PRÓLOGO

De fertilísimo ingenio, de copiosa inventiva, sin que se advierta en sus obras asomo de intención o plagio, alegremente chistoso (hay chistosos tristes; para qué citar ejemplos), de personalidad inconfundible hasta ser creador de una manera y de un estilo, en que fracasarían siempre sus imitadores, es Pedro Muñoz Seca, autor relevante, que tendrá siempre un sitio de honor en la historia del teatro español del siglo XX.

Como todo autor que aporta consigo una originalidad, una manera peculiar suya, tuvo Muñoz Seca sus detractores al principio de su carrera dramática; como sucede siempre en estos casos, más por parte de la crítica que del público. Después los tuvo también, pero ya por razones interesadas de cuestión política. Su obra y la personalidad de Muñoz Seca bien merecen un detenido estudio, para el que no me creo capacitado, y menos en esta ocasión, por apremios de tiempo y de trabajo.

Esta obra que hoy se publica en lujosa edición, La venganza de don Mendo, no diré yo que sea la mejor obra de Muñoz Seca. ¡Dios nos libre de los autores que tienen su mejor obra! En Muñoz Seca, como en todo autor fecundo, no hay obra mejor; todas forman un conjunto y todas van selladas de su intensa personalidad.

La venganza de don Mendo es una graciosa parodia de los dramas románticos; una divertida parodia, en la que el autor ha sido el primero en divertirse. No hay en ella acritud ni alusiones a determinado género o a determinada obra; La venganza de don Mendo no pretende ser el Quijote de los dramas románticos. Es una broma literaria por la que nadie puede darse por lastimado ni ofendido; por eso será la obra de este género que perdurará en la escena sin perder nunca actualidad.

De MUÑOZ SECA, excelente amigo, guardo muy gratos recuerdos, y uno menos grato, el de la última vez que nos vimos. Fue en la Jefatura de Policía de Barcelona. Yo estaba allí detenido; allí le llevaron a él también. ¿Quién podría decirnos que nos veíamos por última vez? Los que habían empezado grotescos acabaron trágicos. No perdonaron a Muñoz Seca sus burlas, como todas las suyas, sin saña y sin odios, más bien compasivas de saludable advertencia; pero la barbarie no sabe reír. A Muñoz Seca le asesinó la barbarie en complicidad con la envidia. La envidia sabe buscar sus aliados. Pedro Muñoz Seca siempre estará presente en el teatro español y en la Historia de España.

JACINTO BENAVENTE