II

AVIRANETA COMIENZA SUS TRABAJOS

AVIRANETA decidió comenzar lo más pronto posible sus operaciones en Francia. Su primera maniobra fue escribir una carta a Arias Teijeiro, el ex ministro de don Carlos. Arias seguía en Berga al parecer en buenas relaciones aún con la junta de Cataluña.

Don Eugenio pensaba firmar su carta con su nombre de guerra de falso legitimista francés: Dominique Etchegaray.

Escribió la carta con mucho cuidado. Arias Teijeiro no debía ser hombre a quien se le pudiera engañar fácilmente. Se decía que había sido en otro tiempo confidente de Calomarde y que estaba muy avezado a la intriga.

Aviraneta, entre otras cosas, decía al ex ministro gallego:

Yo soy el mismo legitimista francés que avisó con tiempo a don Carlos la defección de Maroto y le remitió los papeles todos de la logia masónica a que pertenecía y que comprobaban claramente su traición.

A consecuencia del envío de aquellos papeles, don Carlos ordenó la vuelta a España de los jefes carlistas que estaban desterrados por Maroto en Francia, entre ellos el general don Basilio Antonio García, el canónigo Echeverría y el coronel Aguirre, para ponerse al frente de los batallones 5, 11 y 12 de Navarra. El mismo don Carlos dispuso se sublevasen estos batallones en Etulain, poniendo al frente del 5.° al subteniente Luis Arreche, alias Bertache. El movimiento se hizo tarde. Por no haber sabido prender enseguida a Maroto se desgració la operación y se perdió la causa del Rey en las provincias Vascongadas. En Cataluña y Aragón se dibuja en el horizonte algo parecido. Aquí se da por seguro que el general Segarra, sustituto del conde de España en el mando de las fuerzas catalanas, es partidario de la transacción y si no la puede realizar en buenas condiciones no tardará en pasarse al partido de la Reina.

Podría contarle a usted, señor Arias, más noticias importantes, pero no son cosas que se pueden confiar a una carta. Así es preferible que envíe usted un agente a Francia, a Carcasona o a Tolosa, para que yo pueda hablarle y contarle de palabra, con toda clase de detalles, lo que aquí se prepara.

Aviraneta pensó llamar a Roquet, que fue quien introdujo el Simancas en el Real de don Carlos y se manejó con gran habilidad, pero como la misión no era tan difícil y no había más que entregar la carta no le llamó. Supo que un mozo de almacén de vinos de las Cuevas del Padre José, en el barrio de San Cipriano, iba a hacer el viaje hasta Berga y Aviraneta le dio la carta.

Unos días después, Arias Teijeiro contestó con una esquela dirigida al señor Etchegaray, dándole las gracias por su celo por la causa de don Carlos, alentándole para continuar la campaña y diciéndole al mismo tiempo que una persona de su entera confianza se vería con él en Tolosa y le presentaría para darse a conocer como contraseña la mitad de la tarjeta que le enviaba en la carta.

El mozo de las Cuevas del Padre José dijo a Aviraneta que le habían obsequiado mucho en Berga y que la Junta le gratificó con cincuenta duros. Al parecer, en la ciudad catalana estaban muy alarmados por la campaña intensa del ejército de la Reina en Aragón.

Quince días después Aviraneta recibió una carta firmada por el cirujano Ferrer. Decía así:

Señor Etchegaray: 

Estoy en Carcasona y no paso a Tolosa porque hay en esa ciudad muchos catalanes de esta comarca partidarios de la Reina que me conocen. Este es el mejor punto para que hablemos con libertad.

Le espero en la fonda del Ángel, y le advierto que cuando venga usted a verme pregunte por el doctor catalán.

Le saluda su seguro servidor,

José Ferrer

Tomó Aviraneta inmediatamente la diligencia y fue a Carcasona. La fonda de Ángel se encontraba en la villa baja y era nueva y bastante elegante, Aviraneta preguntó por el doctor catalán, le dijeron que estaba en el segundo piso en el número doce. Aviraneta subió y llamó con los nudillos en la puerta del cuarto indicado.

—Adelante —dijeron de dentro.

Se le presentó el cirujano Ferrer, le abrió la puerta y le hizo pasar. Luego sacó la media tarjeta que le había dado Arias Teijeiro.

—A ver, cotéjela usted con la suya —le indicó. Aviraneta tomó la otra media tarjeta y vieron que coincidían los dos trozos de cartulina.

—Ahora hablemos —dijo Ferrer—. Siéntese usted.

