Stride y Serena siguieron a Denise por carreteras secundarias sin asfaltar hasta la autopista 2, la principal arteria que conectaba la ciudad de la orilla del lago, Duluth, con su vecina más cercana del interior, Grand Rapids, situada al noroeste. Con buen tiempo, la distancia entre ambas localidades podía cubrirse en menos de noventa minutos. A las tres de la madrugada, la autopista estaba desierta y la densa niebla que había hostigado la zona durante casi toda la noche se había disipado a causa de un frente seco que avanzaba en dirección sur desde Canadá. A buena velocidad, alcanzaron el corazón de Grand Rapids en un tiempo relativamente breve.
Rebasaron la superestructura de la fábrica de la UPM, motor económico de la región gracias a su capacidad para zamparse árboles y convertirlos en productos de papelería. El otro pilar de la ciudad era el turismo. En un estado salpicado de lagos, Grand Rapids acomodaba a miles de turistas que se desplazaban a la zona para pescar en las estaciones más cálidas o a esquiar y montar en motonieve durante los rigurosos inviernos. Noviembre era, sin embargo, un mes intermedio, en el que los residentes veraniegos del lago ya se habían marchado pero todavía faltaban varias semanas para que empezara la temporada de deportes de invierno.
Stride navegó a través de las luces verdes de los semáforos. Serena, sentada a su lado, sentía como la tensión crecía entre los dos.
—Bueno, ¿quieres explicarme qué pasa, Jonny? —preguntó.
—¿Con qué?
—Contigo.
Stride mantuvo la mirada fija en la carretera, aunque sus manos se tensaron sobre el volante.
—Nada.
—¿Nada? No duermes, no practicamos sexo y tienes constantemente los nervios de punta.
—Soy impaciente —replicó Stride—; y la inactividad me produce ansiedad. Este caso es justo lo que necesito.
—¿Eso es todo?
—Es todo —insistió él—. Estoy bien.
No consiguió engañarla, pero Serena lo dejó en paz. Stride se arrepintió al instante de sus tercas negaciones, porque no era eso lo que quería decir. Quería hablarle de sus ataques de pánico. Quería admitir que estaba asustado porque se sentía como muerto, sin ninguna ambición o deseo. Pero se había escondido detrás de la mentira de que no ocurría nada.
Delante de ellos, Denise abandonó la autopista con su jeep por un desvío a la izquierda y cruzó el puente por Sugar Lake Road. Stride la siguió. Casi de inmediato, se alejaron de las tierras urbanizadas. Condujeron otro kilómetro y medio y entonces giraron a la izquierda de nuevo para incorporarse a la carretera 76, que seguía la ribera nordeste del lago Pokegama. Stride avanzó por caminos de tierra abiertos en el interior del bosque que conducían a las costosas residencias de la orilla. Era un área desolada.
—Esto no me gusta —comentó Stride—. Cualquiera podría entrar y salir fácilmente de aquí sin que nadie le viera.
Giraron a la izquierda en Chisholm Trail y se dirigieron hacia el lago. El camino se estrechaba durante algo más de medio kilómetro y se curvaba de repente frente a una extensa cerca blanca. A través de un hueco de la verja, Stride atisbó un camino de entrada circular donde había aparcados cinco vehículos de la policía con sus luces destellantes. Haces de luz blanca se movían como láseres mientras hombres uniformados peinaban los bosques y el jardín.
—Hijos de puta —masculló Stride entre dientes.
Aparcó y ambos se reunieron con Denise Sheridan al principio del camino de entrada. Stride agitó un dedo en dirección a los policías que se hallaban en la propiedad.
—¿Qué diablos hacen esos chicos? —ladró Stride—. Los has mandado a pisotear toda la escena del crimen.
Denise cruzó los brazos sobre su pecho, visiblemente enojada, antes de responder.
—Estamos intentando encontrar un bebé desaparecido. Mira, Stride, los técnicos del BCA estarán aquí por la mañana, pero he llamado a mi gente para que realice una búsqueda ahora. Existe una remota posibilidad de que alguien la haya dejado tirada en los bosques y no pienso descartarla, ¿de acuerdo? Me arriesgo a que el fiscal del condado me meta un puro cuando tratemos de procesar a quien haya hecho esto, pero ahora me preocupa más cualquier cosa que pueda ayudarnos a encontrar a Callie.
Serena intervino.
—¿Habéis interrogado a los vecinos que viven a lo largo de la carretera?
