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5 de junio

Durante la estación lluviosa, los clientes han desaparecido. Y con los constantes aguaceros no me apetece quedarme toda la noche fuera, empapándome. Para colmo, las bajas presiones hacen que se me hinchen los ojos y me siento adormilada todo el día. Cada vez me resulta más difícil levantarme de la cama. Todos los días me apetece tomarme el día libre, y la batalla interna que tengo que librar conmigo misma para salir por la puerta es agotadora. ¿Por qué el cuerpo flaquea, incluso cuando la mente está decidida a hacer algo? Hoy me he levantado aún más tarde de lo habitual y me he sentado a la mesa para escuchar cómo llovía. Mi madre ya había preparado el desayuno de mi hermana y la había despedido; luego se había encerrado en su habitación, con lo que la casa estaba en completo silencio. Me he preparado una taza de café instantáneo. Después, en vez de tomar el desayuno, me he zampado una cápsula de gimnema porque, aunque es cierto que la cinturilla de mi falda azul marino me va tan suelta que me da vueltas en las caderas, cuanto más delgada me veo, mejor me siento. A este paso, llegará un día en que seré transparente. Me siento extasiada. Tal vez el tiempo sea opresivo, pero yo estoy radiante de alegría.

De pronto ha empezado a llover a cántaros. En el jardín, las flores de las que mi madre está tan orgullosa han quedado arrasadas: hortensias, azaleas, rosas y otras hierbas con flores, todas estaban aplastadas. He salido y he maldecido a esas plantas estúpidas, aunque tan pronto como deje de llover, volverán a erguirse, más espabiladas que antes gracias al agua. ¡Malditas flores! Cómo odio el precioso jardín de mi madre.

He levantado la vista al cielo. De nuevo, esta noche no habrá clientes. Sólo he podido trabajar un día en lo que llevamos de mes, y apenas he sacado 48.000 yenes con cuatro clientes, incluidos Yoshizaki y un borracho. A Yoshizaki le saqué treinta mil y el borracho me dio diez mil. Luego se lo hice a un par de indigentes; el primero era el mismo de la otra vez, el del solar; el otro era nuevo. Con los dos lo hice en la calle mientras llovía. He llegado a un punto en que aceptaría que los hombres me pagaran por verme mear en el descampado. Ya todo me da igual. Pero, por otro lado, cada vez me resulta más difícil concentrarme en la oficina. Estoy agotada. Me limito a sentarme frente al escritorio y a recopilar artículos de periódico. Ya ni siquiera me preocupa qué clase de artículos recorto; a veces, incluso, me entretengo archivando la programación televisiva. Mi jefe, enfadado, me mira de reojo pero nunca dice nada. El resto de los empleados me observan y forman corrillos para cuchichear, pero a mí no me importa. Que hablen. Yo soy fuerte.

He abierto el periódico de la mañana y, después de fijarme en la previsión del tiempo, he ojeado las páginas de sociedad. He visto migas del desayuno de mi hermana. Ella había mirado el periódico antes que yo, y debía de haberse parado a leer esa página: «Hallado en un apartamento el cuerpo sin vida de una mujer». Yuriko Hirata era el nombre de la víctima. ¡Yuriko! He recordado que hacía tiempo que no la veía. «Así que finalmente has conseguido que te maten como habías predicho, ¿no? Felicidades». Mientras decía esto para mis adentros, he oído que alguien reía. Pero ¿quién? He mirado a mi alrededor.

El espíritu de Yuriko estaba flotando entre el techo mugriento y la mesa abarrotada de cosas; me estaba mirando. Sólo podía ver la parte superior de su cuerpo, que parecía salir del resplandor blanco azulado del fluorescente. Ya no tenía la cara gorda y fea de los últimos tiempos, sino que había recuperado la belleza luminosa de su juventud.

—Ha ocurrido tal y como esperabas, ¿verdad? —le he dicho.

Yuriko ha sonreído, mostrando sus dientes blancos y brillantes.

—Gracias por comprenderlo y dejar que yo fuera primero. ¿Qué vas a hacer ahora, Kazue?

—Trabajar, como siempre. Aún tengo que ganar mucho dinero.

—Déjalo mientras puedas —ha dicho riendo—. Nunca ganarás lo bastante para sentirte satisfecha. Además, el hombre que me ha matado pronto hará lo mismo contigo.

