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Stride encontró a Denise Sheridan sola en la orilla del lago Pokegama, en el límite sur de la propiedad de Marcus Glenn. La hermosa mansión de dos plantas resplandecía en la ladera situada tras ellos, gracias a las luces encendidas en cada una de las habitaciones. El enorme jardín se veía salpicado de abedules y de una espesa capa de hojas muertas.

Denise fumaba un cigarrillo. Cuando vio a Stride aproximarse a ella colina abajo, dio una última calada y lo tiró al agua.

—Lo siento —se disculpó—. Ahora mismo no necesito una charla, ¿vale? Ni sobre escenarios de crimen ni sobre los perjuicios del tabaco.

Stride también tenía ganas de fumarse un cigarrillo, pero no lo dijo. Se quedó de pie en silencio cerca de Denise con las manos en los bolsillos. En el centro del lago, vio la orilla de una pequeña isla rodeada de cedros. El agua estaba agitada y con crestas blancas, movida por una brisa fría. Vio que el amarre de los barcos de Glenn había sido ya retirado del agua debido al cambio de estación: cualquier intruso que se hubiera acercado a la casa desde el lago habría tenido dificultades para alcanzar la orilla.

—¿Cómo estás, Denise? —preguntó Stride.

—¿Yo? Voy tirando.

—Quería enviarte una postal el año pasado cuando nació tu hijo. Es el cuarto, ¿no?

—Sí, traigo niños al mundo como si fuera una coneja —saltó Denise.

—¿Cuántos años tienen? —preguntó Stride.

—Diez, siete y cinco, y el pequeño, dieciocho meses. Pensé que con tres ya estaba bien, pero Tom no era del mismo parecer. No es que tuviéramos mucho sexo después de eso, pero Tom se las arregló para dar en la diana el día que me emborraché.

Extrajo el paquete de cigarrillos del bolsillo de la camiseta, encendió otro, alzó la cabeza y exhaló el humo.

—No es que quiera devolverlos ni nada, ¿eh? Aunque, Dios, te aseguro que hay días en que sí.

—¿Bregar con dos trabajos y cuatro niños? —le dijo Stride—. No sé cómo lo hacéis.

—Ni yo. —Denise lanzó una mirada detrás de ella, hacia la extensa propiedad de Glenn—. A veces me revienta. Voy a pescar al Pokeg y veo todas esas jodidas mansiones en la orilla. Abogados, doctores, directivos, viudas ricas que pasan el invierno en Scottsdale. Y yo sentada allí preocupándome por el consumo de gasolina de mi furgoneta.

—Lo siento —dijo Stride.

—Sí, mírame, el monstruo de ojos verdes. —Denise tiró su segundo cigarrillo sin acabarlo—. Supongo que es el peor momento para decir esto, pero tienes un aspecto de mierda, Stride.

—Gracias.

—No es mi problema, excepto porque te acabo de pasar un gran caso. ¿Me he equivocado al involucrarte?

—Estoy bien —respondió él.

Era la misma mentira que le había contado a Serena.

—¿Has tenido una audiencia con el rey Marcus? —preguntó Denise—. Apuesto a que no te ha estrechado la mano.

—Estás en lo cierto. ¿De qué va eso?

—Manías de cirujanos. No quiere correr el riesgo de lastimarse las manos. Creo que también tiene fobia a los gérmenes.

—Dime lo que sabes de él —le pidió Stride.

—¿Marcus? Hay chicos que son machos alfa en el instituto, quarterbacks del equipo de fútbol y, veinte años después, gordos inútiles que trabajan en la gasolinera. Bien, Marcus sigue siendo un macho alfa.

—¿Le conoces desde hace mucho tiempo?

