DOS HOMBRES DECIDIDOS
COMO el éxito de Aviraneta con sus intrigas para producir el Convenio de Vergara corrió entonces por los círculos políticos de Madrid, don Pío Pita Pizarro y sus amigos decidieron que convendría seguir el mismo procedimiento, con el fin de intentar descomponer el carlismo en Cataluña y en el Maestrazgo. Se acordó enviar emisarios a Berga y a Morella.
Aviraneta dijo repetidas veces al ministro: «No basta mandar gente; sólo hombres muy hábiles y muy decididos pueden hacer una labor útil.»
Pita Pizarro y Aviraneta se entrevistaron con varias personas, militares, ex carlistas, gente que prometía mucho, pero que no buscaba más que sacar dinero de algún modo.
Una noche Pita Pizarro dijo a don Eugenio:
—Tengo al fin dos hombres para enviar al Maestrazgo. Creo que los dos van a servir.
—¿Quiénes son?
—Uno es un joven andaluz, confidente mío; el otro es un viejo marrullero valenciano, que ha sido hasta ahora carlista y que en estos momentos en que ve que la cosa se pone mala ha cambiado de casaca. El viejo es desconfiado y astuto; el joven es un cínico. El viejo no querrá hablar delante de usted. Al joven lo citaré mañana aquí y le verá usted, porque creo que vale la pena.
Al siguiente día, por la noche, se presentó el confidente de Pita Pizarro, el andaluz.
Era un hombre de veintitrés a veinticuatro años, alto, delgado, de nariz grande, afilada, cara caballuna, color pálido y pelo claro. Tenía las manos largas, los pies largos, la mirada apagada, de ojos miopes y glaucos; la risa fría, estrepitosa y burlona. Había en él algo de galgo y de araña. Hablaba con ligero acento andaluz. Era hombre espontáneamente distinguido.
Aviraneta se hallaba preocupado y enfermo y habló poco con el confidente. No escuchó lo que preguntó el ministro y lo que contestó el joven.
Al día siguiente, Pita Pizarro le preguntó a don Eugenio:
—¿Qué le pareció a usted el joven de anoche?
—Muy bien.
—Ese joven es mi mejor confidente político.
—¿Quién es?
—Pues es un joven andaluz sin oficio ni beneficio. Creo que es de Guadix o de Baza. Su padre es un labrador que tiene arrendado un cortijo y, al parecer, la familia ha vivido siempre con bastantes dificultades. Este joven ha sido un señorito inútil, un verdadero zángano. Hace años tenía una novia, la hija de un empleado del Ayuntamiento del pueblo, y se le ocurrió a los novios escaparse de casa y venirse a Madrid a vivir no sé de qué, ni cómo. Parece que hay esa tradición en los pueblos de la comarca, y las chicas no encuentran completamente bien sus bodas si no se escapan antes con sus novios. Este joven insípido e insustancial se encuentra un día en Madrid en la mayor miseria, y comienza a pensar que su vida no ha sido más que una serie de tonterías, inauguradas por la escapatoria y por el matrimonio, y se revela en él un hombre atrevido y resuelto. Se decide a trabajar en cualquier cosa. No sabía escribir de una manera legible y se pone a mejorar la letra, aprende un poco de cuentas y de teneduría de libros, va a buscar trabajo, no encuentra nada y una noche se presenta en el ministerio a hablarme de una conspiración que ha descubierto, y le hago mi confidente.
—¿Sirve?
—Como pocos.
—¿Es valiente?
—De un valor raro, frío. Acometividad no tiene ninguna; quizá si alguien le pega un trastazo no sea capaz de devolvérselo, pero tiene un valor pasivo extraordinario; es impasible, imperturbable, cínico, irónico, incapaz de emoción; tiene una serenidad y una frialdad que le dejan a uno maravillado. No tiene nervios ni sangre; parece un fantasma.
—En general, un espía no puede ser cobarde, aunque la gente honesta quiera creerlo así —dijo don Eugenio.
—Claro que no. Hombres que exponen la vida por fanatismo o por dinero es difícil que sean cobardes. Se les podrá despreciar a tipos así por otros motivos, por su falta de moralidad, por ejemplo; pero por cobardía, no.
—¿Y es andaluz ese joven?
—Sí.
—¿Cómo se llama?
—Jesús López del Castillo.
¿Y qué conspiración le reveló a usted?
Primeramente, me dio datos de las intrigas de los partidarios del infante don Francisco; después lo tuve de confidente entre los jovellanistas y los carbonarios. Luego se ha mezclado en todas las algaradas y complots políticos.
—¿Y por qué se va de aquí?
—Se va porque los enemigos le conocen demasiado. Es conveniente que se eclipse durante algún tiempo.
—¿A este le va a enviar al Maestrazgo?
—Sí.
—¿Y podrá desenvolverse allá bien?
—Ya lo veremos. Él quiere ir.
—Entonces, que vaya.
Aviraneta, días después, marchó a Zaragoza y de Zaragoza a Tolosa de Francia, pasando antes, como hemos dicho, por la cárcel.