Me llevé a Yurio a vivir conmigo al apartamento de protección oficial de mi abuelo, en el distrito P. Mientras Yurio estuvo bajo la tutela de Johnson, iba a un centro en Osaka especializado en educar a personas ciegas. Puesto que había estado allí desde el primer año de primaria, a veces hablaba en el dialecto de Osaka, lo cual me hacía reír. Tenía un rostro tan hermoso que parecía de otro mundo, pero era sencillo y taciturno. Lo único que le interesaba era escuchar música. Era un joven muy inteligente que apenas necesitaba que se le prestara una atención especial, y tan bello… Y éramos parientes tan cercanos que yo casi no podía creer que fuera cierto.
El destino de una persona es algo curioso. Realmente creí que estaba reviviendo aquellos días tranquilos y silenciosos que en el pasado había disfrutado con mi abuelo. En aquellos tiempos en los que dependía de mí, indefenso, vulnerable. Y ahora tenía a Yurio, ciego, que también dependía de mí. Pensaba que disfrutaba viviendo conmigo.
—¿Has tenido noticias de tu padre? —le pregunté.
Me preocupaba que Johnson quisiera llevarse a Yurio, de modo que le preguntaba eso mismo con temor cada cierto tiempo.
—Llamó a casa del tío Kijima varias veces. De hecho, nunca viví mucho tiempo con mi padre; prefería quedarme con el tío Kijima.
¿Qué diablos podía gustarle de él?, pensé, atormentada por los celos.
—¿Qué es lo que te gusta de ese irresponsable?
—No es un irresponsable. Fue muy amable conmigo. Me dijo que si necesitaba un ordenador, me lo compraría. Me lo prometió.
Yo no tenía mucho dinero en ese momento y ese comentario me irritó.
—Sin embargo, no te lo compró —repuse—. Kijima siempre está planeando estratagemas. Usó lo del ordenador como cebo para atraparte… y luego tú te diste cuenta de tu error. Te he rescatado de un demonio.
—¿De qué estás hablando? No entiendo nada.
—Está bien, no es nada de lo que tengas que preocuparte. Es sólo que tuve algunas experiencias desagradables con él en el pasado y no tenemos muy buena relación. Es una larga historia, y me parece que es mejor que no la conozcas. Kijima llevó a tu madre a la desgracia. Te lo contaré cuando seas mayor.
—Nunca conocí a mi madre, así que no me importa lo que me cuentes de ella. Mi padre ya me contó algunas cosas. Creo que seguramente me odiaba. Cuando era pequeño eso me entristecía, pero ahora ya me he acostumbrado. Lo cierto es que no pienso mucho en ello.
—Yuriko sólo pensaba en sí misma. No era como yo. Solía atormentarme, así que comprendo cómo te sientes. Puedes quedarte conmigo para siempre.
Dado que a Yurio lo único que le interesaba era la música, respondía a las preguntas de forma mecánica y luego volvía a ponerse los auriculares. La música que podía oír a través de ellos era una especie de rap en inglés del que yo no entendía nada. En el colegio, Yurio había estudiado para ser afinador de pianos y, aunque había tenido que dejarlo a la mitad, no parecía importarle. Se limitaba a pasarse el día escuchando música por los auriculares, desde que se levantaba hasta que se iba a dormir.
—Yurio, ¿qué te gustaría ser de mayor?
Cuando me oyó hacerle otra pregunta, se quitó de nuevo los auriculares, pero no me dio la impresión de que le molestara.
—Pues algo relacionado con la música, supongo.
—¿Afinador de pianos?
—No. Me gustaría hacer música. Por eso necesito un ordenador. Sé que es extraño que yo lo diga, pero creo que tengo talento.
«Talento». Esa palabra hizo que un escalofrío me recorriera la espalda. Yuriko había sido hermosa como un monstruo; ahora, su hijo, que la igualaba en belleza, estaba además bendecido con un talento que superaba al de todos los demás. Me preguntaba cómo podría ayudarlo yo a desarrollar su talento.
—Comprendo. Veremos qué se puede hacer. —Suspiré profundamente y miré la habitación desaliñada—. ¿Y si te fueras con Johnson?
—Me gustaría ir a Estados Unidos porque es la cuna del rap. Sé que mi padre tiene familia en Boston, volvió allí cuando mi madre murió. Me dijeron que volvió a casarse con una mujer que tiene un hijo de diez años, su heredero ahora, de forma que no hay razón para que yo vaya allí. Sólo sería un estorbo. —Quitarse esa idea de la cabeza parecía aliviar a Yurio—. Todo lo que tengo es la música —prosiguió—, mi destino es estar rodeado de música.
