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Aunque resultaba casi imposible que lograran procesar aquella conversación, pues sus mentes se hallaban inmersas en la tragedia que acababan de vivir, no tenían más remedio que mantenerla. La realidad mostraba su falta de piedad.

No había margen para lutos.

—El cuerpo será encontrado de forma accidental —explicaba Marcel, muy pendiente de la evolución anímica de todos—, y trasladado al Instituto Anatómico Forense, donde yo llevaré a cabo la autopsia.

El grupo, visiblemente desmoronado, se encontraba sentado en las sillas del vestíbulo principal del palacio, del que ya habían desaparecido el monovolumen, el cadáver de Jules y todo rastro de lo sucedido. Aquel repentino vacío ayudaba a ir superando el impacto de unos hechos cuya tragedia, sin embargo, continuaba aleteando en el ambiente.

—¿Y cuál será el resultado de tu examen? —preguntó taciturno Edouard, a quien aquella nueva muerte acentuaba el dolor por la ausencia de Daphne.

—Síndrome de muerte súbita —contestó el Guardián—. Parada cardíaca. En ocasiones ocurre con la gente joven.

Ahora intervino Michelle, que, como todos, mostraba los ojos enrojecidos.

—¿Cuándo se notificará a la familia de Jules su… fallecimiento?

Nadie quiso imaginar el terrible sufrimiento que iba a suponer para ellos la noticia de su muerte.

—El problema es que Jules iba indocumentado —señaló Marcel—. Supongo que durante estos días de vida a la intemperie, habrá perdido los pocos papeles que pudiera haberse llevado de casa de sus padres. Sabemos más o menos lo que les dijo a ellos antes de abandonar su domicilio, pero lo que tardarán en notar su ausencia es todavía una incógnita.

—Se supone que no sabemos nada, ¿no? —Pascal, interrumpiendo sus constantes miradas a Michelle, se había girado hacia el forense—. Entonces, tampoco podemos denunciar nosotros su desaparición.

Marcel confirmó aquel planteamiento.

—Lo importante es emplear la propia tapadera de Jules; él mintió a sus padres diciéndoles que estaba contigo y con Michelle, ¿verdad? —se dirigió a Mathieu, que era quien días antes había hablado con ellos por teléfono para intentar averiguar el paradero del gótico—. Les dijo que dormiría en la residencia. La idea es que, cuando se destape todo, vosotros os mostréis tan sorprendidos como ellos. Jules —concluyó, serio— se fugó de casa estando enfermo, un plan del que mantuvo al margen a sus amigos. Y falleció por causas naturales durante su marcha. Eso es todo.

«Eso es todo», repitió Pascal para sus adentros. Con qué facilidad se cerraba una vida, se pasaba página. Jules había dejado de existir, al menos en la dimensión de los vivos. Y lo más duro para los chicos estaba siendo descubrir que la realidad no se detenía a pesar de ello, que seguía su curso como si tal cosa, obligando a todos a reanudar sus rutinas cotidianas fingiendo una inquietante naturalidad.

No era justo proseguir de aquel modo tan… automático, tan espontáneo, cuando había muerto un amigo.

—Yo… —empezó Marcel, consciente de que su responsabilidad le obligaba a desempeñar de nuevo un ingrato papel—. Entiendo lo desagradable que resulta hablar de estos asuntos cuando el final de Jules es tan reciente. Pero debéis comprender que, hasta que todo termine, ni siquiera podremos permitirnos manifestar nuestra pena por él en público, pues nos incriminaría en lo ocurrido. Ya habrá tiempo para organizar la despedida que merece. Os lo prometo.

Pascal, retraído en su asiento, había abierto su mochila y acariciaba el mechón de pelo que Lena Lambert le había entregado para su descendiente. Ya que no había logrado dárselo en vida, decidió que lo colocaría en su ataúd cuando tuviese lugar el entierro. Era lo menos que podía hacer por él. Además de no olvidarle jamás, algo a lo que todos se habían comprometido desde sus conciencias con la misma fuerza con la que se lo propusieron al afrontar el inesperado final de Dominique. Ausencias prematuras, irreparables, que dejaban en el grupo heridas que no cicatrizarían.

El Viajero frunció el ceño. En su promesa de no olvidar a sus amigos muertos, había algo más que fidelidad a ellos. Implícita en aquella determinación, descubría la respuesta al interrogante que había quedado flotando en la otra dimensión.

No. No iba a volver al Más Allá; esa última tragedia había colmado su capacidad de aguante. La muerte de Jules constituía el argumento más fuerte, la prueba palpable de que el apetito de la Puerta Oscura no se saciaría nunca. No era posible conseguirlo. Mientras continuara abierta, esa conexión con el otro mundo seguiría reclamando su diezmo.

