30 de enero
Shibuya: WA (?), 10.000 ¥
Shibuya: Extranjero, 3.000 ¥
Zhang es un embustero como la copa de un pino, un pedazo de mierda, ¡y un asesino! He dejado mi lata de cerveza, el paquete de calamar seco y el bote de pastillas de gimnema en el mostrador del colmado y me he puesto a pensar en él. —¡Eh!— me ha gritado alguien desde atrás. Me he dado cuenta de que me había colado, pero me ha dado igual. Me he quedado donde estaba y he pedido estofado de oden.
—Quiero croquetas de pescado, rábanos y konnyaku, uno de cada. Y lléname un cuenco con caldo, por favor.
El hombre que había detrás del mostrador ha resoplado, molesto, pero la empleada —que ya me había visto otras veces por allí— ha ido hasta el caldero de oden y me ha servido la ración de estofado de forma mecánica. Las dos chicas que estaban detrás de mí han murmurado algo —un insulto o una queja—, de modo que me he vuelto y las he fulminado con la mirada. Menuda cara tan espantosa tengo. Me divierte asustar a la gente. Ahora me ha dado por mirar a las personas fijamente a los ojos, en el trabajo, en casa, donde sea. Soy un monstruo. Todo el mundo me dispensa un trato especial debido a ello. Si eso supone un problema para vosotros, ¡simplemente tratad de ser como yo!
He salido fuera y he bebido enseguida el caldo, sintiendo cómo el líquido caliente bajaba por mi garganta. Sabía que el caldo hirviendo me encogería el estómago, que éste cada vez se haría más y más pequeño. Por la vía de la línea de Inokashira ha pasado un tren traqueteando. He estirado el cuello para verlo entrar en la estación de Shinsen. Quizá Zhang iba en él.
Ya ha pasado más de medio año desde que Zhang y yo nos quedamos abrazados durante aquella noche lluviosa. Estamos en enero, y es un invierno suave, lo que me hace el trabajo más fácil. Siempre que voy a la estación de Shinsen, busco a Zhang. Una vez miré a través de la verja de la calle y me pareció ver a un hombre que se parecía a él en el andén, pero desde aquella noche lluviosa no he vuelto a encontrármelo. En fin, lo mismo da. Ahora dedico todas mis energías al trabajo de noche. No me preocupa Zhang. Lo que le hizo a Yuriko no me afecta, sólo es que me gustaría que siguiera por aquí.
Aquella noche, ambos nos pusimos muy sentimentales, pero eso no evitó que yo rompiera a reír cuando oí su ridículo soliloquio.
—Amaba a esa prostituta —dijo Zhang—. La que dices que se llamaba Yuriko.
—¡Por favor! No estás hablando en serio, ¿verdad? Si acababas de conocerla. Yuriko no era más que una puta vieja. Además, ella nunca habría confiado en ti. Odiaba a los hombres, ¿sabes?
Cuando me eché a reír, Zhang me cogió del cuello como si fuera a estrangularme.
—Así que te parece divertido… ¿Y si te hago lo mismo a ti, puta estúpida?
La luz anaranjada de la escalera se reflejaba en los ojos de Zhang, haciéndolos brillar. Parecía endemoniado, su rostro tenía un aspecto espeluznante. Asustada, aparté las manos de Zhang y me puse en pie. Notaba húmedas las mejillas, pero cuando me las enjugué con la mano noté que no era agua de lluvia, sino saliva de Zhang. Esperma, saliva: la mujer como recipiente de lo que el hombre expulsa.
—Lárgate —me espetó despachándome con un gesto de la mano.
Bajé por la escalera resbaladiza apartando la basura húmeda que encontraba a mi paso. ¿Qué tenía Zhang que hacía que quisiera huir de su lado desesperadamente? No lo sabía. Al llegar a la puerta de entrada, me topé con un hombre. Su cuerpo, empapado de lluvia y sudor, con una camiseta que delineaba su esbelta figura, emanaba un olor peculiar. Era Dragón. Me acomodé la peluca.
—¡Hola! —saludé. Él no respondió, pero me observó de arriba abajo con su mirada afilada—. Zhang está en la azotea. ¿Sabes por qué está allí? Parece que se esconde por algo que ha hecho.
