Stride volvió del cementerio bien avanzada la tarde del viernes y aparcó frente al juzgado del condado de Itasca en Grand Rapids, donde estaba emplazado el departamento del sheriff. El edificio de tres plantas ocupaba una manzana entera e incluía la mayoría de las oficinas del condado. Serena y él podían sentirse afortunados de disponer de un despacho en la última planta, no mucho mayor que un armario, que se utilizaba como cuartel general para la investigación.
En su camino hacia el edificio, pasó junto al monumento de granito en honor a los veteranos y por debajo de la ondeante bandera, pero antes de entrar, su estómago soltó un gruñido. Se dio cuenta de que no había comido más que un donut de chocolate desde la noche anterior y estaba tirando de cafeína para mantenerse despierto. Vio un Burger King en la otra acera de la calle Cuatro y cruzó para zamparse una comida tardía y grasienta.
En el parking, pasó junto a un oxidado Ford Taurus. Una mujer delgadísima estaba sentada en el asiento del conductor engullendo un Whopper doble y un refresco extragrande. Sus ojos se encontraron y ella escupió un bocado de su hamburguesa en la bolsa de papel y bajó presurosa la ventanilla para saludarle con la mano.
—¡Oiga!
Stride se detuvo. La mujer se precipitó fuera del coche envuelta en el olor de comida rápida, y le tendió la mano. Él se la estrechó y se secó el ketchup de los dedos.
—Usted es el teniente Jonathan Stride, ¿verdad? Soy Blair Rowe, del Grand Rapids Herald.
Él soltó un gruñido.
—Nada de entrevistas, Blair. Si supiera algo nuevo, se lo habría dicho. Tengo diez minutos para comer y luego debo volver dentro.
—Diez minutos es genial. Perfecto. Off the record, sólo póngame en antecedentes, ¿por favor…?
La última cosa que deseaba Stride era comer con una periodista, pero este caso demandaba la máxima publicidad posible en los medios. Necesitaba que Callie permaneciera en la primera página de los periódicos hasta que alguien aportara una pista sólida.
—Diez minutos —concedió.
—Genial, fabuloso. Vaya a pedir la comida y yo le esperaré en la mesa. Se lo agradezco de verdad, teniente.
Stride pidió un sándwich de pollo, rechazó las patatas fritas y añadió al pedido una Coca-Cola light. Tras recoger su bandeja de comida, vio a Blair Rowe sentada a una mesa junto a la ventana y moviendo los dos brazos para llamar su atención. Ya se había comido casi toda su hamburguesa y se estaba metiendo tres patatas fritas a la vez en la boca.
—¿Cómo consigue mantenerse tan delgada? —preguntó.
—Adrenalina —respondió ella.
Blair no se estaba quieta. Incluso mientras se embuchaba comida en la boca, tamborileaba con los dedos en la mesa y cruzaba y descruzaba las piernas al tiempo que cambiaba de posición en la silla. Al mirarla, Stride se sintió un poco mareado.
—Está informando sobre el caso de Callie en la CNN ¿verdad? —le preguntó.
—¡Sí! Es algo grande, grande, grande. Voy a aparecer en Nancy Grace esta noche. Quieren a alguien que conozca la zona. Por una vez en mi vida, es una ventaja ser de un lugar en ninguna parte en medio de Minnesota.
—Felicidades.
Ella ignoró la ironía de su tono.
—¡Gracias! Es un cambio muy estimulante para mí; bueno, ya me entiende, lo que ha ocurrido es horrible, pero no se imagina lo guay que es estar implicada en una noticia de alcance nacional. Mi madre sigue todos los informativos. Normalmente, durante la temporada baja Grand Rapids es un muermo. El tipo de noticias que sacamos en noviembre es que un payaso ha vomitado en la fiesta de cumpleaños de un niño.
Las gruesas gafas negras de Blair resbalaron por su nariz. Se las volvió a colocar en su sitio con el dedo índice.
—¿Hace mucho tiempo que trabaja para el periódico? —preguntó Stride.
—Dos años —replicó ella, y sorbió el refresco con su pajita—. Me encantaría ir a la ciudad, pero los diarios están despidiendo personal a diestro y siniestro. Hoy en día es muy jodido ser periodista. Quién sabe, quizá pueda dar el salto a la televisión. Nunca me he planteado en serio eso de salir en la tele, pero es divertido cuando la luz roja se enciende.
Stride no replicó. La intensa personalidad de Blair se parecía al martilleo de una ametralladora, y dudó que pudiera adaptarla a la intimidad necesaria en un medio como la televisión. Tampoco creía que tuviera presencia para ser periodista televisiva: ni un peinado de peluquería informal ni un cuerpo escultural. Su pelo castaño era grasiento y los gruesos cristales de sus gafas dejaban claro que sin ellas casi no podía ver. Las lentes ampliaban sus ojos oscuros y hacían que parecieran enormes. Su cara era estrecha, con una nariz con aspecto de accidentada pista de esquí y una barbilla puntiaguda. Vio un par de granos disimulados con maquillaje, y sus dientes necesitaban aparatos correctores. La verdad era que no estaba lista para los primeros planos.
Blair terminó su hamburguesa y se chupó las puntas de los dedos. Echó un vistazo desconfiado al restaurante medio vacío y se inclinó hacia delante.
