5

La tarde del viernes Serena Dial bajó caminando por Chisholm Trail desde la autopista hasta la propiedad de Glenn. La calle estaba oscura de una forma muy poco natural. La luz no penetraba con facilidad en las parcelas boscosas de los hogares del lago, y la puesta de sol había dejado el cielo de una tonalidad carbón. Olió la nieve en el frío aire y oyó el graznido de los gansos que volaban hacia el sur. La calle, muerta a su alrededor, hablaba de la estación aletargada. Las linternas elaboradas con calabazas vaciadas enmohecían y se pudrían en las verjas de los porches. Los árboles estaban casi desnudos.

Imaginó la misma calle durante la medianoche del día anterior. En medio de la niebla. En la oscuridad. Stride estaba en lo cierto: cualquiera habría podido entrar e irse sin ser visto ni dejar ningún rastro. Suponiendo que alguien hubiera estado allí.

Es más, no había ninguna evidencia concluyente que probara o desmintiera que un intruso había entrado en casa de Glenn. El equipo forense del BCA de St. Paul había llegado a las cinco de la mañana y, después de pasar siete horas en la escena del delito, no había obtenido demasiados resultados. Transcurrirían semanas antes de que analizaran las huellas encontradas en puertas y ventanas. Habían recogido en varias bolsas muestras de tierra mojada de la alfombra del piso superior, pero bien podía pertenecer a las botas del agente que se había personado en respuesta a la llamada a emergencias. El césped de la parte delantera y el de la trasera mostraban un embrollo similar de huellas de la primera oleada de investigadores que habían acudido al escenario.

En el noticiario de la mañana informaron de la desaparición de Callie, que competía con los reportajes del último asesinato en el norte de Duluth. Serena y Stride habían hablado en directo con una manada de reporteros. En ese momento, la mayoría de los habitantes de Minnesota ya había visto la fotografía de la pequeña desaparecida, con sus rizos rubios y su sonrisa de dos dientes.

Stride había pasado la mayor parte de la mañana movilizando el sistema de alertas del estado y Serena había visto hasta la saciedad la sucesión de entrevistas con los vecinos cuyas casas se levantaban junto a las carreteras que rodeaban la mansión de Marcus Glenn, hasta unos ochenta kilómetros más allá de la orilla poblada del lago Pokegama. Los resultados de todos estos esfuerzos resultaron ser mínimos o nulos, y la investigación no avanzaba. Sin testigos. Sin testimonios creíbles. Nadie había visto pasar ningún vehículo que pudiera encauzar su búsqueda.

Callie Glenn estaba allí y, de repente, ya no estaba. El mago había agitado su sábana negra y la había hecho desaparecer; y con cada hora que transcurría, aumentaba el riesgo de que nunca la encontraran.

Serena ya sabía lo que pensaba Denise Sheridan. Que Marcus Glenn había matado a su propia hija, de forma accidental o deliberada, y que había hecho desaparecer el cuerpo para encubrir su acto. No había ninguna prueba que indicara tal cosa, pero tampoco la había que no lo indicara, y en estos casos esa omisión resultaba condenatoria. Cuando un niño desaparecía, el dedo de la sospecha siempre señalaba primero a los padres. Serena sabía que el rumor había empezado a propagarse por la ciudad como un virus. Podía oírlo en las preguntas de los periodistas sobre Marcus Glenn, cuando la interrogaban sobre su pasado y personalidad, e insinuaban acerca de su capacidad para asesinar. El frío y distante cirujano era un objetivo perfecto.

Serena no descartaba la premisa de que Glenn fuera culpable, pero se descubrió dudando de las intuiciones de Denise sobre él. Había decidido que ésta sólo podía ser parcial debido a su propia relación con su hermana y con el marido de ésta. Era una policía intachable, pero despreciaba tanto a Marcus Glenn que creería cualquier cosa negativa sobre él. Para Serena, la actitud fría de Glenn en realidad le hacía parecer inocente. Había tratado con padres culpables de crímenes abyectos durante el tiempo que vivió en Las Vegas, y siempre eran los mejores actores, los que suplicaban en televisión para que sus hijos volvieran y se derrumbaban en brazos de sus esposas. Glenn no estaba exagerando su dolor ni convirtiéndolo en un espectáculo. De hecho, les había invitado a que lo examinaran mostrándose tal como era.