Y ya se había derramado suficiente sangre.

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Marcel terminó de hablar por el móvil. Durante los minutos que había durado la conversación, se había apartado de la zona donde, meditabundos, permanecían sentados los demás, recreándose en un silencio opaco alimentado por recuerdos irrepetibles.

Episodios del pasado con protagonistas que ya no estaban. Capítulos que no volverían a repetirse, imágenes que terminarían por borrarse de la memoria.

Vivían en esos instantes una atmósfera de duelo.

Nadie parecía dispuesto a reaccionar, salvo el Guardián. Se trataba de una sensación extraña la que invadía a los chicos; era como si la idea de reanudar su actividad, de reincorporarse al ritmo vital, les provocara una invencible pereza. Por suerte, todavía disponían de tiempo antes de que la cobertura que les brindaba la tapadera contada a las familias se agotara y se viesen obligados a retornar a sus respectivos hogares.

En cualquier caso, ese momento llegaría y debían asumirlo.

El forense se acercó hasta ellos mientras guardaba su teléfono en un bolsillo.

—La policía —comunicó, procurando despertarlos de su comprensible apatía—. Era un compañero de la policía. Tal como habíamos previsto, el trabajo se acumula en el Instituto Anatómico. Han trasladado al depósito de cadáveres el cuerpo de Justin, y por lo visto la policía judicial ha cerrado el recinto del cementerio de Pere Lachaise, así que han debido de localizar ya el cadáver de Suzanne.

—¿Y Daphne? —preguntó Edouard, que pasaba un brazo por los hombros de Mathieu en un gesto de ánimo.

—Sigue en el Instituto —contestó Marcel—. No iniciarán la autopsia hasta que yo la identifique, dentro de unas horas.

El forense aprovechó para poner a Pascal, Mathieu y Edouard al corriente de todo lo sucedido en el cementerio esa misma noche. En el instante en que terminó, Michelle levantó la cabeza, erguida sobre su silla con una repentina resolución.

—¿Cuándo va a acabar esto? —planteó con voz firme—. ¿Cuándo?

Ella miraba al Guardián, lo interpelaba en tono acusador. Era consciente de que no era a él a quien debía dirigir sus recriminaciones, pero necesitaba que alguien pudiera escuchar un reproche destinado, en realidad, al mundo, a una existencia que permitía que sucedieran cosas tan injustas como que dos adolescentes fuesen arrancados de sus vidas.

Al menos, la pregunta de Michelle había logrado despertar a los demás, que aguardaban la respuesta de Marcel con especial atención. A fin de cuentas, la chica se había limitado a manifestar un interrogante que todos cobijaban en sus con ciencias.

El forense carraspeó.

—Esto ha terminado ya, Michelle —dijo por fin—. Ahora Hiles descansa en paz y Pascal está de nuevo con nosotros. Es terrible que Daphne, Dominique y Jules no puedan acompañarnos, pero…

Había muchas más víctimas, aunque su ausencia no les dolía tanto.

Aquella contestación no había satisfecho a la chica, que persistió en su actitud desafiante.

—¿Y qué vendrá después? —insistió—. También parecía que todo había terminado cuando Pascal me rescató, ¿verdad? —se levantó, llevada de su propia rabia—. Y cuando acabamos con la amenaza de Verger y el Ente. Pero siempre es lo mismo. Siempre.

No hay final.

Siempre surge una nueva oscuridad.

Michelle miraba a todos, impotente ante un misterio que la superaba y del que pretendía huir. Temió que no fuera posible.

—Estoy harta de sufrir —reconoció al tiempo que volvía a su asiento, al borde de la rendición—. No es justo. No lo ha sido para nadie. Ni para los que se han ido… ni para los que nos hemos quedado.

Ella apretaba los puños. No derramó ni una lágrima. Enfocó con sus pupilas a Pascal, en su reflejo el pánico ante las nuevas pérdidas que podía depararles el futuro.

Ahora Marcel sí captaba la verdadera amplitud que la incógnita formulada por Michelle implicaba. ¿Terminaría alguna vez el peligro que irradiaba la Puerta Oscura? No estaba en condiciones de ofrecer una solución; su cometido como Guardián se ceñía a una estricta labor de custodia. ¿Acaso era concebible enfrentarse a los poderes del universo, aspirar a manejarlos?

La Puerta Oscura permanecía abierta y un Viajero se movía por el mundo de los vivos. Eso era un hecho; lo demás, elucubraciones que no conducían a ninguna parte. El destino, en ocasiones —aunque se disfrazase con apariencias seductoras—, suponía una auténtica condena que había que sobrellevar con resignación.

