Por la mañana, se comportaron como si nada hubiera ocurrido entre ellos.
Se levantaron, se ducharon, hicieron café, compartieron sus notas sobre el caso y actuaron como si el elefante de la habitación fuera invisible. En el fondo, Stride sabía que era lo peor que podían hacer, pero ellos eran así. Cada uno refugiado en su rincón para curarse sus respectivas heridas.
Condujeron despacio hasta Grand Rapids a causa de la nieve. La entrada a la casa de los Glenn lucía un blanco inmaculado y, detrás, el lago era de un azul profundo bajo la luz del sol. Valerie Glenn les abrió la puerta. Stride no necesitó preguntar si había visto el informativo de la mañana y la entrevista en Las Vegas con Lavender. Sus ojos azules refulgían de furia. Les condujo a una habitación cálida y soleada en la parte posterior de la casa, se sentó en una silla de mimbre cerca de la ventana y dirigió su mirada hacia la hierba cubierta de nieve que descendía hasta el agua.
—Sería mejor que no se quedara aquí —le sugirió Serena—. Puede que Marcus nos oculte información si usted está en la habitación.
Valerie rió sin ganas.
—¿De verdad cree que él tiene en cuenta mis sentimientos? Es un poco tarde para eso.
Serena había pasado más tiempo con Valerie que Stride pero, aun así, él pudo percibir el cambio que se había operado en ella. Era una mujer que no necesitaba maquillaje para estar guapa, pero esa mañana no se había preocupado en absoluto de su aspecto. Vestía una sudadera ancha del club de campo local, unos tejanos viejos y unos calcetines deportivos blancos. Stride se preguntó si era un mensaje solapado para su marido: «Hoy no soy tu trofeo».
Stride vio a Marcus Glenn en la puerta de la terraza interior. No hubo ningún contacto visual entre él y Valerie mientras el cirujano tomaba asiento en el sofá al otro lado de la habitación. Sus largas piernas sobresalían como zancos más allá del final de los cojines.
—Buenos días, detectives —saludó—. Espero que esto no nos ocupe mucho tiempo. Ya he tenido que cancelar dos operaciones para poder estar aquí.
—Hay algunas cosas que nos gustaría repasar con usted —empezó Stride.
—¿Necesito un abogado?
—No lo sé. ¿Ha hecho algo por lo que pudiera necesitar uno?
Glenn miró a su mujer.
—Un matrimonialista, quizá. —Y añadió—: Es broma, Valerie.
Ella no se dio por aludida.
—Doctor Glenn, esta mañana han emitido una entrevista en televisión con una mujer de Las Vegas que asegura haber mantenido una relación con usted —dijo Stride—. ¿Conoce a esa mujer?
—Sí.
—¿Mantuvo usted una relación sexual con ella? —preguntó Serena.
—No sé qué importancia puede tener eso.
—¡Responde la pregunta! —ordenó con brusquedad Valerie desde el otro lado de la habitación.
Por primera vez, Glenn se estremeció.
—Sí, está bien, lo hice. Una relación intensamente sexual. ¿Es lo que querías oír, Valerie? Como parece que estamos compartiendo secretos familiares quizá querrás que los detectives sepan que no hemos mantenido relaciones desde que Callie nació. Las puertas que conducen al bosque mágico han estado férreamente cerradas mientras atendías todos tus asuntos. Bien, perdóname si no me siento satisfecho con un estilo de vida basado en el celibato.
—Eres un cabrón —murmuró Valerie.
—Esta mujer declara que usted le comentó que ojalá su hija no hubiera nacido —dijo Serena—. ¿Es cierto? ¿Hizo esa afirmación?
Él negó con la cabeza.
—No.
—Entonces, ¿ella miente? —preguntó Stride.
—Está confundida. Probablemente hice algún comentario sobre que mi vida era más fácil antes de que Callie naciera. Mucha gente se siente así cuando tiene un hijo.
—El periodista le preguntó específicamente si usted usó las palabras «no hubiera nacido». Ella asegura que sí.