—Los hemos despertado a todos y estamos tratando de peinar la zona del lago. Por lo que hemos descubierto hasta el momento, nadie ha visto ningún vehículo después de las diez ni tampoco se ha divisado ningún barco en el agua. Es una noche perfecta para raptar a alguien sin que nadie te vea. Suponiendo que sea eso lo que ha ocurrido.
—¿Qué quieres decir? —preguntó Stride.
—Nada. Ahora éste es vuestro espectáculo, no el mío. Sólo dime cómo pueden ayudar mis chicos.
—Tenemos que organizar un puesto de mando en tu oficina —señaló Stride—. Es necesario coordinar las preguntas de los medios, contestar a la línea de atención, buscar pistas para el seguimiento, coordinarse con el FBI, el Centro Nacional para Menores Desaparecidos y Explotados, la fundación Wetterling[3], etc. Todo esto requerirá mucho personal.
—Puedo conseguir gente de los condados vecinos. Tendremos todo el apoyo necesario.
Stride examinó las casas vecinas, totalmente iluminadas.
—Eres consciente de que esto se va a convertir en un auténtico circo, ¿verdad?
—Oye, yo estaba aquí cuando robaron las malditas zapatillas de rubíes del museo Judy Garland —replicó Denise—. Aquello sí fue un circo.
—Necesitamos hablar con Marcus Glenn —intervino Serena.
—Perfecto. Hablad con él.
—Tú también deberías estar presente.
—De ninguna manera —negó Denise con brusquedad—. Él no quiere que esté allí y yo no quiero estar allí. Podemos hablar después.
—No te gusta Marcus, ¿verdad? —quiso saber Serena.
Denise se encogió de hombros.
—Es mi cuñado, ¿qué te sugiere eso?
Marcus Glenn era cirujano y para Stride, eso lo decía todo.
Un hombre que todavía no había cumplido los cuarenta, lo que significaba que tenía la arrogancia que le proporcionaban sus propios logros, pero no la edad suficiente para afrontar sus imperfecciones. Miraba con el ceño fruncido, víctima de la impaciencia e irritación a la vez que paseaba de un lado a otro por la terraza de su propiedad. Era extremadamente alto y sus largas piernas eran delgadas pero musculosas. Tenía el pelo negro azabache cortado muy corto y espesas cejas en un rostro anguloso, con rasgos bien marcados y la piel tersa, sin papada. Vestía una camisa de golf color burdeos con el logo del hotel Bellagio de Las Vegas, pantalones sport grises con pinzas y zapatos de vestir negros. Sus manos eran grandes y se pasaba con gran agilidad dos canicas de ojo de gato por encima y debajo de los nudillos, como un mago. Detrás de él, una cristalera enmarcaba su silueta contra la oscura noche y la extensión de césped que conducía al lago.
—Doctor Glenn —saludó Stride al tiempo que le tendía la mano—. Mi nombre es Jonathan Stride, y ella es Serena Dial.
Glenn rehusó estrechársela y, en su lugar, deslizó sus manos y las dos canicas en los bolsillos de su pantalón.
—Sí, sé quiénes son; Denise me ha llamado. Estoy seguro de que están ustedes muy cualificados y son muy eficientes, pero tengo que decirles que me sentiría más cómodo si fuera el FBI el que dirigiera esta investigación.
—Entiendo cómo se siente —replicó Stride—. Obviamente, coordinaremos nuestros esfuerzos con los recursos de las fuerzas del orden federales siempre que nos sea de ayuda.
Glenn le interrumpió.
—Sí, sí, coordinación, consulta… Estoy seguro de que todos se intercambiarán maravillosos memorandos. Pero yo hablo de experiencia. Mis pacientes no acuden a mí porque soy eficiente; me consultan porque soy el mejor. Y quiero lo mejor.
—Sé exactamente a qué se refiere —le tranquilizó Stride—, y la verdad es que somos nosotros, y no las autoridades federales, los que mejor podemos manejar esta situación. Usted quiere investigadores que conozcan el terreno y que tengan relaciones dentro de las fuerzas de la ley del estado. El FBI se vería obligado a destinar agentes especiales no familiarizados con la zona, la gente, la policía, los medios de comunicación, los recursos sin ánimo de lucro, todo lo que necesitamos para encontrar a Callie y traerla de vuelta a su casa sana y salva. Estas primeras horas son trascendentales. Nosotros estamos aquí, somos buenos y queremos ayudar.
Glenn frotó la punta de su zapato en una de las baldosas de mármol del suelo de la terraza.
—Sí, está bien. Les pido que disculpen mi actitud, detectives. Y aprecio su ayuda. Está siendo una noche muy larga.
