VII

LAS INTRIGAS DE LOS LEGITIMISTAS DE TOLOSA

EN Francia reinaba entonces Luis Felipe. Luis Felipe no era seguramente un rey de cetro y espada, sino un rey de paraguas. Tenía su especialidad. No todos los reyes la tienen. La especialidad le hacía muy hábil para acrecentar su fortuna.

Bajo tal reinado, plutocrático y burgués, latían las ideas republicanas y socialistas que estallaron en 1848. Obraban aún con mucha energía las fuerzas de la legitimidad, apoyadas en los realistas de Francia, los imperialistas de Austria y los carlistas de España.

En nuestro país se había terminado la guerra civil en el norte con el Convenio de Vergara, y seguía en Aragón y Valencia, dirigida por un hombre de genio como Cabrera.

En Madrid reinaba una gran confusión política; los exaltados, los moderados, los conservadores, los progresistas, los jovellanistas, los carbonarios, se agitaban con energía; se acusaba por momentos la rivalidad de dos generales ambiciosos: Espartero y Narváez; la reina Cristina, celosa, peleaba contra su segundo marido, el ex guardia de Corps Muñoz. Muñoz, al parecer, se enamoraba demasiado fácilmente de las bailarinas, y María Cristina pretendía convertir sus celos en motivos políticos.

La marcha de la reina de España no provenía de la enemistad política contra Espartero, sino de que quería separar a Muñoz de una bailarina, de la que estaba prendado.

Esto lo sabían muchos enterados de la vida íntima del matrimonio real. Aviraneta, que había contribuido a terminar la guerra en las provincias vascas y Navarra, quería actuar desde Tolosa sobre Cataluña y Aragón. En Cataluña, con la muerte del conde de España, el carlismo andaba ya despistado; no así en Aragón y Valencia, en donde a Cabrera le quedaba aún un ejército importante.

Aviraneta se encontró con que en Tolosa existía una red de intrigas de los legitimistas en favor del carlismo. Uno de los agentes de don Carlos, llamado Aladern, constituía el lazo de los legitimistas franceses y de los carlistas españoles. El conde y la condesa Raymond, realistas de abolengo, servían de unión entre el gran priorato de Tolosa y el de París. La política realista se practicaba en las sacristías por los clericales. El vizconde de Boisset tenía influencia entre los absolutistas de la península. El conde de Pins, pariente del conde de España, quería, según se decía, vengar la muerte de este jefe asesinado por la Junta carlista de Berga. El marqués de Puyraloque, Donadieu, dueño del castillo de Ponsan, y otros aristócratas franceses favorecían a los carlistas.

Había también en Tolosa clubs republicanos, logias masónicas y carbonarias, grupos de italianos que seguían las inspiraciones de Mazzini y de la joven Italia, y algunos refugiados polacos, organizadores de una sociedad secreta llamada la Praga.

Don Eugenio pretendió influir en el campo carlista para que la guerra civil acabara definitivamente, y plantó su campo de acción en Tolosa.

Desde Madrid, Pita Pizarro y él habían enviado agentes al Maestrazgo y a Cataluña para trabajar contra Cabrera.

Aviraneta se puso en íntima relación con los legitimistas tolosanos, vigiló sus maniobras y acechó los pasos del infante don Francisco y de la infanta Luisa Carlota, cuñado y hermano de la reina María Cristina. Los dos infantes aspiraban a la regencia de España y estaban por entonces en Tolosa desterrados.

Aviraneta trató mucho en aquella época a la que luego fue su mujer, Josefina de Esperamons. Josefina de Esperamons era una muchachita bajita, regordeta, blanca, sonriente, de ojos azules y con unos rizos en las mejillas. Sabía cantar y tocar la guitarra.

Aviraneta solía visitarla en casa de su madre, cuando aún se hallaba en buena posición. Luego la dejó de ver y la encontró doce años después, en un estado próximo a la miseria, tocando la guitarra en un café de Madrid.

Aviraneta entonces propuso a la señorita tolosana el casarse con él, aunque él era ya un viejo, y se casaron.

«Por este viejecito puedo yo vivir tranquilamente», parece que aseguraba ella.

Aviraneta estuvo en Tolosa varios meses y publicó aquí una memoria acerca de sus trabajos para la terminación de la guerra civil, memoria que imprimió en la imprenta de Augusto Henault, en la calle de Saint Rome.