LO QUE DIJO EL AMIGO DEL PRESO
AL salir a la calle, el jefe político preguntó a Zaro.
—¿Usted conoce a este Aviraneta?
—Sí.
—¿Sabe usted lo que ha hecho?
—También.
—Porque es un hombre de quien se habla mucho, pero en concreto no se dice nada. Es un señor de fama sospechosa, a quien se considera como un terrible y peligroso intrigante. Muchos le tienen por un maquiavélico sin conciencia; otros aseguran que es un buen liberal, un conspirador desinteresado que trabaja por amor al arte; he oído decir a algunos que puede llegar a ser un político importante, y también he oído asegurar que es un don nadie.
Zaro, que como todos los aficionados a la política de la época, era entusiasta de la oratoria, disertó con cierto énfasis acerca de la vida de Aviraneta. Zaro había sido diplomático y vivido mucho tiempo en el extranjero.
Según Zaro, don Eugenio de Aviraneta realizó en su vida lo más romántico y pintoresco que un español podía hacer en su tiempo. Tomó parte en la guerra de la Independencia como guerrillero, a las órdenes del Empecinado y del cura Merino; fue uno de los conspiradores de la primera época constitucional, de los que lucharon contra las tropas del duque de Angulema en 1823; estuvo en Egipto y en Missolonghi, donde se ofreció a Lord Byron para luchar por la independencia de Grecia; vivió en Méjico, y organizó logias y sociedades secretas en Madrid.
—Bien —interrumpió Oviedo—; pero ahora, ¿qué hace?
—Ha intervenido en el Convenio de Vergara.
—¿Y eso le ha indispuesto con Espartero?
—Parece que sí.
—¿Usted le conoce desde hace tiempo?
—Sí; le conozco de Madrid y de Bayona.
—¿Qué clase de hombre es?
—Aviraneta —dijo el señor Zazo—, reúne todas las condiciones de un profesor en el arte de conspirar; es fecundo inventor de combinaciones dirigidas a envolver en el misterio los manejos de las sociedades secretas; se le atribuye el plan que ha servido para la formación de la de Jovellanos.
—No he oído hablar nunca de ella, la verdad —dijo Oviedo.
—Pues se ha hablado de ella en los periódicos. Aviraneta maneja los recursos del desorden y de la anarquía como medio de dividir a los adversarios cuando se propone desorientarlos y arruinarlos. Parece que sigue siendo muy adicto a la Reina Gobernadora y esto le ha llevado al grupo de los conservadores.
—Pero entonces no es un revolucionario.
—En parte sí y en parte no. Ahora, no hace mucho, por intermedio de Pita Pizarro, el Gobierno ha aceptado los servicios de este hombre inteligente y resuelto. La lógica y la política recomendaban otorgar a este hombre liberal, de fe robusta, una gran confianza, ya que Pita Pizarro y la misma Reina le iban a confiar misiones importantes…; pues no lo han hecho.
—¿Le han puesto trabas?
—Constantemente. El plan imaginado por Aviraneta antes del Convenio para acabar la guerra tenía por objeto acentuar la división ya existente en el campo de don Carlos; inventar, haciéndolas verosímiles, conspiraciones de unos contra otros; avivar el odio y la desconfianza entre intransigentes y marotistas; explotar los celos y la rivalidad de castellanos y vascongados, hacer creer a don Carlos que Maroto le vendía, y a este que su rey le engañaba y se hallaba dispuesto a entregarle a sus enemigos, planes estos que por lo maquiavélicos y lo complicados exigían secreto, dinero y una confianza absoluta en el encargado de realizarlos.
—¿Y no los pudo realizar?
—Sí; los realizó en parte; mas la opinión que se tenía de Aviraneta era tan mala que ha sido muy difícil, hasta para los que le conocen y se fían de él, defenderlo y responder de su lealtad. De ahí que ande perseguido y preso: lo mismo le pasó en 1835 cuando llegó a Barcelona en calidad de agente de Mendizábal. Entonces el general Mina le deportó a Canarias, sin más motivo que los celos de otros liberales.
—Eso es natural —repuso Oviedo—: un agente político sin recursos y sin prestigio no es nada.
—Cierto —siguió diciendo Zaro—. A consecuencia de esta doble situación de descrédito en Aviraneta y de reparo en abonarlo por parte de los que le empleaban, resultó que al ser enviado por la Reina y por Pita Pizarro para comenzar sus trabajos de zapa contra el carlismo, le pusieron en Francia bajo la vigilancia del cónsul de Bayona, que coartaba la libertad de acción de Aviraneta y le estorbaba en sus trabajos.
—¿Espartero tuvo algo que ver en esto?
—Espartero y sus generales, igualmente prevenidos contra el agente secreto, desautorizaban y estorbaban de mil maneras la espontaneidad de sus movimientos.
—¿Pero, al último, los trabajos tuvieron éxito?
—Sí. Los trabajos de Aviraneta contribuyeron al movimiento que lanzó a don Carlos del territorio español. Los amigos le atribuyen una gran participación en los preliminares del Convenio de Vergara.
—¿Y esto ha molestado a Espartero?
—Así parece; desde fuera es muy difícil saber en qué consistió su participación en el Convenio y hasta dónde llegó. No se perdonaban en aquellos días de impaciencia medio alguno, por excéntrico que fuese, con tal de que pudiera encaminarse a acelerar la destrucción del carlismo. Al mismo tiempo que la aventura de Muñagorri y las intrigas de Aviraneta, varias personas tan graves como el conde de Ofalia, entonces presidente del Consejo; Villiers, el embajador de Inglaterra en Madrid; don Francisco Cea Bermúdez y don Mariano Marliani, habían pensado, en vista de que Francia no quería influir contra el carlismo, en casar a Isabel II con un archiduque de Austria.
—¿Y el proyecto no prosperó?
—No prosperó porque disgustó a Francia. Por entonces Aviraneta logró que sus planes fueran oídos por personas allegadas a la Reina, y esta influyó con energía para que los ministros se decidieran a emplear los servicios de don Eugenio, con la idea de acrecentar la maraña de intrigas y de divisiones que trabajaba en la desunión del campo enemigo. Hubo probablemente sus luchas en la sombra, en las que tomó parte la masonería, Aviraneta, que ha sido masón, abandonó la sociedad hace tiempo.
—Eso no se lo perdonarán —dijo Oviedo.
—No. En el cuartel general de Espartero hay muchos masones, y ellos probablemente se opusieron a las maniobras de Aviraneta. Don Eugenio logró extender la alarma, acrecentar la desconfianza entre los carlistas introduciendo agentes en su campo y contribuyó a la desorganización final del carlismo. Las intrigas de Aviraneta llegaron de tal manera a aumentar la confusión entre los bandos absolutistas, que su rompimiento se hizo inevitable, y si no comenzó por parte de la camarilla de don Carlos, se debió a la irresolución de este, que no se atrevió a quitar el mando a Maroto, aunque se entendía con los enemigos del general y los favorecía secretamente.
El gobernador Oviedo reconoció que ignoraba estos hechos; no estaba enterado de tales intrigas.
Un poco humillado por ello, se lamentó de que la política se hiciera de una manera misteriosa y secreta y no a la luz del día, como debía hacerse. El gobernador añadió algunos lugares comunes enfáticos, para demostrar que la ignorancia de estas intrigas y enredos era una superioridad. Habían llegado al Gobierno Civil, y Zaro y Oviedo se despidieron.