—Por supuesto —dijo Stride.
Serena y él se sentaron el uno cerca del otro en un sofá de piel, mientras Glenn lo hacía en una butaca cerca de la ventana, cruzaba las piernas y tamborileaba con los dedos en su rodilla.
Serena cogió de una mesita una fotografía enmarcada. La imagen mostraba una mujer atractiva de treinta y pocos años, con el largo pelo rubio suelto y una constitución atlética. Sus ojos azules miraban más allá de la cámara, que la había captado en un momento de reflexión. Cuando Stride examinó sus rasgos, percibió un parecido con Denise Sheridan, pero las dos hermanas habían disfrutado de diferente suerte en el reparto de físicos. Denise tenía una cara que podías mirar y olvidar enseguida. Su hermana pequeña era memorablemente hermosa.
—¿Es su esposa? —preguntó Serena.
—Sí, ésa es Valerie —asintió Glenn distraídamente.
—Es muy guapa.
—Gracias —replicó él.
Stride pensó que eso era lo que contestabas cuando alguien alababa tu gusto al escoger un vino o una decoración. Observó la terraza cubierta y se dio cuenta de que Glenn coleccionaba objetos hermosos. Cristal de Europa del Este. Vinos franceses. Fotografías de Brandenburgo. Una mujer objeto. Eran las ventajas de su profesión.
—¿Dónde está su esposa? —preguntó Serena—. ¿Sabe que Callie ha desaparecido?
—Sí, por supuesto, la he llamado de inmediato. Se ha quedado a pasar la noche en la ciudad a causa de la nieve, pero he enviado un chófer para que la traiga de vuelta a casa. Llegará enseguida.
—Me gustaría conocer algunos datos personales, doctor Glenn —empezó Stride.
—¿Por ejemplo?
—¿Qué puede contarnos de su trabajo?
—Soy cirujano ortopédico especializado en la reconstrucción y artroplastia de rodilla —replicó Glenn—. Opero tres veces por semana en el St. Mary’s, en Duluth. Lunes, miércoles y viernes. Naturalmente, voy a cancelar todas las citas de hoy.
—¿Se encontraba en casa el jueves?
—Sí.
Serena sonrió a Glenn.
—Tiene usted una casa preciosa.
—Traducción: ¿soy rico? Sí. Entre mis ingresos y mis inversiones gano unos dos millones de dólares al año, y así ha sido durante una década. He vivido en Grand Rapids la mayor parte de mi vida, por lo que eso no sería una sorpresa para nadie de la ciudad que me conozca, lo que incluye prácticamente a todo el mundo. Por favor, no hace falta que suavicen sus preguntas, detectives. Si quieren saber algo, pregunten.
—¿Por qué no nos cuenta qué ha pasado hoy? —inquirió Stride.
—Me gustaría que hubiera algo más que contar. Acosté a Callie por la noche, después de la cena. Me quedé en mi estudio el resto de la velada, leyendo revistas médicas. A las diez, fui a verla y entonces me metí en la cama. Cuando me levanté a la una y fui de nuevo a su habitación, había desaparecido.
—¿Durmió usted desde las diez hasta la una? —preguntó Serena.
—Me dormí a las diez y media, por lo que quienquiera que se la llevara lo tuvo que hacer después de esa hora. No oí nada.
—¿Dispone de un sistema de seguridad?
—Por supuesto, pero no lo activo cuando estoy en casa.
—¿Quién tiene llaves de la casa?
—Valerie y yo. —La calma estoica de Glenn se quebró por un momento—. Oh, y Migdalia también tiene un juego.
—¿Migdalia?
—Migdalia Vega. Es nuestra canguro.
—¿Dónde podemos encontrarla? —preguntó Stride.
—Vive detrás del viejo cementerio de Sago. Es de fiar. Respondo por ella.
—Todavía tenemos que hablar con ella —replicó Stride, que añadió—: Los agentes que registraron la casa no encontraron signos de que la cerradura hubiera sido forzada. ¿Tiene idea de cómo pudo entrar alguien?
—En absoluto, lo siento.
—¿Ha contactado alguien con usted para decirle que tiene a Callie? —preguntó Serena.
—No.
—Algunas veces los padres se niegan a admitir que tienen noticias del secuestrador —observó ella—. Una nota de rescate posiblemente le pedirá que no informe a la policía, o si alguien le llama quizás amenace con acabar con la vida del rehén en caso de que acuda a las autoridades. Incluso en ese supuesto, es mucho más seguro si nos lo dice.
—Lo entiendo, pero no se ha producido ningún tipo de contacto.
