25

—¿Adónde fue ayer por la noche, Valerie? —preguntó Serena.

Estaban sentadas frente al fuego en el vestíbulo del Sawmill Inn en Grand Rapids. Valerie vestía un traje clásico de color gris y llevaba el pelo rubio recogido. Contempló el fuego con una expresión incómoda y esquivó la mirada de Serena.

—¿Ir? ¿Qué quiere decir?

—No se haga la tonta. ¿Cree que no estamos vigilando su casa? La noche pasada salió a las once y media y volvió un poco antes de la una.

Valerie pasó los dedos por la suave madera de roble del brazo del sofá.

—¡Ah! Eso. No podía dormir. Salí a dar una vuelta.

—¿Adónde?

—Por la ciudad. Lo hago de vez en cuando. Me siento en un parque al lado del río por la noche. Me gusta estar sola cuando estoy triste.

Serena puso una mano en el hombro de Valerie.

—No avanzaremos nada si me miente.

—No estoy mintiendo.

Valerie miró la puerta. Serena la había interceptado cuando salía de un desayuno en el restaurante del hotel. Los amigos de Valerie se habían quedado allí mirándolas.

—Hace casi cinco años que formo parte de este grupo de oración —comentó, cambiando de tema—. ¿Es usted una persona religiosa, Serena?

—No.

—Yo lo intento.

Serena no dijo nada.

—Una de las mujeres de más edad me preguntó si había pecado —continuó Valerie—. Cree que estoy siendo castigada.

—Eso es una gilipollez —dijo Serena.

—¿Quién sabe? Quizás esté en lo cierto. De todas formas, cuando eres una virgen de sesenta y seis años es fácil ser beata. Para los demás, es un poco más duro.

Serena sorbió un poco de café de un vaso de plástico.

—¿Se encontró con alguien?

—¿Perdón?

—Ayer por la noche.

—Ya se lo he dicho, salí a dar una vuelta en coche.

Serena movió la cabeza.

—Entiendo que no me lo quiera contar, pero cuando la madre de una niña desaparecida empieza a mentirme, me pregunto por qué.

—¿Por qué está tan segura de que miento? —quiso saber Valerie.

—Porque su labio inferior está temblando, su sonrisa es falsa, cambia continuamente de tema y no quiere mirarme a los ojos. ¿Le parece suficiente?

Valerie no respondió.

—¿Era por algo relacionado con Callie? —preguntó Serena—. ¿Le han dicho que no se lo contara a la policía? Entiendo que esté asustada, pero si el secuestrador ha establecido contacto con usted, tiene que decírmelo. Necesito saberlo.

—No fue eso.

—Entonces, ¿qué fue?

—Sólo era alguien que quería jugar conmigo.

—¿Quién?

—Regan Conrad.

Serena se inclinó hacia ella y bajó el tono de voz.

—¿Qué quería?

—Dijo que sabía qué le había pasado a Callie, pero era mentira.

—¿Le dijo que no hablara con la policía?

Valerie negó con la cabeza.

—¿Qué dijo exactamente?

—No importa. No sabía nada.

—Cuénteme qué le dijo, Valerie. ¿Por qué quería verla? ¿Qué le contó sobre Callie?

—No quiero seguirle el juego —replicó Valerie—. Si se lo explico, le estaré dando lo que quiere.

—Voy a hablar con ella de todas formas. Lo sabe. Me da igual si usted piensa que ella le mintió. Si le dijo que sabe qué pasó con Callie, es sospechosa.

—Sólo pretendía sacarme de mis casillas. Quería que yo creyera que Marcus estaba involucrado en la desaparición de Callie. Sólo trataba de vengarse de nosotros; eso es todo.

—¿Le dio información nueva? —preguntó Serena.

—No.

—Entonces, ¿por qué pensaba que Marcus estaba involucrado?

Las mejillas de Valerie se sonrojaron.

—Ella dijo… Dijo que él le había contado cosas, como que no quería que yo tuviera el bebé. Lo mismo que le dijo a la stripper de Las Vegas. No la creo. Sólo deseaba torturarme.

—¿Qué más?

—Eso fue todo.

Serena se dio cuenta de que Valerie cubría con una manta el resto de la historia de la misma manera que una madre taparía a su bebé. Estaba protegiendo algún secreto.

—Me está ocultando algo —la presionó.

Valerie se levantó y alisó su falda.

