22. RÁPIDOS CONTRAGOLPES

USS CHICAGO

El submarino disminuyó la velocidad para volver a detectar el blanco. Durante más de una hora había navegado en profundidad a quince nudos, y ahora estaba subiendo a ciento cincuenta metros y avanzando más despacio, exactamente en el centro del canal de sonido profundo. McCafferty ordenó un rumbo general este, lo que permitía que su sonar de arrastre, su «cola», pudiera captar el supuesto blanco hacia el Norte. Tardó varios minutos en lograr que el remolque quedara derecho y alineado en la dirección apropiada para que los operadores de sonar estuvieran en condiciones de iniciar por fin su tarea. La información apareció poco a poco en sus pantallas, y un antiguo oficial enchufó los auriculares esperando lograr una detección sonora. No había nada que detectar. Durante veinte minutos la pantalla mostró solamente eventuales ruidos indefinidos.

McCafferty examinó la exploración gráfica. Su antiguo contacto estaría ahora exactamente a dos zonas de convergencia de distancia y debería ser fácilmente detectado teniendo en cuenta las condiciones conocidas del agua. Pero sus pantallas no mostraron nada.

—En ningún momento tuvimos realmente una clasificación —el oficial ejecutivo se encogió de hombros—. Se ha ido.

—Subamos a profundidad de antena. Vamos a ver qué está pasando arriba.

McCafferty se acercó al pedestal del periscopio. No pudo dejar de advertir la instantánea tensión que hubo en el compartimiento. El submarino niveló a una profundidad de veinte metros. Hicieron un nuevo control con el sonar y no encontraron nada. El mástil ESM subió, y el técnico en electrónica informó que sólo se escuchaban señales muy débiles. Elevaron entonces el periscopio de búsqueda. McCafferty efectuó una inspección muy rápida del horizonte…, nada en el aire, nada en la superficie.

—Hay una tormenta hacia el Norte, un frente de chubascos —dijo—. Abajo el periscopio.

El oficial ejecutivo gruñó un insulto inaudible. El ruido de la tormenta haría casi imposible la tarea, ya de por sí difícil, de localizar un submarino convencional que estuviera navegando con energía procedente de baterías. Una cosa era que se hubieran apartado breve y rápidamente de su zona de patrullaje con una buena perspectiva de hundir un blanco, y otra abandonarla por todo un día buscando algo que tal vez nunca encontraran. Miró al comandante esperando una decisión.

—Ordene situación normal: pueden dejar los puestos de combate —dijo McCafferty—. Oficial ejecutivo, llévenos de regreso a la zona de patrullaje, a diez nudos. Navegue en profundidad. Yo voy a dormir una siesta. Despiérteme dentro de dos horas.

El comandante caminó unos cuantos pasos hacia su camarote. La litera ya estaba desplegada, sin hacer, junto al mamparo del lado de babor. Los instrumentos repetidores le informarían constantemente rumbo y velocidad, y un aparato de televisión podría mostrarle cualquier cosa que se estuviera observando por el periscopio, o una película grabada en vídeo. McCafferty había estado despierto desde hacía unas veinte horas, pero la tensión agregada que resulta de encontrarse en un ambiente de combate le hacía sentirse como si hubiera sido una semana. Se quitó los zapatos y se acostó, pero el sueño no quería venir.

KEFLAVIK, ISLANDIA

El coronel pasó la mano sobre la silueta del bombardero pintada en el costado del fuselaje de su avión de caza. Su primera victoria en combate, registrada por las cámaras de su cañón. Desde que un puñado de camaradas suyos pelearon en los cielos de Vietnam del Norte, ningún otro piloto de la Fuerza Aérea soviética había ganado una verdadera victoria aire-aire, y esta había sido sobre un bombardero de aptitud nuclear, que de lo contrario podría haber sido una amenaza para su país.

Había ahora veinticinco cazas «MiG-29» en Islandia, y cuatro de ellos estaban siempre en vuelo para proteger las bases, mientras las tropas de tierra ajustaban sus controles en la isla.

El ataque de los «B-52» les había producido serios daños. Su principal radar de búsqueda se hallaba ligeramente averiado, pero ese mismo día deberían recibir otro por avión, uno más moderno, en una unidad móvil cuya posición podría cambiarse dos veces diarias. Le habría gustado tener un radar aéreo, pero sabía que las pérdidas sobre Alemania habían limitado severamente su disponibilidad. Las noticias acerca de la guerra aérea más allá no eran buenas, aunque los dos regimientos de «MiG-29» lo estaban haciendo bastante bien. El coronel miró su reloj. Dentro de dos horas estaría conduciendo un escuadrón de escolta a una pequeña fuerza de «Backfire» que se hallaba a la búsqueda de un convoy.

GRAFARHOLT, ISLANDIA

—Muy bien, Doghouse, estoy viendo seis aviones de combate estacionados sobre las pistas de aterrizaje en Reykjavik. Todos tienen pintada la estrella roja. La configuración es de dos timones y parecen estar armados con misiles aire-aire. Hay dos lanzadores «SAM», y cierto tipo de cañón, que da la impresión de ser un cañón «Gatling», montado sobre un vehículo oruga.

