De todo nuestro recorrido hasta ahora podemos ya destilar una definición de qué es realmente el ciberactivismo y sobre qué modelos puede operar.
Podríamos definir «ciberactivismo» como toda estrategia que persigue el cambio de la agenda pública, la inclusión de un nuevo tema en el orden del día de la gran discusión social, mediante la difusión de un determinado mensaje y su propagación a través del «boca a boca» multiplicado por los medios de comunicación y publicación electrónica personal.
El ciberactivismo no es una técnica, sino una estrategia. Hacemos ciberactivismo cuando publicamos en la red —en un blog o en un foro— buscando que los que lo leen avisen a otros —enlazando en sus propios blogs o recomendándoles la lectura por otros medios— o cuando enviamos un e-mail o un SMS a otras personas con la esperanza de que lo reenvíen a su lista de contactos.
Por eso todos estamos abocados al ciberactivismo. Lo está un escritor que quiere promocionar su libro, un activista social que quiere convertir un problema invisible en un debate social, la pequeña empresa con un producto innovador que no puede llegar a su clientela o el militante político que quiere defender sus ideas.
De lo que llevamos visto en este capítulo podemos extraer una conclusión: hay dos modelos básicos, dos formas de estrategia. La primera es la lógica de campaña: construir un centro, proponer acciones y difundir la idea. La segunda es iniciar un swarming, un gran debate social distribuido con consecuencias, de entrada, imprevisibles.
No hay un camino intermedio que conduzca al éxito. Ambas estrategias requieren formas de comunicación muy diferenciadas. En la primera se propone, a la manera del activismo tradicional, un tema, un antagonista, unas medidas a defender y una forma de movilizarse. Se invita a la gente a adherirse, no a diseñar la campaña.
En la segunda se inicia un tema y se espera a que «se caliente» en el proceso deliberativo hasta desembocar espontáneamente en una ciberturba o en un nuevo consenso social. Existe una renuncia de partida al control de las formas que en cada fase vaya a adoptar el proceso y a la posibilidad incluso de abortarlo, porque si intentamos centralizar lo distribuido, si pretendemos quedar como tutores del proceso de debate que abrimos, únicamente conseguiremos inhibirlo y al final no tendremos propuestas claras a las que la gente pueda adherirse.
Si hasta ahora hemos visto las formas políticas que adoptan ambas estrategias, en las páginas siguientes esbozaremos el tipo de comunicación que requieren ambas y sus posibles formas en otros ámbitos, desde la empresa hasta la promoción de actividades asociativas.
La diferencia fundamental entre los dos modelos es la existencia o no de un nodo dinamizador a lo largo de todo el proceso. Si sólo queremos iniciar, prender, un proceso de debate, tendremos que argumentar, señalar, escribir y promocionar lo escrito. Si es posible, celebrar actos presenciales y relatar los que hacen otros, animando a quien podamos a escribir y opinar sobre el tema.
No es fácil iniciar un proceso así. La pequeña historia de las ciberturbas nos demuestra que surgen como respuesta a hechos traumáticos mal gestionados informativa o socialmente por las autoridades, cuando no provocados por ellas mismas. Son reactivas. Cuanto menos universal sea la percepción de que el motor es un hecho de alguna manera «indignante», más lento será el proceso y menos probable será que surja espontáneamente, por mucho que lo estemos animando.
Por eso el modelo de ciberactivismo más frecuente es el que busca la adhesión a una campaña cuyos objetivos y medios han sido diseñados estratégicamente a priori por un nodo organizador.
En general, en este tipo de procesos la claridad y la accesibilidad de la información serán fundamentales. Hace falta ante todo un por qué, un qué y un a quién: por qué hay que movilizarse, qué hay que vindicar en respuesta y frente a quién hay que hacerlo.
