Un libro se debe a otros tantos libros y éste no iba a ser menos. En primer lugar, cabe aquí citar el libro que me puso tras la pista de Mateo Morral, el escrito por José Esteban y titulado: Mateo Morral, el anarquista. Fue editado por Blanco Chivite, y fue Blanco Chivite el que me puso en contacto con Pepe Esteban. Ahí empezó todo. Luego vinieron los demás libros sobre el atentado, como el escrito a pachas por Susana March y Ricardo Fernández de la Reguera y titulado: La boda de Alfonso XIII. Y también el firmado por Francisco Camba, Cuando la boda del rey.
Xavier Casals, historiador, me mandó un listado bibliográfico en el que cabe destacar la biografía de Ferrer escrita por el profesor Juan Avilés. Y esa otra obra, titulada La rosa de fuego y que fue escrita por Joaquín Romero-Maura, hoy descatalogada y que mi padre, por prescripción médica, encontró revolviendo en una librería de viejo. Susana Picos me hizo llegar dos libros fundamentales a la hora de documentarme. Uno, el de Álvarez Junco, titulado: El Emperador del Paralelo, la jugosa biografía de Lerroux. El otro, la biografía de Romanones a cargo de Javier Moreno Luzón.
El editor Juan Cerezo, amigo y cómplice, me hizo envíos deslumbrantes. Las memorias de Baroja y el libro dedicado a Ferrer fueron piezas claves para completar esta novela. Cuando tocó conocer el funcionamiento de las fuerzas de represión de aquellos tiempos fueron útiles los libros siguientes: Piltrafas del arroyo, de Roberto Bueno, así como el titulado La Guardia Civil en la Restauración, de Miguel López Corral. Para los uniformes y guerreras me serví del escrito por José María Bueno Carrera acerca de la historia del uniforme en la Benemérita. También cabe citar aquí el libro escrito por Martín Turrado Vidal, La policía en la historia contemporánea de España.
Para el viaje por el Madrid de la época me dejé guiar por Rafael Cansinos Assens y La novela de un literato, así como por Las máscaras del héroe, de Juan Manuel de Prada. Guía de Madrid de Fernández de los Ríos y Las calles de Madrid, de Pedro de Répide hicieron el resto. De igual forma, Josep Maria de Sagarra me puso en contacto con la Barcelona de la época. El color local, los giros y el argot se vieron completados con el libro de Juan Antonio de Zunzunegui, La vida como es. Luis Alberto de Cuenca me prestó su «soleá» para ponérsela a don Antonio Chacón, como traje a medida.
La parte libertaria se fue haciendo gracias a la lectura del libro de Jean Maitron, titulado Ravachol y los anarquistas. Y también de ese otro: La banda de Bonnot, de Bernard Thomas. Charles Malato, Lombroso y el doctor Vallina, junto con el esbozo enciclopédico de Miguel Iñíguez, me situaron en la doctrina. Nicole Muchnik me regaló el libro El corto verano de la anarquía, de Enzensberger. Y mi adorada Irene Lozano me hizo llegar su libro acerca de Federica Montseny, la hija del Urales. La comida la puso Vázquez Montalbán y su panfleto contra los gourmets.
La parte monárquica tuvo su desarrollo gracias a Joan Díaz y María Casas, que me mandaron todos los libros escritos por Juan Balansó. Arturo Pérez-Reverte y Hugo Rodríguez ayudaron con la pólvora, la nitroglicerina y la mala leche necesaria para que esta novela estuviese documentada al dedillo. Las hermanas Tey me dieron cariño, durante todo este tiempo. Y las chicas de la agencia literaria de Mercedes Casanovas hicieron tres cuartos de lo mismo.
Legajos y archivos también fueron montonera y es aquí donde toca corresponder a mis blogeros por toda la atención prestada, en especial a Miguel y que, escondido bajo el alias musical de Child in time, me puso en contacto con todo lo relacionado con el pintor Henault. También he de agradecer el interés al camarada Marc, que me explicó el funcionamiento de la bomba Orsini, y al escritor Pedro de Paz, que puso a mi disposición su archivo libertario. Por último, el amigo Santiago Castelo me abrió a deshoras las puertas de ABC, para que pudiese revolver en los papeles. Bendito sea.