07. OBSERVACIONES INICIALES

NORFOLK, VIRGINIA

Toland esperaba que su uniforme se hallase preparado. Eran las seis y media de la mañana de un miércoles, y él estaba levantado desde las cuatro ensayando su presentación y maldiciendo al comandante en jefe del Atlántico por ser un madrugador que probablemente quería ir a jugar al golf después de almorzar. Él pasaría la tarde como lo había hecho desde hacía varias semanas, examinando interminables documentos de Inteligencia y copias de publicaciones soviéticas en el cuchitril de Intenciones, a medio edificio de distancia.

La sala de reuniones de almirantes parecía un mundo diferente del resto de ese edificio de mal gusto; pero no era de sorprender. A los almirantes les gustaban sus comodidades. Bob hizo un viaje rápido al cercano cuarto de baño para eliminar el efecto de haber bebido demasiado café a fin de mantenerse despierto. Cuando volvió, los almirantes ya estaban entrando. Intercambiaron saludos, pero no hubo bromas, ninguno de los chistes que podían esperarse a esa hora de la mañana. Los oficiales cogieron sus sillones de cuero por orden de antigüedad. Los pocos que fumaban tenían ceniceros. Cada uno disponía de una agenda. Los camareros llevaron varias jarras de café, crema y azúcar en bandejas de plata; después se retiraron. Las tazas ya estaban en su lugar. Cada uno de los oficiales se sirvió una como parte del ritual de la mañana. El comandante en jefe hizo una seña a Toland.

—Buenos días, caballeros. Hace aproximadamente un mes fueron enjuiciados en un consejo de guerra y ejecutados por falsificar datos en sus informes sobre entrenamiento y alistamiento de sus unidades cuatro coroneles del Ejército Soviético, todos ellos comandantes de regimientos en divisiones mecanizadas —comenzó Toland, explicando el significado de esto—. A principios de esta semana, Kraznaya Zvesda, Red Star, el diario de las Fuerzas Armadas soviéticas, publicó la ejecución de cierta cantidad de soldados del Ejército soviético. Excepto dos de ellos, los demás se hallaban en el periodo de los seis meses finales de incorporación, y a todos se les acusó de desobedecer las órdenes de sus sargentos. ¿Por qué esto es significativo?

—Desde hace mucho tiempo se le reconoce al Ejército ruso su férrea disciplina; pero, como en muchos Otros aspectos de la Unión soviética, no todo es del modo que parece. Un sargento del Ejército soviético no es un soldado profesional, como en la mayor parte de los ejércitos. Originariamente es un recluta, igual al resto de los soldados, elegido al comenzar su periodo de incorporación para que realice un entrenamiento especial; la selección se efectúa basándose en su inteligencia, confiabilidad política o presumibles aptitudes para el mando. Lo envían a un duro curso de seis meses para convertirlo de inmediato en sargento y enviarlo después de regreso a su unidad operativa. En realidad, tiene tan poca experiencia práctica como sus subordinados y su superioridad en materia de conocimientos sobre armas y tácticas es muy reducida y no existen las diferencias mucho más acentuadas entre los sargentos y la tropa propias de los ejércitos de Occidente. Por este motivo, el verdadero orden jerárquico en las formaciones terrestres soviéticas no deriva necesariamente del grado, sino de su tiempo en servicio. Los soviéticos incorporan sus hombres a filas dos veces al año, en diciembre y en junio. Como la duración normal del servicio es de dos años, vemos que en cualquier formación hay cuatro «clases»: la más baja está en su primer período de seis meses, y la más alta, en el cuarto. Los jóvenes que tienen una posición efectiva en una compañía de infantería soviética son los que se encuentran en el último período de seis meses. Típicamente piden y obtienen lo mejor, o por lo menos la mayor cantidad de alimentos, uniformes y asignaciones de trabajo. Y típicamente evitan la autoridad de los suboficiales de la compañía. De hecho, las órdenes les llegan directamente de los oficiales, no del sargento encargado de los pelotones y secciones, y las cumplen generalmente sin prestar mayor atención a lo que nosotros consideramos disciplina militar convencional en el nivel de suboficiales. Como pueden imaginarse, esto introduce una enorme tensión sobre los jóvenes oficiales y, en muchas formas, obliga a vivir a esos oficiales aceptando ciertas cosas que claramente no les gustan ni pueden gustarles.

