Es necesario decir algunas palabras para dar a conocer la situación de la India en la época a que pertenece esta narración, y más particularmente la formidable insurrección de los cipayos, cuyos principales hechos vamos a recordar.
En 1600, bajo el reinado de Isabel de Inglaterra, dominando la raza solar en la tierra santa de Aryavarta, sobre una población de 200 000 000 de habitantes, de los cuales 112 000 000 pertenecían a la religión india, se fundó la muy ilustre Compañía de las Indias, conocida con el apodo de Old John Company.
Al principio era una simple asociación de mercaderes que hacían el comercio con las Indias Orientales y a cuya cabeza se puso el duque de Cumberland.
Hacia aquella época, el poder portugués, que había sido grande en las Indias, comenzó a decaer. Los ingleses, aprovechando esta situación, intentaron un primer ensayo de administración política y militar en la presidencia de Bengala, cuya capital, Calcuta, debía ser después el centro del nuevo gobierno. El regimiento número 39 del ejército real enviado de Inglaterra fue el primero que ocupó aquella provincia y por eso tomó la divisa que ostenta su bandera: Primus in Indiis.
Mientras tanto, se había formado una compañía francesa hacia la misma época, bajo el patrocinio de Colbert, con el mismo objeto que el de la Compañía de los mercaderes de Londres. De esta rivalidad nacieron conflictos de intereses que dieron a su vez origen a largas luchas con alternativas de triunfos y reveses que ilustraron los nombres de Dupleix, Labourdonnais y Lally-Tollendal.
Por último, los franceses, abrumados por el número, se vieron obligados a abandonar el Carnático, nombre de la parte de la península que comprende una porción de su extremo oriental.
Lord Clive, libre de concurrentes, no temiendo ya nada de Portugal, ni de Francia, quiso consolidar la conquista de Bengala, de la cual fue nombrado gobernador general lord Hastings. Hiciéronse reformas dirigidas por una administración hábil y perseverante; pero desde aquel día la Compañía de las Indias, tan poderosa y tan absorbente, quedó herida en sus intereses más vivos. Pocos años después, en 1784, Pitt introdujo varias modificaciones en sus estatutos primitivos; y su cetro debió pasar a manos de los consejeros de la Corona. Resultado de este nuevo orden de cosas fue que, en 1813, la Compañía perdió su monopolio del comercio de la India, y en 1833 el del comercio de la China.
Sin embargo, aunque Inglaterra no tenía ya que luchar contra asociaciones extranjeras en la península india, se vio obligada a sostener guerras difíciles, ya con los antiguos poseedores del territorio, ya con sus últimos conquistadores asiáticos.
En tiempos de lord Cornwallis, en 1784, ocurrió la lucha con Tippo Sahib, muerto en 4 de mayo de 1799, en el último asalto dado por el general Harris a Seringapatam. Después vinieron la guerra con los maharatas, pueblo de ilustre raza, muy poderoso durante el siglo XVIII; la guerra con los pindaris, que se resistieron valerosamente; la guerra contra los gurkas del Nepal, valientes montañeses que en la prueba peligrosa de 1857 debían permanecer fieles aliados a Inglaterra; y, en fin, la guerra contra los birmanos, desde 1823 a 1824.
En 1828 los ingleses eran dueños, directa o indirectamente, de una gran parte del territorio; y con lord William Bentinck comenzó una nueva fase administrativa.
Desde la regularización de las fuerzas militares de la India, el ejército se había compuesto siempre de dos contingentes: el europeo y el indígena. El primero constituía el ejército real, compuesto de regimientos de caballería, batallones de infantería y baterías de artillería europea al servicio de la Compañía de las Indias. El segundo constituía el ejército indígena, que estaba formado de batallones de infantería y de escuadrones de caballería regulares compuesto de naturales del país, pero mandados por oficiales ingleses. A esto hay que añadir una artillería cuyo personal, perteneciente a su vez a la Compañía, era también europeo, exceptuando unas cuantas baterías.