Ferrer estaba muy bien vestido. Tenía aire de hombre pletórico y alcoholizado, la cara con algunas manchas herpéticas. Era un tipo robusto, de músculos acusados, la cara cuadrada, los ojos claros, la mandíbula poderosa. Tenía las manos grandes y fuertes, con un vello rojizo dorado en el dorso y en los dedos. Más que manos de cirujano eran manos de verdugo.

Además de la tarjeta recortada traía una esquela de Arias Teijeiro dirigida a Dominique Etchegaray.

Después de estos preliminares el cirujano Ferrer dijo:

—Le esperaba a usted con ansiedad.

—Lo creo.

—¿De dónde tiene usted sus noticias?

—¡De tantos conductos! Yo soy vascofrancés y legitimista —añadió Aviraneta pronunciando el castellano con ligero acento francés—; hablo bastante bien el español.

—No; muy bien, para un extranjero muy bien.

—¡Muchas gracias! Conozco legitimistas y carlistas influyentes que conmigo no se recatan en hablar. Ahora se está intentando formar de nuevo una sociedad de defensores de la fe que tenga su centro en París. Esta sociedad servirá principalmente para procurarse datos de las maniobras de los liberales y de las gentes poco fieles al catolicismo y a la legitimidad.

—No creo mucho en esas cosas.

—Ya se verá qué resultado da con el tiempo.

—¿Y qué cuentan sus amigos?

—Hablan de lo que están preparando, y saben los proyectos de los unos y de los otros mucho antes que en la Península. Yo, por ejemplo, fui de los primeros que supo, por ellos, que el conde de España estaba intrigando para hacer un pacto con los cristinos y se lo comuniqué a ustedes.

—Sí, ya sé; nos lo dijo el mismo cura don José Rosell.

—Sí, yo le escribí desde Pau el cuatro de agosto del treinta y nueve.

—Es verdad. Tanto mi hermano como el canónigo Torrabadella están muy agradecidos a las noticias que usted dio con tanta anticipación.

—Gracias a ellas ustedes pudieron ponerse en guardia.

—Sí, y se pudo dar con el hilo de la trama que estaba urdiendo el conde de España y que felizmente descubierta a tiempo sirvió para que el tirano acabase su vida en el río Segre.

—Pues ahora hay nuevas tramas. Hay mucha gente que trabaja en sembrar la discordia en el campo carlista y se teme una catástrofe parecida a la de Vergara. Lo malo es que no es una persona la que intriga, sino que son muchas, con lo cual se produce en las filas del partido una gran confusión.

—Eso es lo peor. En el partido hay desconfianza. Mi hermano Narciso que, como sabe usted, es de la Junta de Berga, y los demás compañeros suyos, están llenos de alarma y la carta de usted ha aumentado las sospechas. Así que dígame usted todo lo que sepa de las nuevas tramas que se preparan en Cataluña.

—Amigo, yo le diría a usted muchas más cosas si usted conociera el personal carlista de Francia, porque entonces podría usted saber no sólo los datos sino los indicios, que a veces tienen tanto valor como los datos.

—Diga usted lo que sepa.

—Le diré grosso modo lo más esencial.

—Hablé usted.

—Ahora uno de los motivos de división del carlismo en Cataluña va a ser el intento de rehabilitación del conde de España. El promotor de esta empresa es un antiguo ayudante del general, un tal Castelnau, sobrino del conde de Pins. Este Castelnau ha vivido en Berga y en Caserras.

—No lo conozco.

—El conde de Pins se dice pariente del conde de España y vive en Tolosa en el Hotel de Francia. El conde de Pins ha sido jefe del gabinete del prefecto de París, Delavau, en tiempo de Luis XVIII, cuando mandaban en Francia las congregaciones. El conde es hombre acostumbrado a las intrigas.

—¿Y ese señor qué pretende?

—Ese señor es el que dirige a Castelnau, el antiguo ayudante del conde de España. Castelnau se ha establecido en Tolosa y se va a casar con la hija de un marqués legitimista, el marqués de Orgeix, que reside en Pamiers. Castelnau, Pins y Orgeix han decidido rehabilitar al conde de España. Son de los que forman ahí, en Tolosa, el Comité de los Defensores de la Fe.

—¿Y por qué se meten esos cochinos franceses en lo que no les importa? —preguntó furioso Ferrer—. ¡Qué asquerosa raza!

—El realismo, como el liberalismo, hoy es internacional —contestó Aviraneta.

—Sí, internacional, pero ellos por si acaso no se matan y ven los toros desde la barrera.

—Es verdad. Ese Castelnau es un defensor acérrimo de su antiguo general, trata de asesinos a cuantos han contribuido a la muerte del conde y clama pidiendo venganza al cielo y a la tierra. Castelnau ha hecho escribir varios artículos en los periódicos legitimistas de Tolosa y de París, entre ellos en La Gaceta de Languedoc. Si quieren ustedes yo buscaré esos periódicos.

