IV

A LA FRONTERA

AL amanecer del día siguiente, nuestro preso se levantó, se vistió y dijo a Tomasico el demandadero: «Eh, tú, avisa al fiel de llaves para que me abra la puerta».

Le abrieron. Se dirigió al momento a la habitación del alcaide, almorzó allí dos huevos con jamón y una taza de café, encendió su cigarro, ajustó la cuenta, dio media onza de propina a los chicos del alcaide y repartió unas pesetas entre los demandaderos. Le devolvieron intacto el baúl y el dinero que le habían cogido al tiempo de prenderle, y se despidió del jefe y de los empleados de la cárcel.

El guía y los caballos esperaban en el portal. Aviraneta montó en uno y tomó el camino de la frontera.

«Amigo —se dijo a sí mismo—, no se había engañado con su amistosa confidencia el general Rodil, cuando fue a visitarme en Madrid y me dijo que no saliera, porque me prenderían; el que se engañó por completo fue don Pío Pita Pizarro, que no creía posible mi prisión.»

Antes de marcharse de la cárcel, don Eugenio preguntó al alcaide:

—¿Qué se ha contado de mi prisión en Zaragoza? Ahora lo puede usted decir sin inconveniente.

—Pues aquí se ha dicho que usted ha venido a sublevar el ejército liberal.

—¡Qué barbaridad! ¿Para qué?

—Unos decían que para favorecer a los republicanos y otros para dar nueva vida al carlismo.

—¡Cuánta estupidez!

La noticia de la prisión de Aviraneta en Zaragoza dio mucho que hablar en Madrid. La gente política aseguró que Espartero lo había mandado llevar al campamento de Mas de las Matas, donde lo iban a fusilar; se inventaron extrañas fantasías acerca de los motivos de hostilidad existentes entre el general y el conspirador.

Hubo muchas versiones, según las simpatías esparteristas y antiesparteristas, y se sacó a relucir la política de las logias masónicas. Al parecer, al día siguiente de la detención de don Eugenio, llegó a Zaragoza el coronel don Salvador de la Fuente Pita, con tropas, desde el cuartel general del Mas de las Matas, comisionado por Espartero para trasladar a Aviraneta al cuartel general de Mas; pero el jefe político, don Antonio Oviedo, se negó a entregarle a la jurisdicción militar.

Alegó que Aviraneta era paisano y comisionado del Gobierno, pues llevaba unos despachos del ministro de la Gobernación y de Estado, en los cuales encargaban a las autoridades se le prestase ayuda para cumplir la misión que le habían encomendado.

Espartero insistió en que se tuviera preso a Aviraneta. Sospechaba si los papeles del conspirador serían falsos. Sólo cuando el Gobierno confirmó que los despachos eran auténticos le pudieron soltar al preso.

Veinticinco años después, en una visita que don Eugenio hizo al historiador de la guerra civil, don Antonio Pirala, este le dijo:

—Aquella prisión que sufrió usted en Zaragoza se la debió usted a su antiguo enemigo don Manuel Salvador, que escribió desde Madrid una carta al general Espartero advirtiéndole que iba usted a Zaragoza con objeto de provocar la sublevación de sus tropas.

—¿Y cómo lo sabe usted?

—Me lo ha contado el mismo Espartero, en una de las visitas que le he hecho en su casa de Logroño.