—Usted está diciendo que sus formaciones militares operan bajo el principio de la anarquía organizada —observó el comandante de la flota de choque del Atlántico—. No ocurre lo mismo con su Marina de guerra. De eso estoy más que seguro.

—Es verdad, señor. Según sabemos, sus marineros permanecen incorporados durante tres años en vez de dos, y su situación, si bien es similar, presenta muchas diferencias con las del Ejército soviético. Y parecería que esta situación está finalizando también en él; que la disciplina en las subunidades empieza a ser restablecida rápida y vigorosamente.

—¿Cuántos soldados fueron los ejecutados? —preguntó el general comandante de la segunda división de infantería de Marina.

—Once, señor, detallados en una lista con nombre y unidad. Esa información se halla en sus carpetas. La mayoría de ellos estaban en su «cuarta clase», es decir, en los últimos seis meses de su período de incorporación.

—El artículo que usted leyó, ¿llegaba a determinadas conclusiones? —preguntó el comandante en jefe del Atlántico.

—No, almirante. En la Unión soviética existe una regla no escrita para las publicaciones, tanto militares como civiles: que se puede criticar, pero no generalizar. Eso significa que las faltas y errores individuales se pueden identificar y castigar sin restricciones; pero, por razones políticas, es inaceptable hacer críticas generales aplicables a toda una institución. Porque una crítica que señalara alguna condición expandida en todas partes, estaría criticando ipso facto a la sociedad soviética como un todo y, por lo tanto, al Partido Comunista, que supervisa la totalidad de la vida soviética. Es una diferenciación sutil, pero para ellos filosóficamente importante. En realidad, cuando se menciona a los malhechores individuales, se está criticando al sistema como un todo, pero en una forma políticamente aceptable. Ese artículo es una señal para cada oficial, suboficial y soldado de las fuerzas armadas soviéticas: los tiempos están cambiando. La pregunta que nos hacemos en Intenciones es: ¿por qué?

—Parecería que este no es un caso aislado en el que se aprecie que los tiempos están cambiando. —Toland encendió un proyector y colocó en su lugar un gráfico—. Dentro de la Marina de guerra soviética, los disparos reales de misiles en superficie han aumentado en un setenta y cinco por ciento con respecto al año anterior; no es la Cifra más alta de todos los tiempos; pero, como ustedes pueden ver en este gráfico, está bastante cerca de ella. El despliegue de Submarinos, especialmente el que se refiere a submarinos diesel, se ha reducido; y los informes de Inteligencia nos dicen que hay un número excepcionalmente grande de submarinos en los astilleros, para lo que parece ser mantenimiento de rutina, aunque no programado. Tenemos razones para creer que esta situación se relaciona con una escasez de baterías de minio generalizada en todo el país. Parece probable que estén remplazando las baterías de todos los submarinos soviéticos, y que la producción normal de baterías se está derivando a los segmentos militarmente importantes de la economía soviética.

—También hemos notado niveles de actividad más altos en las fuerzas navales soviéticas de superficie, en las unidades de aviación naval y otras formaciones de aviones de largo alcance, así como una intensificación en ejercicios con armas. Finalmente, ahora son más prolongados los períodos en que los elementos combatientes de superficie se encuentran fuera de sus bases. Aunque las cifras en días no representan más que un pequeño aumento, los planes operativos son diferentes de los que hemos observado siempre. En vez de navegar de uno a otro punto y fondear, sus buques de combate de superficie parecen estar realizando ejercicios más realistas. Lo habían hecho antes, pero nunca sin anunciarlo.