Marcel preparaba su réplica cuando Pascal se puso en pie. Su semblante solemne atrajo los rostros del resto.

—Michelle —comenzó—, esto se va a terminar. Definitivamente. Te lo prometo.

El médium, conteniendo su resentimiento con la Puerta por la pérdida de Daphne, intervino:

—¿Cómo puedes estar tan seguro? Ese umbral es demasiado poderoso… Por algo ha resistido durante tantos siglos. Y seguirá existiendo cuando todos nosotros hayamos abandonado este mundo.

El Viajero se giró hacia él.

—Estoy tan seguro… porque no voy a volver a cruzarlo —sentenció—. Por eso.

Él mismo sentía como si fuera otra persona la que estuviese pronunciando esas palabras. Pero no estaba dispuesto a echarse atrás.

Aquella declaración sí había provocado que todos enmudecieran. ¿Qué acababan de escuchar? ¿Pascal estaba renunciando a su rango?

—Yo no tengo el control como Viajero —prosiguió, sumergiéndose en una improvisada confesión que necesitaba compartir—. He descubierto que solo soy el instrumento de un poder que me maneja a su antojo.

La Puerta Oscura requería de un Viajero para desplegar toda su energía. Así de simple.

Solo la tragedia había despertado en él la lucidez suficiente para entender, para asimilar lo acontecido desde aquel último Halloween.

—Al principio fui tan inocente que vi en lo que me había sucedido un privilegio, la oportunidad de ser alguien. La suerte se acordaba de mí y quise escapar de mi existencia gris, al menos la que yo consideraba como gris.

»Tras estos meses he descubierto que me equivocaba en esa valoración. Lo tenía todo: amigos, familia, sueños, un futuro. Y eso fue lo que puse en peligro al atravesar la Puerta Oscura. La casualidad me condujo hacia un abismo que no supe ver, cuya existencia no podía ni sospechar.

»Ahora hemos perdido a Dominique, a Jules, a Daphne. Además de los que han caído por el camino, como Margueme Betancourt y otras personas inocentes.

»No nos engañemos. Este reguero de sangre no acabará mientras la Puerta continúe abierta, conectando dos dimensiones que no deben vincularse más de lo que ya lo hacen. El precio es demasiado alto y yo no estoy dispuesto a cargar con esa responsabilidad. Dominique, en presencia de la vieja Daphne, me pidió lo mismo antes de que yo abandonara la Tierra de la Espera —sus ojos brillaban al recordar aquel momento tan emotivo, al borde de las lágrimas—. Él está bien, ha aceptado su destino, aunque no os olvida. Y precisamente por eso, porque ha asimilado su presente, me pidió que me quedara en el mundo de los vivos.

Calló para tomar aliento. Frente a su figura, se mantenían el silencio y las miradas centradas en su semblante.

—Quiero recuperar mi realidad anterior —concluyó con un suspiro y dirigiendo su mirada hacia Michelle—. Mi libertad. El mundo no está preparado para algo así. Al menos, aún no.

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—En el pasado ya ocurrió, ¿verdad? —Pascal se dirigía al forense, finalizada su reflexión en voz alta—. La Puerta Oscura ha dejado siempre, en cada una de sus periódicas apariciones, un rastro sembrado de cadáveres. ¿Me equivoco?

El recuerdo de los asesinatos cometidos por Jack el Destripador en Londres, a raíz del cruce de un Viajero durante la apertura de la Puerta en Halloween de mil ochocientos ocho, revoloteó sobre ellos. ¿Qué habría sucedido en las ocasiones anteriores? Pascal prefirió mantenerse en la ignorancia sobre ello.

Los demás continuaban en silencio, sentados en las sillas del vestíbulo. No se sentían legitimados para interferir en la decisión que acababa de tomar el chico, por el delicado e imprevisible alcance de ambas alternativas.

Solo él estaba en condiciones de determinar sus propios pasos.

El Viajero creyó percibir en el rostro exhausto de Michelle —el ritmo y la falta de sueño que habían soportado durante la búsqueda de Jules comenzaba a pasar factura en todos— una tenue relajación. ¿Se alegraba ella de su resolución? ¿Estaba de acuerdo con terminar de una vez con los viajes al Más Allá?

Pascal la necesitaba, más que nunca. Necesitaba sus caricias, sus besos, su compañía. Ahora que recuperaba un futuro, debía reconocer que el único con el que había soñado era el que podía compartir con ella.

Solo juntos podrían superar la muerte de sus amigos, que jamás lograría entender.

