17

El domingo por la tarde, Serena encontró a Valerie Glenn en casa de su hermana.

Denise Sheridan y su marido vivían en el centro de Grand Rapids, en una parcela con jardín cerca del río. Era una casa pequeña para una familia con cuatro hijos. El revestimiento de madera estaba sucio y necesitaba una mano de pintura y faltaban algunas de las tejas rojas del tejado. Un barco de pesca descansaba en un remolque oxidado al lado de la casa y el césped estaba sembrado de juguetes viejos. Media docena de altos pinos empequeñecían la casa y la ocultaban de la calle.

Denise abrió la puerta. No tenía muy buen aspecto y parecía impaciente. Al ver a Serena, dirigió un pulgar hacia el pasillo que quedaba detrás de ella.

—Valerie y Tom están en la sala de estar. Tengo que ir a vigilar a los peques. —Bajó la voz y añadió—: ¿Hay alguna novedad?

Serena negó con la cabeza.

Denise frunció el ceño y subió al piso de arriba, donde Serena pudo oír el alboroto de los críos. Encontró el camino a la sala de estar, un espacio cuadrado abarrotado de muebles viejos. Había un piano vertical apoyado contra una pared, con pilas de partituras sobre el banco. Un niño pequeño, de no más de cinco años, estaba sentado en el suelo tarareando mientras pintarrajeaba con un lápiz rojo la ilustración de una vaca en un libro para colorear. La habitación olía a tostadas quemadas.

Valerie Glenn estaba sentada en el sofá de piel. Parecía luminosamente fuera de lugar. Sus ropas, su maquillaje, su cabello eran perfectos. En contraste, el cuero donde descansaba su delgado brazo estaba raído, con cortes y pinchazos en el tejido. Valerie mostraba una sonrisa triste, lejana, mientras miraba al niño que jugaba a sus pies en el suelo.

Un hombre permanecía junto a Valerie y le cogía de la mano. Tenía unos cuarenta años; varios mechones grises adornaban su cabello castaño y su barba estaba pulcramente recortada. No era grueso, pero tenía los hombros fornidos y la barriga cervecera del típico hombre de Grand Rapids que pasa mucho tiempo al aire libre. Sus tejanos tenían un agujero deshilachado en el bolsillo y las mangas de su sudadera estaban arremangadas hasta más arriba de los codos.

—Oh, hola, Serena —murmuró Valerie levantando la cabeza al verla aparecer por la puerta—. ¿Conoces a Tom Sheridan?

—No, no le conozco.

Tom se levantó del sofá. Era un hombre corpulento, pero su apretón de manos fue suave.

—Soy el marido de Denise.

—¿Y quién es él? —preguntó Serena mientras se ponía de cuclillas frente al niño que estaba en el suelo.

—Es Evan —dijo Tom—. Evan, ¿por qué no dices hola?

El chico no levantó la vista del libro para colorear.

—Hola.

Serena se rió y se puso en pie.

—Tienen un artista en ciernes —dijo.

—Lo único que deseo es que no practique en las paredes del dormitorio —replicó Tom, que se sentó de nuevo y pasó un brazo sobre el hombro de Valerie para reconfortarla. Miró a su cuñada y dijo a Serena—: Lamento tener que ser el malo de la película, pero nos sentimos frustrados.

—Lo entiendo. Nosotros también.

—¿Cómo pudo Callie desvanecerse en el aire? —preguntó Tom.

—Créame, estamos haciendo todo lo posible para encontrarla —le aseguró Serena.

—Ya sé cómo va esto, señorita Dial. Estoy casado con la ley. Sé que no pueden chasquear los dedos y darnos respuestas. Pero estaría mintiendo si no le transmitiera nuestra preocupación e impaciencia. Cada día que pasa hace que Callie parezca más lejana.

Valerie dirigió una mirada al televisor situado en un rincón de la sala. El volumen estaba bajo.

—¿Hay algo que pueda hacer con los medios? —preguntó—. Sé que hay libertad de expresión y todo eso, pero me siento como si estuvieran tratando de destruir nuestra familia. ¿Vio a Blair Rowe ayer por la noche? No hace más que difundir mentiras sobre Marcus. ¿Quién va a buscar a Callie si creen que mi marido es un monstruo?

—El mejor consejo que puedo darle es que no vean la tele —dijo Serena—. Aunque den basura y chismorreos, queremos que la foto de Callie salga en las noticias noche tras noche. Cuanta más gente la vea, más posibilidades tendremos de encontrarla.