—En resumen, lo que estamos viendo en la Marina de guerra soviética es una retirada en lo general, acompañada de una intensificación en el ritmo de los ejercicios reales que se están realizando. Si unimos esto a lo que vemos en el Ejército soviético y en la fuerza aérea, parecería que sus preparativos militares se están acelerando en todos los campos. Al mismo tiempo que proponen reducciones de las armas nucleares estratégicas, sus fuerzas convencionales mejoran rápidamente su capacidad para empeñarse en operaciones de combate. Nosotros, en Intenciones, consideramos esta combinación de factores como potencialmente peligrosa.

—A mí me parece un poco vago y confuso —dijo un almirante que mordía su pipa—. ¿Cómo se puede esperar que convenzamos a alguien de que esto significa algo?

—Una buena pregunta, señor. Cualquiera de estos indicadores considerado en forma aislada aparecería completamente lógico en sí mismo. Lo que a nosotros nos preocupa es por qué están ocurriendo todos al mismo tiempo. El problema de la utilización del potencial humano en el área militar soviética ha subsistido durante varias generaciones. El problema de las normas de entrenamiento y el de la integridad en sus cuerpos de oficiales tampoco es exactamente nuevo. Lo que me interesó mucho fue el asunto de las baterías. Estamos presenciando el comienzo de lo que puede ser una importante desorganización dentro de la economía soviética. Los rusos planifican todo en forma centralizada en su economía, y sobre una base política. La principal fábrica de baterías está trabajando con tres turnos diarios en vez de los dos normales, de modo que la producción ha aumentado, pero el abastecimiento a la economía civil ha descendido. De todas maneras, almirante, usted tiene razón. Aisladamente, estas cosas no significan absolutamente nada. Sólo cuando se analizan en forma combinada vemos algo como para preocuparnos.

—Pero usted está preocupado —dijo el comandante en jefe.

—Sí, señor.

—Yo también, —dijo—. ¿Y qué otra cosa está haciendo al respecto?

—Hemos solicitado a SACEUR [13] que nos haga notificar cualquier cosa que les parezca fuera de lo habitual en las actividades actuales del grupo de las fuerzas soviéticas en Alemania. Los noruegos han incrementado sus observaciones en el mar de Barents. Estamos empezando a tener acceso a fotografías de satélites de los puertos y bases de la flota. La AID ha recibido información sobre nuestros datos y está llevando su propia investigación. Comienzan a aparecer más piezas e indicios.

—¿Y qué hay de la CIA?

—La AID nos está arreglando eso a través de su jefatura en Arlington Hall.

—¿Cuándo inician ellos sus maniobras de primavera? —Preguntó el comandante en jefe del Atlántico.

—Señor, el ejercicio anual de Primavera del Pacto de Varsovia, al que este año llaman Progreso, está programado para dentro de tres semanas. Existen indicaciones de que, para mantener el espíritu de la entente, los soviéticos van a invitar a representantes militares de la OTAN a fin de que observen todo lo que hacen, y también a gente de la Prensa de Occidente…

—Les diré lo que asusta un poco en todo esto —gruñó el comandante de las fuerzas navales de superficie en el Atlántico—. De repente han empezado a hacer lo que siempre les hemos pedido que hagan.

—Trate de convencer de eso a los diarios —sugirió el comandante de las fuerzas aeronavales en el Atlántico.

—¿Recomendaciones? —preguntó a su oficial de operaciones el comandante en jefe.

—También nosotros estamos ya cumpliendo programas de entrenamiento y bastante activos. No creo que haga mal a nadie fortalecernos un poco. Toland, usted dijo que fue el asunto de las baterías lo que más lo inquietó por sus efectos sobre la economía civil. ¿Está investigando otros derrumbes económicos?

—Sí, señor, estamos haciéndolo. Eso se halla dentro del ámbito de la AID, y mi contacto en Arlington Hall también ha pedido a la CIA que efectúe algunos otros controles. Si me permiten ampliar algo sobre este punto, señores, la economía soviética se conduce en forma centralizada, como dije antes. Los planes industriales que tienen son sumamente rígidos. No se desvían de ello porque sí, ya que esas desviaciones tienden a provocar un efecto de onda sobre la economía en su totalidad. «Derrumbe» puede ser una palabra demasiado fuerte por ahora…

—Usted sólo tiene una sucia sospecha —dijo el comandante en jefe—. Muy bien, Toland, para eso le pagamos. Buena exposición.