—Y, como le he dicho, se equivoca.
—¿Nunca dijo eso? —preguntó Stride.
—No.
—¿Es así como se siente? —preguntó Serena.
—¿Qué quiere decir?
—Bien, independientemente de la forma en que lo dijo, ¿cree que sería más feliz si Callie no hubiera nacido?
—No, eso es ridículo.
—Su credibilidad ha perdido enteros, doctor —observó Stride—. Nos mintió sobre Migdalia Vega. Nos dijo que estaba solo en casa la noche que Callie desapareció. Sabemos que no es verdad. ¿Por qué no nos habló de ella?
—Creo que ya sabe por qué. No quería causar problemas a Micki. Es una ilegal y temía que la deportaran. O, peor aún, podrían haberla considerado sospechosa. Ella no sabía qué había pasado, así que no podía aportar nada a su investigación.
—¿Se encontraba ella con usted en su habitación esa noche? —preguntó Stride.
—No, ella estaba en la habitación de invitados que hay sobre el garaje, al otro lado del pasillo.
—Ella declara que se durmió a las diez y media —dijo Serena.
—Es correcto.
—Entonces no sabe usted dónde se encontraba Migdalia o qué hacía durante el tiempo que pasó hasta que descubrió que Callie había desaparecido.
Marcus vaciló.
—Supongo que no, pero es una locura pensar…
—¿Cree que puede haber alguna relación entre la desaparición de Callie y que Migdalia perdiera a su hijo el año pasado? —le cortó Stride.
—¿Qué? No, desde luego que no.
—¿Era usted el padre del niño?
Marcus se reclinó en el sofá y cruzó los brazos sobre el pecho.
—Por supuesto que no.
—¿Se ha acostado alguna vez con ella?
—No.
—¿Qué me dice de Regan Conrad? —preguntó Serena.
Marcus Glenn volvió la cabeza rápidamente ante la mención del nombre de Regan.
—¿Perdone?
—Ya me ha oído —replicó Serena.
—Sí. De acuerdo. Tuve, y hago hincapié en el tiempo pasado, una relación con Regan Conrad. —Se volvió hacia Valerie—. Corté con ella. Te lo conté hace meses.
Valerie no dijo nada.
—¿Cuándo cortó su relación con la señorita Conrad? —preguntó Stride.
—Este invierno.
—¿Después de que naciera Callie?
—Sí.
—¿Por qué decidió terminarla?
—Mi mujer sabía lo de mi aventura —respondió, con otra mirada a Valerie—. Después de nacer Callie, quiso que la terminara. Yo estuve de acuerdo.
—Me han explicado que estaba usted preocupado por el comportamiento de Regan Conrad —dijo Serena—. Le contaba a la gente que estaba loca. ¿Loca en qué sentido?
—Regan es extrema. Manipuladora. Intenta llevarte adonde quiere y es muy buena en eso. Dejé que nuestra relación durara más de lo debido precisamente por esa razón.
—¿Cómo se tomó que la dejara? —preguntó Stride.
—No muy bien —contestó Glenn.
—¿Qué quiere decir?
—Me golpeó en la cara e intentó romperme los dedos. Quería que me divorciara de Valerie y me casara con ella. Obviamente, eran falsas ilusiones. Nada de eso iba a suceder.
—¿Ha estado ella alguna vez en su casa? —preguntó Serena.
El cirujano resopló; parecía incómodo.
—Algunas veces.
—Entonces, ¿ella conoce la distribución de la casa?
—Supongo que sí.
—¿Le dio alguna vez una llave?
—Creo que en una ocasión le presté una llave de repuesto.
—¿Se la devolvió?
—La verdad es que no me acuerdo —replicó él, dudando—. No creo que lo hiciera. Pero esto es hablar por hablar, detectives. Regan estaba trabajando la noche en que Callie desapareció. Créanme, lo he comprobado.
—¿Lo ha hecho? —preguntó Stride—, ¿por qué?
—Ya se lo he dicho. Ella es imprevisible. Violenta.