—No te equivocas —reconoció entonces Marcel—. Siempre ha habido víctimas, sí. Y víctimas inocentes, atrapadas bajo la onda expansiva de la Puerta. Tú lo has dicho antes: todo tiene un precio. La posibilidad de acceder a la dimensión de los muertos, bien empleada, es una oportunidad increíble. Pero acarrea consecuencias. Algunas, muy negativas.

—Lo sabíais… Y aun así, permitisteis que yo continuara… —Pascal movía la cabeza hacia los lados—. No fue un acierto.

—Te equivocas. Como Viajero, eres tú quien maneja las riendas —argumentó el forense—. Nosotros solo hemos desempeñado un papel marginal en este desafío. Un desafío que forma parte de tu historia —le puso una mano en el hombro antes de continuar—. Antes o después, llega un punto en nuestras vidas en que miramos a nuestro alrededor y no logramos distinguir a nadie cerca que pueda protegernos. Pero eso no es una tragedia, sino un proceso natural que todos atravesamos en algún instante de nuestras trayectorias. El destino nos deja a la intemperie, ¿sabes? Y lo hace cuando llega el momento de que volemos solos. Solo los cobardes eluden la responsabilidad de ir construyendo sus propias huellas, su propio horizonte. Por suerte o por desgracia —concluyó—, el hecho de haber cruzado la Puerta Oscura ha precipitado ese momento para ti, Pascal. Has tenido que aprender a marchas forzadas lo que supone la libertad.

El Viajero asintió antes de plantear el interrogante final.

—¿Y compensa el precio de esa lección?

El Guardián se encogió de hombros, eludiendo pronunciarse al respecto.

—No debo responder a eso. La Puerta Oscura también ha provocado efectos positivos a lo largo de su historia, no lo olvidéis. Mi labor consiste en protegerla para que siga existiendo la posibilidad de la conexión entre las dos realidades, nada más. No puedo emitir un juicio sobre ella.

Una vez más, el silencio anegó la estancia.

—Y entonces, ¿ahora qué? —Michelle no tardó en imponer un nuevo avance; exigía un impulso, temerosa tal vez de que Pascal cambiara de opinión.

El chico, percatándose de ello, experimentó una íntima alegría, deseando que el interés de ella en clausurar la Puerta obedeciera a su deseo de que él no se expusiera más.

—La decisión del Viajero lo cambia todo —señaló Marcel—. Si de verdad estás convencido de que no quieres volver a cruzar ese umbral…

—… Existe un ritual que cierra la Puerta —concluyó Edouard—. Hasta su próxima apertura, eso sí. En Halloween del año dos mil ciento ocho, momento en el que puede volver a generarse el acceso entre mundos si alguien la atraviesa en el primer minuto de la medianoche.

Marcel asintió.

—Si así lo quieres —ofrecía a Pascal un semblante comprensivo—, llevaremos a cabo la ceremonia, y después procederemos a trasladar la Puerta a un lugar donde permanezca hasta la aparición del próximo Viajero. Quizá sea lo mejor.

El chico escuchaba con atención, muy concentrado.

—Ya no podré viajar al Más Allá, pero… ¿seguiré sufriendo las visitas de los fantasmas hogareños?

Pascal formulaba aquella duda delatando su creciente deseo de recuperar su vida anterior.

—Si te limitaras a no introducirte en la Puerta, sí —respondió Marcel—. Pero al cerrarla, perderás tu condición y ya no podrán detectarte, ni tú a ellos.

A Pascal, en el fondo, aquella especie de despedida le daba lástima —los hogareños le resultaban entrañables a pesar de su apariencia inquietante—, pero entendió que conseguir la paz en su vida suponía también determinadas renuncias. Como la de no volver a ver a Dominique, Jules o Daphne, algo que sí habría sido posible de continuar ejerciendo como Viajero. Pero tenía que seguir adelante con su decisión. Se lo debía, además, a Dominique, cuyo último deseo había decidido cumplir.

Pascal asimiló lo que había ocultado aquella insistencia final por parte de su amigo. Dominique, con una sonrisa melancólica, le estaba diciendo que siguiera adelante, que cerrara capítulos y mirara al frente. Que no verse no implicaba olvidarse. Y que, superada la sombra de la Puerta Oscura, tenían derecho a ser felices. Que no dejara escapar a Michelle.

Dominique le había liberado del lastre de la culpabilidad. No había que buscar responsabilidades en las vidas que la Puerta se había llevado consigo; solo enfocar hacia delante y empezar una nueva etapa.

Pascal estaba dispuesto a hacerlo. Y ocurriera lo que ocurriese en ese camino que se disponía a iniciar, siempre tendría una mano tendida hacia Michelle.

Saberla cerca ya le hacía feliz.