Le acaricié la mejilla, estaba tenso. Yo estaba dispuesta a sustituir a Yuriko, a ser la madre que nunca había tenido. Yurio sonrió con dulzura.
—Siempre he deseado sentir el afecto de una madre. Estoy muy feliz de vivir aquí contigo, tía.
Yurio no era capaz de ver, pero lo contrarrestaba de sobra hablando con el corazón. Le cogí la mano y la acerqué a mi mejilla.
—Soy la viva imagen de tu madre. Ella era muy parecida a mí. Toca mi cara y la verás.
Yurio extendió la otra mano con timidez. Yo la así, grande y fría, y la atraje hacia mi nariz y mis ojos.
—La gente siempre decía que tu madre y yo éramos preciosas. Aquí, ¿sientes eso? Párpados dobles. Tengo unos ojos grandes y una nariz fina. Mis cejas son como las tuyas, un arco elegante y agradable. Mis labios son carnosos y rosados. Son como los tuyos también, pero no creo que tú puedas saberlo.
—No, no puedo.
Por primera vez, la respuesta de Yurio había tenido un matiz de tristeza.
—Sin embargo, no considero mi ceguera una discapacidad. Puedo vivir inmerso en la belleza de la música. Deseo escuchar música y también componer música que nadie haya escuchado.
Era un deseo tan simple y maravilloso. Me parecía haber encontrado petróleo con un chico tan puro como Yurio. Como el líquido negro y espeso que brota de la corteza de la tierra, sentía en mí brotar los instintos maternales. Ganaría más dinero para él porque tenía que comprarle un ordenador. O quizá podría pedirle dinero a mi padre. Busqué mi antigua agenda y encontré su número de teléfono.
—Hola, soy yo, tu hija.
Respondió una mujer en alemán, debía de ser la mujer turca con la que se había casado mi padre. De inmediato, le pasó a él el teléfono. Daba la impresión de que había envejecido y apenas entendía ya nada de japonés.
—No queremos publicidad, por favor.
—Papá, ¿sabías que Yuriko tenía un hijo?
—No queremos publicidad —repitió, y colgó.
Miré de nuevo a Yurio, decepcionada. La expresión en su rostro parecía decir: «Sabía que pasaría esto». Volvió la cabeza hacia un lado —su perfil era clavado al de Yuriko— y cerró los ojos. Me preguntaba si en su mundo crearía formas bellas a partir del sonido. Yo no podía aceptar nada que no pudiera ver, precisamente porque podía ver la belleza. La belleza invisible de Yurio era incomprensible para mí. Aunque tenía un chico hermoso en mi vida, no podía compartir su mundo. Aterrador, ¿verdad? Y triste también. Sentí que mi corazón se llenaba con una enorme tristeza, como si sufriera de un amor no correspondido. El dolor me retorcía por dentro. Nunca antes en mi vida había sentido nada parecido.
—Hay alguien aquí.
Yurio se había quitado los auriculares y se había puesto a escuchar, pero yo no oía nada. Justo cuando estaba mirando por el apartamento con desconfianza, oí que llamaban a la puerta. El sentido del oído de Yurio es extraordinario.
—¡Soy yo, Mitsuru!
Mitsuru estaba de pie en el rellano a oscuras. Llevaba un traje de un azul vivo y un abrigo beige doblado en el brazo, un atuendo primaveral que hacía que el rellano deslucido se iluminara con su presencia.
—No puedo creer que estés viviendo exactamente en el mismo lugar que vivías cuando estabas en el instituto. ¿Te importa si entro?
Mitsuru miró por encima de mi hombro con timidez, como si tuviera miedo de entrar sin permiso. No me quedó más remedio que invitarla a pasar. Saludó de manera mecánica, se quitó los zapatos de tacón y los dejó junto a la puerta. Entonces reparó en las grandes zapatillas de Yurio, que estaban al lado de sus zapatos, y sonrió levemente. Me preguntaba por qué habría venido. Estaba incluso más animada que la última vez que la vi en el juzgado. Poco a poco estaba recuperando su antiguo yo.
—Disculpa por venir sin avisar. Hay algunas noticias que me gustaría contarte.
Mitsuru se sentó junto a la mesa de té y dejó el abrigo y el bolso a un lado. Ambas prendas eran nuevas y, sin duda, eran caras. Calenté agua mientras observaba a Mitsuru de reojo, y preparé una taza de té para cada una, con las mismas bolsas de la marca Lipton que utilizaba cuando vivía con el abuelo. Soy una persona de costumbres, y cuando encuentro algo que me gusta, odio tener que cambiarlo.