—¿Por qué no nos habló de ella si creía que podía estar involucrada en el secuestro de su hija?
—¿Tengo que explicarlo? Mire lo que ha pasado en mi vida los últimos cuatro días. He sido condenado por la prensa y ustedes me han sometido a un interrogatorio humillante en presencia de mi esposa. Intentaba evitar todo esto.
—¿Profirió alguna vez Regan Conrad alguna amenaza hacia usted, su mujer o su hija? —preguntó Serena.
—No, explícitamente, no.
—¿Hubo entonces amenazas implícitas?
—Es vengativa e inteligente. Cualquier cosa es posible con ella. La han arrestado varias veces.
—¿Arrestado? ¿Bajo qué acusación? —preguntó Serena.
—No lo sé. Retiraron los cargos. Hizo referencia a ello una vez, de pasada.
—¿Hasta qué punto conocía Regan a Micki Vega? —quiso saber Stride.
—Estaban unidas —explicó Glenn—. Regan puede ser una persona inestable, pero es una enfermera brillante. La he visto con las madres que acaban de dar a luz. Se convierte en su apoyo. El vínculo entre la madre y la comadrona es excepcionalmente intenso durante y después del nacimiento de un niño. Sobre todo cuando hay problemas.
—¿Problemas?
—Un parto difícil. Depresión posparto. Cosas como ésas… y, obviamente, en el caso de Micki, perder el bebé.
—¿Pudo Regan haber manipulado a Micki para que la ayudara a secuestrar a Callie?
Glenn reflexionó sobre este punto y negó con la cabeza.
—No lo creo, de verdad. Micki no. Me es leal. Además, ¿secuestrar un bebé? Es un acto atroz. Micki nunca se metería en un asunto así.
Stride miró a Serena, quien asintió.
—Doctor Glenn, hablemos claro. ¿Hizo usted alguna clase de daño a su hija?
—No, absolutamente no.
—¿Está usted involucrado en su desaparición de alguna manera? Aunque sea porque se la llevó de la casa o ayudó a alguien más a hacerlo…
—No.
—¿Sabe qué le pudo ocurrir?
Marcus se puso en pie.
—No. No puedo decirlo más claro. No estuve involucrado en la desaparición de Callie, de ningún modo. Pierden el tiempo escuchando el discurso sin sentido de Blair Rowe y del resto de los medios. Sé que es muy televisivo pintarme como una suerte de demonio, pero el hecho es que soy inocente. Lo mejor que podrían hacer es dejar de hostigarme y dedicarse a su trabajo. Averigüen qué le ha pasado.
Se dio la vuelta en dirección a la terraza, pero Serena le detuvo.
—Podemos aclarar esto de una vez por todas, doctor Glenn. Nos gustaría que se sometiera a la prueba del polígrafo.
Marcus la miró con suspicacia.
—¿Al polígrafo?
—Sí.
—Los test del polígrafo son notablemente inexactos, e inadmisibles en un juicio, ¿no es así?
—Sí, pero nos ayuda a tachar gente de la lista —explicó Serena—. Cuando lo pase, sabremos si debemos enfocar nuestra investigación en otro sentido. Por lo demás, una nube de sospechas se cierne sobre usted, particularmente, dadas las omisiones en sus declaraciones.
Valerie se inclinó hacia delante.
—Creo que deberías acceder, Marcus. Y yo también. Dejemos que se aseguren de que estamos limpios, y así podrán averiguar quién ha hecho esto en realidad.
—Oh, entonces ¿tú también crees que estoy implicado? —Glenn meneó la cabeza con firmeza—. Lo siento, pero no. No voy a hacerlo. Desde luego no sin consultar antes a un abogado.
—Marcus —exclamó Valerie con un grito ahogado.
—He dicho que no. Eso no significa que tenga algo que ver con esto, pero con demasiada frecuencia la gente inocente se ve atrapada por los vericuetos legales. Lo lamento.
Marcus Glenn se metió las manos en los bolsillos y salió de la habitación visiblemente indignado.