18

La medianoche del domingo, Stride apagó las luces del cuartel general. De pie en la oficina a oscuras, dirigió su mirada hacia las calles de Grand Rapids, vacías bajo el brillo de los rótulos de neón y los semáforos. Había nevado la mayor parte del día y un manto de nieve cubría la hierba. Se arrebujó en su chaqueta de cuero y cerró la puerta de la oficina al salir. Mientras esperaba el ascensor, se pasó ambas manos por el pelo ondulado y se masajeó el cuero cabelludo. Tenía un terrible dolor de cabeza y nada deseaba más que dormir unas cuantas horas.

Las puertas del ascensor se abrieron, pero antes de que pudiera entrar, chocó con una mujer bajita y flaca que se interpuso como una flecha entre él y las puertas.

—¡Oh! —gorjeó Blair Rowe—. ¡Teniente Stride! Me han dicho que todavía estaba aquí.

Él negó con la cabeza.

—No estoy aquí, Blair. Esto es una grabación. Deje un mensaje y verifíquelo conmigo mañana por la mañana.

Ella soltó una risita.

—Muy gracioso. Es una monada. No, tengo algo para usted. Tiene que ver esto.

—¿Cómo ha llegado aquí, Blair? —preguntó Stride—. He dado órdenes abajo de disparar contra quien lo intentara.

—¡Muy gracioso otra vez! Pero no olvide que fui al instituto con la mitad de los policías del edificio. —Le tendió una caja de galletas redonda—. Además, mi madre ha hecho galletas de mantequilla de cacahuete. Ningún hombre puede resistirse a ellas. ¿Quiere una?

—No.

—Oh, anímese, teniente —le regañó Blair—. Estoy cumpliendo con mi parte. Le mantengo informado. Esto saldrá en los titulares de la mañana, pero he pensado que le gustaría echarle un vistazo antes. ¿Lo ve? Me gusta jugar en equipo.

Rebuscó en el bolsillo de su impermeable azul marino y agitó un DVD delante de él.

—¿Qué es?

—Algo caliente. ¿Conoce el dicho de que todo lo que pasa en Las Vegas se queda en Las Vegas? Pues esta vez no. Uno de nuestros periodistas ha encontrado una stripper que ha declarado que se acuesta con Marcus Glenn cuando él viaja a la ciudad del pecado. Tiene algunas informaciones jugosas.

Stride no quería que el asunto le sorprendiera por la mañana.

—Muy bien, de acuerdo. Venga conmigo; vamos a verlo.

Retrocedieron por el pasillo para volver a la oficina. Stride encendió las luces al entrar y tiró su chaqueta sobre el respaldo de una silla.

Blair se balanceó sobre sus tacones. Sus ojos se dirigieron a las pilas de papel que alfombraban la habitación.

—Nada de lo que vea por aquí —le advirtió Stride—. ¿Lo ha entendido?

—Sí, de acuerdo. ¿Me vio anoche en directo?

—Sí, la vi. Tenga cuidado, Blair. Casi acusó a Marcus Glenn de matar a su hija. Si sigue por ese camino se expondrá a una demanda.

Blair se encogió de hombros.

—¡Bah! Dije «presunto» y todas esas palabrejas. Me limito a señalar los hechos.

Blair abrió la tapa de la caja de galletas y cogió una redonda con un adorno de chocolate en el centro. Se la metió entera en la boca y la masticó.

—¿Está seguro de que no quiere una?

—Seguro.

Ella se chupó los dedos y lo escrutó a través de sus gruesas gafas negras.

—¿Qué aspecto tengo, por cierto? La cadena pagó el peinado y el maquillaje. Elegante, ¿eh?

Stride se dio cuenta de que Blair había ganado en refinamiento. Su pelo, sucio y grasiento cuando se conocieron, estaba ahora cortado, rizado y fijado en su sitio con laca. Su piel antes enrojecida lucía tersa y rosada.

—Tiene buen aspecto, Blair.

—¿Bueno? ¿No puede hacerlo mejor?

Él señaló el DVD que sostenía en la mano y el televisor del rincón.

—¿Qué hay en el disco?

Blair lo deslizó en el reproductor de DVD que había en la estantería debajo del televisor.

—Es una entrevista que un periodista de Las Vegas le hizo a una negra explosiva esta misma tarde. Hace striptease en un club del centro. Su nombre es Lavender no sé qué más.

—¿Lavender?

—Sí.

Stride se rió.

—¿Cómo la encontró ese periodista?

—Ella acudió a él cuando vio la historia de Callie en los informativos.

