En el hotel Blue Nile, Malak aguardaba; la enorme sonrisa que les dedicó al regresar los hizo reír, y esto les vino bien. Monty sentó a Jessie con cuidado en el fresco interior bajo el ventilador, que chirriaba, y pidió limonada recién hecha para ella y para el chico, y un whisky escocés para él mismo. Después lo pensó mejor y añadió al pedido un plato de kushari para el niño y unos entremeses árabes para Jessie y él. Ella se bebió la limonada pero no tocó la comida. En su lugar, sacó su libreta de dibujo del bolso y se quedó sentada en silencio unos minutos mientras esbozaba algo en ella. Malak la observaba atónito, como si estuviera sacando conejos de una chistera.
—¿Quién es este pilluelo desaliñado?
Era Maisie, que acababa de entrar señalando al chico con el paraguas plegado.
—Parece algo que el gato haya traído de la calle.
—Este es Malak —lo presentó Monty—. Es nuestro dragomán en Lúxor, nuestro hombre de confianza aquí, y está resultando ser muy útil. —Asintió hacia Malak—. Muy eficiente.
Maisie inspeccionó al chico, que miraba con recelo la figura desconcertante de la esbelta señora.
—¿Y esto habla? —preguntó finalmente Maisie.
—Claro que hablo, bien sí, muy bien. Yo muy excelente amigo de sita Kenton y señor bey, tú pide, yo doy, y bien con mi tío. Camellos y caballos, sí, espaldas muy fuertes y yo muy buen migo, sí, y…
—¿Y también se calla?
—Si se le pide educadamente…
Maisie dio un golpecito a Malak en su melena morena con el paraguas.
—No necesito un caballo, lo que quiero es una silla.
Al instante, Malak puso un sillón tras Maisie y esta se dejó caer en él, plegando sus largas piernas para acomodarse lo mejor que pudo.
—Bueno, ahora bien. —Miró a Jessie fijamente—. ¿Qué noticias tenemos? ¿Te sientes ya mejor?
Monty negó con la cabeza, pero no dijo nada.
—Estoy mucho mejor, Maisie, gracias.
—Y ¿qué estás dibujando ahí?
—Mira, Malak —dijo Jessie pausadamente.
Levantó el dibujo para que el chico lo pudiera ver y este se quedó asombrado y boquiabierto, enseñando las lentejas y los tomates que masticaba.
—¿Cómo hace, señorita Kenton? Muy lista, sí.
Ella le sonrió abiertamente.
—Fui a la escuela de arte.
—¿En ciudad grande y bonita?
—Sí, en Londres.
—Yo ir a Londres un día, sí, por favor, ciudad muy bonita.
—Espero que sí, Malak, pero El Cairo también es una ciudad muy bonita.
El niño arrugó la nariz.
—El Cairo lleno de egipcios.
—Me gustaría que hicieras algo por mí, Malak.
—Sí, sita, yo hago muy bien. Yo muy eficiente. —Le brillaban los ojos oscuros—. Pide.
—¿Ves a este hombre? —Arrancó la hoja de la libreta y la giró para que la viera.
Con un escalofrío de desasosiego, Monty comprobó que se trataba de un boceto bastante fiel de la cara del doctor Scott que incluso reflejaba el lunar que tenía junto a la oreja izquierda y una protuberancia de piel áspera encima de sus cejas plateadas.
—Quiero que lo cojas y veas si puedes encontrarlo en algún lugar de Lúxor. Se llama doctor Scott, pero esto es importante, Malak, podría ser peligroso, así que no quiero que te acerques a él. ¿Lo has entendido?
—Sí, sita.
—No hables con él.
—No, sita.
—Solo dime si lo ves en algún sitio. Me gustaría saber adónde va.
—Yo hago fácil.
—No te acerques a él, recuérdalo.
—Yo muy rápido para hombre mayor —dijo riéndose.
Monty se fijó en cómo el chico sostenía el dibujo contra el pecho, como si fuera algo muy preciado. Probablemente no poseía muchas cosas.
—Toma, Malak. —Monty le dio varias monedas—. Cuando vuelvas, habrá más, pero presta atención a lo que te ha dicho la señorita Kenton y no hables con ese hombre. No queremos que te pase nada.
Malak engulló el último trozo de kushari.
—Yo presto atención, bien —dijo solemnemente, y se dirigió a la puerta—. ¿Tiene cigarrillo para mí, señor bey?
—No, Malak —dijo Maisie, negando enérgicamente con la cabeza—. No eres más que un mocoso.
Monty sacó un cigarrillo, se lo encendió y le dio el resto del paquete a Malak, que lo atrapó en el aire.
—Si es lo suficientemente mayor como para trabajar para nosotros, también lo es para fumar.
—Muchas gracias, señor bey, muchas. Hombre excelente, sí.
—¡Venga, vete ya!
Malak sonrió y salió rápidamente del hotel.
—El chico necesita zapatos nuevos —dijo Monty—. Por la mañana se los compraremos.
Pero por la mañana, los zapatos serían lo último en lo que pensaría.