—Ya sabe cuál es la pregunta que se hace todo el mundo —susurró—. ¿Fue Marcus Glenn?
—Sin comentarios —respondió él.
—Oh, venga, teniente. Podemos ayudarnos el uno al otro. Conozco bien Grand Rapids. Mi padre trabajó toda su vida en la planta de UPM y mi madre enseña inglés en séptimo curso. Éste es mi pueblo.
—¿Y?
—Pues que nadie puede tener muchos secretos por aquí. ¡Qué diablos!, ¿para qué necesitamos intermitentes? Todo el mundo sabe adónde van todos los demás. ¿Piensa que no he oído rumores sobre Marcus Glenn durante años?
—¿Qué tipo de rumores? —preguntó Stride.
Blair esbozó una amplia sonrisa y se subió las gafas de nuevo.
—Usted primero.
—Esto no es un juego, Blair. Estamos intentando encontrar a una niña.
—Lo sé, pero los dos tenemos que hacer nuestro trabajo. El mío es fisgar en los asuntos de los demás.
Stride dio dos bocados a su sándwich de pollo y decidió que no tenía más hambre. Apartó su bandeja.
—Tengo que irme.
—Vale, vale. Le contaré lo que sé y usted me contará lo que sabe. Lo que se comenta en sociedad es que el matrimonio de Valerie y Glenn se tambalea. ¿Sabía que ella va a un psiquiatra?
—¿Cómo lo sabe?
—Ya se lo he dicho, es un pueblo pequeño. La confidencialidad doctor-paciente no sirve de mucho cuando la gente tiene ojos en la cara. Es fácil ver quién entra en qué puertas, ¿sabe?
Stride permaneció en silencio.
—Ha tenido al menos una crisis nerviosa —continuó Blair—, y todo el mundo sabe por qué: Marcus tiene un lío con otra mujer. Cada fin de semana coge un avión a Las Vegas, y ya puede imaginarse qué hace allí. La familia que vive en esa casa está jodida.
Stride se encogió de hombros.
—Muéstreme una familia que no lo esté.
—Sí, anótese el punto. Todo el mundo oculta secretos. Pero yo tengo instinto para descubrir lo que huele mal. ¿Ha estado en el hospital de Duluth donde trabaja Marcus?
—Mi compañera irá mañana.
—Estuve allí esta mañana —dijo Blair con una sonrisa petulante—. Apenas hay nadie que quiera hablar de él. Están asustados.
—¿Por qué?
Blair inclinó la bolsa de patatas para hacer caer las últimas migas y la sal en su boca.
—Me encantan las patatas fritas. ¿Puede haber alguien a quien no le gusten?
—¿Por qué tiene miedo la gente del hospital? —insistió Stride.
—Si no le gustas a Marcus, estás despedido —le contó Blair—. Nadie quiere dar la cara por él. ¿Sabe cuando alguien hace algo malo y sus vecinos y amigos dicen: «De ninguna manera, él no, no puede ser»? Bien, no había nadie en el hospital que estuviera deseando decirme que Marcus era inocente. Lo que sí les sorprendió fue que Valerie y él tuvieran un bebé.
—Eso no significa nada.
—Le he oído, teniente. Tendría que ser más discreto. Sólo contésteme a esto. ¿Ha barajado la posibilidad de que Marcus Glenn haya asesinado a su hija?
—Por lo que sé, Callie está viva y voy a encontrarla —replicó Stride—. Lo mejor que puede hacer es mantener su foto en las noticias, por si alguien la ve.
Blair mordisqueó el extremo de su pajita. Por debajo de la mesa, su pierna se balanceaba rítmicamente y movía la mesa con tanta fuerza que el refresco de Stride se agitaba en el vaso amenazando con derramarse por el borde.
—Oh, lo haré, pero si hay cadáveres en el armario de Glenn, los encontraré.
—No nos oculte pruebas —soltó Stride con brusquedad.
—¿Ocultarlas? ¿Está bromeando? Lo verá en la CNN.
Stride alcanzó la rodilla de Blair, la sujetó con un puño de hierro y la inmovilizó.
—Blair, usted es nueva en esto. Sé que los informativos de las televisiones no son un buen ejemplo: convierten cada crimen en un thriller. Pero ahora está tratando con personas reales, que viven aquí.
—No soy estúpida —repuso ella.
—No creo que lo sea.
—Pero sí soy impaciente y no me gusta esperar a que la policía me lance las migajas.
Stride se puso en pie.
—¿Tiene hijos, Blair?
—Sí, un niño pequeño. Mi madre lo cuida mientras yo trabajo. ¿Por qué?
—Entonces intente ponerse en la piel de Valerie Glenn por un minuto.
—Eh, estoy con usted. Lo estoy. Espero que encuentre a su hija. Es sólo que no tengo muy claro que lo vaya a conseguir.
Stride se dio la vuelta para irse.
—¿Teniente? —le llamó Blair.
—¿Qué ocurre?
—Sé lo de la canguro.
—Bien por ti —replicó Stride.
—¿Quiere oír mi teoría?
Él frunció el ceño.
—¿Cuál es? —preguntó.
Blair echó un nuevo vistazo al restaurante y luego se levantó, se puso de puntillas y acercó sus labios a la oreja de Stride.
—Creo que Marcus Glenn y Micki Vega cometieron este crimen juntos.