El número efectivo de estos regimientos o batallones era: la infantería con mil cien hombres por batallón en el ejército de Bengala y ochocientos a novecientos en los ejércitos de Bombay y de Madrás; la caballería tenía seiscientos jinetes en cada regimiento de los dos ejércitos.
En resumen: en 1857, como dice con extrema precisión monsieur Valbezen en sus Nuevos estudios acerca de los ingleses y de la India, obra muy notable, se podía calcular en doscientos mil hombres de tropas europeas el total de las fuerzas de las tres presidencias.
Los cipayos, aunque formaban un cuerpo regular mandado por oficiales ingleses, deseaban sacudir el duro yugo de la disciplina europea que les habían impuesto los conquistadores. Ya en 1806, quizá bajo la inspiración del hijo de Tippo Sahib, la guarnición del ejército de Madrás, acantonada en Vellore, había dado muerte a los soldados que componían las grandes guardias del regimiento 69 del ejército real, incendiando los cuarteles, degollando a los oficiales y a sus familias, y fusilando hasta a los soldados enfermos en el hospital. ¿Cuál había sido la causa, a lo menos aparente, de la rebelión? Una pretendida cuestión de bigotes, de turbantes y de pendientes, pero en el fondo estaba el odio de los invadidos contra los invasores.
Esta primera sublevación fue prontamente sofocada por las fuerzas reales acantonadas en Ascot.
Una razón de este género, es decir, un pretexto también, debía suscitar el primer movimiento insurreccional de 1857, movimiento mucho más formidable y que hubiera aniquilado el poder inglés en la India si hubiesen tomado parte en él las tropas indígenas de las presidencias de Madrás y de Bombay.
Ante todo, conviene hacer constar que la rebelión no fue nacional. Los indios de las ciudades y de los campos no tomaron en ella parte alguna; y, además, estuvo limitada a los Estados semiindependientes de la India central, a las provincias del noroeste y al reino de Oude. El Punjab permaneció fiel a los ingleses con su regimiento de tres escuadrones del Cáucaso indio. También permanecieron fieles los sikhs, obreros de casta inferior que se distinguieron particularmente en el sitio de Delhi; los gurkas que asistieron al sitio de Lucknow en número de doce mil, mandados por el rajá del Nepal; y por último los maharajás de Gwalior y de Patiala, el rajá de Rampore y la raní de Bhopal, que cumplieron las leyes del honor militar y de la disciplina, o, para utilizar la frase usada por los indígenas de la India, permanecieron «fieles a la sal».
Los brahmanes excitaban los ánimos.
Al principio de la insurrección, lord Canning estaba a la cabeza de la administración como gobernador general. Quizá este hombre de Estado se hacía ilusiones sobre la importancia del movimiento. Desde algunos años antes, la estrella del Reino Unido parecía eclipsarse en el cielo indio. En 1842, la retirada de Kabul disminuyó el prestigio de los conquistadores europeos; y la actitud del ejército inglés durante la guerra de Crimea no había estado tampoco en aquellas circunstancias a la altura de su reputación militar. Los cipayos, que estaban muy al corriente de lo que pasaba en las orillas del mar Negro, pensaron entonces que tendría éxito una rebelión de las tropas indígenas; y, por otra parte, no faltaba más que una chispa para encender los ánimos bien preparados y excitados por los cánticos y las predicaciones de los brahmanes.
La ocasión se presentó en el año 1857, durante el cual el contingente del ejército real había disminuido un poco a causa de las complicaciones exteriores.
A principios de este año, Nana Sahib, por otro nombre el nabab Dandu-Pant, que residía cerca de Cawnpore, se trasladó a Delhi, y después a Lucknow, con objeto, sin duda, de excitar la sublevación preparada de antemano.
En efecto, poco después de la partida de Nana Sahib estallaba el movimiento insurreccional.