—Tiene razón, Valerie —intervino Denise mientras entraba en la sala de estar por detrás de Serena. Apartó una pila de libros infantiles del sillón reclinable y se dejó caer con un gruñido. Luego se mordió una uña y miró a su hermana—: Conozco a Blair Rowe. Es una novata engreída que se cree ante su gran oportunidad. Olvídala.

Tom Sheridan miró a su mujer con preocupación.

—¿Cómo está Maureen?

Denise se encogió de hombros.

—Bien.

—Nuestra hija pequeña tiene síndrome de Down —explicó Tom—. No oye bien y se pone muy nerviosa si se levanta de la siesta y ninguno de nosotros está cerca.

—No tienes por qué contar nuestra vida —le soltó Denise.

—No hay nada de qué avergonzarse —replicó Tom.

Los ojos de Denise fulminaron a su marido.

—¿Acaso he dicho que esté avergonzada? —Se inclinó hacia delante y cerró el cuaderno para colorear de su hijo—. Evan, ¿puedes llevar esto a tu habitación, por favor? Gracias.

El silencio se instaló entre los adultos de la habitación mientras el chico recogía sus lápices y subía las escaleras. Denise lo observó irse, con los brazos cruzados encima del pecho.

—De verdad, Tom, ¿en qué estabas pensando? Hablar de esta manera delante de los niños…

—Lo siento.

Denise no respondió.

—La condición de Maureen ha sido un golpe para nosotros —continuó Tom con una sonrisa de disculpa hacia Serena—. Como si cuatro niños no fueran reto suficiente…

—Oh, por el amor de Dios —ladró Denise.

Se levantó de un salto del sillón y pasó como una tromba a través de las puertas basculantes que llevaban a la cocina. Éstas oscilaron violentamente antes de volver a la quietud. Serena oyó un estruendo de ollas y un ruido exagerado de puertas de armarios de cocina al abrirse y cerrarse.

—Lo siento de verdad —se disculpó Tom—. Un mal día.

—No se preocupe.

Valerie se levantó.

—Supongo que querrá hablar conmigo.

—Sí.

Ella asintió y se inclinó para abrazar a su cuñado.

—Gracias por todo, Tom, de verdad.

Tom sostuvo su mano.

—Llámame si necesitas cualquier cosa, ¿de acuerdo?

—Lo haré —respondió Valerie, y se dirigió a Serena—: ¿Vamos a dar una vuelta?

Ya fuera de casa, Serena y Valerie anduvieron hasta el final de la manzana y siguieron hasta el puente que cruzaba el río. Los copos de nieve se posaban en sus cabellos y el frío enrojeció sus caras. Valerie se apoyó en la barandilla, fijó la mirada en el agua oscura y se frotó las manos.

—Le debo una disculpa —empezó.

—¿Por qué?

—En nuestra primera conversación, le dije que usted no podía entender cómo me sentía porque no tenía hijos. Fue una estupidez.

—No se preocupe por eso.

—Bueno, me sentí como una idiota después de que se marchara. Lo siento. Soy la última persona que debería hacer que otra mujer se sintiera mal por no tener hijos. Intenté quedarme embarazada durante tres años y fue un infierno.

—Estoy segura de que lo fue.

—Me gustaría poder decirle que Marcus ha sido un consuelo en todo esto, pero me temo que no es su especialidad. Es gracioso, ¿no? Marcus se dedica a sanar a la gente y Tom vende seguros, y ¿quién de los dos sabe escuchar mejor?

—Parece que Denise y Tom tienen problemas —observó Serena.

Valerie asintió.

—Están juntos desde el instituto pero, en algún lugar del camino, Denise olvidó que se supone que están enamorados.

—¿Qué me dice de usted y Marcus?

Una sonrisa triste se abrió paso en la cara de Valerie.

—Nunca hemos sido el mejor de los matrimonios. Pensé que tener un hijo facilitaría un acercamiento. O quizá quería un bebé para que me diera la clase de amor que mi marido no puede darme. No le culpo, él sólo es como es. Pero ¿tres años intentándolo sin conseguirlo? Cuanto más tiempo pasaba, más desesperada estaba. —Miró a Serena de reojo—. No parezco una mujer desesperada, ¿no? Honestamente, si Callie no hubiera nacido, no sé que habría hecho. Ella me salvó.

—Tengo una pregunta desagradable para usted.

Valerie se dio la vuelta y se apoyó en la barandilla. Miró el frío cielo azul.

—Parece que ésa es la única clase de preguntas que tiene.

—Lo sé. Y lo siento.

—Está bien. Adelante.