Pensaba decirle que había asesinado a Yuriko y que por eso se ocultaba, pero antes de que pudiera hacerlo, Dragón me sorprendió con una explicación de su propia cosecha.
—Se esconde de nosotros, el muy capullo. Nos ha estafado dinero, y hasta que no nos lo devuelva le hemos prohibido entrar en el apartamento.
La noche que me acosté con Chen-yi y Dragón fue porque Zhang me engañó. Recuerdo que a Dragón incluso le había parecido bien.
—Ya, pues además ha matado a una prostituta. Ha asesinado a una prostituta en Shinjuku —le dije sonriendo.
—¿Una prostituta, dices? Que mate a todas las que quiera; es fácil encontrar repuestos. Pero dinero…, ¡ése es otro cantar! —Dragón agitó en el aire el paraguas que llevaba en la mano, salpicando agua por todas partes—. ¿No crees?
Asentí porque en algo tenía razón. El dinero tenía más valor que la propia vida. Sin embargo, cuando yo muriera, mi dinero no tendría ningún sentido porque mi madre y mi hermana se lo gastarían todo. Sólo de pensarlo me enfurecía, pero ¿qué podía hacer al respecto? Me disgustaba el hecho de que no hubiera caído antes en algo tan simple. Dragón me miró y se rió con sorna.
—¿Te crees todo lo que te cuenta ese capullo? Zhang es un mentiroso, ¿sabes? Nadie se cree nada de lo que dice.
—Todos mentimos.
—Pero es que nada de lo que dice ese perdedor es verdad. Siempre está fingiendo haber trabajado muy duro, hablando sobre cómo se marchó de su pueblo para buscar fortuna en la ciudad. Pero la verdad es que se cargó a su abuelo, a su hermano mayor y al hombre que tenía que casarse con su hermana, así que no le quedaba más remedio que escapar. Dice que obligó a su hermana a prostituirse cuando llegaron a Hangzhou y que luego traficó con drogas para una banda, y al final buscó protección en la hija de un político. Pero es todo mentira, absolutamente todo. Por Dios, sólo vino a Japón porque huía de la policía.
—Me ha contado que mató a su hermana.
Dragón me miró sorprendido, desconcertado.
—Vaya, supongo que ese hijo de puta dice la verdad de vez en cuando, porque eso podría ser cierto. Me lo contó otro tipo que hizo el viaje en el barco con Zhang. Me dijo que fingió cogerla de la mano, cuando lo que en realidad hacía era empujarla. Bueno, sea como sea, ese cabrón es un criminal. Y a nosotros nos ha jodido de verdad.
Dragón se encaminó hacia la escalera. Vi cómo se le tensaban los músculos de la espalda a través de la camiseta mojada.
—Oye, Dragón. —Se volvió—. ¿Quieres pasar un buen rato?
Una mueca de aversión cruzó su cara mientras me escudriñaba.
—Lo siento, pero no: debo ahorrar. Además, me gustan las mujeres con más curvas.
—¡Serás cabrón! Pues aquel día te lo pasaste muy bien conmigo.
Cogí el paraguas que Dragón había dejado en la entrada y se lo arrojé, pero cayó sobre un escalón. Dragón estalló en carcajadas y siguió subiendo. «¡Menudo hijo de puta! ¡Maldito hijo de puta!». Nunca había soltado tantos tacos antes, pero es que no podía evitarlo. «Espero que os muráis todos. ¡Hijos de puta!». Recordé que aquel día me había prometido a mí misma que nunca más volvería a aquel apartamento mugriento. Pero entonces, ¿por qué acababa de hacerle una proposición a Dragón? Debía de haber pasado por un momento de debilidad tras haber abrazado a Zhang en la azotea. O quizá era lo que Yuriko había predicho: porque las putas como nosotras desenmascaraban a los hombres. Había desenmascarado la debilidad de Zhang y la maldad de Dragón. Estaba tan furiosa que golpeé el buzón del apartamento 404 hasta romperlo.