El gobierno inglés acababa de introducir en el ejército indígena el uso de la carabina «Enfield», en la que es necesario el empleo de cartuchos engrasados. Un día se esparció el rumor de que esa grasa era, ya de vaca, ya de puerco, según que los cartuchos estaban destinados a los soldados indios o a los musulmanes del ejército indio. Ahora bien, en una nación en donde no se usa el jabón porque puede entrar en su composición la grasa de un animal sagrado y vil, el empleo de cartuchos untados de una sustancia de este género, y que era preciso morder, debía ser difícilmente aceptado. El Gobierno cedió en parte ante las reclamaciones que se le hicieron; pero en vano modificó la carabina y aseguró que las grasas ya no servían para la confección de cartuchos: esta medida no pudo tranquilizar ni persuadir a nadie en el ejército de los cipayos.
El 24 de febrero, en Berampore, el regimiento se negó a recibir los cartuchos. A mediados del mes de marzo un ayudante fue asesinado, y el regimiento, que fue licenciado después del suplicio de los asesinos, llevó a las provincias vecinas más activos elementos de rebelión.
El 10 de mayo, en Mirat, un poco al norte de Delhi, los regimientos 3, 11 y 20 se rebelaron, matando a sus coroneles y a muchos oficiales de la plana mayor, entregando la ciudad al saqueo y replegándose después sobre Delhi. El rajá, descendiente de Timur, se unió a ellos; el arsenal cayó en su poder y los oficiales del regimiento 54 fueron pasados a cuchillo.
El 11 de mayo, en Delhi, el mayor Fraser y sus oficiales fueron cruelmente asesinados por los rebeldes de Mirat hasta en el palacio del comandante europeo; y el 16 de mayo, cuarenta y nueve prisioneros, hombres, mujeres y niños, sucumbieron a manos de los asesinos.
El 20 de mayo, el regimiento 26, acantonado cerca de Lahore, mató al comandante del puesto y al sargento mayor europeo. Dado el impulso, continuaron estas espantosas carnicerías.
El 28 de mayo, en Nurabad, nuevas víctimas de oficiales anglo-indios.
El 30 de mayo, en los acantonamientos de Lucknow, asesinato del brigadier comandante, de su ayudante y de otros muchos oficiales.
El 31 de mayo, en Bareilli, en Rohilkhande, asesinato de algunos oficiales sorprendidos sin tener tiempo para defenderse.
En el mismo día, en Shahjahanpore, asesinato del recaudador y de cierto número de oficiales por los cipayos del regimiento 38; y al día siguiente, más allá de Barwar, degüello de los oficiales, de las mujeres y de los niños que se habían puesto en camino para la estación de Sivapore, a una milla de distancia de Aurangabad.
En los primeros días de junio, en Bhopal, asesinato de gran parte de la población europea; y en Jansi, por orden de la terrible raní desposeída, asesinato, con refinamientos inauditos de crueldad, de las mujeres y niños refugiados en el fuerte.
El 6 de junio, en Allahabad, ocho jóvenes abanderados sucumben bajo los golpes de los cipayos.
El 14 de junio, en Gwalior, sublevación de dos regimientos indígenas y asesinato de los oficiales.
El 27 de junio, en Cawnpore, primera hecatombe de víctimas de todas edades y sexos, fusiladas y ahogadas, preludio del espantoso drama que iba a desarrollarse pocas semanas después.
El 1.º de julio, en Holcar, asesinato de treinta y cuatro europeos, oficiales, mujeres, niños, saqueo, incendio; y en Ugow, el mismo día, asesinato del coronel y del ayudante del regimiento 23 del ejército real.
El 15 de julio, segunda carnicería en Cawnpore. Ese día, muchos centenares de niños y mujeres, entre ellas lady Munro, fueron degollados con una crueldad sin ejemplo, por orden del mismo Nana Sahib, que llamó a los carniceros musulmanes de los mataderos públicos para que le ayudasen en esta tarea: horrible mortandad, después de la cual los cuerpos de las víctimas fueron precipitados a un pozo.