Bob tomó sus papeles y salió. Los almirantes se quedaron para continuar hablando del tema.

Fue un alivio marcharse. Si bien le gustaba tener la atención en el microscopio, eso podía envejecer a uno con increíble rapidez. Caminó por un pasadizo cubierto para regresar a su edificio, y observó a los que llegaban tarde buscando lugar para estacionar sus coches. El césped estaba poniéndose cada vez más verde. Un grupo de civiles trabajaba cortándolo y fertilizando. Los arbustos ya empezaban a crecer, y Toland esperaba que los dejaran expandirse un poco antes de empezar a podarlos de nuevo, Norfolk podía ser muy agradable en primavera, él lo sabía, con la fragancia de las azaleas imponiéndose en el aire cargado de sol. Se preguntó si en verano sería también agradable.

—¿Cómo te ha ido? —preguntó Chuck.

Toland se quitó la chaquetilla y permitió que sus rodillas cedieran teatralmente frente al infante de Marina.

—Bastante bien. Nadie me cortó la cabeza.

—Yo no quise preocuparte de entrada, pero allí dentro hay gente famosa por hacer eso. Dicen que lo que más le gusta para desayuno al comandante en jefe es capitán de fragata frito con una guarnición de capitán de corbeta cortado en daditos.

—Gran sorpresa. ¿Es un almirante, verdad? Yo he hecho exposiciones antes, Chuck.

Los infantes de Marina pensaban que todos los marinos eran unos aduladores presumidos, recordó Toland para sus adentros. No tenía sentido dar pie a que Chuck tuviera ese concepto.

—¿Algunas conclusiones?

—El jefe de operaciones del comando en jefe habló de identificar los programas de instrucción. Después de eso me autorizaron a retirarme.

—Bien. Hoy deberíamos tener varias tomas de satélites un poco más tarde. Desde Langley y Arlington nos han llegado algunas preguntas. Nada firme todavía…, pero creo que deben de estar tropezando con algunas informaciones extrañas. Si resulta que tenías razón, Bob…, bueno, tú sabes cómo son las cosas.

—Seguro. Alguien que esté más cerca de Washington hará el descubrimiento. Mierda. Eso no me importa, Chuck; ¡yo quiero estar equivocado! Quiero que todo este maldito lío explote y se desinfle, así podré irme a mi casa y jugar en el jardín.

—Bueno, tal vez tenga algunas buenas noticias para ti. Conectamos nuestro televisor a un nuevo receptor de satélites. Hablé con los tipos de comunicaciones para que nos hicieran una derivación con la televisión rusa para captar sus noticias de la noche. No sacaremos nada muy importante, pero es una buena manera de tantear situaciones y estados de ánimo. Estuve probando antes de que llegaras y me encontré con que Iván está realizando un festival cinematográfico con todos los clásicos de Sergei Eisenstein. Esta noche, El acorazado Potemkin; después siguen todas las otras y termina el 30 de mayo con Alexander Nevsky.

—¿Ah, sí? Yo tengo grabada Nevsky en vídeo.

—Bueno, ellos tomaron los negativos originales, los llevaron en avión a «EMI», en Londres, para hacer las matrices digitales y luego volvieron a grabar el original de Prokofiev en sistema «Dolby». Vamos a registrar cintas. ¿Tu máquina es VHS o Beta?

—VHS —rio Toland—. Puede ser que este trabajo ofrezca algunas pocas diversiones después de todo. Bueno, ¿qué material nuevo tenemos?

Lowe le alcanzó una carpeta de documentos de veinte centímetros de espesor. Era hora de volver al trabajo. Toland ocupó su sillón y empezó a revisar los papeles.

KIEV, UCRANIA

—Las cosas se presentan mejor, camarada. —Informó Alekseyev—. La disciplina ha mejorado muchísimo en el cuerpo de oficiales. El ejercicio con el 2611 de infantería salió muy bien esta mañana.

—¿Y el 173 de infantería? —preguntó el comandante del Sudoeste.