Me pregunto qué habrá sido de Zhang. En eso pensaba mientras caminaba penosamente en dirección a la estatua de Jizo con la bolsa de plástico del colmado balanceándose en mi mano. He quedado con Arai allí. Ha pasado mucho tiempo desde la última vez: cuatro meses. Tanto Yoshizaki como él solían invitarme a cenar, pero ahora solamente quieren que nos citemos en los hoteles. Primero eran dos veces al mes, luego sólo una, y ahora una vez cada dos meses más o menos. En compensación, trato de sacarles más dinero por cada servicio.
Cuando he llegado al callejón que lleva hasta la estatua de Jizo he divisado la espalda redonda de Arai. Estaba merodeando en la sombra, frente a la estatua, con el mismo viejo abrigo gris que llevaba el año pasado y también el anterior. Tenía el hombro caído, como de costumbre, por el peso de su bolsa negra de vinilo. Y, como de costumbre también, un periódico sobresalía por una esquina de la bolsa. La única diferencia es que ahora tiene menos pelo y el poco que tiene es más blanco y fino que hace dos años.
—Arai, ¿llevas esperando mucho rato? Has venido pronto, ¿no?
Él ha fruncido el ceño al oír mi voz aguda y se ha llevado el dedo a los labios para que guardara silencio. Sin embargo, no había nadie alrededor. ¿Por qué lo hacía, entonces? Tal vez temía que nos vieran en público. Arai no ha dicho nada y se ha dirigido hacia el hotel al que solemos ir. Los que están en Maruyama-cho son los más baratos de la zona: tres mil yenes por una estancia corta. Mientras lo seguía unos pasos por detrás de él, tarareaba una canción. Estaba de buen humor porque Arai me había llamado. Sentía que las cosas volvían a ser como antes, cuando yo era la reina de la noche en Shibuya. Puede que sea una prostituta callejera de la más baja estofa, pero no quiero morir. No estoy dispuesta a terminar como Yuriko.
Al llegar al hotel he abierto el grifo del agua caliente de la bañera y he echado un vistazo a la habitación por si había algo de valor que pudiera coger, como el rollo extra de papel higiénico. La bata podría servirme de algo y, por supuesto, había condones junto a la almohada, aunque esa noche sólo habían dejado uno, cuando habitualmente dejan dos. He llamado a recepción para quejarme y me han subido otro. Iba a usar uno con Arai. El otro me lo he guardado.
—¿Te apetece una cerveza, Arai?
He abierto la bolsa del colmado, he sacado la lata de cerveza y la comida que había comprado, y lo he dispuesto todo sobre la mesa. El oden era mi cena, así que me lo he comido sin ofrecerle nada.
—Dios santo, eso está muy caldoso, ¿no? —ha señalado con repugnancia.
Nos veíamos por primera vez en mucho tiempo, y ¿eso era todo cuanto se le ocurría decirme? No he respondido. El caldo de oden es bueno para mantener la línea, todo el mundo lo sabe. Te sacia y así luego no te apetece comer nada más. ¿Cómo es posible que los hombres no sepan algo tan sencillo como eso? Me he tomado el resto del caldo. Arai, molesto, me ha mirado y luego se ha ido al baño. Solía ser muy comedido conmigo, consciente de sus modales pueblerinos: el señor Arai, de la empresa de productos químicos de Toyama. ¿Cuándo había cambiado? Me he quedado allí sentada un rato, mirando al vacío, mientras lo pensaba.
—Ésta será la última vez que nos veamos —ha dicho de repente.
—Lo he mirado perpleja, pero él ha apartado la vista.
—¿Por qué?
—Porque este año me jubilo.
—¿Y qué? ¿Significa eso que también te jubilas de mí?
No he podido evitar reírme. ¿La empresa y la prostituta son una y la misma? Eso significaría que soy empleada de empresa tanto de noche como de día. O quizá es al revés: soy prostituta de día y también de noche.
—No es eso. Es sólo que pasaré en casa mucho más tiempo y será difícil que pueda escaparme. Además, dudo que tenga muchas penurias que necesite contarte.
—Vale, vale, ya lo entiendo —he dicho con impaciencia, y he plantado la mano extendida delante de él—. Entonces, dame lo que me debes.
Arai ha ido hacia el armario donde había dejado su chaqueta arrugada y de manera hosca ha sacado su cartera fina como el papel de fumar. Yo sabía que sólo llevaba dos billetes de diez mil yenes, porque siempre traía lo justo para pagarme quince mil a mí y tres mil por la habitación. Nunca salía con más de lo que necesitaba, igual que Yoshizaki. Ha depositado los billetes en la palma de mi mano.