El 26 de septiembre, en una de las plazas de Lucknow, llamada hoy plaza de las Literas, muchos heridos fueron acuchillados a sablazos y arrojados aún vivos a las llamas.
En fin, hubo otros muchos asesinatos aislados en las ciudades y en los campos, que dieron a la rebelión un horrible carácter de atrocidad.
Por lo demás, a esta matanza respondieron los generales ingleses con represalias, necesarias sin duda, ya que acabaron por inspirar el temor del nombre inglés entre los insurgentes, pero que fueron verdaderamente espantosas.
Al principio de la insurrección, en Lahore, el juez supremo Montgomery y el brigadier Corbett habían podido desarmar, sin efusión de sangre, bajo la amenaza de doce piezas de artillería con la mecha encendida, a los regimientos 8, 16, 26 y 49 del ejército indígena; y en Multan, los regimientos 62 y 29 habían tenido también que rendir las armas sin poder intentar seria resistencia. Del mismo modo, en Peshawar, los regimientos 24, 27 y 51 fueron desarmados por el brigadier Colton y el coronel Nicholson en el momento de ir a estallar la rebelión. Pero habiendo huido a la montaña varios oficiales del regimiento 51, se pusieron a precio sus cabezas y todos fueron llevados a la autoridad por los montañeses.
Así comenzaron las represalias.
Una columna mandada por el coronel Nicholson persiguió a un regimiento indígena que marchaba hacia Delhi. Los rebeldes no tardaron en ser alcanzados, derrotados y dispersados, y el coronel Nicholson entró con ciento veinte prisioneros en Peshawar. Todos fueron indistintamente condenados a muerte; pero solamente uno de cada tres debía ser ejecutado. Se pusieron diez cañones en el campo de maniobras y a cada una de las bocas fue atado un prisionero, y cinco veces los diez cañones hicieron fuego cubriendo la llanura de restos informes en medio de una atmósfera apestada por la carne quemada. Los prisioneros, según monsieur Valbezen, murieron casi todos con la suprema indiferencia que los indios saben conservar frente a la muerte. «Señor capitán —dijo a uno de los oficiales que presidían la ejecución un hermoso cipayo de veinte años, acariciando el instrumento de muerte—, señor capitán, no hay necesidad de atarme porque no pienso escapar».
Tal fue aquella primera ejecución que debía ser seguida de tantas otras.
El mismo día, en Lahore, el brigadier Chamberlain, después de la ejecución de dos cipayos del regimiento 55, comunicaba a las tropas indígenas la siguiente orden del día:
Acabáis de ver atar vivos a la boca de los cañones y destrozar a dos de vuestros compañeros: tal es el castigo que espera a todos los traidores. Vuestra conciencia os dirá las penas que van a sufrir en el otro mundo. Los dos soldados han sido ejecutados por medio del cañón y no en la horca, porque he querido evitarles la deshonra del contacto con el verdugo y probar de ese modo que el Gobierno, aun en estos días de crisis, no quiere hacer nada que pueda ofender en lo más pequeño vuestras preocupaciones de religión y de casta.
El 30 de julio, mil doscientos treinta y siete prisioneros caían sucesivamente ante el pelotón de ejecución, y otros cincuenta no se libraban del último suplicio sino para morir, de hambre y de asfixia, en la prisión donde los tenían encerrados.
El 27 de agosto, de ochocientos setenta cipayos que huían de Lahore, seiscientos cincuenta y nueve fueron cruelmente muertos por los soldados del ejército real.
El 23 de septiembre, después de la toma de Delhi, tres príncipes de la familia real, el presunto heredero y sus dos primos, se rindieron sin condiciones al general Hodson, el cual les llevó con una escolta de cinco hombres solamente, pasando por entre una multitud amenazadora de cinco mil indios; uno contra mil. Al llegar a la mitad del camino, Hodson hizo detener el carro en que eran conducidos los prisioneros; subió a él, les mandó descubrirse el pecho y mató a los tres a tiros de revólver. «Esta sangrienta ejecución por mano de un oficial inglés —dice monsieur Valbezen—, debía excitar en el Punjab la más alta admiración».