—Ellos también necesitan trabajar más, pero estarán listos a tiempo —respondió Alekseyev confiado—. Los oficiales están actuando como oficiales. Ahora tenemos que conseguir que los soldados actúen como soldados. Lo veremos cuando comience Progreso. Tenemos que hacer que nuestros oficiales se aparten de la acostumbrada coreografía rígida y busquen libretos más realistas para el combate. Podemos usar el ejercicio Progreso para identificar a los líderes incapaces de adaptarse a una verdadera situación de guerra y sustituirlos por hombres más jóvenes que sí pueden.

Se sentó al otro lado del escritorio de su comandante. Alekseyev calculaba que tenía un mes de atraso en sus horas de sueño.

—Parece cansado, Pasha —observó el comandante.

—No, camarada general, no he tenido tiempo de cansarme —rio Alekseyev—. Pero si hago un viaje más en helicóptero creo que me van a crecer alas.

—Pasha, quiero que se vaya a su casa y no vuelva en veinticuatro horas.

—Yo…

—Si usted fuera un caballo —observó el general—, ya se habría caído agotado. Es una orden de su comandante en jefe: veinticuatro horas de descanso. Preferiría que las pasara todas durmiendo, pero eso es cosa suya. Piénselo Pavel Leonidovich. Si estuviésemos ya empeñados en operaciones de combate, usted estaría más descansado…, lo requieren los reglamentos; una dura lección de nuestra última guerra con los alemanes. Yo necesito su talento sin mella, y si usted se exige demasiado ahora, ¡no servirá para nada cuando realmente me haga falta! Lo espero mañana a las cuatro para revisar nuestro plan del golfo Pérsico. Ya estará despejado y como nuevo.

Alekseyev se puso de pie. Su jefe era un viejo oso gruñón, tal como lo había sido su padre. Y un soldado de soldados.

—Que se lea en mi legajo que obedezco todas las órdenes de mi comandante en jefe.

Ambos hombres rieron. Lo necesitaban. Alekseyev abandonó la oficina y bajó las escaleras hasta su automóvil oficial. Cuando este llegó al edificio de apartamentos, a pocos kilómetros de allí, el conductor tuvo que despertar a su general.

USS, CHICAGO

—Procedimientos de aproximación cercana —ordenó McCafferty.

Hacía dos horas que venía siguiendo un buque de superficie, desde que los hombres del sonar lo detectaron a una distancia de cuarenta y cuatro millas. La aproximación se estaba efectuando solamente con sonar y, cumpliendo órdenes del comandante, sonar no había informado al grupo de control de fuego qué estaban siguiendo. Por el momento, todo contacto de superficie era tratado como un buque de guerra hostil.

—Distancia tres cinco cero cero —informó el oficial ejecutivo—. Marcación uno cuatro dos, velocidad dieciocho nudos, rumbo dos seis uno.

—¡Periscopio arriba! —ordenó McCafferty. El periscopio de ataque se deslizó subiendo dentro de su pozo en el lado de estribor del pedestal. Un suboficial se puso detrás del instrumento, colocó las empuñaduras en su sitio y lo hizo girar hasta la marcación anunciada. El comandante apuntó la cruz de la mira sobre la proa del blanco.

—Marcación…, ¡ya! El suboficial apretó el botón correspondiente transmitiendo la marcación a la computadora «MK-117» de control de fuego.

—Angulo en la proa, estribor veinte.

El técnico de control de fuego oprimió la tecla dando entrada en la computadora al dato recibido. Los microchips computaron rápidamente distancias y ángulos.

—Solución dada. ¡Listo para tubos tres y cuatro!

—Está bien. —McCafferty dio un paso atrás apartándose del periscopio y miró al oficial ejecutivo—. ¿Quiere ver lo que hundimos?

—¡Maldito! —El ejecutivo rio y bajó el periscopio—. ¡Aléjate, Otto Kretchrner!

McCafferty tomó el micrófono del intercomunicador, que llevaría su voz a todos los altavoces instalados en el submarino.

—Les habla el comandante. Acabamos de completar el ejercicio de seguimiento. Para el que le interese, el barco que acabamos de «hundir» es el Universe Ireland, un petrolero supergrande, de trescientas cuarenta mil toneladas. Eso es todo.