—¿Para qué? ¿Qué se dice en esos artículos?

—Describen con pormenores la muerte del conde y se señala como autores a su hermano, a usted, a todos los junteros, al brigadier Rall, al comandante Grau, al Ros de Eroles, al Pep del Oli y a otros muchos.

—Todos intervinimos más o menos —dijo Ferrer con una voz sorda.

—Los ejemplares de La Gaceta de Languedoc, con esa narración, se han enviado, unos, a Bourges, a don Carlos; otros los ha mandado desde Burdeos don Pedro Díaz Labandero a su hermano el intendente don Gaspar, que está ahora en el ejército de Cabrera.

—¡Bah!, don Gaspar Labandero no necesita que le cuenten nada. Él sabe muy bien lo que ocurrió. Es un canalla, un cobarde.

—Según me ha dicho el mismo Castelnau, varios personajes que han sido del Real de don Carlos escriben a Cabrera para que haga un castigo ejemplar con todos los autores y cómplices de la muerte del conde de España.

—No conocerán a todos —murmuró el cirujano.

—Los pliegos para Cabrera y Labandero —siguió diciendo Aviraneta— los ha llevado un oficial procedente de Bourges que ha entrado en Cataluña y después en Aragón. Estos pliegos van firmados por don Carlos.

—Pero si don Carlos defiende ahora al conde de España, ¿por qué le destituyó?, ¿por qué le quitó el mando?

—Amigos eso yo no lo sé, pero todo hace pensar que quieren deshacerse de los individuos de la Junta y preparar un castigo terrible a los autores y cómplices de la muerte del conde. Yo creo que con esto persiguen un objeto político.

—Es muy probable, pero ya veremos si lo consiguen. No somos tontos y sabremos defendernos.

—Es lo que hay que hacer.

—Se hará, ya lo verá usted.

—Según el mismo Castelnau —prosiguió Aviraneta— el general Segarra y otros jefes del ejército carlista, entre ellos los Labanderos, trabajan a favor de una transacción entre carlistas y cristinos y la preparan para cuando Espartero entre en Cataluña.

—No me chocaría nada.

—Quizá convenzan a Cabrera, o por lo menos a alguno de los jefes valencianos o aragoneses, y entonces parte por rabia y parte por despecho, se hará una terrible venganza contra los individuos de la Junta.

El cirujano Ferrer quedó cabizbajo durante algún tiempo, luego preguntó:

—¿Y de Arias Teijeiro, qué opinión tiene usted?

—No hay que fiarse mucho de él. Mientras siga amigo, bien. La elevación de Arias Teijeiro se debe a Lamas Pardo, que de su escribiente lo elevó a magistrado en Santiago de Galicia en 1829. Luego Arias tomó parte en la suscripción que se hizo para regalar una espada de honor al general Córdova por su victoria en Mendigorría contra los carlistas, y meses más tarde se ofrecía al carlismo por intermedio de su tío Teijeiro, ayuda de cámara de don Carlos.

—Yo también creo que Arias es un pastelero. Con el mayor misterio y con toda clase de reservas, Aviraneta añadió una serie de noticias, una verdadera madeja en la que había cosas verdaderas, otras probables y algunas falsas.

A medida que Aviraneta iba dando estas noticias como auténticas, el cirujano Ferrer fruncía las cejas, tomaba un color encendido y un aire de suspicacia y de preocupación.

—¿Qué cree usted que debemos hacer? —preguntó fosco y enfurruñado.

—Yo creo que debe usted volverse inmediatamente a Berga y decir a su hermano y a los demás individuos de la Junta que se pongan en guardia, pues se quiere deshacerse de ellos. Al mismo tiempo deben de medir sus fuerzas; si no las tienen, escapar.

—Eso nunca.

—Y si las tienen, ponerse frente a Cabrera. Todo hace pensar que Cabrera en su retirada querrá entrar en Berga. Si los de la Junta lo permiten, están perdidos. Lo que deben hacer, pues, es fortificar más la ciudad y avituallarla.

—Eso se hará porque hay dinero todavía.

—Si yo averiguo la actitud de Cabrera y de Labandero, les enviaré a ustedes las noticias por un correo.

Ferrer, muy preocupado, dio las gracias a Etchegaray y se dirigió inmediatamente a la frontera de Cataluña.

Aviraneta volvió a Tolosa el mismo día. Pensó que Ferrer no era tonto. Algunas cosas, como la Sociedad de los Defensores de la Fe, no se las había tragado, pero con otras noticias falsas había mordido el anzuelo hasta clavárselo.