A consecuencias de la toma de Delhi se hicieron muchos prisioneros, de los cuales tres mil perecieron, o en la boca del cañón o en la horca, y con ellos murieron también veintinueve individuos de la familia real. Verdad es que el sitio de Delhi había costado a los sitiadores dos mil ciento cincuenta y un europeos y mil seiscientos ochenta y seis indígenas.
En Allahabad hubo también una horrible carnicería humana, no solamente entre los cipayos, sino entre las filas del pueblo bajo, que había sido excitado al saqueo por algunos fanáticos.
En Cawnpore, el coronel Neil obligó a los condenados a muerte, antes de enviarles al suplicio, a lamer y a limpiar con la lengua, proporcionalmente a su categoría de casta, las manchas de sangre que habían quedado en la casa donde habían perecido las víctimas de Nana Sahib, haciendo de este modo que a la muerte precediese el deshonor para aquellos indios.
Durante la expedición por la India central, las ejecuciones de prisioneros fueron continuas, y verdaderos muros de carne humana caían por tierra bajo el fuego de la fusilería.
El 9 de marzo de 1858, en el ataque de la Casa Amarilla durante el sitio de Lucknow, después de un espantoso fusilamiento de cipayos, parece averiguado que uno de estos infelices fue quemado vivo por los sikhs a la vista misma de los oficiales ingleses.
El 11, cincuenta cadáveres de cipayos llenaron el foso del palacio de la Begún en Lucknow, sin que los soldados, ebrios de sangre, perdonasen a uno solo de los heridos. En fin, en doce días de combate, tres mil indígenas morían ahorcados o fusilados, y entre ellos trescientos ochenta fugitivos amontonados en la isla de Hidaspe, que se habían refugiado en Cachemira.
En suma, sin contar el número de cipayos muertos con las armas en la mano, durante aquella represión inexorable y que no admitía prisioneros, solo en la campaña del Punjab no bajaron de seiscientos veintiocho los indígenas fusilados por orden de la autoridad militar, ni de trescientos setenta los que sufrieron la misma suerte, por orden de la autoridad civil, ni de trescientos ochenta y seis los que fueron ahorcados por mandato de las dos autoridades.
En resumen: a principios del año 1859, se calculaba en más de ciento veinte mil el número de oficiales y soldados indígenas que habían perecido, y en más de doscientos mil el de indígenas paisanos que pagaron con su vida su participación, muchas veces dudosa, en la revuelta; terribles represalias contra las cuales, no sin razón quizá, protestó con energía Mr. Gladstone en el Parlamento inglés.
Era de importancia para la narración que va a seguir, establecer el balance de esta necrología, porque así podrá comprender el lector el odio insaciable que debía quedar en el corazón de los vencidos sedientos de venganza y en el de los vencedores, que diez años después llevaban todavía el luto de las víctimas de Cawnpore y de Lucknow.
En cuanto a los hechos puramente militares de toda la campaña emprendida contra los rebeldes, comprenden las expediciones siguientes, que citaremos con brevedad. La primera es la campaña del Punjab, que costó la vida a sir John Laurence.
Después vino el sitio de Delhi, capital de la insurrección, reforzada por millares de fugitivos, y en la cual Mohamed Shah Bahadur fue proclamado emperador del Indostán. «Acabe usted con Delhi», había dicho imperiosamente el gobernador general al general en jefe, y el sitio principió en la noche del 13 de junio y terminó el 19 de septiembre, después de haber costado la vida a los generales sir Harry Barnard y John Nicholson.
Por el mismo tiempo, después de haberse hecho proclamar Nana Sahib Peishwah y coronar en la fortaleza de Bilhour, el general Havelock verificó su marcha sobre Cawnpore, donde entró el 17 de julio, pero demasiado tarde para impedir la última matanza y apoderarse de Nana Sahib, que pudo huir con cinco mil hombres y cuarenta piezas de artillería.