Volvió a colocar el micrófono en su soporte.

—¿La crítica, oficial ejecutivo?

—Fue demasiado fácil, jefe —respondió este—. Su rumbo y velocidad eran constantes. Podríamos habernos ahorrado cuatro o cinco minutos en el análisis de traslación del blanco después que lo detectamos, pero nosotros estábamos esperando un curso en zigzag en vez de constante. Yo creo que es mejor proceder así con un blanco lento. Diría que las cosas se hicieron bastante bien.

McCafferty manifestó su acuerdo asintiendo. Un blanco de alta velocidad como un destructor podría muy bien enfrentarlos y dirigirse hacia ellos. Los lentos irían probablemente alterando su rumbo, en condiciones de tiempo de guerra.

—Ya estamos llegando —dijo el comandante y miró a los integrantes del grupo de control de fuego—. Han estado muy bien. Sigan así.

La próxima vez, pensó McCafferty, dispondría que el sonar no informara sobre el blanco hasta que no estuvieran realmente cerca. Entonces podría ver y medir la rapidez con que sus hombres manejaban su encuentro relámpago. Hasta entonces resolvió ordenar una serie agotadora de prácticas de combate simuladas en computadora.

NORFOLK, VIRGINIA

—Esas son baterías. Muy bien, está confirmado.

Lowe le tendió las fotografías de satélite. Se veían numerosos camiones, y aunque la mayoría de ellos tenían cubierta con lonas su caja de carga, otras habían quedado expuestas al satélite de gran altura. Lo que contempló eran las formas de bañera de las celdas de baterías super grandes, y muchos marineros que las llevaban a mano a través del muelle.

—¿Qué tiempo tienen estas fotos? —preguntó Toland.

—Dieciocho horas.

—Hubieran sido útiles esta mañana —comentó el oficial joven—. Parecen tres Tangos amarrados juntos. Estos camiones son de diez toneladas. Yo cuento nueve. Estoy averiguando: cada celda individual de batería pesa, vacía, doscientos dieciocho kilos…

—¡Oh! ¿Cuántas hacen falta para llenar un submarino?

—¡Muchas! —sonrió Toland—. Eso no lo sabemos con exactitud. Me dieron cuatro estimaciones distintas, con un treinta por ciento de diferencia. De cualquier manera, es probable que no sean las mismas en uno y otro buque. Cuanto más obtienes de un diseño, mayor es la tentación de andar perdiendo el tiempo con él. Eso es lo que hacemos. —Toland levantó la vista—. Necesitamos mayor acceso a estas fotos.

—Ya me he ocupado. De ahora en adelante estaremos en la lista de distribución de todas las fotografías de instalaciones navales. ¿Qué piensas de la actividad en los buques de superficie?

Toland levantó los hombros. Las fotografías mostraban alrededor de una docena de naves de combate de superficie, desde cruceros hasta corbetas. Todas tenían las cubiertas llenas de cables y cajones; se veían también gran número de hombres.

—No se puede saber mucho viendo esto. No hay grúas, de modo que no deben de estar cargando nada grande ni pesado; pero las grúas también se pueden mover. Ese es el problema con los buques. Todo lo que necesitas conocer está bajo cubierta. Lo único que podemos saber de estas fotos es que están amarrados juntos. Cualquier otra cosa es pura suposición. Aun con los mismos submarinos…, sólo deducimos que están cargando baterías a bordo.

—Vamos, Bob —dijo Lowe con un bufido.

—Piénsalo, Chuck —replicó Toland—. Ellos saben para qué son nuestros satélites, ¿no es cierto? Están enterados de cuáles son sus pasajes orbitales y de cuándo estarán en determinado punto en el espacio. Si realmente quieren engañarnos, ¿es tan difícil? Si tu misión fuera engañar satélites y supieras cuándo vienen, ¿no crees que podrías jugar con la cabeza de los otros? Dependemos demasiado de estas cosas. Es cierto que son más útiles que el diablo, pero tienen sus limitaciones. Sería bueno aportar algo de inteligencia humana sobre esto.