—Eso es un Zulú-Sierra-Uniform Tres-Cero, Beagle. Son muy malas noticias. Queremos saber todo respecto a esos hijos de puta. ¿Cuántos hay?

—Solamente uno; está sobre el triángulo de césped a unos pocos metros hacia el oeste del edificio terminal.

—¿Los cazas se encuentran juntos o dispersos?

—Dispersos, dos en cada pista. Al lado de cada par hay un pequeño furgón y cinco o seis soldados. Estimo unos cien soldados allí, con dos vehículos blindados y nueve camiones. Están patrullando el perímetro del aeropuerto y tienen varios emplazamientos de ametralladoras. Parece que los rusos están utilizando aviones de corto alcance, de la línea aérea local, para llevar de un lado a otro a sus tropas. Hemos visto soldados abordando a esos pequeños bimotores. Hoy pude contar cuatro vuelos. No hemos visto helicópteros rusos desde ayer.

—¿Cómo se ve la ciudad de Reykjavik? —preguntó Doghouse.

—Es difícil ver dentro de las calles. Vemos un valle que se extiende hacia el aeropuerto, pero solamente distinguimos unas pocas calles. Estamos observando un vehículo blindado allí, parece estacionado en una intersección. Algunas tropas dando vueltas, como si fueran policías, o algo parecido, en cada cruce de calles que podemos ver. Si tuviera que suponerlo, diría que la mayoría de sus tropas están en Reykjavik y en Keflavik. No se ven muchos civiles, y casi no hay tránsito civil. Existe mucho movimiento en los caminos principales, tanto a lo largo de la costa hacia nuestro oeste como al este por la Ruta 1. Todo el tránsito es de idas y venidas como si estuvieran patrullando. Hemos contado un total de cincuenta y tantos viajes, en partes más o menos iguales en las dos principales. Otra cosa. Vimos algunos rusos usando vehículos civiles. Todavía no hemos visto ningún jeep, excepto algunos de los nuestros dentro de los terrenos del aeropuerto. Los rusos tienen jeeps, de otro tipo, ¿no? Creo que han expropiado los «cuatro-por-cuatro» de la gente. Ese es prácticamente el vehículo nacional aquí, y hay muchos en todos los caminos.

—¿Llegaron más vuelos de transporte?

—Cinco. Tenemos muy buen tiempo, y podemos verlos cuando parten en dirección a Keflavik. Cuatro eran «IL-76», y el otro algo parecido a un «C-130». No conozco la designación de ese último.

—¿Los cazas están volando?

—Despegó uno hace dos horas. Yo diría que tienen patrullaje en el aire, y hay cazas tanto aquí como en Keflavik. Es una suposición, pero apostaría dinero que no me equivoco. También diría que los cazas que estamos viendo pueden despegar en menos de cinco minutos. Se parece mucho a una especie de alerta roja.

—Muy bien, recibido, Beagle. ¿Cómo está la situación de ustedes?

—Estamos bien escondidos, y el sargento tiene dos rutas de escape ya exploradas. Todavía no hemos visto rusos que anden batiendo los matorrales. La mayoría de ellos se quedan en las zonas donde hay mucha gente y en los caminos. Si empiezan a venir hacia aquí, tendremos que escabullirnos.

—Exacto, muy bien, Beagle. Probablemente les ordenaremos pronto que abandonen ese monte, de todos modos. Lo están haciendo muy bien, muchacho. Esperen allí. Cambio y corto.

ESCOCIA

—El chico se está portando bien —dijo el mayor. Se encontraba en una posición difícil: un oficial norteamericano en un puesto de comunicaciones de la OTAN dirigidos por tipos de la Inteligencia británica, que estaban divididos por partes iguales en cuanto a la confiabilidad que podían depositar en Edwards.

—Yo diría que lo está haciendo maravillosamente —asintió el más antiguo de los británicos, que había perdido un ojo, al parecer hacía mucho tiempo según su apariencia, pero aún era un tipo de aspecto recio, pensaba el mayor—. Fíjense cómo distingue entre cuáles son observaciones y cuáles sus opiniones.

—Pronosticador —dijo otro bufando—. Tenemos que poner profesionales allí. ¿Cuánto tiempo tardaremos en hacerlo?

—Tal vez mañana. La Marina quiere llevarlos en submarino, y yo estoy de acuerdo. Es un poquito peligroso para infiltración de paracaidistas. Ya lo saben. Islandia está cubierta de rocas; ese lugar ha sido creado para quebrar piernas y tobillos. Además, están los cazas soviéticos. Y no hay ninguna prisa en poner tropas allí, ¿no es cierto? Primero tenemos que reducir sus efectivos aéreos y hacerles la vida todo lo difícil que podamos.

—Eso empieza esta noche —dijo el mayor—. Martillo Nórdico Fase Dos atacará aproximadamente a la hora de puesta del sol local.

—Espero que funcione mejor que la Fase Uno, viejo.

STORNOWAY, ESCOCIA

—¿Y cómo andan las cosas por arriba? —preguntó Toland a su contraparte de la Real Fuerza Aérea.

Poco antes de abordar el vuelo había enviado el telegrama a Marty: ESTOY MUY BIEN. EN TIERRA POR UN TIEMPO. BESOS. Esperaba que eso la tranquilizara. Probablemente la noticia de la batalla con el portaaviones ya habría aparecido en los diarios.