—¿Quién?

—Zhang.

La respuesta de Yuriko no daba lugar a error. Pero ¿cómo había conocido a Zhang? Empecé a pensar: «Yuriko debió de insinuársele; Yuriko es un monstruo y a Zhang le gustan los monstruos, así que una cosa llevó a la otra». Pero si ocurrió realmente así, ¿significaba eso que Zhang iba a matarme a mí también?

El otro día, cuando me abalancé sobre él, me abrazó, ¿no? Quería que fuera bueno conmigo. Quería que me abrazara. Yuriko alargó un dedo esbelto frente a su cara y lo agitó con decisión.

—No, no, no, Kazue, no te hagas ilusiones. Nadie va a ser bueno contigo. Ni siquiera quieren pagarte. Las putas viejas como nosotras sólo servimos para que los hombres se enfrenten a la verdad. Por eso nos odian.

—¿Enfrentarse a la verdad?

Sin darme cuenta, me he llevado la mano a la barbilla y he ladeado la cabeza.

—Por el amor de Dios, Kazue, ¿todavía intentas hacer esa pose de niña mona? Déjalo ya. Es desesperante. Sencillamente, no lo entiendes, ¿verdad?

—Sí, sí que lo entiendo. Entiendo que cada vez estoy más delgada y, por tanto, soy más guapa.

—¿Quién te dio ese mal consejo?

¿De qué estaba hablando? Luego he recordado que, de hecho, sí me lo había aconsejado alguien. ¿Había sido en el instituto? ¿La hermana mayor de Yuriko?

—Fue tu hermana mayor.

—¿Y sigues creyendo algo que te dijeron hace tanto tiempo? —Yuriko suspiró—. ¡Kazue, eres demasiado crédula! Eres la persona más ingenua que conozco.

—Lo que tú digas. Pero explícame qué has querido decir con eso de enfrentarse a la verdad.

—Que está vacía. Que no es nada.

—¿Yo no soy nada?

Al preguntarlo, inconscientemente, me he rodeado el cuerpo con los brazos. «¡No soy nada!, estoy vacía. ¿Cuándo desaparecí?». Lo único que quedaba de mí era un vestido, el vestido de una licenciada en la Universidad Q, de una empleada de Arquitectura e Ingeniería G. No había nada dentro de mí. Aunque, de todos modos, ¿qué se suponía que debería haber?

Cuando he vuelto en mí, he visto que había derramado el café sobre la página abierta del periódico, y me he apresurado a secarlo con un trapo. Las páginas se han teñido de marrón.

—Kazue, ¿qué estás haciendo? —Mi madre estaba mirándome desde la puerta del salón. Su pequeña cara maquillada estaba contraída en una mueca de miedo—. Te he oído y pensaba que estabas hablando con alguien.

—Eso era lo que hacía. Le estaba hablando a esta persona de aquí.

Le he señalado el periódico, pero el artículo estaba tan manchado de café que era difícil distinguir nada. Mi madre no ha respondido, sino que simplemente se ha llevado una mano a la boca para reprimir un grito. Yo no le he dado importancia y he cogido el bolso que estaba colgado en la silla.

—¡Tengo que hacer una llamada! —he dicho gritando.

Cuando he sacado la agenda, han caído al suelo un pañuelo de papel lleno de mocos y otro de tela que también estaba sucio. Mi madre se ha quedado mirándolos, enfadada.

—¿Qué miras? ¡Largo de aquí! —he gritado para que se fuera.

—Vas a llegar tarde al trabajo.

—No pasa nada si llego un poco tarde. El director llegó una hora tarde el otro día, y el día anterior fue una de las secretarias. Todo el mundo llega tarde, ¿por qué no puedo hacerlo yo? ¿Por qué tengo que ser la única que se toma en serio el trabajo? Durante todo este tiempo he vivido esclavizada para mantenerte. ¡Estoy harta!

—Kazue, ¿lo que haces es por mi culpa? ¿Es eso? —ha mascullado. En su rostro se han formado unas arrugas de preocupación mientras me miraba.

—¡No tiene nada que ver contigo! Trabajo porque soy una hija responsable.

—Sí, sí que lo eres —ha respondido mi madre en un tono casi inaudible.

