El parto de esta novela no estuvo exento de complicaciones. Entre ellas, más de un inicio fallido, un curioso viaje de investigación al muro de Adriano que coincidió con la epidemia de las «vacas locas», y una presentación inicial prevista para el fatídico 11-S. Agradezco de manera especial a mi agente, Andrew Stuart, que lograra hacer de Harper Collins el hogar de mi obra, y a mis editores Jeffrey Kellogg y Michael Shohl por mejorar la historia y supervisar su distribución. Asimismo merecen mi gratitud todos los historiadores y arqueólogos que en Gran Bretaña han sacado a la luz el pasado romano y celta de la isla. Me gustaría dar las gracias en particular a Peter Reynolds, de Buster Ancient Farm, a Lindsay Allason-Joes, del Museo de Antigüedades de la Universidad de Newcastle, por su conferencia sobre la presencia de la mujer en el muro de Adriano, y a Matthew Bunker, actor especializado en la recreación de personajes históricos, por compartir conmigo su fascinación por el pasado mientras tomábamos una o dos cervezas y permitirme vislumbrar cómo debían ser las corazas y las armas romanas. Sólo en Inglaterra puede uno servirse la cerveza en un casco sin atraer apenas miradas de curiosidad. Por último, quiero dar las gracias a mi esposa Holly, cada vez más única, que creyó en El muro de Adriano desde su concepción. Este libro también es suyo.