—Podrían estar mejor. Perdimos ocho «Tornado» tratando de ayudar a los noruegos. Estamos casi en los mínimos para defensa local, e Iván empezó a atacar nuestras instalaciones de radar en el Norte. Lamento lo que le ocurrió al portaaviones de ustedes, pero debo ser franco y reconocer que nos alegra tenerlos con nosotros por un tiempo, muchachos.

Los interceptores y aviones radar del Nimitz se encontraban repartidos entre tres bases de la RAF. El personal de mantenimiento todavía estaba llegando por transporte aéreo, y alguna pequeña dificultad se había producido en los misiles; pero cada uno de los «F-14» tenía carga completa para un combate, y podían usar los «Sparrow» de la RAF para recargar. Operando desde una base en tierra, el avión de caza tenía posibilidad de llevar una carga mucho mayor en combustible y armamento, lo que le posibilitaba para aplicar golpes más contundentes que si hubiera despegado de un buque. Los pilotos de los cazas estaban con un humor de perros. Después de usar sus aviones y preciosos misiles para derribar señuelos, habían regresado a la formación y comprobado los espantosos resultados del error. La pérdida total de vidas aún no era segura, pero apenas doscientos hombres se habían salvado del Saipan, y solamente mil del Foch. En términos de cantidad de bajas, esta había sido la derrota más sangrienta en la historia de la Marina de Guerra de los Estados Unidos: miles de hombres perdidos y ni una sola destrucción para compensar el fracaso. Solamente los franceses habían logrado victorias contra los «Backfire», triunfando con sus «Crusader» de hacía veinte años donde los cacareados «Tomcat» habían fallado.

Toland se sentó en su primera reunión previa al vuelo, conducida por la RAF. Los pilotos de caza estaban absolutamente silenciosos. Le costó medir su estado de ánimo. No había bromas. Ni observaciones susurradas. Ni sonrisas. Sabían que el error no había sido suyo, que de ninguna manera la culpa era de ellos, pero eso parecía no importar. Estaban impresionados por lo que había ocurrido a su buque.

Como también lo estaba él. La mente de Toland volvía a traerle constantemente la imagen del acero de doce centímetros de espesor de la cubierta de vuelo doblado hacia el cielo como celofán, con una caverna ennegrecida debajo de ella, donde había estado la cubierta del hangar. Las filas de bolsas…, tripulantes muertos a bordo del buque de guerra más poderoso del mundo…

—¿Capitán de fragata Toland? —Un soldado lo tocó en el hombro—. ¿Quiere venir conmigo, por favor?

Los dos hombres se dirigieron a la sala de operaciones. Bob noto en el acto que estaban localizando un nuevo ataque aéreo. El oficial de operaciones, un primer teniente, hizo señas a Toland para que se acercara a él.

—Un regimiento, tal vez menos. Uno de los «EP-3» de ustedes está haciendo un reconocimiento allá arriba y captó sus conversaciones por radio mientras efectuaba reabastecimiento de combustible al norte de Islandia. Pensamos que irán a buscar uno de estos convoyes.

—¿Ustedes quieren que los «Tomcat» los intercepten cuando vuelvan a sus bases? El tiempo va a ser muy justo.

—Muchísimo. Otra complicación. Ellos van a usar Islandia para su control de navegación y como un lugar seguro de reunión. Sabemos que Iván dispone de aviones de caza allí, y ahora han informado que tienen cazas operando desde esos dos aeropuertos en Islandia.

—¿La fuente de esa información es algo llamado Beagle?

—¡Ah, usted ya sabe eso! Sí.

—¿Qué clase de cazas?

—De doble cola; es lo que informó el muchacho. Podrían ser «MiG 25, 29 o 31».

—«Fulcrum» —dijo Toland—. Los otros son interceptores. ¿No los vieron los «B-52»?

La reunión previa al vuelo que él acababa de dejar había tratado también la misión de la fuerza aérea sobre Keflavik. Más buenas noticias para alegrar a las tropas.

—Evidentemente no tienen nada de buenas; a primera vista los aviones son muy parecidos. Estoy de acuerdo en que probablemente sean «Fulcrum», y lo más inteligente que podría hacer Iván es establecer con sus cazas un corredor de seguridad para los bombarderos.

—Tal vez tengan que reabastecerse en vuelo durante el regreso… ¿Y si atacamos a los aviones cisterna?

—Ya hemos pensado en eso. Pero tenemos un millón de millas cuadradas de océano para buscarlos. —La superficie saltaba a la vista en la carta—. El tiempo necesario para eso lo hace virtualmente imposible, aunque creemos que valdrá la pena intentarlo alguna vez en el futuro. Por el momento, nuestra preocupación principal es la defensa aérea. Después de eso, pensamos que Iván puede estar planificando una operación anfibia para Noruega. Si su flota de superficie sale al mar, será nuestra responsabilidad golpearla.

USS PHARRIS

—Alerta de ataque aéreo, jefe —dijo el oficial ejecutivo—. Hay unos veinticinco «Backfire» en vuelo hacia abajo, blanco desconocido.

—Bueno, no querrán ir a atacar al grupo de portaaviones…, con veinticinco aviones, ahora que ellos se encuentran bajo la cobertura aérea de la OTAN. ¿Dónde están ahora?