—¿Conoce una enfermera del St. Mary’s llamada Regan Conrad?

Valerie bajó los ojos hacia el agua.

—¿Es ella? ¿Ella es la mujer a la que Marcus…?

—Sí.

—Lo siento, no, no la conozco. No debe de estar en Ortopedia. Conozco a todo el personal que trabaja con Marcus.

—Trabaja en Maternidad —dijo Serena.

Valerie volvió la cabeza con rapidez.

—¿Maternidad?

—Sí, eso es.

Valerie se tapó la nariz y la boca con ambas manos y sacudió la cabeza.

—Lo sabía. Sabía que estaba allí.

—¿Qué quiere decir?

Valerie se llevó las manos a la barbilla, como si estuviera rezando.

—Fui al hospital en Nochevieja —le explicó a Serena—. Sólo había unas cuantas mujeres más en la sala esa noche y uno de los bebés tenía problemas, por lo que la mayoría de las enfermeras no me prestaba atención. Estaban esperando que mi médico volviera de una fiesta y me tenían sedada para ponerme la epidural. Me dormía y me despertaba continuamente. Debía de ser después de la medianoche. Había mucho ruido; la gente tocaba esas pequeñas trompetas y gritaba cosas sobre el Año Nuevo. Me desperté y estaba sola, pero supe que ella había estado allí. Olí su perfume. Era el mismo que había olido en mi cama tantas veces. Después creí que había sido mi imaginación, pero ella debió de venir a verme.

Valerie se estremeció.

—¿Estaba Marcus con usted en el hospital esa noche? —preguntó Serena.

—Iba y venía —respondió un poco a la defensiva—. Ya se lo he dicho, dormí mucho por los medicamentos.

—Por supuesto.

Valerie movió la cabeza.

—Ella estuvo allí, en mi habitación. Esa noche. Dios mío, dígame que ella no…

—¿Qué?

—Nada. No es nada. ¿Qué quiere saber de Regan? ¿Cree que es posible que ella se haya llevado a Callie?

—La verdad es que no lo sé. Estoy intentando averiguar todo lo posible sobre ella. Al parecer estuvo en el hospital la noche del jueves, cuando se llevaron a Callie, pero eso no significa que no esté involucrada. Tenía una llave de su casa. Ella también conoce… Bien, ella también conoce a Migdalia.

—¿Conoce a Micki? Oh, Dios mío. Lo sabía. Nunca he confiado en ella.

—Eso no significa que Micki esté involucrada en lo que le ha pasado a Callie —aclaró Serena—. Pero estamos investigándolas a las dos. —Y añadió—: ¿Sabía que el año pasado Micki perdió el hijo que esperaba?

—¿Micki? No tenía ni idea.

—Su marido la ayudó. Regan era su enfermera.

Valerie se volvió de golpe y se inclinó tanto sobre la barandilla que Serena temió que fuera a arrojarse al río.

—¿Marcus hizo eso?

—Sí.

—¿Era su bebé? —preguntó Valerie con voz amarga.

—Micki asegura que no.

Valerie abrió la boca y la volvió a cerrar. Se abrazó a sí misma, temblando.

—Lo siento, ¿qué significa todo esto?

—No estamos seguros. Tal vez no sea relevante para el caso. Pero tengo que decirle que me preocupa que Marcus nos haya ocultado información. Nunca mencionó su relación con Regan y omitió el hecho de que Micki estaba con él la noche en que Callie desapareció.

—Cree que está involucrado, ¿verdad? —preguntó Valerie—. Usted piensa que le ha hecho algo a nuestra hija.

—No estoy diciendo eso —repuso Serena—. Pero vamos a hacerle algunas preguntas difíciles y queremos que se someta a la prueba del polígrafo.

—No me lo puedo creer.

—Valerie, la gente oculta cosas por todo tipo de razones. No saque conclusiones precipitadas. Si el polígrafo sirve para probar que Marcus no está implicado, podremos centrarnos en otras personas. También examinaremos con lupa a Regan y a Micki.

Valerie rozó a Serena al pasar junto a ella sobre el puente.

—Tengo que irme.

—Por favor, espere.

—Lo siento, ahora mismo no puedo enfrentarme a esto.

Serena la llamó, pero Valerie siguió caminando sin volver la vista atrás. Anduvo cabizbaja y con las manos en los bolsillos. Al final del puente, empezó a correr mientras su largo pelo rubio flotaba desordenadamente detrás de ella. Corrió hasta que desapareció detrás de los pinos que bordeaban la calle, donde Serena ya no podía verla.