—Aquí tienes. Dame los cinco mil que sobran.
—Falta dinero.
Arai se me ha quedado mirando.
—¿Qué dices? Esto es lo que te pago siempre.
—Éste es mi sueldo. Pero si soy empleada en tu empresa nocturna, puesto que te jubilas, debes pagarme también la liquidación.
Ha mirado la palma de mi mano sin decir nada. Luego, ha clavado sus ojos en los míos, visiblemente enfadado.
—Tú eres prostituta. ¡No tienes derecho a eso!
—No soy sólo prostituta; también soy empleada en una empresa.
—Ya, lo sé, ya lo sé: la corporación G. Siempre estás hablando de lo mismo. Pero estoy seguro de que eres una carga terrible para tu empresa. Si trabajaras en mi compañía, hace tiempo que te habrían despedido. La época de tu debut ya ha pasado, ya no eres la empleada de rostro floreciente que eras. Si te digo la verdad, eres bastante rara, cada vez más. Siempre que me acuesto contigo me pregunto qué diablos estoy haciendo. Te juro que no lo sé, porque de hecho me repugnas, pero cuando llamas me das pena y no puedo evitar quedar contigo.
—¿De veras? Pues entonces cogeré lo que me has dado por el rato que hemos pasado aquí. Los cien mil yenes que faltan puedes ingresarlos en mi cuenta bancaria.
—¡Devuélveme mi dinero, puta!
Arai ha cogido los billetes de mi mano. Yo no podía dejar que se los llevara: si perdía el dinero, me perdía a mí misma. Pero él me ha golpeado con fuerza en la cara; mi peluca ha salido volando.
—¿Qué te crees que estás haciendo?
—¡Eso me gustaría a mí saber! ¿Qué estás haciendo tú?
Arai respiraba con dificultad.
—Aquí tienes, puta —me ha dicho entre dientes al tiempo que me arrojaba un billete de diez mil yenes—. Me marcho.
Ha cogido la chaqueta y ha colgado el abrigo doblado de su brazo.
—¡También debes pagar la habitación! —le he gritado mientras cogía la bolsa—. Y me debes setecientos yenes por la bebida y la comida.
—De acuerdo. —Se ha sacado del bolsillo un puñado de monedas, las ha contado y las ha arrojado sobre la mesa—. No me llames nunca más —ha dicho—. Cuanto más te miro, más miedo siento. Me das asco.
«Pues mira quién fue a hablar —he querido decir—. ¿Quién era el que siempre quería que me corriera haciéndomelo con los dedos? ¿No eras tú quien quiso que posara para sacarme fotos con la Polaroid? ¿No eras tú a quien le gustaban las prácticas sadomasoquistas? ¿A quién he tenido que chupársela en numerosas ocasiones hasta que me dolían las mandíbulas porque no se le levantaba? He hecho todo eso por ti, te he liberado, y ¿así es cómo me lo agradeces?».
Arai ha abierto la puerta y me ha dicho en un tono cortante:
—Sato-san, deberías andarte con cuidado.
—¿Qué quieres decir?
—Que la sombra de la muerte te persigue.
Y ha cerrado la puerta. Una vez sola, he mirado la habitación a mi alrededor. Bueno, gracias a Dios, no había abierto la lata de cerveza. Es raro que sólo haya pensado eso. Me ha ofendido más que me haya dicho que soy como una empresa que su repentino cambio de parecer respecto a mí. ¿El trabajo de un hombre y la prostitución son lo mismo? Si un hombre llega a la edad de jubilación en la empresa, ¿también debe dejar de ir con prostitutas? Era lo mismo que el sermón que me había echado aquella mujer en Ginza. ¡Pues ya basta! He metido la cerveza y los tentempiés en la bolsa de plástico y he cerrado el grifo del agua caliente.
He vuelto a la estatua de Jizo, donde me estaba esperando un hombre. Al principio he pensado que Arai habría cambiado de idea, pero luego he visto que el tipo llevaba vaqueros y era más alto que él.
—Tienes buen aspecto —ha dicho Zhang sonriendo.