—Probablemente sobre Islandia. De tres a cinco horas de vuelo de aquí. Nosotros no somos el convoy más grande dentro de su alcance, pero sí el más expuesto.

—Por otra parte, si buscan todos esos independientes que andan por allí, pueden cazar buques indefensos en pleno océano. Pero yo no lo haría. Nuestros buques están transportando material de guerra…

El convoy sólo tenía cinco buques equipados con «SAM». Un blanco maduro.

GRAFARHOLT, ISLANDIA

—Estelas de condensación, Doghouse, tenemos estelas de condensación sobre nosotros; unas veinte. Están pasando por encima justo en este momento.

—¿No puede identificarlas?

—Negativo. Son aviones grandes, sin motores visibles en las alas; pero no puedo estar seguro de qué tipo. Van muy alto, con rumbo hacia el Sur. Tampoco puedo medir la velocidad… No se oyen estampidos sónicos, pero si estuvieran volando a Mach 1, ya deberíamos haberlos oído.

—Repita su cuenta —ordenó Doghouse.

—Yo cuento veintiún pares de estelas, dos uno pares, con rumbo aproximado uno ocho cero. Todos los cazas de Reykjavik despegaron y volaron hacia el Norte alrededor de treinta minutos antes de que pasaran estos por aquí; pero no sabemos dónde están. Los bombarderos no parecen ir escoltados. Ninguna otra cosa nueva que informar.

—Comprendido, Beagle. Avísenos cuando aterricen los cazas. Sería bueno tener una idea de su autonomía. Cambio y corto.

El mayor se volvió hacia su sargento:

—Saque eso por el teletipo ahora mismo. Confirme, un ataque de un regimiento de «Backfire» hacia el Sur; sobre Reykjavik en este momento, rumbo estimado uno ocho cero. Posiblemente con escolta de cazas…, sí, será mejor que ponga también eso.

El centro de comunicaciones de la OTAN era casi lo único que estaba trabajando de acuerdo con lo planificado. Los satélites de comunicaciones en sus todavía inalcanzables órbitas sobre el ecuador, proporcionaban información a las unidades de todo el mundo, y allí en Escocia se hallaba uno de los principales «nudos» según la jerga militar para un intercambiador telefónico de alta tecnología.

USS PHARRIS

Un día bueno para las estelas, observó Morris. Justo la mezcla adecuada de temperatura y humedad a grandes alturas para producir la condensación de los gases calientes que dejaban atrás los motores de los aviones. Así pudieron advertir las huellas del tránsito aéreo que cruzaba el Atlántico. Los grandes binoculares de veinte aumentos, que generalmente se guardaban en las alas del puente para tareas de vigía en la superficie, se estaban usando ahora desde el puente abierto, en lo alto de la parte anterior de la superestructura, y los vigías trataban de identificar a los aviones. Buscaban ante todo a los «Bear», los aviones soviéticos de exploración, que descubrían blancos para los «Backfire».

Todo el mundo estaba tenso, y no podían esperar alivio alguno. La amenaza de los submarinos ya era bastante mala, y con el desmantelamiento del grupo de portaaviones del día anterior, el convoy había quedado virtualmente desnudo ante los ataques aéreos. Estaban demasiado lejos dentro del mar para esperar cualquier protección de cazas con base en tierra. La fragata Pharris sólo contaba con las defensas aéreas más rudimentarias. Apenas podía protegerse a sí misma y no era de utilidad alguna para ningún otro buque. Las naves equipadas con misiles superficie-aire estaban reuniéndose ahora en línea sobre el límite del convoy, veinte millas al sur de la fragata, mientras esta continuaba su búsqueda antisubmarina. Todo lo que podía hacer era mantener la vigilancia con sus instrumentos de alerta y amenaza, y transmitir por radio cualquier información que obtuviera. Estaban seguros de que Iván emplearía sus propios radares de búsqueda «Big Bulge», a bordo de los «Bear», para localizar y clasificar el blanco. El plan del comandante del convoy consistía en usar los buques «SAM» como si fueran una fila adicional de blancos, formados exactamente igual que los mercantes. Con suerte, algún «Bear» particularmente curioso podía confundirlos con buques desarmados y sentirse tentado de efectuar una búsqueda visual. Poco probable, pero era la única carta que ellos podían jugar…

—¡Contacto! —Tenemos un radar «Big Bulge» con marcación cero cero nueve. La intensidad de la señal es baja.

—No nos descubras, hijo de puta —murmuró suspirando el oficial de acción táctica.

—Eso es muy difícil que ocurra —dijo Morris—. Pasen la información al comandante de la escolta.

El «Bear» llevaba un rumbo general sur, y estaba usando su radar sólo durante dos minutos cada diez, a medida que se iba acercando al convoy. Pronto detectaron otro, ligeramente hacia el Oeste. Los grupos de exploración estimaron sus posiciones, y enviaron un informe vía satélite al comandante en jefe de la Flota del Atlántico, en Norfolk, con un pedido urgente de ayuda; diez minutos después supieron que no había ninguna ayuda disponible.