Esto, a su vez, obliga a cuidar una serie de elementos de la información:
El mensaje apocalíptico es una falsa tentación. Si se articula bien, puede alarmar lo suficiente a los demás como para que se impliquen, pero ¿y si, por ejemplo, nos enfrentamos a un proyecto de ley y finalmente sale adelante? Es probable que no vivamos de una forma evidente en un 1984 orwelliano al día siguiente de su aplicación, pero seguramente las cosas serán más difíciles para los objetivos que perseguimos y nos hará falta más que nunca crear opinión y movilizar gente. Si vendimos que la alternativa era la retirada del proyecto o el fin del mundo, indefectiblemente perderemos lo más valioso, el ánimo de los que participaron, su confianza en las perspectivas abiertas por sus propias acciones.
Esto es importante porque se trata de plantearnos siempre objetivos alcanzables. Pedir lo imposible sería burlarse del esfuerzo de quienes se movilicen y abriría el camino de la desmoralización posterior.
Puede que tan sólo persigamos la transmisión del mensaje, la conversión de una historia o un eslogan en meme. No habría antagonista en una campaña de este tipo. Estaríamos ante una campaña de «marketing viral», donde lo que se pretende es simplemente que el receptor retransmita. Pero incluso en estas campañas es muy probable que le pidamos algo más: que participe en el debate de un libro —y, por tanto, que lo lea y tal vez incluso lo compre», que envíe una carta de protesta a una institución o se manifieste frente a ella, que pruebe un producto o que investigue por su cuenta sobre el cambio climático. Da igual, debemos pedirle que haga algo asequible para él, explicándole claramente por qué si son muchos los que se suman puede cambiar algo contextualmente.
Se trata en primer lugar de informar, de hacer una pequeña selección de enlaces sobre «qué es» y «por qué nos afecta». Esto puede ampliarse a e-mails y SMS tipo, carteles en formato electrónico que la gente pueda imprimir y fotocopiar, banners que puedan incorporar a su blog, etc.
Es importante que los logos y demás materiales sean de la campaña, no del grupo, la empresa o el blog desde el que lo lancemos. De este modo favorecemos que otros nodos asuman la campaña como propia simplemente copiando y pegando los materiales en su blog o web, sin tener que darnos una sola referencia. Si de verdad queremos propagar una idea, no debería contrariarnos en absoluto que esto suceda; al contrario, no hay mejor síntoma de que una campaña distribuida se está haciendo bien. Es más, los motivos deberían poder copiarse con facilidad y personalizarse de acuerdo con los intereses de cada cual; por ejemplo, para ponerle el logo de su colectivo de estudiantes, sindicato, asociación vecinal o club rolero. De entrada, todos los nodos, todas las subredes interesan; no temamos que la campaña sea co-firmada por muchos. Cuanto más personalizada sea la comunicación, más fiable será.
Por otro lado, hay nodos en la red que están a caballo entre la propia red y la comunicación en broadcast: radios comunitarias y emisoras online, periódicos electrónicos, periodistas con blog, incluso grupos de Facebook y otras redes definidas sobre la adhesión. Enviarles un e-mail con un pequeño dossier y documentación puede convertirlos en un nodo muy activo que abra terrenos y redes para la campaña.
En esta misma línea, hay que hacer un llamamiento para que todo aquel que pueda y se anime mande artículos de opinión y cartas al director a la prensa, especialmente a la local, la más leída en nuestro país (y en casi todos). Se pueden enviar dossieres como el que preparemos para la prensa electrónica (básicamente un e-mail con enlaces y una explicación clara de la campaña) a columnistas regulares de medios locales de quienes sabemos que están particularmente sensibilizados con estos temas.
En una campaña «clásica» el centro «tiraría de base de datos» y organizaría un mailing bastante impersonal que enviaría a personas con este perfil. En la red se trata de que sean los propios adherentes, los agentes activos de la campaña, los que «pasen» la información a sus contactos y conocidos cercanos. Seguro que hay muchos de ellos en situación de enviar artículos a la prensa local o hacer una intervención en la radio local.
Se trata de que cada nodo aporte algo para mejorar la visibilidad de la campaña, descubriendo que su agenda, sus contactos, su red social personal, al agregarse a la de los demás, forma un potente medio de comunicación y un formidable instrumento de acción colectiva sin mediaciones.