—Claro, se crió en esta zona. Iba dos cursos por detrás de mí y de Tom en la escuela. Ahora es rico, pero no procede de una familia adinerada. Sus padres tenían una granja cerca de Sago. Yo conocía a su padre: era un hijo de puta, nada de lo que hiciera su hijo era nunca suficiente. Muy irónico, pues Marcus era un chico alto y atlético que llevó dos veces al equipo de hockey de Grand Rapids al campeonato estatal. Quiero decir que si haces eso por aquí te conviertes de inmediato en una estrella. Pero en su casa, no.

—Me sorprende que se quedara en la zona —comentó Stride.

—Sí, bueno, Marcus es un chico de Minnesota. Fue a la Universidad de Minnesota y pasó varios años en la clínica Mayo antes de volver a casa. Creo que prefiere ser cabeza de león aquí que cola de ratón en otro sitio. Un cirujano de prestigio al que todas las mujeres le van detrás.

Stride se preguntó qué porcentaje de la opinión de Denise tenía que ver con Marcus y cuánto con su hermana, que se había casado con él y vivía en su propiedad en el lago.

—Valerie tiene un físico despampanante —comentó—. He visto una fotografía.

Denise dio una patada al suelo.

—Oh, sí, Valerie se quedó los buenos genes.

—No es lo que quería decir.

—No importa. No es nada con lo que no haya tenido que lidiar toda mi vida. No voy a decir que no esté cansada de oír todo el tiempo lo hermosa que es mi hermanita, y sí, no tienes que decirlo. Estoy celosa. ¿Quién podría no estarlo?

—¿Cómo empezó a salir con Marcus Glenn?

Denise rió con amargura.

—Valerie nunca ha querido nada aparte de a Marcus Glenn. Se prendó cuando tenía diez años y él era un adolescente que jugaba en el equipo de hockey. Había chicos que babeaban por ella en el instituto y en la universidad, pero se emperró en que Marcus era el hombre que quería. Cuando él volvió a Grand Rapids, Valerie era azafata en el club de campo y ése fue el momento en que se fijó en ella. Le costó otro par de años conseguirlo, pero si hay algo que a mi hermana le sobra es determinación.

—Lo cuentas como si fuera una interesada.

—Oye, si eres hermosa, el dinero es un derecho inalienable. Así es la vida. No creo que Valerie fuera detrás de Marcus por su dinero. Se trataba más bien de las expectativas: iba a poseer la mansión del lago. Yo tengo la choza en el río, la hipoteca, toda esa mierda que llaman la vida real.

Stride dejó que el silencio se cerniera sobre ellos. Entonces dijo en voz baja:

—Escucha, Denise, su hija ha desaparecido. Quizá deberías aflojar un poco.

—Lo sé. Tienes razón. Mira, intento que esto no me consuma, pero a veces no lo consigo, ¿vale? Querías la verdad. Me gustaría poder decirte que soy mejor persona, pero Valerie siempre ha sido la niña perfecta y yo he tenido celos de ella toda mi vida. Coño, estoy sentada en casa con cuatro niños y ahora todo lo que voy a oír es «pobre Valerie». ¿Me convierte eso en mezquina? De acuerdo, soy mezquina.

—¿De qué va esto en realidad, Denise? —preguntó Stride—. No creo que sólo se trate de rivalidad entre hermanas.

—Lo siento —se disculpó ella mientras se enjugaba los ojos—. Estoy asustada por Callie y, bueno, también estoy enfadada. Le advertí que algo así podía suceder y Valerie no me escuchó.

—¿Algo así? —repitió él.

—Le dije que nunca dejara a Callie a solas con Marcus —explicó Denise.

—Ah.

A Stride no le sorprendió. El lenguaje corporal de Denise había sido elocuente desde que apareció en la cabaña; sólo esperaba que ella lo dijera en voz alta: «No se trata de un secuestro».

—No puedo probarlo —continuó ella—. Sé que la intuición no vale una mierda comparada con las pruebas, pero eso es lo que me dice mi instinto.

—Las intuiciones son importantes para mí —observó Stride—. Cuéntamelo.

Denise se agachó, hundió su mano en el lago y se frotó los dedos mojados. Después se levantó y se secó la mano en la manga.