Y sin embargo… Y sin embargo, la teoría del intruso tampoco tenía sentido. Había demasiadas incógnitas en aquel caso.

Serena siguió bajando por la curva del camino de entrada que conducía a la puerta frontal de la casa de Glenn. Varios agentes de la policía de Grand Rapids formaban una cadena humana para preservar el escenario del crimen y mantener a los periodistas y a los curiosos alejados de la casa. La saludaron educadamente con la cabeza, pero pudo percibir su incomodidad. Lo entendió. Desde esa mañana, ella era una detective en nómina, pero continuaba siendo una desconocida, una extraña. Todos conocían a Stride por los años que había pasado en el norte de Minnesota, y los agentes de la policía local no tenían ningún problema para aceptar su autoridad. Pero no la de Serena. No importaba que ella hubiera lidiado con el crimen y la violencia callejeros durante una década en Las Vegas, a un nivel al que ninguno de ellos se enfrentaría en su vida. Ella era diferente y eso la convertía en sospechosa.

En Duluth era más fácil para ella. Era una ciudad más grande, y había algo en su remota y gélida lejanía que hacía que los lugareños dieran la bienvenida a los forasteros que tenían el coraje de ir a vivir allí. Pero aquí, en Grand Rapids, se hallaba en un pueblo pequeño. Aquí cada uno tenía su papel, independientemente de que fuera el de santo o el de pecador. Si no eras de aquí, tenías que demostrar tu valía.

Serena examinó la casa de campo. Era baja y ancha, con tres gabletes sobre las habitaciones de la primera planta y revestimiento de madera recién pintado de blanco. Había un garaje de tres plazas a su izquierda, y vio las ventanas del apartamento situado sobre éste. La cristalera del comedor de la planta baja se abría al jardín delantero, pero la mayor parte de la casa estaba construida para aprovechar las vistas al lago de la parte de atrás. Marcus Glenn, en el dormitorio principal, no podía haber visto lo que pasaba enfrente de su casa por la noche.

Si el secuestro era obra de un intruso, Serena estaba convencida que había llegado desde la carretera, en coche. Llegar en bote era demasiado arriesgado y tenía no pocos inconvenientes: botar un barco por la noche, navegar en medio de la oscuridad, mantener en silencio a un bebé en una zona donde el sonido se expandiría fácilmente a través del lago y atracar sin muelle. Había demasiadas cosas que podían salir mal. No, la estrategia más sencilla era aparcar en el camino de entrada bajo la cobertura de los árboles y alcanzar la casa desde allí.

Pero ¿cómo entrar en la casa sin llave? Las cerraduras de todas las puertas parecían intactas. Las ventanas estaban cerradas herméticamente. Serena cruzó la puerta principal y permaneció bajo la sofisticada araña de cristal en el lustroso vestíbulo de roble. Después del fresco del exterior, en la casa hacía calor. La alfombra color marfil de las escaleras situada enfrente de ella conducía a la primera planta. Subió por ella y miró a uno y otro lado del largo pasillo, lleno de puertas blancas cerradas. Al menos había ocho, que conducían a diferentes habitaciones. Cuatro dormitorios, dos baños, un vestidor y un lavadero en el piso superior. Ninguna de las puertas daba pistas sobre lo que había tras ellas. ¿Cómo podía haber encontrado un extraño la habitación de la niña? ¿Y cómo podía estar seguro de que Callie Glenn no dormía todavía en el dormitorio principal con sus padres? Era correr un enorme riesgo.