En la Pharris, los artilleros prepararon el cañón. El sistema de defensa contra misiles y el radar del cañón «Gatling» a popa fueron activados a la posición de alerta. Otros radares permanecían apagados. Sus operadores en la central de informaciones de combate se mantenían sentados en sus puestos, nerviosos, con los dedos apoyados en las llaves de contacto mientras escuchaban los informes radiales MAS y echaban alguna mirada ocasional a la mesa de exploración.

—Probablemente ambos nos han detectado ya.

Morris asintió.

—Después vendrán los «Backfire».

El comandante pensaba en las batallas que había estudiado en la academia naval, a principios de la Segunda Guerra Mundial, cuando la Flota Japonesa tenía superioridad aérea, o cuando los alemanes usaron sus aviones «Cóndor», de gran autonomía, para descubrir y marcar los convoyes transmitiendo por radio sus posiciones a quien pudiera interesarle, y los aliados nada podían hacer en aquellos días. Él no había pensado nunca que podría verse en una situación semejante. ¿Después de cuarenta años se repetía la misma situación táctica? Era absurdo, se dijo Morris. Absurdo y espantoso.

—Tenemos contacto visual con un «Bear», un poco por encima del horizonte a dos ocho cero —dijo el comunicante.

—Director, utilice sus medios ópticos para seguir el blanco —dijo en seguida el oficial de acción táctica, y se volvió hacia Morris—. A lo mejor se acerca lo suficiente para un disparo.

—No conecten todavía ningún radar. Podría ocurrir que se metiera dentro del radio de acción de algún misil, si no tiene cuidado.

—Es imposible que sea tan imbécil.

—Va a tratar de evaluar las defensas del convoy —dijo Morris con calma—. Todavía no puede hacerlo visualmente. Durante un rato, todo lo que podrá ver será a esos panzudos con las estelas detrás de ellos. Pero no es fácil identificarlos o distinguir un buque de un avión. Vamos a ver hasta dónde llega la curiosidad del tipo…

—El avión acaba de cambiar el rumbo —comunicó el informante—. Está virando hacia el Este, en dirección a nosotros.

—¡Acción aérea a estribor! ¡Timón a la derecha. Adelante a toda fuerza! Caiga a nuevo rumbo uno ocho cero —ordenó inmediatamente Morris. Viraba hacia el Sur para inducir al «Bear» a que se acercara más a los buques «SAM»—. Iluminen el blanco. ¡Fuego! Ataquen cuando esté dentro del alcance.

La Pharris se inclinó pronunciadamente hacia la izquierda cuando empezó a virar. A proa, el cañón de trece milímetros giró en el sentido de las agujas del reloj mientras la fragata se ponía en posición respecto a la marcación del blanco. Tan pronto como el instrumental del cañón quedó activado, el radar de control de fuego le dio los cálculos de puntería, y el largo tubo del cañón se elevó a treinta grados y quedó aferrado al seguimiento del blanco. A popa, el montaje de defensa puntual hizo otro tanto.

—El blanco está a diez mil metros de altura, distancia quince millas y acercándose.

El comandante de la escolta aún no había autorizado el lanzamiento de misiles. Era mejor esperar que Iván disparara primero los suyos, antes de que supiera lo que le esperaba en su pasaje. Los informes sobre la batalla de los portaaviones ya habían salido para la flota. Los grandes misiles rusos aire-superficie no eran blancos demasiado difíciles de derribar; su trayectoria era recta. Pero había que reaccionar con mucha rapidez porque eran sumamente veloces, Morris pensó que el «Bear» todavía estaba haciendo una evaluación de los blancos y aún no conocía el poder de la fuerza de escolta. Cuanto más tiempo permaneciera en la oscuridad, mejor sería, porque los «Backfire» no dispondrían de mucho tiempo para perder estando tan lejos de sus bases. Y si el «Bear» se acercaba apenas un poquito más…

—¡Comiencen el fuego! —gritó el oficial de acción táctica.

El cañón de la Pharris, en posición totalmente automática, comenzó a efectuar disparos cada dos segundos. El «Bear» aún no estaba del todo dentro del alcance del cañón y las probabilidades de derribarlo eran muy pocas, pero ya era hora de darle algo de que preocuparse.

Los primeros cinco disparos fueron cortos y explotaron sin causar daños a más de mil metros del «Bear», pero los tres siguientes se acercaron y uno de ellos explotó a menos de doscientos metros de su ala izquierda. El piloto soviético viró instintivamente a la derecha para escapar. Fue un error. No sabía que la fila más próxima de «mercantes» llevaba misiles.

Segundos después partieron dos misiles y el «Bear» picó inmediatamente en acción evasiva, largando una lluvia de chaff en su estela y dirigiéndose en línea recta hacia la Pharris, lo que daba a sus tripulantes una nueva oportunidad de lograr un derribo. Efectuaron otros veinte disparos mientras el avión se aproximaba. Tal vez dos de ellos explotaron lo bastante cerca como para averiar al bombardero, aunque no hubo resultados visibles. En seguida lanzaron nuevos misiles, pequeños dardos blancos que desprendían largas columnas de humo gris. Uno de ellos erró y detonó dentro de la nube de chaff; pero el segundo lo hizo a menos de cien metros del bombardero. La cabeza de guerra explotó lanzando junto con la onda expansiva miles de fragmentos; varios desgarraron el ala del lado de babor del «Bear». El enorme avión turbohélice perdió potencia en uno de los motores y sufrió un grave daño en el ala, pero el piloto pudo recuperar el control, ya fuera del alcance del cañón de la Pharris. Puso rumbo Norte y se alejó echando humo.