POLYARNYY, URSS

—Qué extraño es estar observando a un tipo mientras vuelca cemento en el interior de un buque —observó Flynn en el viaje de regreso a Múrmansk. Nadie le había hablado nunca de lastre.

—¡Ah, pero puede ser algo hermoso! —exclamó su acompañante, un capitán de corbeta de la Marina de guerra soviética—. ¡Si pudieran hacer lo mismo las Marinas de ustedes!

Flynn y Calloway notaron cómo estaban manejando cuidadosamente al pequeño grupo de periodistas que habían autorizado a situarse en un muelle para presenciar la neutralización de los dos primeros submarinos de misiles balísticos de la clase «Yankee». Los fueron llevando de un lado a otro en grupos de dos o tres; cada grupo con un oficial naval y un chófer. Difícilmente podrían haberlos sorprendido, por supuesto. En cambio, ambos hombres estaban asombrados de que les hubieran permitido siquiera entrar en una base tan restringida.

—Es una lástima que su presidente no haya autorizado a un grupo de oficiales norteamericanos para que observen esto —continuó el acompañante.

—Sí, en eso tengo que coincidir con usted, capitán —asintió Flynn.

La nota periodística podría haber sido mucho mejor. Tal como habían ido las cosas, un oficial sueco y otro indio, ninguno de ellos submarinista, se habían acercado para una mejor visión de lo que los periodistas llamaron la «ceremonia del cemento», e informaron vagamente después que sí, que se había volcado cemento en el interior de cada tubo de lanzamiento de misiles de los dos submarinos. Flynn había tomado el tiempo a la duración de cada vuelco, y controlaría algunas cosas cuando volviera. ¿Cuál era el volumen de cada tubo de misiles? ¿Cuánto cemento hacía falta para llenarlo? ¿Cuánto tiempo se tardaba en echar todo el cemento?

—Pero aun así, capitán —concluyó—, no puede negarme que la respuesta norteamericana a la posición de negociación de su país ha sido muy positiva.

William Calloway siguió todo esto con suma tranquilidad, mirando por la ventanilla del coche. Había trabajado como periodista en el servicio de radiogramas durante la guerra de las islas Malvinas, pasando mucho tiempo con la Marina real, tanto embarcado como en los astilleros navales; observando entonces los preparativos para enviar al Sur la flota de la reina. Ahora estaban pasando junto a los muelles y áreas de trabajo correspondientes a varios buques de guerra de superficie. Algo raro había allí, pero no podía ver exactamente qué. Lo que Flynn no sabía era que su colega trabajaba a menudo informalmente con el servicio secreto de Inteligencia británico. Nunca en funciones demasiado delicadas, ya que era un corresponsal, no un espía; pero, como muchos periodistas, era un hombre astuto y observador, cuidadoso de no perder cosas que luego los editores no permitirían que colmaran demasiado una nota. Ni siquiera sabía quién era el jefe de estación (de Inteligencia) en Moscú, pero él podía informar sobre todo esto a un amigo en la Embajada de Su Majestad. La información hallaría su camino hasta la persona indicada.

—¿Y qué piensa nuestro amigo inglés acerca de los astilleros soviéticos? —inquirió el capitán con una amplia sonrisa.

—Mucho más modernos que los nuestros —replicó Calloway—. Y tengo entendido que aquí no hay sindicatos en los puertos. ¿No es así, capitán?

El oficial rio.

—No tenemos necesidad de gremios en la Unión Soviética. Aquí los trabajadores ya son dueños de todo.

Era la actitud típica del partido, notaron ambos periodistas. Por supuesto.

—¿Usted es oficial de submarinos? —preguntó el inglés.

—¡No! —exclamó el capitán, y lanzó una carcajada que hizo pensar a Flynn: «Los rusos saben reír cuando quieren»—. Yo soy de las estepas. Me gusta el cielo azul y los amplios horizontes. Tengo gran respeto por mis camaradas de los submarinos, pero no deseo unirme a ellos.