Monty llevó a Jessie a dormir. Le limpió la arena de la piel, evitando mojarle la zona del vendaje, y le cepilló el pelo. La había llevado casi a rastras hasta la habitación y le había quitado la ropa, levantándole la blusa rasgada con mucha delicadeza por los hombros. Los moretones y las heridas que tenía en las caderas y en las rodillas le hicieron volver a preguntarse qué calamidades habría sufrido Jessie en el desierto. Allí, desnuda en el baño, se inclinó hacia él y reposó la cabeza en el hombro de Monty y, a pesar de la ducha, aún podía oler el aroma del Nilo en su pelo. Con el brazo alrededor de la cintura, Monty la llevó a la cama; su piel era cálida.
—Monty, lo siento, yo…
—Shhh, no hables. Ahora descansa. Lo que necesitas es dormir.
Ella dejó que sus labios le rozaran el cuello para sentir la sangre acumularse en ese punto. Él la abrazó y fue consciente de la calidez de sus pechos, el tacto sedoso de su piel, los delicados huesos de su espalda, pero fue la inseguridad con la que había caminado hasta la cama lo que más le sobrecogió. La debilidad que sabía que Jessie jamás mostraría cuando estaba sana era lo que le rondaba la mente y le preocupaba mientras la metía en la cama y la arropaba. Su rostro sobre la almohada se veía magullado y frágil, con manchas violáceas bajo los ojos.
Monty se inclinó y le besó los párpados.
—Duerme —le dijo, y sus labios intentaron, inútilmente, dibujar una sonrisa.
Se quedó dormida casi al instante y respiraba regularmente, pero demasiado rápido. Incluso en sueños, lo agarró de la mano y no lo soltaba, así que Monty se metió con mucho cuidado en la cama junto a ella y la abrazó, y el cuerpo de Jessie se amoldó perfectamente al suyo. Sus dedos encontraron los de Monty y se entrelazaron con ellos, y su necesidad mutua se le aferró al corazón.
Se quedó allí en silencio una hora tras otra, oyendo el ritmo de su respiración. Ella se despertó en una ocasión, acalorada, asustada y dolorida, así que Monty le dio varias pastillas de las que el doctor le había recomendado y le acercó el vaso a los labios para que bebiera un poco de agua. Sus ojos azules cristalinos lo miraron por encima del borde del recipiente, examinando su rostro como si debiera encontrar en él alguna llave perdida.
Cuando la volvió a colocar en la almohada, ella le murmuró:
—Háblame de ti y el doctor Scott.
No era el mejor momento, pero no se opuso.
—No hay mucho que contar. Mi padre le pidió dinero prestado cuando el estado iba mal económicamente. Fue un gran préstamo. Scott posee la hipoteca de la mayor parte de las tierras, incluyendo el pueblo de Chamford, pero mi padre creyó que podía confiar en él. Estaba equivocado.
El dedo de Jessie acarició el músculo tenso de su mejilla.
—¿Y ahora?
—Amenaza con exigir el pago inmediato de toda la deuda. Quiere dividir la propiedad, echar a los aldeanos de las casas en las que han vivido desde hace generaciones y construir fábricas en su lugar. —Dijo las palabras con calma, sin ningún tinte de la ira que se le arremolinaba en el pecho al mencionar el tema.
—Las fábricas traen puestos de trabajo —murmuró Jessie, a quien se le volvían a cerrar los ojos sin remedio.
—Tienes razón —le confirmó él.
Pero sus párpados se levantaron de nuevo y acercó la cabeza a la de Monty lentamente hasta que sus labios se tocaron. Monty se quedó junto a ella hasta que la luz comenzó a oscurecerse a medida que el sol se escondía tras las colinas del desierto. El aire de la habitación se volvió más frío, y sabía que tenía que irse ya.
—Gracias por venir —dijo Monty en voz baja para no despertar a Jessie.
—Oh, estoy encantada de estar aquí con ella. Ya sabes que siempre me gusta echar una mano —dijo Maisie alegremente—. Pobrecita, parece… —Sus palabras se detuvieron de golpe.
—¿Qué pasa, Maisie?
—Tiene mucho brío esta chica.
—Demasiado, a veces.
Ella asintió y se posó la mano en la garganta como para ralentizarse el pulso.
—Es muy hermosa.
Fue una expresión inesperada para aquel momento. Ambos estudiaron el rostro que yacía en la cama, sus líneas delicadas liberadas en el sueño, el pelo como hebras de oro entrelazadas sobre la almohada, las mejillas aún sonrojadas por el sol del desierto y la piel de la nariz pelada. Todo aquello enfatizaba la vulnerabilidad que tanto se esforzaba por ocultar.
—¿Tanto merece la pena ese hermano suyo? —preguntó Maisie.
Tenía el ceño fruncido y parecía estar molesta por algo.
—Eso espero. No lo conozco.
—Si me preguntaran, debo decir que me parece… —Las palabras volvieron a detenerse. Se giró y se encogió de hombros, sus hombros enjutos—. Una maldita carga para ella —concluyó.
—No creo que Jessie lo vea así ni de lejos.
—Pues entonces es un tipo con suerte.
—Sí —asintió Monty—. Yo también creo que lo es.