El otro «Bear» se mantuvo discretamente fuera del alcance de todos. El comandante de la operación de ataque acababa de aprender una lección que no tardó en transmitir a su oficial de Inteligencia.

—Se acercan más radares ¡«Down Beats»! —alertó el técnico de medidas de apoyo electrónico ESM—. Cuento diez…, y van aumentando. ¡Catorce… dieciocho! —cantó después el operador del radar de búsqueda.

—Contactos radar, marcación cero tres cuatro, distancia uno ocho cero millas. Cuento cuatro blancos, ahora cinco, seis blancos. Rumbo dos uno cero, velocidad seiscientos nudos.

—Aquí vienen los «Backfire» —dijo el oficial de acción táctica.

—¡Contacto radar! —fue el siguiente aviso—. ¡Vampiros! ¡Vampiros! Vienen misiles hacia aquí.

Morris se encogió interiormente. Todos los escoltas encendieron sus transmisores de radar. Los misiles quedaron apuntados hacia los blancos que se acercaban. Pero la Pharris no tomó parte en ese juego. Morris ordenó en su buque adoptar la máxima velocidad y viró hacia el Norte para escapar de la posible zona de blanco de los misiles soviéticos.

—Los «Backfire» están regresando. El «Bear» mantiene su posición. Tenemos algún tráfico de radio. Ahora cuento veintitrés misiles que vienen. Las marcaciones están cambiando en todos los contactos —dijo el oficial táctico—. Se dirigen todos hacia el convoy. Parece que nosotros estamos fuera de peligro.

Morris alcanzó a oír un profundo y casi colectivo suspiro de alivio de los tripulantes de la central de informaciones de combate. Él mismo observó también aliviado la pantalla de radar. Los misiles se veían con trazos que llegaban desde el Noreste, y los «SAM» ascendían para encontrarlos. Otra vez se ordenó dispersión al convoy, y los mercantes se alejaban a toda máquina del centro de la zona de blanco. Lo que siguió tenía una extraña semejanza con los juegos electrónicos de salón. De los veintitrés misiles soviéticos lanzados nueve pudieron sobrepasar la defensa de «SAM» y se precipitaron hacia el convoy. Hicieron impacto en siete buques mercantes.

Los siete se perdieron totalmente. Algunos se desintegraron en el acto con la demoledora acción de las cabezas de guerra de mil kilogramos. Otros se mantuvieron en la superficie el tiempo suficiente como para que sus dotaciones pudieran salvar la vida. El convoy había partido del Delaware con treinta buques. Quedaban sólo veinte, y aún quedaban casi mil quinientas millas de océano abierto entre ellos y Europa.

GRAFARHOLT, ISLANDIA

Dos de los «Backfire» estaban quedándose sin combustible y decidieron aterrizar en Keflavik. Detrás de ellos se encontraba el averiado «Bear». Hizo virajes en círculo sobre Reykjavik esperando que los «Backfire» despejaran la pista. Edwards informó diciendo que se trataba de un avión de hélice con un motor dañado. El sol estaba bajo sobre el horizonte del Noroeste, y el «Bear» brillaba amarillento contra el cielo azul cobalto.

—Manténganse en el aire, Beagle —ordenó Doghouse. Tres minutos después, Edwards vio por qué. Esta vez no hubo interferencias electrónicas lejanas que alertaran a los soviéticos. Ocho «FB-111» aparecieron en vuelo casi rasante sobre las rocas, al sudoeste del centro montañoso de la isla. Siguieron en vuelo muy bajo por el fondo del Valle Selja en elementos de dos; el camuflaje de su pintura gris y verde los hacía casi invisibles para los cazas que volaban en círculo a mayor altura. La pareja líder viró hacia el Oeste, con otra pareja siguiéndola a ochocientos metros de distancia. Los cuatro aviones restantes se dirigieron hacia el Sur rodeando el monte Hus.

—¡Mierda!

Smith fue el primero que los vio: dos timones de cola que se desplazaban velozmente. En el momento exacto en que Edwards los descubría, el primer avión se elevó bruscamente y lanzó un par de bombas dirigidas por televisión. El otro hizo lo mismo, y ambos atacantes viraron violentamente hacia el Norte. Las cuatro bombas cayeron sobre la estación transformadora y dentro del perímetro vallado. Como si alguien hubiera bajado una sola llave, se apagaron todas las luces que estaban a la vista. El segundo par de «Aardvark» pasaron rugiendo muy bajo sobre la Autopista 1, y rozaron casi los techos de Reykjavik para alinearse con su blanco. El líder alzó el avión para lanzar sus bombas, y su pareja rompió a la izquierda en dirección al parque de combustible del aeropuerto, sobre los muelles. Instantes después explotó la torre de control al mismo tiempo que un hangar, y las bombas-racimo «Rockye» destrozaron los depósitos de combustible. Cogidos por sorpresa, los artilleros de los cañones y lanzadores de misiles rusos dispararon demasiado tarde.

