EN EL CAMINO
EN el primer pueblo donde se detuvo Aviraneta le despertaron a media noche; venía el alcalde del lugar con el escribano, el alguacil y ocho milicianos a preguntar por él.
Le pidieron el pasaporte, lo mostró, vieron el visado del jefe político de Zaragoza, lo leyeron, se lo devolvieron, le dieron las buenas noches y se marcharon.
El reconocimiento en hora tan intempestiva, don Eugenio lo atribuyó a habladurías del mozo; este, seguramente, debió de contar cómo don Eugenio había estado en la cárcel de Zaragoza y el ruido que metió su prisión en el pueblo.
Al día siguiente, Aviraneta montó caballo y fue a dormir a Jaca, a la posada del Esquilador.
Hacía mucho frío, llegó muy tarde, y no se presentó al gobernador militar de la plaza, por considerarlo innecesario.
Salió de Jaca al amanecer del otro día y se dirigió camino de Canfranc. Pasó la noche, mal que bien, en un mesón, y por la mañana se preparaba para la última etapa de su viaje, cuando el comandante gobernador del pueblo le mandó dos soldados de caballería a decirle que se presentara en su casa. Lo hizo así.
—¿Cómo se llama usted? —le preguntó.
—Eugenio de Aviraneta.
—¿Tiene usted pasaporte?
—Sí, señor.
—¿Ha estado usted preso en Zaragoza?
—Sí. Pero aquí está la real orden en virtud de la cual me han puesto en libertad.
El comandante leyó los documentos y dijo:
—Todo está en regla; pero como tengo órdenes del capitán general para prenderle, le dejo arrestado.
—Es una arbitrariedad.
—Es cierto; pero no tengo más remedio que obrar así. Voy a consultar el caso, llevando el pasaporte y la real orden, con el gobernador militar de la comarca.
Dicho esto, montó a caballo y se fue a Jaca.
Al día siguiente estaba de vuelta en Canfranc, devolvió los papeles a don Eugenio, le levantó el arresto y le dijo:
—Puede usted continuar el viaje.
De Canfranc, Aviraneta franqueó el puerto de Santa Inés con muy buen tiempo, hasta llegar a Urdos a dormir en el hotel de los Viajeros. Se despidió del guía, marchó a Pau, de aquí tomó el correo de Tolosa, y al día siguiente amaneció en esta ciudad.
Don Eugenio llegó a Tolosa un día de febrero de 1840 y se estableció en el hotel del Gran Sol.