Serena se dirigió a la izquierda, hacia el fondo del corredor. La habitación de Callie era la tercera a la derecha. Abrió la puerta, esperando que estuviera vacía, pero se encontró a Valerie Glenn. Había una amplia ventana en la pared de enfrente desde donde se divisaba el lago, y Valerie estaba sentada en el impoluto alféizar con las rodillas recogidas contra el pecho. Permanecía inclinada hacia delante con la cabeza sepultada entre sus brazos, mientras su pelo rubio se desparramaba sobre sus piernas. Durante un largo minuto, no se percató de que ya no estaba sola. Serena vio la cuna vacía en medio de la alfombra. El empapelado infantil de las paredes mostraba dibujos de personajes de cuento, como princesas y ranas. Había juguetes diseminados por el suelo.

—¿Señora Glenn? —dijo Serena en voz baja.

Como Valerie no reaccionaba, Serena repitió su nombre. Esta vez, la madre de Callie, sorprendida, se incorporó bruscamente.

—Oh, Serena. Lo siento.

—No quería molestarla —se disculpó ella.

—¿Hay noticias?

Serena negó con la cabeza y el breve brillo de esperanza en los ojos de Valerie se apagó. Apoyó su espalda contra el marco de la ventana y volvió la cabeza para contemplar las aguas grises del lago, más allá del césped. Serena podía ver su perfil. Aun profundamente afligida, con mechones del pelo rubio despeinados sobre la mejilla y chorretones de lágrimas en el rostro, su aspecto era perfecto y resultaba atractiva. Su piel tenía un brillo bronceado, a pesar de estar en noviembre. Todo en ella estaba proporcionado. Sus piernas eran duras pero no musculosas, su constitución, estilizada pero no delgada. Vestía unos pantalones de color tostado y una camiseta de lana negra con mangas largas. Era un estilo que decía: «No trato de ser hermosa, de verdad, pero no puedo remediarlo».

Serena se sentó frente a ella sobre el alféizar. Valerie se apartó el pelo de la cara y la saludó con una débil sonrisa.

—¿Qué me puede decir? —preguntó.

—Puedo decirle que se ha puesto en marcha una búsqueda intensiva de Callie en todo el estado —la informó Serena—. Su foto está por todas partes. La policía, el FBI, los medios, los propietarios de negocios de la zona… todos nos ayudarán. Pronto llegarán las primeras pistas.

—¿Qué cree que buscan? —quiso saber Valerie—. ¿Dinero? ¿Cree que si pagamos me la devolverán?

—No sé lo suficiente sobre lo que ha ocurrido para ofrecerle respuestas —observó Serena—, pero le prometo que nuestra prioridad será siempre la seguridad de Callie.

—He oído a alguien en las noticias decir que los extranjeros ricos a veces pagan para que roben bebés para ellos. Dios, espero que no se trate de eso. Uno no se plantea que pueda convertirse en un objetivo viviendo en un lugar como Grand Rapids.

—No es bueno especular. Se volverá loca.

Valerie asintió.

—Lo sé. Debo dejarles hacer su trabajo. Honestamente, Serena, me alegro de que haya una mujer en el caso. Todos esos hombres deambulando alrededor de la casa… Para ellos, se trata sólo de otro crimen.

—Todos queremos traer a Callie de vuelta —aseguró Serena.

—Sí, pero ya sabe lo que quiero decir. Un hombre no puede entenderlo de verdad. ¿Tiene hijos?

—No.

Por un momento, Valerie pareció decepcionada.

—Oh, lo siento. Por favor, perdóneme, no debería hacerle este tipo de preguntas. Es sólo que me ayuda a conocerla mejor.

—Está bien.

—Durante mucho tiempo, pensé que no quería tener hijos. Pero entonces mi madre murió y los treinta empezaron a pesarme. De pronto, no podía pensar en otra cosa. —Miró la cuna vacía y se enjugó una lágrima que se escurría de uno de sus ojos—. Me costó tres años quedarme embarazada. Ya había perdido la esperanza.

Serena escogió sus palabras con tacto:

—¿Qué opinaba Marcus sobre tener hijos?

—Tenía dudas. Tuve que convencerle. —Su rostro se ensombreció y miró hacia el exterior—. He oído lo que la gente dice. Sobre Marcus.

—No debería escuchar lo que dicen en los informativos.