Cuando el reproductor se puso en marcha, la imagen de Lavender llenó la pantalla. Lucía una melena negra lisa y labios llenos rosa pálido, con dientes blancos que parecían llevar fundas. Se golpeaba impacientemente la mejilla con una larga uña mientras el cámara se tomaba su tiempo para enfocarla, desplazándose hacia arriba por sus largas piernas y demorándose en sus pechos operados, que llenaban su camiseta.

¿Cómo conoció a Marcus Glenn? —preguntó el reportero.

Es un habitual del club de striptease en el que trabajo. Viaja a Las Vegas tres o cuatro veces al año.

¿Cómo es él?

Los labios de Lavender se curvaron en una sonrisa.

Es un médico, cariño. Los médicos tienen ese complejo de dioses… Cuando te follan, es como si estuvieran entregándote la semilla de la sabiduría. ¿Sabes lo que quiero decir?

Blair se rió.

—Adoro esta parte.

—Entonces, ¿mantenía usted una relación sexual con Marcus Glenn?

—Sí.

—¿Sabía que estaba casado?

—Desde luego. Lo prefiero así. Sin ataduras. No vienen a verte con un anillo y se arrodillan en el suelo. El asunto va de cenas caras y unos cuantos polvos dulces, y luego se van a casa.

—¿Se trataba de… una relación con dinero de por medio?

Los ojos de Lavender se iluminaron de rabia.

A mí nadie me compra.

—Sí, excepto por las cenas con langosta y por las «baratijas» —comentó Blair.

—¿Le contó Marcus Glenn algo acerca de su vida personal?

—No demasiado. Los hombres que van a Las Vegas quieren olvidar lo que tienen en casa, ¿comprende? Pero vi una foto de su mujer que llevaba encima. Es guapísima. Una vez le pregunté si estaba conmigo porque su mujer no era suficiente para él.

—¿Y qué le respondió él?

—Dijo que uno sólo usa la vajilla buena en las ocasiones especiales.

La risa de Lavender era profunda y gutural. Stride hizo una mueca de disgusto al imaginar este vídeo en las noticias; sabía que sería una cuchillada al corazón de Valerie Glenn. Stride no sentía ninguna simpatía por Marcus Glenn. Odiaba los daños colaterales que siempre sacudían a las familias cuando éstas se convertían en víctimas de crímenes. No era suficiente con perder una hija. Ahora Valerie Glenn tenía que enfrentarse a la vacua realidad de su matrimonio.

—Ahora viene lo bueno —señaló Blair—. Escuche.

—¿Sabe lo que le ha pasado a la hija de Marcus Glenn? ¿Que ha desaparecido?

—Desaparecido. Sí, eso es lo que él dice. No me lo creo.

—¿Qué quiere decir?

—Vi a Marcus en primavera. En abril, creo. Mientras cenábamos dejó caer que su mujer había tenido un hijo unos meses antes. ¿Qué iba a decirle? Le felicité.

—¿Qué dijo él?

—Que había sido idea de su mujer. Me contó que él hubiera sido infinitamente más feliz si la niña no hubiera nacido.

—¿Si no hubiera nacido? ¿Usó esas palabras?

—Sí. La verdad, para mí eso significó el final. La siguiente vez que vino a la ciudad, le esquivé. En cuestión de engañar a su mujer, los hombres son hombres, ¿vale?, pero no quiero en mi cama a alguien que es capaz de decir eso de su propia hija.

Blair pulsó el botón de «stop» del aparato reproductor y expulsó el disco.

—Eso es todo. ¿No le hiela la sangre? Ya le dije que Glenn es un tipo frío.

—¿Va a emitir esto? —quiso saber Stride.

—Puede jurarlo. Mañana por la mañana. He intentado conseguir declaraciones de uno o dos de los Glenn, pero se niegan a hablar.

—Me gustaría tener una copia del disco —le dijo Stride.

—Por supuesto. ¿Qué tal si hace una declaración sobre esta historia? O mejor aún, ¿una entrevista en directo?

—Todavía no.

La cara de Blair se contrajo de frustración.

—Parece que este acuerdo sólo funciona en un sentido, teniente. Yo le doy trapos sucios y usted no me da nada.

—Cuando tenga algo, estará en primera línea —le aseguró Stride.

—Sí, promesas, promesas. De todas formas, ¿qué piensa? ¿Cambia esto su opinión sobre Marcus Glenn?

¿Off the record?

—Si no hay más remedio.

Stride metió una mano en la caja de galletas y sacó una. Se la comió de dos bocados, dejando para el final el chocolate.

—Tiene razón, son unas galletas excelentes —reconoció, y añadió—: Off the record, Marcus Glenn ha estado mintiendo desde el primer día. Me gustaría saber por qué. Me gustaría saber qué oculta.