—¿De veras? —Me he abierto la gabardina tanto como he podido; quería seducir a Zhang—. Tenía ganas de verte.
—¿Por qué?
Zhang me ha acariciado la mejilla con suavidad, y yo me he estremecido. «Sé bueno conmigo». Me he acordado de aquella noche lluviosa, pero no iba a repetir esas palabras. Odio a los hombres, pero me encanta el sexo.
—Me gustaría trabajar un poco —he dicho—. ¿Te apetece? Te haré un buen precio.
—¿Tres mil yenes?
Hemos echado a andar.
Llevo un seguimiento de los hombres con los que me acuesto en mi diario. Pero, esta noche, los signos que he usado están al revés. Esta vez he señalado a Arai, WA, con un signo de interrogación, en vez de hacerlo con el extranjero. Con ese signo marco a los hombres con los que seguramente no volveré a acostarme. En otras palabras, señala a los hombres que creo que están podridos.
Cogidos del brazo, hemos paseado por las calles oscuras donde el cocinero me arrojó agua y me dijo que me perdiera, donde intenté canjear envases de cerveza por dinero y un hombre me dijo que eso ya no se hacía, hemos pasado por delante de la tienda de sake cuyo propietario me trató de forma cruel, por delante del colmado cuyo dueño se niega a hablarme aunque siempre le estoy comprando cosas, y por delante de los punkis que me alumbraban con las linternas mientras estaba follando en el solar y se partían de risa. Quería gritarles a todos ellos: «¡Miradme! No soy sólo una puta callejera, una furcia. Aquí estoy, del brazo de un hombre que me esperaba frente a la estatua de Jizo para que lo vea todo el mundo. Un hombre que es bueno conmigo porque soy la más solicitada, la más deseada, la más experta: la reina del sexo».
—¡Parecemos dos tortolitos! —he gritado de placer.
Estoy con Zhang. Soy una empleada de la corporación G. Mi artículo ganó un premio en un periódico. Soy la subdirectora de la oficina. ¿Por qué nunca he sabido abrirme paso sin decir todas estas cosas? ¿Acaso sólo quería decírselas a los clientes? No, era algo más que eso. Tenía que decirlo porque, de lo contrario, sentía que se estaban burlando de mí. Debía ser la mejor en cualquier cosa que hiciera porque para mí, como mujer, era importante, y eso me hacía querer alardear, quería que los hombres me admiraran, me valoraran, quería que tuvieran una buena opinión de mí. Eso es lo que soy en el fondo: una chica dulce que necesitaba la aprobación de los demás.
—¿Qué estás murmurando? —me ha preguntado Zhang, inquieto, mirándome con unos ojos como platos.
—Hablaba conmigo misma. ¿Me has oído? —lo he interpelado, sorprendida por su pregunta.
Pero él ha negado con su cabeza cada vez más calva.
—¿Estás bien? Mentalmente, quiero decir.
¿A qué venía esa pregunta? ¡Pues claro que estoy bien! No hay ningún problema con mi capacidad mental. Me he levantado puntualmente esta mañana, he tomado el tren, he hecho transbordo en el metro y he puesto cuerpo y alma en mi trabajo en una de las mayores empresas del país. Por la noche me he transformado en la prostituta que los hombres desean. De repente, me he acordado de la discusión que he tenido con Arai y me he detenido de golpe. Trabajo en una empresa de día y de noche. O ¿acaso soy prostituta día y noche? ¿Cuál es? ¿Cuál soy yo? ¿La estatua de Jizo es mi despacho? Entonces, ¿la Bruja Marlboro era la jefa de operaciones hasta que yo la sustituí? Esa posibilidad me ha divertido tanto que me he echado a reír.
—¿Qué te pasa?
Zhang se ha vuelto para mirarme mientras yo estaba allí de pie y, al echar un vistazo a mi alrededor, me he dado cuenta de que ya estábamos delante de su edificio. He puesto los brazos en jarras.
—Oye, esta noche no estoy dispuesta a hacerlo con una horda de hombres.
—No te preocupes, tampoco ninguno de ellos quiere acostarse contigo —ha contestado—. Ninguno excepto yo, claro.
—¿Te gusto? —le he preguntado, emocionada por sus últimas palabras.