—¿Has dicho que tenías noticias?
—Me he divorciado y me voy a casar con Kijima.
¿Kijima? ¿Qué Kijima? En cualquier caso, no sería Takashi Kijima. ¿Había venido para llevarse a Yurio? Al ver mi mirada de pánico, Mitsuru rió y negó con la cabeza.
—El padre, tonta, el profesor Kijima. Hemos estado carteándonos y hemos decidido casarnos. Esto fue lo que me dijo: «Casarme contigo será mi última tarea como educador».
—Vaya, pues enhorabuena.
La felicité de mala gana. Por descontado, yo tenía a Yurio, así que no estaba especialmente celosa. Sólo me entristecía el hecho de que Yurio viviera en un mundo de música al que yo no podía acceder. No podía sentir una felicidad completa. Mi armadura de maldad cada vez era más fina. Mitsuru estaba exultante.
—Así que el profesor Kijima se siente en la obligación de rescatar a su inteligente alumna, ¿no es eso? —dije con sarcasmo—. ¿Serás entonces la madrastra de su corpulento hijo?
—Supongo. Por eso he venido: para transmitirte un mensaje de Takashi. —Mitsuru sacó un sobre de su bolso—. Aquí está. Mi hijastro, como dices, me dijo que te diera esto. ¿Lo coges, por favor?
Miré dentro del sobre con la esperanza de que hubiera dinero en metálico pero, en vez de eso, vi dos cuadernos; parecían una especie de libros de contabilidad.
—Son los diarios de Kazue Sato. Se los envió a Kijima justo antes de que la asesinaran. Kijima pensó que debía entregárselos a la policía cuando supo lo del crimen, pero en ellos Kazue escribe sobre su profesión, así que temía que lo arrestaran por colaborar e incitar la prostitución. Aquel día fue al juzgado para ver cómo podía deshacerse de ellos. Intentó dármelos, pero por supuesto yo misma tengo miedo porque estoy bajo vigilancia policial y no quiero verme envuelta en más problemas. En cambio, tú eres la hermana mayor de una de las víctimas y amiga de la otra. Nadie tenía una relación más cercana con ellas que tú, de modo que si alguien debe tener los diarios, ésa eres tú. Por favor, no le des más importancia y quédatelos.
Mitsuru soltó todo eso de golpe y luego empujó el sobre por encima de la mesa en mi dirección. Habían asesinado a Kazue y, ahora, allí estaban sus diarios. Parecían algo siniestros.
Sin pensarlo, aparté el sobre. Mitsuru volvió a empujarlo por la mesa para dejarlo frente a mí y yo se lo devolví. Lo repetimos unas cuantas veces, hasta que ella se cansó y me miró con severidad. Yo le dirigí a mi vez una mirada fulminante. Lo último que quería eran los diarios de Kazue. ¡Lo digo en serio! No me importaba que Zhang la hubiera matado o que lo hubiese hecho otro: no tenía nada que ver conmigo. Pero Mitsuru no estaba dispuesta a rendirse.
—Por favor —suplicó—, cógelos y ¡léelos!
—No los quiero, traen mala suerte.
—¿Mala suerte? —Mitsuru parecía ofendida—. ¿Dices que traen mala suerte porque pertenecían a una mujer como yo? ¿Una mujer con un historial criminal?
Podía sentir que una fuerza increíble recorría el cuerpo de Mitsuru, algo que nunca antes había experimentado. Me eché hacia atrás. Supongo que era la fuerza del amor. Riega una planta y se llenará de vida, hundirá sus raíces en la tierra negra y crecerá hacia el cielo, sin temor de la lluvia ni del viento. Ésa era la impresión que me daba Mitsuru. Las mujeres que necesitan agua se vuelven dominantes. Yuriko era igual.
—No creo que tú traigas mala suerte ni nada parecido —repuse finalmente—. Lo que sucedió contigo fue una cuestión de religión.
—Echarle la culpa a la religión es muy fácil, ¿no crees? Yo me perdí por mi propia debilidad, ésa fue la razón principal que me llevó a unirme a la organización. Incluso cuando lo pienso ahora me confunde. Observar tu propia debilidad es algo horrible, un dolor que no puedes ni imaginar. Pero tú no has pensado en tu debilidad ni una sola vez, y mucho menos has intentado superarla, ¿verdad? Conozco tu complejo de inferioridad con respecto a Yuriko; es algo que te va minando, sobre todo porque no luchas contra él.
