AÑOS DESPUÉS
PASARON ocho años. Don Cayo murió en Valencia, en una casa del barrio de Ruzafa. El viejo ex secretario, ya setentón, se entendía con celestinas que le llevaban muchachas jóvenes a su casa. El padre de una de estas, hombre fiero y que no permitía bromas en cuestiones de buena fama, le soltó un trabucazo, de noche, al anciano seductor y don Cayo murió a consecuencia de sus heridas, rabiando más aún que en el resto de su existencia.
Pitarque, en el pueblo, se enriqueció; había dejado hacía tiempo la posada y la venta, tenía casas, tierras y masadas con grandes rebaños. Era uno de los propietarios ricos del pueblo y de los contornos. Le gustaba mandar, caciquear. Había sido dos veces alcalde. Como era despótico y autoritario tenía enemigos.
Su mujer, la Blasa, pasaba por una señora, y su hija Pilar, muy fina, muy elegante, había sido educada en un colegio de Teruel.
La venta de las afueras que en el pueblo se llamaba la Venta del Tesoro, se había convertido en un almacén de paja y de carros. La Trabuca ya no estaba en la aldea. Años antes tuvo una cuestión con otra mujer por rivalidades con un mozo, pastor, que les gustaba a las dos, y la Trabuca pegó una cuchillada a su rival, la mató y la llevaron a presidio. El Pepet había desaparecido.
A los dos años del paso de los hombres de la partida del Cantarero por la venta de Mirambel, se presentó en el pueblo la Rubia de Masegosa acompañada de Villanca, el vinatero de Albocácer. La Rubia vivió con el vinatero hasta que se hizo la dueña de la casa, casándose con él.
Varias veces, sin duda, contó a su marido lo ocurrido en la venta cuando fueron a acogerse en ella y Villanca, que conocía a Pitarque y no andaba bien de cuartos, decidió presentarse al antiguo ventero.
La Rubia y Villanca fueron a Mirambel, citaron a Pitarque y le amenazaron y el ex posadero, para librarse de ellos y de sus amenazas, tuvo que dar cinco mil pesetas.