«¡Dilo! ¡Dilo!: “Me gustas”. Di: “Eres una buena mujer, eres atractiva”. ¡Dilo!».
Pero no ha dicho nada y se ha metido las manos en los bolsillos.
—¿Adónde vamos? ¿A la azotea?
Temía que allí hiciera demasiado frío. Me he apoyado en la pared y he mirado el cielo nocturno, y he pensado que, de todos modos, si Zhang iba a ser bueno conmigo, no me importaba el frío. Pero, de pronto, me ha asaltado una duda. ¿Qué significa para un hombre ser bueno con una mujer? ¿Significa que le da mucho dinero? Pero Zhang no tenía dinero, al contrario, todavía iba a querer regatearme los tres mil yenes. ¿Era algo que se sentía, entonces? A mí me daba miedo sentir. Soy prostituta, así que se supone que se trata de trabajo.
—¿Has oído lo que acabo de decirte?
Zhang ha seguido caminando hasta el bloque de al lado. Era un edificio extraño. Había un bar en el sótano y una luz anaranjada salía de las ventanas situadas al nivel del suelo. He visto a los clientes bebiendo, con sus cabezas a la altura de nuestros pies. El edificio tenía tres pisos aunque daba la impresión de tener sólo dos, ya que las ventanas del sótano estaban a la altura de la calle y el primer piso se encontraba justo encima. El bullicio que salía del bar contrastaba con el silencio y la quietud de los edificios de alrededor. Me ponía nerviosa. Aunque había ido varias veces al apartamento de Zhang, nunca me había fijado en el viejo edificio contiguo.
—¿Este bloque siempre ha estado aquí? —he preguntado.
Zhang se ha sorprendido al oír mi estúpida pregunta.
—Ha estado aquí todo el tiempo. Mira allí. —Ha señalado la parte alta del otro edificio—. Ésa es mi habitación. Desde la ventana veo este lugar.
He mirado al cuarto piso y he visto dos ventanas abiertas de par en par, una a oscuras y la otra iluminada con una luz fluorescente.
—Lo tienes justo delante.
—Sí, puedes ver si hay alguien o no. El conserje de este edificio a veces me deja la llave de alguno de los apartamentos vacíos.
—Entonces, si yo viviera aquí, podrías saber lo que hago en todo momento.
—Si quisiera, sí.
La idea me ha encantado. Zhang ha simulado marearse un poco por mirar tanto hacia arriba y luego ha dejado caer la cabeza. Ha ido hasta el apartamento número 103 del viejo edificio y se ha sacado una llave del bolsillo. El apartamento de al lado estaba a oscuras; no parecía que viviera nadie allí. También daba la impresión de que en la segunda planta hubiera pisos vacíos. En la pared de cartón piedra del vestíbulo había tres buzones sucios y, justo encima, se podía leer «Apartamentos Green Villa». Había condones y folletos publicitarios tirados en el suelo de hormigón. He sentido un escalofrío. Toda aquella porquería me recordaba a la basura en la azotea de Zhang y al hedor de su baño. De repente he sentido que aquél era un lugar que no tenía que ver, en el que no tenía que estar. No tenía que hacer eso.
—Oye, quizá esté haciendo algo que no deba —le he dicho a Zhang.
—No creo que haya nada en el mundo que pueda incluirse en esa categoría —ha contestado mientras abría la puerta.
He echado un vistazo al interior. El apartamento olía como el aliento de un viejo y estaba completamente a oscuras; el olor parecía provenir de un vacío absoluto. Podríamos hacerlo allí y nadie lo sabría nunca, he pensado. Zhang me ha dejado sola y ha desaparecido en la oscuridad. Parecía conocer el lugar. Seguramente ya había llevado allí a varias mujeres. No estaba dispuesta a permitir que me superaran, he pensado, así que me he quitado los zapatos con rapidez y los he arrojado a los lados.
—No hay luz, vigila dónde pisas.
Como me han educado para ser una mujer distinguida, he recogido los zapatos y los he dejado bien alineados junto al escalón de la entrada. El escalón estaba frío, lo sentía en la planta de los pies, y, aunque llevara medias, notaba que estaba lleno de polvo. Zhang ya estaba sentado en el tatami de la habitación del fondo.