Havelock emprendió en seguida su primera campaña en el reino de Oude, y el 28 de julio pasó el Ganges con mil setecientos hombres y diez cañones solamente, dirigiéndose sobre Lucknow.
Entonces entraron en escena sir Colin Campbell y el mayor general sir James Outram. El sitio de Lucknow duró ochenta y siete días y costó la vida a sir Henry Lawrence y al general Havelock. Colin Campbell, después de haberse visto obligado a retirarse sobre Cawnpore, de cuya plaza se apoderó definitivamente, se preparó para una segunda campaña.
Mientras tanto, otras tropas libertaban a Mohir, una de las ciudades de la India central, y hacían una expedición por el territorio de Malwa, restableciendo en este reino la autoridad inglesa.
A principios de 1858, Campbell y Outram comenzaron la segunda campaña en el Oude, con cuatro divisiones de infantería mandadas por los mayores generales sir James Outram y sir Edward Lugard y los brigadieres Walpole y Franks. La caballería iba a las órdenes de sir Hope Grant y las armas especiales a las de Wilson y Robert Napier: eran unos veinticinco mil combatientes a los cuales debía unirse el maharajá del Nepal con doce mil gurkas. Pero el ejército insurgente de la Begún no contaba menos de ciento veinte mil hombres, y la ciudad de Lucknow de setecientos a ochocientos mil habitantes. Se dio el primer ataque el 6 de marzo; y el 16, después de una serie de combates en los cuales sucumbieron el capitán de navío sir Williams Peel y el mayor Hodson, los ingleses se apoderaron de parte de la ciudad, situada a orillas del Gumti. A pesar de estas ventajas, la Begún y su hijo se resistieron todavía en el palacio de Muza-Bagh, al extremo noroeste de Lucknow, mientras el jefe musulmán de la rebelión, refugiado en el centro mismo de la ciudad, se negaba a rendirse. El 19 un ataque de Outram, y el 21 un combate feliz, confirmaron por último a los ingleses en la plena posesión de aquel terrible foco de la insurrección de los cipayos.
En el mes de abril la rebelión entraba en su última fase. Se había enviado una expedición al Rohilkhande, donde se habían refugiado los insurgentes en gran número, y la capital del reino, Bareilli, fue entonces el objetivo de los jefes del ejército real. Las tropas reales, al principio, fueron desgraciadas en sus tentativas, sufriendo una especie de derrota en Yudgespore, en la cual murió el brigadier Adrian Hope; pero a fines de mes llegó Campbell y recobró a Shahjahanpore, y el 5 de mayo atacó a Bareilli y se apoderó de ella, pero sin poder impedir la fuga de los rebeldes.
Entretanto, en la India central comenzaban las campañas de sir Hugh Rose. Este general, en los primeros días de enero de 1858, marchó sobre Saungor, atravesando el reino de Bhopal; salvó a la guarnición el 3 de febrero, tomó el fuerte de Gurakota, diez días después; forzó el paso de los desfiladeros de los montes Vindya por la garganta de Mandanpore; atravesó el río Betwa; llegó delante de Jansi, defendida por once mil rebeldes a las órdenes de la feroz raní; la atacó el 22 de marzo en medio de un calor terrible; destacó dos mil hombres de su ejército para cerrar el camino a veinte mil hombres del contingente de Gwalior que acudían mandados por el famoso Tantia-Topi; venció a este jefe rebelde; dio el asalto a la ciudad el 2 de abril; forzó el muro; se apoderó de la ciudadela, de la cual la raní logró escaparse; continuó las operaciones contra el fuerte de Calpi, donde la raní y Tantia-Topi habían resuelto morir; se apoderó de él el 22 de mayo, después de un heroico asalto; continuó la campaña en persecución de la raní y de su compañero, que se habían refugiado en Gwalior; entró el 16 de junio en aquel territorio, con sus dos brigadas reforzadas por el brigadier Napier; derrotó a los rebeldes en Morar; se apoderó de la plaza el 18 y volvió a Bombay después de una campaña triunfal.