—Es arrogante, y ya sé que no es un crimen. Pero no es sólo eso.

—Entonces ¿qué?

—Le conozco —explicó Denise—. Valerie y Marcus llevan ocho años casados. Ella pronto se dio cuenta de que ganar el premio no era tan excitante como luchar por él.

—¿Qué quieres decir?

—Quiero decir que Marcus es exactamente lo que ves. Un témpano de hielo. No quiere a nada ni a nadie excepto a sí mismo.

—Un mal marido, entonces —concluyó Stride—. Pero eso sigue sin ser un crimen.

—Tal vez, pero Marcus nunca quiso hijos. Fue muy claro con Valerie antes de que se casaran: nada de niños. Él quería dinero, trabajo, viajes, todas las ventajas, pero nada que le atara.

—¿Por qué accedió Valerie a casarse con él si no era lo que quería?

—Oh, por favor, Valerie quería a Marcus Glenn y eso era todo lo que podía pensar. Se convenció a sí misma de que no quería niños. Imaginó que tener a Marcus sería suficiente. Muy pronto se desengañó.

—Entonces, ¿qué cambió?

La cara de Denise se oscureció.

—Hace unos cinco años, Valerie se tragó medio bote de aspirinas. Estuvimos a punto de perderla.

—¿Por qué lo hizo? —preguntó Stride.

—Si quieres saber mi opinión, estaba tan sola que ya no podía soportarlo más. Entonces fue cuando le dijo a Marcus que quería un bebé.

—¿Qué respondió él?

—¿Tu mujer está en el hospital y asegura que se matará si no tiene un hijo? Dijo que sí.

—Puede que Marcus cambiara de opinión acerca de los niños —señaló Stride.

—No, no cambió nada. Valerie intentó concebir durante casi tres años. Yo estaba preocupada por si se desmoronaba otra vez, pero ¿Marcus? A él le daba igual. Apenas disimuló su contrariedad cuando Valerie finalmente se quedó embarazada. Después de que Callie naciera, apenas la tocaba. Era como si fuera un huésped no deseado que estaba echando a perder su vida perfecta.

—Podría haberse divorciado de Valerie.

—Sí, claro, ¿y qué parte de su fortuna le hubiera costado eso?

Stride meneó la cabeza.

—No me estás dando nada, Denise. Mucho ruido y pocas nueces.

—Lo sé. Sólo digo que tienes que mirar a Marcus Glenn con ojos fríos y duros. Soy policía y madre, y lo que te estoy diciendo es que había algo raro en su relación con su hija. Me quedaba helada cada vez que los veía juntos porque no había ¡nada! Ni amor, ni interés ni emoción. Valerie cerró los ojos ante la situación. Y ahora nos encontramos aquí.

—¿De verdad piensas que Glenn podría haberle hecho daño a su propia hija? —preguntó Stride—. ¿Es eso lo que estás diciendo?

—Creo que es capaz de cualquier cosa, y que todo esto carece de lógica. ¿Alguien irrumpe en la casa sin dejar rastro, coge al bebé y luego se desvanece? Vamos, hombre. No tiene sentido.

—Siempre ha habido y habrá secuestros de niños —replicó él.

—Por supuesto, pero los raptan de la calle, no se los llevan de sus mansiones cerca del lago en medio de la noche. Mira, no puedo probarlo y, de todas formas, no es mi caso. Yo sólo te cuento lo que me dice el corazón, ¿vale?

—Lo entiendo.

—Hay otra cosa —añadió Denise—. Marcus dijo que hoy por la noche estaba solo, ¿no? Sólo él y Callie.

—Sí, así es.

—Bien, si eso es cierto, sería la primera vez en la vida que ocurre. Valerie cuidaba de la niña. La canguro cuidaba de la niña. ¿Marcus? De ninguna manera. ¿No consideras un poco extraño que se quede solo con el bebé una sola noche y que éste desaparezca?