En Keflavik, las tropas de defensa también fueron sorprendidas, primero por la repentina pérdida de energía eléctrica y después por los bombarderos, que llegaron sólo un minuto después. También aquí los blancos primarios eran la torre de control y los hangares, y en su mayor parte quedaron destruidos por el impacto de las bombas de mil kilogramos. La segunda pareja encontró dos «Backfire» estacionados y un vehículo lanzamisiles; los atacaron con bombas «Rockeye», que sembraron pequeñas bombas del tamaño de una pelota de béisbol sobre las pistas de aterrizaje y las pistas de rodamiento. Mientras tanto, los «FB-111» continuaron hacia el Oeste con los posquemadores encendidos mientras los aviones de combate rusos procuraban darles caza, con misiles y fuego de cañones. Seis «Fulcrum» picaron hacia los «Vark» que se alejaban, y cuyos equipos de interferencia llenaron el aire de ruidos electrónicos para protegerse.

Libres de sus cargas ofensivas, los bombarderos norteamericanos hendían el aire como rayos, a setecientos nudos y a menos de treinta metros sobre las olas; pero el comandante de los cazas soviéticos no pensaba abandonar esa persecución. Había visto los daños causados a Keflavik, y estaba furioso porque lo habían pillado desprevenido a pesar de tener a sus cazas en el aire. Los «Fulcrum» poseían una ligera ventaja en velocidad y fueron acortando distancias poco a poco. Se habían alejado de la costa unos ciento sesenta kilómetros cuando los radares de sus misiles pudieron atravesar la barrera de interferencias electrónicas de los norteamericanos. Dos cazas lanzaron inmediatamente sus misiles, y los «FB-111» empezaron a practicar maniobras evasivas para eludirlos. Uno de ellos recibió un impacto y se precipitó al mar girando sobre sí mismo como una rueda. Los soviéticos estaban preparando una segunda descarga cuando se encendieron sus receptores de amenaza de ataque.

Cuatro «Phantom» norteamericanos los estaban esperando en emboscada. En un momento, ocho misiles «Sparrow» descendieron picando hacia los «Fulcrum». Ahora había llegado el turno a los soviéticos para escapar. Los «MiG-29» viraron violentamente y pusieron rumbo hacia Islandia conectando sus posquemadores. Uno de ellos fue derribado por un misil, y otro dañado. Toda la batalla había durado en total cinco minutos.

—Doghouse, aquí Beagle. ¡La planta de electricidad ha desaparecido! Los «Vark» la borraron del mapa, amigo. Hay un incendio de todos los diablos en el borde sudoeste del aeropuerto, y parece que la torre de control quedó partida por la mitad. Dos hangares quedaron bastante averiados. Veo dos, tal vez tres, aviones civiles que se hallan ardiendo. Los cazas despegaron hace media hora. ¡Mierda, ese parque de combustible se encuentra en llamas como un infierno! Hay un montón de gente corriendo de un lado para otro debajo de nosotros.

Mientras Edwards observaba, una docena de vehículos con las luces encendidas iban y venían por los caminos que pasaban debajo de él. Dos de ellos se detuvieron a un kilómetro de distancia para que descendieran tropas.

—Doghouse, creo que ya es hora de que nos vayamos de esta colina.

—Comprendido, Beagle. Diríjanse al Nordeste, hacia la Colina 482. Esperamos que nos llamen dentro de diez horas. ¡En marcha, muchacho! Cambio y corto.

—Es hora de dejar esto, señor. —Smith tendió su mochila al teniente e indicó a sus compañeros que iniciaran la marcha—. Parece que podemos anotar un punto a favor de los buenos…

KEFLAVIK, ISLANDIA

Los «MiG» aterrizaron en la pista uno ocho, que no había sufrido daños y era la más larga de la base. Apenas habían terminado la carrera de aterrizaje cuando los auxiliares de tierra empezaron el proceso de ponerlos en condiciones para nuevas operaciones. El coronel se mostró sorprendido al ver todavía con vida al comandante de la base.

—¿Cuántos derribó, camarada coronel?

—Solamente uno, y ellos bajaron uno de los míos. ¿No detectó nada en el radar? —preguntó el coronel.

—Nada en absoluto. Atacaron primero Reykjavik. Dos grupos de aviones, que entraron desde el Norte. Estos hijos de puta deben de haber volado entre las rocas —gruñó el mayor, y señaló el radar móvil estacionado en terreno abierto, entre dos pistas de aterrizaje—. No le hicieron ningún daño. Asombroso.

—Tenemos que sacarlo de ahí. Algún lugar alto, muy alto. Nunca conseguiremos un radar aéreo, y a menos que mejoremos la alarma a distancia, este asunto del vuelo bajo va a terminar con nosotros. Busque un buen lugar en la cima de una colina. ¿Son importantes los daños en las instalaciones y servicios?

—Hay muchos agujeros pequeños en las pistas de aterrizaje por esas bombitas. Dentro de dos horas van a estar todos tapados. La pérdida de la torre nos causará dificultades para operar con un número grande de aviones. Cuando nos quedamos sin energía eléctrica perdimos también la posibilidad de bombear combustible por el sistema de tuberías. Probablemente perdimos el servicio local de teléfonos. —Se encogió de hombros—. Podemos hacer ajustes, pero son problemas mayores. Demasiado trabajo y muy pocos hombres. Tenemos que dispersar los interceptores y hacer arreglos alternativos para carga de combustible, pues el próximo blanco serán los depósitos.