En uno de los encuentros entre las tropas avanzadas delante de Gwalior, fue donde murió la raní. Esta terrible reina, ardiente partidaria del nabab y su más fiel compañera durante la insurrección, fue muerta por la misma mano de sir Edward Munro. Nana Sahib sobre el cadáver de lady Munro, en Cawnpore, y el coronel sobre el cadáver de la raní en Gwalior, resumían en sí la rebelión y la represión y eran el tipo de los dos bandos enemigos. Su odio debía producir efectos terribles, si se encontraban alguna vez frente a frente.
Desde aquel momento pudo considerarse la insurrección como dominada, excepto quizá en algunas comarcas del reino de Oude. Campbell entró de nuevo en campaña el 2 de noviembre; se apoderó de las últimas posiciones de los rebeldes y obligó a varios jefes importantes a someterse. Sin embargo, uno de ellos, llamado Beni Madho, no pudo ser hallado, y en diciembre se supo que se había refugiado en un distrito limítrofe del Nepal. Asegurábase que Nana Sahib, Balao-Rao, su hermano, y la Begún de Oude, se hallaban con él. Después, en los últimos días del año, corrió el rumor de que habían buscado asilo a orillas del Rapti, en los límites de los reinos de Nepal y del Oude. Campbell les persiguió vivamente, pero consiguieron pasar la frontera, y solamente en los primeros días de febrero de 1859 pudo seguirles hasta el Nepal una brigada inglesa, uno de cuyos regimientos iba mandado por el coronel Munro. Beni Madho fue muerto; la Begún de Oude y su hijo fueron hechos prisioneros y obtuvieron permiso para residir en la capital del Nepal. En cuanto a Nana Sahib y Balao-Rao, por largo tiempo se les creyó muertos. Ya hemos visto que no lo estaban.
Este general forzó el paso de los desfiladeros.
De todos modos, la formidable insurrección había sido aniquilada. Tantia-Topi, condenado a muerte, fue ejecutado el 15 de abril en Sipri. Este rebelde, figura verdaderamente notable del gran drama de la insurrección —dice monsieur Valbezen—, y que dio pruebas de genio político, audaz y estratégico, murió valerosamente en el cadalso.
Sin embargo, el fin de aquella rebelión de cipayos, que hubiera podido costar la India a los ingleses si se hubiera extendido a toda la península, y sobre todo si la sublevación hubiera sido nacional, debía traer consigo la caída de la Compañía de las Indias.
Ya el comité directivo estaba amenazado de destitución, por lord Palmerston, a fines de 1857.
El 1.º de noviembre de 1858, se publicó una proclama en veinte lenguas anunciando que Su Majestad Victoria Beatriz, reina de Inglaterra, tomaba el cetro de la India, de la cual debía ser coronada emperatriz pocos años después.
Esta fue la obra de lord Stanley. Al gobernador general de la India sucedió un virrey con un secretario de Estado y quince individuos que componían el gobierno central. Los miembros del Consejo de la India, nombrados por el Gobierno inglés, los gobernadores de las presidencias de Madrás y de Bombay, nombrados igualmente por la reina; los jefes del servicio indio y los comandantes elegidos por el secretario de Estado, fueron las principales disposiciones del nuevo régimen.
En cuanto a las fuerzas militares, el ejército real cuenta hoy diecisiete mil hombres más que antes de la insurrección de los cipayos, o sean cincuenta y dos regimientos de infantería, nueve de fusileros y una artillería considerable, quinientos hombres en cada regimiento de caballería y setecientos por batallón de infantería.
El ejército indígena se compone de ciento treinta y siete regimientos de infantería y cuarenta de caballería, pero su artillería es europea casi sin excepción.
Tal es el estado actual de la península bajo el punto de vista administrativo y militar, y tal es el total de las fuerzas que custodian un territorio de cuatrocientas mil millas cuadradas.