—Es ridículo. Mezquino. Marcus jamás jamás jamás haría daño a Callie. —Sus puños se crisparon—. La quiere.

—Por supuesto.

—¿Sabe la gente el daño que hace? —se lamentó Valerie.

—Lo único que puedo decirle es que haga oídos sordos ante los rumores. Céntrese en traer a Callie de vuelta.

—Supongo que lo próximo que dirán es que yo estoy involucrada —soltó Valerie.

—Nadie piensa eso. Usted no estaba en el pueblo.

—Pero lo comprobó, ¿verdad, Serena? Llamó al hotel para asegurarse que estuve allí.

—Es cierto, lo hicimos —admitió Serena, y añadió—: ¿Por qué fue a la ciudad?

—Tenía una reunión de la junta directiva de una organización sin ánimo de lucro en Minneapolis. Se me hizo tarde. Yo quería volver en coche, pero Marcus dijo que la niebla estaba empeorando. Por eso me busqué un hotel.

—¿La animó él a que no regresara a casa?

—Sí, dijo que no quería que saliera a la carretera. —Valerie interpretó la expresión de Serena y añadió—: ¿Lo ve?, ya piensa usted que es sospechoso, y es sólo una tontería. Ya nadie se fía de nadie. Imagino que todos odiamos enfrentarnos al horror de descubrir que la gente no es lo que pretende ser.

—Necesito hacerle algunas preguntas personales —dijo Serena.

Valerie se encogió, casi como si estuviera esperando un golpe.

—Muy bien, de acuerdo.

—Si el autor de esto es un desconocido, sabía cosas sobre usted, Marcus y Callie, y sobre sus vidas. El crimen estaba cuidadosamente planificado. Quienquiera que fuera, consiguió introducirse en su casa, encontrar a Callie y marcharse con rapidez y sigilo, como si supiera dónde dormía la niña.

—Y usted quiere saber cómo es posible que esa persona conociera todas esas cosas.

—Exacto.

—No cree que lo hiciera un extraño, ¿verdad?

—No lo sé. Es posible que alguien haya estado vigilándola y recopilando información sobre su vida. Pero no es fácil hacer algo así en una localidad pequeña sin llamar la atención. También es posible que alguien que la conozca haya dado información a la persona equivocada sin darse cuenta.

—Bien, creo que si alguien hubiera estado vigilando nuestra casa, me habría enterado. Está en lo cierto sobre los pueblos pequeños; por aquí a nadie se le pasa ni una. También creo que si un desconocido hubiera estado haciendo preguntas sobre nosotros, lo habría sabido.

—¿Y no ha pasado nada de esto?

—No.

—Perdóneme, Valerie, pero necesito saberlo. ¿Cómo va su matrimonio? ¿Tienen problemas?

Valerie alzó la vista al techo.

—¿Es realmente necesario?

—Lo es. Ojalá no lo fuera.

Valerie giró el anillo de diamantes que lucía en el dedo y escrutó a Serena con la mirada de una mujer que admira a otra mujer.

—Usted es guapa, Serena. Ya sabe cómo va esto.

—¿Qué quiere decir?

—Una mujer guapa no puede tener sustancia. La gente me mira y piensa: una mujer florero. Vamos, ésa fue también su primera reacción, ¿verdad? Marcus no se casó conmigo, me alquiló para guarnecer el decorado.

—No creo que sea así —objetó Serena.

—Bien, ésa es la opinión general en el pueblo —replicó Valerie—. Tenía veinticinco años cuando me casé. No soy tonta. Sé que soy atractiva, y cuando eres un hombre como Marcus no buscas nada más. ¿Que hay días que me siento más como un retrato colgado en la pared que como un ser humano que vive y respira? Sí. Por supuesto. Pero la verdad es mucho más complicada de lo que la gente piensa. Le quiero. Él me quiere.

A Serena le dio la impresión de que estaba intentando convencerse a sí misma de que era así.

—¿Lleva ocho años casada?

—Sí.

—¿Ha habido alguna infidelidad?

—No veo qué tiene que ver esto con Callie —respondió Valerie con acritud.

