De modo que fue usted el que hizo la llamada.
—Sí, señor.
—¿Cómo se llama?
—Jesús Villar.
—¿Qué más?
—López. Jesús Villar López.
—¿Por qué no se identificó por teléfono?
—Estaba desconcertado, inseguro —responde Jesús Villar un poco ausente todavía. El comisario se vuelve hacia el mecanógrafo, a su izquierda, para ordenarle cesar en su actividad y salir del despacho hasta nuevo aviso. Jesús Villar cruza la pierna izquierda sobre la derecha y apoya ambas manos en el resultado. Mientras el mecanógrafo llega hasta la puerta y la cierra a sus espaldas, observa la ventana situada detrás del comisario y los barrotes negros que en la parte más exterior protegen los cristales. Los barrotes están brillantes por la lluvia. La suciedad exterior de los cristales aparece surcada por las gotas de agua que impulsadas por el viento se han estrellado contra la ventana. Ha llegado hasta allí tras una lucha entre la desconfianza y el atractivo de una novedad, y empujado también en alguna medida por sus compañeros de oficina, a quienes había relatado el suceso del metro— yo trabajo en seguros —dice al oír el ruido de la puerta.
—¿Cómo dice?
—No, que yo trabajo en una oficina de seguros, y al contar a los compañeros…
—Espere, espere a que yo le pregunte —dice el comisario modificando la situación de algunos objetos sobre la mesa que separa a los dos hombres. Jesús Villar desplaza la mirada hacia el costado izquierdo de la habitación. En la pared de ese lado hay un Crucifijo y las dos fotos. Ve también un archivador de metal y otro de madera con cierre de persiana, como alguno de los que han desechado en su empresa el año anterior. En seguida decide mirar al comisario a la altura del labio superior o un poco más arriba, pero sin alcanzar el nivel de los ojos de forma que las miradas del policía no anulen las suyas—. Vamos a ver, usted dijo por teléfono que el sospechoso se dirigió hacia Quintana por Alcalá, ¿no es eso?
—Sí, señor. Entonces yo crucé la calle para telefonear.
—Hágame el favor de esperar a que yo le pregunte —dice y toca un timbre a cuyo estímulo acude alguien que se pone a las órdenes del comisario en la espalda de Jesús Villar—. Encárgate —ordena— de que retiren la vigilancia de la casa de Alcalá; no es probable que vuelva por allí. O, si no, espera; que se quede el inspector Núñez; así por lo menos no nos estorbará.
—A sus órdenes —responde el subordinado, y Jesús Villar cuenta los segundos que tarda en cerrarse la puerta.