—Con su permiso, pondremos un micrófono en su teléfono por si recibe llamadas —le informó Stride.
Glenn dudó.
—¿Es necesario?
—Dada su situación financiera, tenemos que considerar el secuestro como una posibilidad real —explicó Stride—, incluso una probabilidad. En estos casos, por lo habitual se recibe alguna demanda de rescate. Un localizador de llamadas es esencial.
—Sí, lo imagino. Pensaba en las cuestiones de privacidad de mis pacientes; hay temas confidenciales. Tendré que encontrar un modo de arreglarlo, pero eso es asunto mío.
—El localizador estará instalado en cuestión de horas —informó Stride—. Hablando de sus pacientes, ¿hay alguno de ellos, o algún familiar, que pueda guardarle rencor por algún asunto?
La boca de Glenn se curvó en una sonrisa irónica.
—¿Quiere saber si he matado a alguien en la mesa de operaciones? No.
—A veces se producen accidentes y malentendidos.
—Cierto, pero soy muy bueno en lo que hago. Nunca me han demandado, lo que constituye casi un milagro en mi profesión.
Stride meneó la cabeza.
—¿Usted o su mujer han recibido amenazas?
—No.
—¿Ha tenido alguna vez la sensación de que le seguían? ¿O que un extraño le observaba en su casa o en el trabajo?
—No, nada de eso. Sin embargo, hay un aparcamiento para caravanas en el lago y si se da una vuelta por ahí puede encontrar algunos tipos desagradables. Tengo un gran barco y no hay duda de que muchos de ellos me han visto navegar con Valerie y Callie.
Stride asintió, pero no dijo nada. Lo había visto antes: víctimas ricas apuntando con el dedo a las clases sociales más bajas. Grand Rapids, como Duluth y otras ciudades del norte de Minnesota, sufría incómodas diferencias entre ricos y pobres. Había algunos profesionales y gente que se había mudado desde Minneapolis que podían permitirse casas de siete cifras en el lago. En el otro extremo, había una mucho más numerosa comunidad de obreros de la fábrica, camareras, empleados de la construcción en caminos y carreteras, y granjeros que lidiaban con los desorbitados precios de la comida, el gas y la sanidad.
—¿Qué edad tiene Callie? —preguntó Serena.
—Diez meses y medio. Fue una niña de Fin de Año. Nació poco después de la medianoche.
—¿Aquí en Grand Rapids?
—No, en el St. Mary’s, en Duluth. Quería que Valerie diera a luz en mi hospital.
—¿Cómo es Callie? —quiso saber Serena—, ¿cómo reacciona con los extraños?
—Callie siempre ha sido una niña muy dulce —replicó Glenn—, se porta bien con cualquiera que le sonría. En estas circunstancias, supongo que eso juega en nuestra contra.
—Callie es su única hija, ¿es así?
—Sí.
—¿Cuánto tiempo llevan casados Valerie y usted?
—Ocho años —respondió Glenn.
—Tener un hijo puede cambiar tu vida por completo —señaló Serena—. ¿Han tenido problemas por esa razón?
Glenn la miró en medio de un silencio sepulcral.
—No.
—¿Y qué me dice de su esposa? Algunas mujeres caen en una depresión después de tener un hijo.
—Valerie no. Estaba radiante. Llevaba años intentando quedarse embarazada.
—Quiero hablar con su mujer tan pronto como llegue a casa —le pidió Serena.
—Lo entiendo. —Glenn se puso de pie y volvió a meter las manos en los bolsillos—. Por favor, manténgame informado del curso de la investigación, detectives.
Serena asintió.
—El teniente Stride o yo nos pondremos en contacto con usted cada pocas horas para informarle sobre cómo va la investigación, y siempre que nos necesite puede localizarnos en nuestros móviles.
—Gracias. ¿Durante cuánto tiempo habrá agentes de policía merodeando por los alrededores de mi casa?
—Me temo que tendrán que quedarse varias horas más —contestó Stride—. Mañana por la mañana vendrá un equipo forense del BCA de St. Paul; harán una búsqueda exhaustiva dentro y fuera de la propiedad.
—¿No lo han hecho ya?
—Ellos son los expertos en escenarios del crimen —le explicó Stride—. Buscarán cualquier indicio de que un extraño se haya metido en la habitación de Callie, o cualquier otra prueba que sugiera que un intruso ha entrado y se ha ido.
Stride no mencionó qué más iban a buscar. En la cuna. Sobre las paredes. En el fregadero. Bajo la alfombra.
Sangre.