—¿Esperaba que esto fuera fácil, camarada?

El coronel paseó la mirada por las impresionantes hogueras que sólo media hora antes habían sido un par de «Tu-22M Backfire». El «Bear» averiado estaba en esos momentos tomando contacto con la pista.

—El cálculo de tiempo que hicieron ellos fue demasiado bueno. Nos atacaron cuando la mitad de mis cazas estaba escoltando una fuerza de bombarderos frente a la costa norte. Puede ser suerte, pero yo no creo en la suerte. Quiero que los soldados del ejército busquen posibles enemigos infiltrados alrededor de todos los aeropuertos, Y, exijo mejores medidas de seguridad. Yo…, ¿qué diablos es eso?

A menos de seis metros de ellos, sobre el cemento, había una pequeña bomba «Rockeye». El mayor tomó de su jeep una banderola de plástico y la colocó cerca de la bomba.

—Los norteamericanos largan algunas con espoletas de efecto retardado. Mis hombres ya las están buscando. Quédese tranquilo, camarada, todos sus aviones han aterrizado con total seguridad. Y sus áreas de dispersión están limpias.

El coronel retrocedió un poco.

—¿Y qué hacen con ellas?

—Ya lo hemos practicado. Usamos una topadora especialmente preparada para barrerlas fuera del cemento. Unas explotan y otras no. A las que no lo hacen por sí mismas les provoca la explosión un hombre de buena puntería, con un fusil.

—¿Y la torre?

—Había tres hombres de turno. Buenos hombres. —El mayor volvió a encogerse de hombros—. Le pido que me disculpe. Tengo mucho trabajo.

El coronel lanzó una última mirada a la pequeña bomba antes de empezar a caminar hacia sus aviones. Había infravalorado al mayor.

ISLANDIA

—Hay una luz en nuestra colina —dijo García.

Todos se arrojaron cuerpo a tierra. Edwards lo hizo junto al sargento.

—Es sólo algún hijo de puta que encendió un cigarrillo —observó amargamente Smith, que había terminado el último que le quedaba varias horas antes, y estaba pasando por las penurias de toda retirada—. ¿Ahora ve por qué siempre llevamos todas nuestras basuras con nosotros?

—¿Nos están buscando? —preguntó Edwards.

—Lo supongo. Ese ataque fue muy exacto. Se preguntarán si esos perros del aire tuvieron alguna ayuda. Me sorprende que no lo hayan hecho antes. Habrán estado ocupados con otras cosas.

—¿Le parece que pueden vernos?

A Edwards no le gustaba nada la idea.

—¿A tres kilómetros de distancia? Está demasiado oscuro para eso, y si se encuentran fumando quiere decir que se sienten muy confiados y en descanso. Tranquilícese, teniente. No es tan fácil encontrar a cuatro tipos. Hay muchas colinas para inspeccionar en esta isla. Tendremos que tener cuidado cuando caminemos. No hacerlo por los bordes, por ejemplo. Aunque tengan equipos para ver de noche o con poca luz, no van a distinguirnos tan fácilmente si nos mantenemos en los valles. Pongámonos en marcha, y caminemos por abajo.

USS PHARRIS

Seguía ardiendo el último mercante. Su dotación había abandonado el buque dos horas antes, pero todavía se veían sus llamas en el horizonte del lado oeste. Más muertes, pensó Morris. Solamente logró salvarse la mitad de los tripulantes, y no disponían de tiempo para efectuar una búsqueda más minuciosa. El convoy había zarpado sin que se designara especialmente un buque de rescate. Los helicópteros consiguieron sacar a muchos del agua, pero todavía se necesitaba a la mayoría de ellos para cazar submarinos. Morris recibió un mensaje en el que le informaban que aviones «Orion» salidos de Lajes habían perseguido y probablemente hundido un submarino lanzamisiles de la clase «Echo» que encontraron en su ruta. Buenas noticias, aunque Inteligencia informaba sobre indicaciones de otros dos.

La pérdida de Islandia era un desastre cuyas dimensiones sólo ahora estaban haciéndose evidentes. Los bombarderos soviéticos tenían una vía despejada para alcanzar las rutas comerciales. Sus submarinos cruzaban velozmente el estrecho de Dinamarca aunque las Marinas de la OTAN trataban de situar a sus submarinos en posiciones que sustituyeran la barrera que habían perdido…, la barrera de la cual dependían los convoyes. La Fuerza Aérea de los Estados Unidos y la Marina pronto intentarían establecer una cobertura de aviones de combate para hostigar a los «Backfire», pero esas medidas eran recursos provisorios. Hasta que Islandia fuera totalmente neutralizada o, mejor aún, retomada, la Tercera Batalla del Atlántico Norte estaba pendiente de un marcado desequilibrio en la situación.

En las bases de la flota del Pacífico de San Diego y Pearl Harbor, oscurecidos buques se hacían a la mar. Una vez en el océano abierto, todos ellos pusieron proa al Sur, hacia Panamá.