EPÍLOGO

Treinta y nueve años después de la batalla, el último día del año del Señor de 406, el Rin se heló durante el invierno más frío de que se tenía memoria. Cientos de miles de pacientes vándalos, alanos, suevos y burgundios emergieron de los bosques de Germania y avanzaron sobre el hielo en dirección a la Galia.

Un exiguo y desmoralizado ejército compuesto por romanos y francos les hizo frente, pero fue derrotado sin esfuerzo. De ese modo, el mundo quedó expuesto al pillaje.

Algunos invasores bárbaros reclamaron nuevos territorios en la Galia. Otros siguieron avanzando hacia el sur y llegaron a Italia, España y África. En 410, Alarico, el señor de la guerra de los godos, saqueó Roma. Era la primera vez que se conquistaba la ciudad en ocho siglos.

Aquel mismo año, la provincia de Britania envió un aviso urgente al emperador Honorio solicitando asistencia militar para frenar la invasión bárbara. El sucesor de César respondió que la isla debería velar por ella misma.

Aquella fue la última comunicación que llegó del imperio.