—Probablemente nada, pero no sabré qué es relevante y qué no hasta que lo sepa todo.

—El suyo es un trabajo horrible, Serena. Creo que ya entiendo por qué Denise no quería hacer esto —añadió—. Me siento bastante insignificante comparada con mi hermana. Cuatro hijos, y la clase de trabajo que tiene. Para que luego hablen de fuerza. Yo soy una persona débil comparada con ella. Por supuesto, tiene a Tom que la ayuda, y él es una joya.

—No ha contestado a mi pregunta.

—No, no lo he hecho, ¿verdad? Está bien, sí, ha habido otras mujeres. Aventuras. Los hombres viven estas cosas de forma distinta. Cuando estás casada, debes decidir si tiene importancia o no, y yo decidí que no la tenía. Al menos hasta que nació Callie.

—¿Hubo alguna relación que fuera más que una aventura? —preguntó Serena—. ¿Alguien que no fuera una historia de una noche?

El labio inferior de Valerie tembló.

—Sí. El año pasado.

—¿Quién era?

—No lo sé. Alguien del hospital. Me esforcé mucho por no saber quién era.

—¿Cómo se enteró?

Valerie suspiró.

—¿Sabe lo duro que es? ¿Cuántas veces tienes que oler el mismo perfume en sus ropas, y en tu cama? ¿Cuántas veces cuelgan el teléfono cuando contestas?

—Lo siento.

—Cuando nació Callie, le obligué a que pusiera fin a aquello —explicó Valerie—. No quería detalles. Sólo quería que se acabara.

—¿Y dejó de verla?

—Sí.

—¿Está segura?

—No, pero si me está engañando, lo hace mucho mejor ahora que antes. Y, honestamente, no creo que Marcus se preocupara de esconderlo.

—¿Cree que esa mujer ha estado en su casa? —preguntó Serena.

—Estoy bastante segura de que sí.

—¿Es posible que tenga una llave?

Valerie se encogió de hombros, como si el peso que éstos cargaban hubiera aumentado hasta resultar insoportable.

—No tengo ni idea. Por lo que sé, Marcus, Migdalia y yo somos los únicos que tenemos llaves.

—¿Migdalia es la canguro? —preguntó Serena.

—Sí.

—Hábleme de ella.

Valerie puso los ojos en blanco.

—Digamos que no hubiera sido mi primera elección. No quiero parecer una esnob, porque no lo soy, pero Migdalia es ordinaria. Es malhablada. No viste bien. Oh, es un cielo con Callie, no me malinterprete. Pero no es exactamente Mary Poppins.

—¿Por qué la contrataron?

—Micki vive en Sago, donde se crió Marcus. Su madre está enferma, su padre ha desaparecido. Marcus quería ayudarla.

—¿Eso es todo? —preguntó Serena en voz baja.

—¿Quiere decir que si se acuesta con ella? Él asegura que no. Créame, se lo he preguntado.

Serena percibió la resignación en la voz de Valerie y trató de imaginar ocho años de matrimonio llenos de soledad y de sospechas. Ya nada la sorprendía. Vidas que parecían bonitas y perfectas desde fuera eran a menudo tan frágiles como el cristal.

Se levantó del antepecho de la ventana.

—Le diré algo tan pronto como tengamos cualquier información.

Valerie tomó las manos de Serena. Sus dedos eran delgados y cálidos. Serena pudo sentir como la mujer se agarraba a ella como si fuera un salvavidas.

—Tiene que encontrarla, Serena. Necesito a mi niña en casa, conmigo. Si no tiene hijos, no estoy segura de que pueda entender lo desesperada que estoy.

Serena apretó las manos de Valerie para reconfortarla. Sabía que ésta, como Stride, se había desplomado desde un puente, sin nada ni nadie que la protegiera de la caída. Había visto a demasiados padres como ella, arañando cualquier rayo de esperanza, y deseó poder hacerle una promesa: «Le traeré a Callie de vuelta».

Pero no podía. Sólo podía prometer eso en su cabeza.

—Lo entiendo —dijo.