. Parecía obvio, al oírselo describir a Maggie.
—Pero yo no te he contado nada sobre esto —añadió ésta—. ¿De acuerdo?
Asintió.
—Claro.
Serena pensó en Jonny viendo como su vida se desmontaba y se sintió culpable por no haber podido ayudarle. Porque él no le había contado nada sobre su dolor. En cambio, había desnudado su alma con Maggie.
Pensaba que saber la verdad la haría sentir mejor, pero no fue así. Maggie y Jack Nicholson tenían la razón. No podía afrontarla.
—Denise —dijo Stride al teléfono al salir del restaurante.
—¿Estás viendo las noticias? —preguntó ella.
—Sí.
—Jodida Blair Rowe —dijo Denise.
—Parece como si tuviera sus cinco sentidos puestos en Valerie.
—Sí, el angelito de mi hermana.
—¿Sabes cuál es el gran secreto? —quiso saber Stride.
La voz de Denise sonaba apagada; se había vaciado de emociones, como el aceite de un coche.
—Sí, lo sé.
—¿De qué se trata? ¿Está relacionado con el caso?
—No tengo ni idea. En lo que a mí concierne, no pienso preocuparme más de lo que le pase a mi hermana.
—¿Qué ocurre, Denise? ¿Qué ha averiguado Blair sobre Valerie?
—Continúa mirando y lo descubrirás. Disfruta del espectáculo, como todos los demás. Blair va a contar al mundo entero que Valerie tenía una aventura.
Stride tuvo un mal presentimiento.
—¿Una aventura? ¿Con quién?
—Con Tom —replicó Denise—. Por lo que se ve, mi hermana no tenía suficiente con la belleza y el dinero. También tenía que quedarse con mi marido.