FERRER SE ESCAPA
EL 6 de junio se recibió en Berga un parte que produjo una gran conmoción. Cabrera se acercaba; estaba a dos jornadas del pueblo. La Junta no pudo ocultar la noticia de que Cabrera se hallaba ya dentro de Cataluña y que el 8 se presentaría delante de la ciudad.
La Junta hizo publicar la nueva como si esta fuera para ella un gran motivo de regocijo y de alegría.
Al mismo tiempo, se comenzaron a tomar medidas de defensa y de precaución, se municionaron los fuertes, se pusieron los cañones en batería como si las tropas enemigas estuvieran a la vista.
Por las calles los corrillos de paisanos comentaban los hechos.
—¿Qué significan estas medidas —preguntaban algunos— en los momentos en que Cabrera está a las puertas de la ciudad?
—La Junta no quiere que le sorprendan —replicaban otros.
—¿Es que no somos todos carlistas?
El 7 por la noche esperaba Roquet en casa de Ferrer, cuando se presentó este sumamente agitado a la hora de cenar. Tenía un humor del demonio, no hacía más que murmurar y blasfemar. Se encontraba la mesa puesta, el cirujano no tenía ganas de tomar nada, echó un bufido a su mujer, bebió un vaso de agua y llevó a su despacho a Roquet.
—Estamos perdidos —le dijo.
—Pues. ¿Qué pasa?
—Mañana va a entrar Cabrera con sus tropas en Berga y la noticia de que viene con ansia de tomar medidas violentas contra nosotros está comprobada.
—¿Cree usted?
—No hay duda.
—¿Y cómo lo saben ustedes? —preguntó Roquet.
—Estos son los avisos que han dado a la Junta.
—¿Quiénes?
—Tenemos amigos en el ejército de Cabrera.
—¿Y qué decisiones ha tomado la Junta?
—La Junta es una p… Redeu! Está indecisa sobre el partido que le conviene tomar. Se le ha escrito a Segarra para que venga con sus tropas a cubrir los alrededores de la ciudad por el camino de Aragón, que es el que trae Cabrera.
—¿Y qué ha contestado Segarra?
—Segarra no ha contestado nada. Es un traidor. Lladre! No se sabe dónde está. Ese granuja nos vende, está de acuerdo con Cabrera.
—En Francia se ha dicho como cosa segura que Segarra si no puede hacer una transacción con los liberales se va a pasar al ejército de la Reina.
—Es posible que ande en esos tratos, pero creo que no conseguirá nada.
—¿Así que, según usted, la situación es muy grave?
—Es gravísima.
—Lo que ustedes deben hacer es tomar acuerdos rápidos —indicó Roquet—; cerrar las puertas del pueblo, no dejar pasar a nadie.
—Ah, si por mi fuera. Redeu!, Cabrera no entraría en el pueblo.
—¿Es que en la Junta hay partidarios de Cabrera?
—Allá hay de todo. Aquello es una casa de p… La Junta intentaría con gusto defenderse en Berga, pero la generalidad de las tropas y el paisanaje se resisten, tienen gran admiración por Cabrera. En la misma Junta hay algunos que dicen que no se sabe a punto fijo si es verdad que Cabrera tiene planes de venganza contra la Junta, que antes de que entre en el pueblo se puede averiguar esto y obrar en consecuencia. Son como mujerzuelas.
—¿Y cómo van ustedes a averiguar las intenciones de Cabrera?
—¿Cómo? De ningún modo.
—¿Y usted qué va a hacer?
—¡Yo! Si no estuviéramos divididos me quedaría, pero con esta falta de unión me marcho. Yo he aconsejado a mi hermano que nos pongamos a salvo ganando cuando antes la frontera francesa, pero él se resiste.
—Va a ser victima de su obstinación.
—Es muy posible, que haga lo que quiera. Yo esta misma noche, me marcho. No quiero ser juguete del despotismo militar de Cabrera, ni de nadie.
—Creo que hace usted bien. ¿Y de las letras de Marcillón hay algo?
—Sí, aquí las tengo aceptadas. ¿Pagará ese francés?
—¡Qué remedio le queda!
—Bueno, pues vamos.
—Si no paga no se le dan las letras.
—Vamos allá, porque yo necesito dinero. Fueron los dos a la posada de Marcillón, el francés miró las firmas de las letras, sacó una bolsa con doscientos duros y se la entregó al cirujano, luego Ferrer y los dos franceses bebieron unas copas de coñac de marca.
El cirujano pareció tranquilizarse con el dinero.
—¿Usted qué va a hacer? —preguntó Ferrer a Roquet—. Porque yo cierro mi casa.
—Me instalaré aquí, en la posada de Marcillón.
—Yo, mañana por la mañana, llevaré a mi familia a un pueblo bastante lejano y luego veré lo que hago.
—Le voy a acompañar a su casa para sacar el caballo de la cuadra —dijo Roquet al cirujano Ferrer.
—Sí, vaya usted —advirtió Ferrer—, porque como mañana por la mañana quedará mi casa vacía y sin gente, corre usted el peligro de que se lo roben.
Salieron de la posada de Marcillón y volvieron a casa de Ferrer. Alli, el cirujano encendió un gran fuego en la cocina y quemó todos sus papeles. Después comió un trozo de carne fría y bebió un vaso de vino.
—¿Y usted, cuándo se marcha? —preguntó Ferrer a Roquet.
—Yo me voy a quedar unos días en Berga —dijo Roquet—, no me atrevo a ponerme en camino.
—¿Por qué?
—Aquí lo más que me puede suceder es que me metan en la cárcel, en cambio en el campo, entre desertores y soldados que se escapen a Francia en estos momentos, la marcha ha de ser muy peligrosa.
—Sí, creo que tiene usted razón —dijo Ferrer—. Usted no tiene personalidad política alguna y no hay motivo para que las autoridades de uno u otro bando le hagan a usted daño, en cambio las cuadrillas que ahora vayan por los campos podrían maltratarle y robarle.
Mientras hablaban en el despacho del cirujano, la mujer y la cuñada estaban acabando de recoger todo lo que tenían en la casa de algún valor.
Ferrer comenzó a llenar una maleta y cuando terminó la faena dijo:
—Me voy a la cama a ver si puedo dormir tres o cuatro horas. Mañana pienso estar de pie muy temprano. ¡Adiós!
—¡Adiós!
Roquet y Ferrer se despidieron dándose la mano.
Roquet bajó a la cuadra, tomó el caballo y se dirigió con él del ronzal a la posada de Marcillón. En aquel momento estaban dando las doce en el reloj de la iglesia.