—No pasó nada más. Regan Conrad no sabía qué le ha pasado a Callie.

—No puedo encontrar a su hija si me oculta cosas. Incluso las cosas a las que no se quiere enfrentar.

—Lo siento. No tengo nada más que decirle.

Valerie se alejó. Serena la vio abandonar el hotel con el elegante paso de una mujer acostumbrada a andar con tacones. Dos de las mujeres del grupo de oración la esperaban al lado de la puerta, pero Valerie no se paró. Cuando Serena salió a su vez, la vio subiendo a su Mercedes en el aparcamiento. Cruzaron sus miradas. En ese instante, Serena vio a través de la coraza de Valerie y sintió como la mujer alargaba la mano en busca de ayuda, como si se estuviera disculpando por tener un secreto que era demasiado horrible para compartirlo. Entonces el momento pasó y Valerie se alejó en dirección a la carretera de Pokegama.

Serena se preguntó cuál era el pecado por el que Valerie pensaba que estaba siendo castigada. ¿Cómo podía cualquier pecado ser más importante que la vida de un hijo?

Valerie no se dirigió a casa. No quería ver a Marcus o tener que someterse al escrutinio de la policía y de los medios. En su lugar, condujo hasta casa de su hermana junto al río y aparcó fuera. Denise no estaba; siempre salía temprano. Vio el coche de Tom en el camino de acceso. Los niños aún estaban en la escuela, excepto el menor, y Valerie sabía que Tom llevaba a Maureen al centro de día de camino hacia el trabajo.

Se quedó sentada en el coche con el motor encendido y se estiró para abrir la guantera, donde estaba el sobre que Regan Conrad le había dado. Lo sacó y le dio la vuelta con delicadeza entre las manos, sintiendo el ligero bulto del papel sellado bajo la solapa. Sólo tenía que abrirlo.

«No tengo que decirte por qué, ¿no?».

Valerie sacudió la cabeza. No permitiría que Regan Conrad envenenara su mente ni tampoco sería responsable de envenenar la mente de Serena. Fuera lo que fuese, no quería saberlo. Volvió a meter el sobre en la guantera y la cerró.

—Valerie.

Alzó la mirada al oír un golpe en la ventanilla y el apagado sonido de una voz. Tom Sheridan estaba de pie fuera del coche con Maureen en brazos. Vestía un abrigo pesado sobre un traje marrón.

—Hola —saludó ella desbloqueando la puerta.

Tom entró. Se calentó una mano poniéndola ante la salida de aire caliente y no dijo nada. Maureen estaba cubierta con una manta de lana y una gorra rosa sobre la cabeza. Valerie alargó el brazo y pasó un dedo por la suave mejilla de la niña, y ésta la recompensó con una risita.

—Hola, cariño —dijo.

Valerie no podía remediarlo. Ver a Maureen agudizaba el dolor de haber perdido a Callie. A pesar de la discapacidad de la niña había un parecido entre ambas. La hija de Denise tenía los ojos de Callie y el eco de su sonrisa.

—¿Cómo estás, Val? —preguntó Tom.

—Estoy bien —murmuró sin apartar los ojos de Maureen.

—¿Quieres entrar?

—No puedo. Sólo necesitaba huir del circo un par de minutos.

Tom asintió y miró su regazo. Valerie alzó la mano y dejó que Maureen agarrara sus dedos. Sus respiraciones empañaban las ventanillas del coche.

—¿Hay algo que pueda hacer para ayudarte? —preguntó.

—No. Ojalá lo hubiera.

—No puedo pensar en otra cosa.

—Lo sé. Te lo agradezco.

—¿Estás segura de que no quieres entrar conmigo?

—No. No he debido venir aquí. Lo siento.

—No lo hagas —la tranquilizó él—. Te iba a llamar esta mañana, pero será más fácil en persona.

Valerie se puso tensa.

—¿El qué?

—Esa reportera, Blair Rowe, vino a mi oficina ayer por la noche.

—¿Qué quería?

Tom vaciló.

—Hay un problema.

—¿Qué pasa?

—Alguien le ha dado cierta información. Le rogué que no siguiera con esto, pero lo va a sacar en el informativo de esta noche.

—¡Oh, Dios mío! —Valerie cerró los ojos—. ¿Qué es esta vez? ¿Algo nuevo sobre Marcus?

Tom sacudió la cabeza.

—No, lo siento mucho, Val. Esta vez no es sobre Marcus.