—No veo nada, tengo miedo —he dicho con una voz empalagosa.
Zhang me ha alargado la mano, pero yo quería que viniera hacia mí. He caminado a tientas hasta la habitación. No había absolutamente nada en el apartamento, así que no había por qué tener miedo de tropezar con algo. Mis ojos se han acostumbrado enseguida a la oscuridad; además, entraba un poco de luz por la ventana de la cocina. Era un apartamento pequeño y, al fondo, podía distinguir la silueta de Zhang, sentado con las piernas cruzadas. Tenía la mano levantada y la agitaba para que me acercara a él.
—Ven aquí y quítate la ropa.
Me he deshecho de la gabardina temblando de frío, y luego del traje azul y de la ropa interior. Zhang estaba sentado completamente vestido, envuelto en su chaqueta de piel, y yo me he tumbado sobre el tatami mirando al techo. Zhang me ha mirado desde arriba.
—¿No te olvidas de algo?
—¿De qué? —he dicho rechinando los dientes.
—¿Por qué te quitas la ropa antes de tener el dinero? Eres una prostituta, ¿no? Yo estoy aquí para pagarte, así que deberías asegurarte de que te doy el dinero antes.
—Pues dámelo.
Zhang ha dejado tres mil yenes sobre mi cuerpo. Un billete en mi pecho, otro en el estómago y otro en la entrepierna. Tres mil míseros yenes. Quería gritar: «¡Quiero más!». Aunque, por otro lado, no me habría importado hacerlo con él gratis. Quería sentir lo que era el sexo normal. Quería que me abrazaran con ternura. Quería hacer el amor.
—No vales más de tres mil yenes —ha dicho Zhang como si me leyera la mente—. ¿Qué te parece? ¿Quieres el dinero? Si no lo quieres, te convertirás en una mujer normal, dejarás de ser prostituta. Pero sabes que a mí no me interesan las mujeres normales, no me acuesto con ellas. Así que, ¿qué prefieres?, ¿una puta que no vale más de tres mil yenes o una mujer normal a la que no tocaría por nada del mundo?
He recogido los billetes de mil yenes de mi cuerpo y los he apretado en la mano: todavía quería que me abrazara. He visto a Zhang bajarse la cremallera de los vaqueros y, en la luz tenue, he podido distinguir su pene erecto. Me lo ha metido en la boca y ha empezado a mover las caderas adelante y atrás mientras respiraba con dificultad.
—No puedo hacerlo con una mujer a menos que me cobre. Aunque sólo sean tres mil miserables yenes.
Luego se ha tumbado encima de mí y me ha penetrado. Todavía iba vestido, y sólo al penetrarme he sentido su calor. Ha sido raro. Notaba la chaqueta fría, y cada vez que se movía me dolía el roce de sus tejanos contra mis piernas.
—¿Te gustan las prostitutas porque tu hermana lo era?
—No es por eso. —Ha negado con la cabeza—. Es justo lo contrario. Me gustaban las prostitutas, así que obligué a mi hermana a que lo fuera. No lo hice porque quisiera acostarme con ella, sino porque quería acostarme con mi hermana prostituta. No hay un tabú más grande que ése, pero muchas personas no lo entenderían nunca.
Zhang ha soltado una risa aguda. Ha empezado a moverse encima de mí. Yo quería besarlo. He acercado mi cara a la suya, pero él la ha apartado para evitar mis labios. Sólo se tocaban las partes bajas de nuestros cuerpos, como máquinas, metódicamente. ¿En eso consistía el sexo de verdad? Me he sentido tan vacía como si estuviera al borde de la locura. La otra vez había sido amable conmigo y me había sentido como nunca antes. ¿Qué iba a ocurrir hoy? Zhang se ha reído, se estaba excitando, y jadeaba. Estaba completamente solo, ¿no? Eso era el sexo.
Entonces he oído la voz de Yuriko. Estaba sentada a mi izquierda y llevaba una peluca con el cabello que le caía hasta la cintura. Tenía los párpados pintados de azul, los labios de rojo vivo. Una prostituta vestida igual que yo. Ha empezado a hacerme cosquillas con sus dedos esbeltos en el muslo izquierdo.
—¡Venga, te echaré una mano! Te ayudaré a correrte.