No parecía querer irse, pero al final ha vuelto a su habitación con expresión contrariada. He pasado las páginas de la agenda buscando la dirección de la hermana mayor de Yuriko. Hacía más de diez años que no tenía contacto con ella pero, de repente, he sentido que no podría tranquilizarme hasta que oyera su voz. Mientras marcaba lentamente su teléfono, me he preguntado qué era lo que quería confirmar de forma tan desesperada. Estaba desconcertada.

—¿Diga? ¿Diga? ¿Quién es?

Su voz sonaba asquerosamente lúgubre, cauta. He ido directa al grano, no quería entretenerme.

—Soy yo, Kazue Sato. He leído que han asesinado a Yuriko-chan. Es terrible.

—Sí.

Su voz tenía un matiz depresivo, pero a la vez había una especie de calma en ella.

La hermana mayor de Yuriko ha empezado a hacer un sonido extraño, grave y constante, como una moto al ralentí. Se estaba riendo, y su risa denotaba una liberadora sensación de alivio, una risa que revelaba la alegría que sentía por haberse desembarazado de Yuriko. Yo me sentía del mismo modo, ya que ella había empezado antes que yo en el negocio y luego había salido de la nada para invadir mi territorio: la antigua belleza del instituto. Así que supongo que las dos nos hemos sentido como si nos hubieran quitado un peso de encima. No obstante, al mismo tiempo, había algo que aún nos ataba a ella.

—¿Qué te resulta tan gracioso? —me ha preguntado.

—Nada.

Yo no me estaba riendo, así que no sé por qué me habrá preguntado eso. La hermana de Yuriko está loca.

—Bueno, imagino que debes de estar muy apenada —le he preguntado de vuelta.

—No, lo cierto es que no mucho.

—Ah, claro. Por lo que recuerdo, Yuriko y tú nunca estuvisteis muy unidas. Era como si ni siquiera fuerais hermanas. Quizá otros no se daban cuenta, pero yo lo supe enseguida.

—Sí, bueno —me ha interrumpido—. ¿A qué te dedicas ahora?

—Adivina —he sacado pecho.

—He oído que trabajas en una empresa de ingeniería.

—¿Te sorprendería saber que Yuriko-chan y yo trabajábamos en lo mismo?

Se ha quedado callada, como si estuviera pensando, y de inmediato he sabido que sentía celos de mí. Ella siempre ha querido ser como Yuriko pero nunca se ha visto capaz de imitarla. En cambio, yo soy diferente.

—Bueno, a partir de ahora me andaré con más cuidado.

Y con eso le he cerrado el pico. He colgado de inmediato. Pero, en realidad, ¿de qué nos habíamos liberado la hermana mayor de Yuriko y yo? ¿De vivir? Tal vez mi deseo es que me asesinen igual que a Yuriko, porque yo también soy un monstruo. Y estoy cansada de vivir.

Por la noche seguía lloviendo. He abierto el paraguas y he caminado bajo la lluvia alrededor de la estación de Shinsen con la esperanza de encontrarme con Zhang. Me he parado delante de su edificio, pero su apartamento estaba a oscuras. Aún no había vuelto nadie. Justo cuando ya me disponía a marcharme a casa, he visto a Chen-yi, que caminaba hacia mí. Llevaba una camiseta blanca y fina, unas bermudas y unas chanclas. Estaba empapado de pies a cabeza.

—Buenas noches —lo he saludado.

Al verme, se ha detenido. Detrás de las gafas, sus ojos me miraban inquietos, como si les obligaran a observar algo repugnante.

—Debo ver a Zhang, y he pensado que tal vez esté en casa.

—Lo más probable es que no. Ha cambiado de trabajo, y ahora está ocupado tanto por el día como por la noche. No sé cuándo volverá.

—¿Puedo esperarlo en el apartamento?

—No, es preferible que no. —Ha negado con la cabeza con determinación—. Ahora hay otros hombres durmiendo allí, así que mejor que no.

Se comportaba como si estuviera avergonzado de haberlo hecho conmigo delante de sus amigos.

—Bueno, ¿puedo subir de todos modos para asegurarme?

He empezado a subir la escalera, pero Chen-yi me ha detenido bruscamente.

—Yo iré a ver si está. Espera aquí.

—Si está en casa, dile que lo espero en la azotea.