—Yo siento exactamente lo mismo, capitán —coincidió Calloway—. Nosotros, los británicos maduros, gozamos en nuestros parques y jardines. ¿Qué clase de marino es usted?

—Ahora estoy destinado en tierra, pero mi último barco fue el Leonid Brezhnev, un rompehielos. Hacemos cierto trabajo de vigilancia y abrimos paso a los mercantes desde la costa del Ártico al Pacífico.

—Seguramente es un trabajo que exige mucho —dijo Calloway—, y además peligroso.

«Sigue hablando, muchacho».

—Requiere precauciones, sí; pero nosotros los rusos estamos acostumbrados al frío y al hielo. Es una tarea que enorgullece, ayudar al crecimiento económico del país.

—Yo no podría nunca ser marino —continuó Calloway, y vio una curiosa mirada en los ojos de Flynn: «Al diablo que no podrías…»—. Demasiado trabajo, aun estando en puerto. Como ahora. ¿Están siempre tan atareados en sus astilleros como en este momento?

—Ah, esto no es estar atareados —dijo el capitán sin pensarlo mucho.

El hombre de «Reuter» asintió. Los buques estaban atestados, pero la actividad no era tanta como para guardar relación con eso. No se veía demasiada gente moviéndose de un lugar a otro. Muchas grúas se hallaban inmóviles, Los camiones, estacionados. Pero los buques de guerra de superficie se encontraban colmados como si… Consultó su reloj. Las tres y media. Difícilmente habría concluido la jornada de trabajo.

—Un gran día para la detente Este-Oeste —dijo para disimular Sus sentimientos—. Un hecho muy importante que Pat y yo podremos contar a nuestros lectores. —Ya es hora de que tengamos una paz verdadera.

—Eso es bueno. —El capitán sonrió otra vez.

Los corresponsales llegaron de regreso a Moscú cuatro horas después, al término del incómodo vuelo —como siempre— en un jet de «Aeroflot», con sus asientos dignos de Torquemada. Los dos periodistas caminaron hacia el automóvil de Flynn, pues el de Calloway estaba con problemas mecánicos. Protestaba por haber obtenido un automóvil soviético en vez de llevar su «Morris» con él. Pero era absolutamente imposible conseguir repuestos.

—¿Una buena nota la de hoy, eh, Patrick?

—Ya lo creo. Aunque me habría gustado poder tener una o dos fotografías.

Les habían prometido algunas tomas de la «ceremonia del cemento», sacadas por «Sovieto».

—¿Qué te pareció el astillero?

—Bastante grande. Una vez pasé el día en Norfolk. Todos se me antojan iguales.

Calloway asintió pensativo. Es verdad que los astilleros dan la sensación de ser todos iguales, razonaba, pero ¿por qué? ¿Polyarnyy parecía extraño? ¿Era su desconfiada mente de periodista? La pregunta constante era: ¿Qué está escondiendo? Pero los soviéticos nunca le habían permitido entrar en una base naval, y este era su tercer o cuarto viaje a Moscú. Había estado antes en Múrmansk. Cierta vez había hablado con el alcalde y le preguntó si el personal naval no afectaba su administración de la ciudad. Siempre se veían uniformes en las calles. El alcalde había intentado evadir la pregunta, y finalmente dijo:

—No hay nada de marina en Múrmansk.

Una típica respuesta rusa a una pregunta embarazosa…, pero ahora, en cambio, permitían entrar a una docena de periodistas occidentales en una de sus bases más restringidas. Con lo que querían demostrar que no tenían nada que ocultar. ¿O sí? Después de completar el trabajo con su nota, Calloway resolvió que iría a tomar un coñac con su amigo en la Embajada. Además, había una recepción para celebrar algo.

Llegó a la Embajada, en Morisa Toreza Embanknient, al otro lado del río frente a las murallas del Kremlin, poco después de las nueve de la noche. Terminó bebiendo cuatro copas de coñac. Cuando iba por la cuarta, el corresponsal señalaba en un mapa la base naval, usando su entrenada memoria, e indicaba exactamente qué actividad había visto y dónde. Una hora después, la información estaba cifrada y transmitida a Londres por radio.