Lentamente, con suavidad, ha empezado a masajearme la pierna.
—Gracias, eres tan buena conmigo… Lamento haberte acosado en el instituto.
—No seas tonta. De ti abusaron más que de mí. ¿Cómo no te dabas cuenta? Nunca fuiste capaz de ver tus propias debilidades —ha dicho con tristeza—. Si hubieras sido consciente, tal vez habrías sido feliz.
—Tal vez.
Zhang ha empezado a penetrarme con violencia, cada vez con más fuerza. Me apretaba tanto el pecho que casi no podía respirar. No parecía darse cuenta de que había una mujer soportando su peso. La mayoría de mis clientes son iguales. ¿Acaso pensaban que yo no notaría nunca su desprecio? El truco del dinero había dejado las cosas claras. ¿Realmente era ése mi valor? En absoluto. No para una empleada de la Corporación G que ganaba cien millones de yenes al año.
—Hay clientes a los que les atrae una mujer como yo, una mujer a la que le falta un pecho. Es raro, ¿no crees?
Recordaba esa voz. Al volverme a la derecha he visto a la Bruja Marlboro sentada a mi lado. Llevaba un sujetador negro con un ovillo de tela donde debería haber estado su pecho, que le habían extirpado a causa de un cáncer. Se podía distinguir el sostén a través de la ligera chaqueta de nailon. La Bruja Marlboro me masajeaba el muslo derecho, con sus manos secas y llenas de callosidades, aunque fuertes. Me sentaba bien el masaje. Era como cuando lo había hecho con Chen-yi en el apartamento de Zhang, con Dragón y Zhang a cada lado masajeándome los muslos.
—No pienses en nada, das demasiadas vueltas a las cosas. Siente tu cuerpo, relájate, disfruta de la vida. —La Bruja Marlboro se ha reído—. Te dejé mi puesto delante de la estatua de Jizo porque pensé que harías un buen trabajo…, al menos, algo mejor de lo que lo has hecho.
—¡Eso no es cierto! —ha gritado Yuriko—. Sabías que Kazue acabaría de este modo.
Ellas han seguido hablando, ignorándonos a Zhang y a mí, pero no dejaban de mover las manos, acariciándome. Zhang estaba a punto de llegar al orgasmo. Ha soltado un grito. Yo también quería correrme, pero entonces he oído una voz encima de mi cabeza:
—Tu estupidez me hiere profundamente.
Era la loca de la biblia. Ya no sabía qué creer, estaba tan confundida que he empezado a gritar en la oscuridad:
—¡Sálvame!
Zhang se ha corrido justo en ese momento. Jadeando con fuerza, finalmente se ha apartado de mí. Al mismo tiempo,
Yuriko ha desaparecido, y también la Bruja Marlboro, y yo me he quedado sola, tumbada desnuda en la oscuridad.
—¡Vuelves a hablar sola!
Zhang ha abierto mi bolso, ha sacado un paquete de pañuelos y los ha usado todos. Entonces ha visto el billete arrugado de diez mil yenes que había cobrado de Arai.
—Ni te atrevas a tocarlo. Es mío.
—No voy a cogerlo —ha dicho, riéndose, y ha cerrado de nuevo el bolso—. A las prostitutas no les robo.
Mentiroso. ¿No había dicho que no había nada en el mundo que él no pudiera hacer? De repente he sentido frío y me he levantado para vestirme. Los faros de un coche que pasaba han iluminado las paredes de la habitación. Entonces he visto que éstas estaban llenas de manchas y que el papel pintado estaba roto. Qué raro que alguien que ha tenido una educación tan buena como la mía pueda haber acabado en una habitación semejante. He ladeado la cabeza. Zhang ha abierto la ventana de la cocina y ha tirado el condón usado a través de ella. Luego se ha vuelto para mirarme.
—Encontrémonos aquí otro día.
Ahora estoy en casa. He abierto mi cuaderno. No creo que tarde mucho en acabar este diario. Se supone que es un registro de mis actividades como prostituta, pero cada vez tengo menos clientes. Por tanto, Kijima-kun, estas notas son para ti. Por favor, no me devuelvas el diario como hiciste con las cartas de amor que te envié porque, como ves, en él muestro otra parte de mí.