Chen-yi me ha mirado con desconfianza mientras subía por la escalera, pero no me ha importado. Los desechos desparramados entre el cuarto piso y la azotea se habían multiplicado, como si fueran una especie de organismo vivo. La escalera entera estaba cubierta de porquería: papeles, pedazos de periódicos en inglés, botellas de plástico vacías, carátulas de cedés, sábanas hechas jirones y preservativos. Me he abierto paso apartando la mierda con los pies, he pasado frente a la puerta del apartamento de Zhang y he seguido subiendo. El colchón que había dejado el profesor de idiomas estaba ahora atravesado en la puerta de la azotea, empapado. Zhang estaba sentado en él, con la cabeza gacha. Llevaba una camiseta sucia y unos vaqueros. El pelo le cubría las orejas y daba la impresión de que no se había afeitado en varios días. Apenas se lo distinguía del resto de la basura que se amontonaba allí, y de inmediato me ha recordado a las plantas de mi madre, aplastadas por la lluvia. Cuando dejara de llover, las plantas volverían a erguirse.

—¿Qué haces ahí sentado?

—Ah, eres tú —Zhang me ha mirado sorprendido. Me he fijado en que llevaba una cadena de oro alrededor del cuello.

—Esa cadena es de Yuriko, ¿no?

—¿El qué? ¿Esto? —La ha tocado como si acabara de acordarse de que la llevaba—. Así que se llamaba Yuriko…

—Sí, yo la conocía. Siempre se vestía igual que yo.

—Sí, ahora que lo dices, es cierto.

Se ha enrollado la cadena entre los dedos. Algunas gotas de agua caían de mi paraguas en una esquina del colchón, como si fuera tinta extendiéndose, pero Zhang no parecía notarlo.

—Has matado a Yuriko, ¿verdad?

—Sí. La maté porque ella me lo pidió, igual que mi hermana. Te dije que mi hermana cayó al mar y se ahogó, pero no era cierto: yo la maté. En el contenedor, de camino a Japón, nos acostábamos juntos todas las noches. Le repugnaba la idea de vivir como los animales y, con lágrimas en los ojos, me pidió que la matara. Le dije un montón de veces que no debía preocuparse por nuestra relación; le pedí que siguiéramos adelante y viviéramos juntos como marido y mujer. Pero ella se resistía, así que la empujé al agua y la observé impasible mientras ella agitaba las manos entre las olas, como si me dijera adiós. Estaba sonriendo, parecía feliz de dejar atrás de la vida que había llevado conmigo. Habíamos pedido prestada una gran cantidad de dinero para venir a Japón. Yo no podía creer que ella fuera tan increíblemente estúpida, así que siempre que me encuentro con una mujer que me pide que la mate, me encanta hacerle ese favor. Si no puede con su vida, yo me encargo de arreglarlo. ¿Qué me dices de ti?

Zhang ha sonreído levemente en la penumbra. El viento ha arreciado y nos ha salpicado la cara de agua. Yo me he apartado para evitar la lluvia, pero Zhang ha permanecido inmóvil, haciendo una mueca mientras le caía agua en la cara. Su frente brillaba.

—Aún no quiero morir, pero tal vez no tarde mucho en quererlo —he respondido.

Me ha agarrado las piernas.

—Estás demasiado delgada, pareces un esqueleto. No entiendo por qué no puedes ganar peso. ¿Estás enferma? Mi hermana y Yuriko estaban sanas. ¿Por qué eres tú la que está enferma? Es triste, ¿no crees?

—¿Te parece que estoy enferma? Yo, en cambio, no quiero morir.

—Hay mucha gente ahí fuera que ya está camino de la muerte pero ni siquiera lo sabe. Luego hay otros que son la viva imagen de la salud pero que un día deciden morir, ¿no opinas lo mismo?

De pronto me he sentido triste. ¿Por qué cuando hablo con Zhang me siento tan sola y apenada? Me he sentado en el mugriento colchón empapado. Él me ha cogido por los hombros y me ha acercado a su cuerpo. Olía a sudor y a suciedad, pero a mí no me importaba.

—Sé bueno conmigo, por favor.

He apoyado la cabeza contra su pecho y he jugueteado con la cadena, que brillaba en su cuello.

—Lo haré, pero tú también debes ser buena conmigo.

Y nos hemos quedado así, abrazados, murmurando una y otra vez: «Sé bueno, por favor, sé bueno conmigo».