LO QUE OCURRÍA EN EL PUEBLO
EL mismo día en que me llevaron preso, después de la hora de la retreta, había habido una reunión, según supe después, en la casa de Piquer de la plaza del Estudio. En esta reunión, la guarnición y parte del vecindario más comprometido con los carlistas, decidieron salir del pueblo al anochecer.
El proyecto para algunas personas prudentes era un disparate; lo sabía mucha gente, lo conocía quizá el enemigo; se suponía que el capitán Anglés, escapado, habría hablado de él al general Espartero.
Ninguna consideración bastó para desistir de este plan absurdo. Saldría primero un batallón de tropas con don Pedro Beltrán, Peret del Riu, a la cabeza; después el pueblo, mujeres, niños, clérigos, frailes y monjas, y tras de ellos varias compañías de voluntarios realistas y de miñones.
Espartero, advertido probablemente por Anglés, envió patrullas de observación a todas las puertas. La patrulla de la puerta del Estudio, al ver que aparecía una gran columna, dio el aviso a los liberales y estos se corrieron hacia el Hostal Nou, en el camino de Vallibona y hacia el cementerio.
Cuando los carlistas estaban fuera de la muralla a un cuarto de legua del pueblo, los cristinos comenzaron a hacer descargas cerradas en medio de la oscuridad de la noche.
El pánico de los atacados fue espantoso, y, entre gritos y lamentos, volvieron y se acercaron a la plaza. Parte de los oficiales carlistas, con Peret del Riu, aprovecharon la confusión, avanzaron a campo traviesa y se salvaron. Los paisanos, mujeres y las compañías que iban a retaguardia comenzaron a gritar: «¡Estamos copados! ¡Volvamos!».
Se acercaron entonces, corriendo unos a la puerta del Estudio y otros a la puerta del Rey; pero los carlistas de dentro de la plaza, creyendo que el enemigo les atacaba comenzaron un terrible fuego de fusil y de cañón.
Aquella pobre gente se amontonó en el puente levadizo del portal del Estudio, gritando y clamando.
El puente, según dijeron, estaba colgado con cadenas que no fueron lo bastante fuertes para resistir el peso de la multitud y, rompiéndose de pronto, infinidad de gente, hombres, mujeres y niños cayeron en el foso en racimos.
Los que volvieron corriendo no advirtieron la falta del puente en la oscuridad y se precipitaron en el abismo. Los de adentro seguían disparando hasta que, alguien más inteligente, echó un paquete de cáñamo encendido al foso; vio lo que ocurría y mandó parar el tiroteo y se abrieron las puertas.
La misma noche, al conocerse el desastre, se convocó una junta, presidida por don Leandro Castilla, y se decidió pedir la capitulación. Se creía que Beltrán habría muerto.
La noticia de que Peret del Riu había desaparecido o quedado muerto en el campo produjo un decaimiento, un pánico instantáneo.
El que desapareciera el jefe nombrado por Cabrera para la defensa de la ciudad, aflojó de tal manera el espíritu y los lazos de la disciplina que toda la oficialidad decidió que había que rendirse.
Alzaga, que era un extraño al grupo de los oficiales valencianos y aragoneses, decía: «Se puede seguir lo mismo la defensa. Hay todavía medios».
Nadie le escuchó.
Al día siguiente Espartero hizo quinientos hombres prisioneros y se encontraron doscientos cuarenta y dos cadáveres en el foso.
Este mismo día se supo que Zurbano había derrotado en el Bojar a Forcadell, que le disputaba el paso, y se reunía con sus batallones a Espartero, aumentando el número de los sitiadores.
Por la mañana se verificó la entrega de la ciudad y el duque de la Victoria mandó a Morella a su ayudante, don Ventura Barcaiztegui.
Peret del Riu con algunos hombres pudo reunirse poco después a Cabrera, que le recibió con un bufido y lo echó de su lado, y después derrotado por las tropas de la Reina se entregó a las autoridades que lo confinaron en Valencia.