—No me trates con condescendencia. ¿Qué tienen que ver esos diarios conmigo?
Era tan desconcertante. ¿Por qué Mitsuru se empeñaba en que los leyera?
—Creo que lo mejor será que los leas y lo averigües por ti misma. Takashi dijo lo mismo. Porque Kazue y tú erais amigas, por eso deberías leerlos. Kazue se los envió a Takashi porque quería que alguien los leyera, de eso no hay ninguna duda, y no quería que fuera la policía, o un inspector o un juez. Quería que los leyera alguien del mundo real…, de su mundo.
¿Qué pruebas tenía Mitsuru —me preguntaba— para afirmar semejantes cosas? Como sabéis, Kazue y yo no éramos muy amigas. Entramos en el instituto al mismo tiempo, ella empezó a hablarme y a mí no me quedó otro remedio que contestar. Eso fue todo. Teníamos nuestras diferencias y las arreglábamos de vez en cuando. Pero después del incidente con las cartas de amor que le envió a Takashi Kijima, se sintió herida en su orgullo y me evitó.
—Tú fuiste la única que pisó su casa, ¿verdad? Era una solitaria, igual que tú.
—Creo que Takashi debería guardarlos. Se los envió a él porque él le gustaba. ¿No había también una carta?
—No. Eso es todo lo que había. Si me preguntas cómo consiguió su dirección, puedo decírtelo, pero no es sencillo. Al parecer, Takashi conocía al dueño de un hotel donde había una agencia de contactos para la que Kazue trabajaba. Una vez se la encontró delante del hotel, y creo que él le dio su tarjeta.
—¿Y por qué no enviamos los diarios a su familia? Si los envío desde la oficina del distrito no me costará nada.
Mitsuru me fulminó con la mirada.
—Ni lo sueñes. No creo que la madre de Kazue quiera leerlos, la verdad. No importa lo cerca que pueda estar una hija de su madre, hay algunas cosas que no necesita saber.
—Entonces, ¿por qué es tan importante que yo las sepa? Explícate.
«Explícate». Kazue solía decir eso mismo en el instituto. Solté una carcajada burlona al recordarlo. Mitsuru me miró de soslayo al tiempo que se daba golpecitos en los dientes con el dedo. Todavía tenía aquel hueco entre los incisivos. Yurio estaba en la otra habitación, de espaldas a mí, con las piernas cruzadas y los auriculares puestos. Pero no se estaba balanceando al ritmo de la música. Me pregunté si estaría escuchando a hurtadillas con su increíble sentido del oído. Por nada del mundo quería que se enterara de mis debilidades. Me arrepentía de haber dejado entrar a Mitsuru. De repente dejó de golpearse los dientes y me miró a los ojos:
—¿No quieres saber por qué Kazue se hizo prostituta? Yo sí, pero no quiero involucrarme más en esto. Ya tengo bastante con intentar salir del lío en el que yo sola me metí y no puedo permitirme pensar en Kazue. Debo pensar en mí misma y en las personas que están a mi alrededor: mi familia, el profesor Kijima, todas aquellas personas a las que maté. Hasta que haya enderezado mi vida no creo que volvamos a vernos. Pude verte (y hablar con Takashi) después de todos estos años, pero ahora debo empezar a pensar únicamente en mis problemas. Para ti es diferente. Tú seguirás acudiendo al juicio, y te ocuparás de su hijo, Yurio. Tienes que hacerlo porque era tu hermana. ¿Qué tienes que ver con Kazue? Pues, para saberlo, deberás leer sus diarios.
Recordaba haber leído en el diario de Yuriko que se había encontrado a Kazue en una de las callejuelas donde estaban los hoteles del amor de Maruyama-cho. Quizá lo que ocurrió luego estaba recogido en los diarios de Kazue. Quería leerlos y, al mismo tiempo, no quería hacerlo. Dubitativa, cogí el sobre y eché un vistazo al interior.
—¿Sobre qué escribió?
—¿Ves? Ya sientes curiosidad —dijo Mitsuru con aire triunfal—. ¿No quieres saber cuáles eran sus pensamientos? Se dejó la piel estudiando, igual que yo. Luego salió al mundo y encontró un buen trabajo, pero eso no fue todo, claro. No sé qué llevó a Kazue a hacer lo que hizo, pero se volvió una vulgar prostituta callejera que esperaba a los clientes en una esquina. Ésa es la clase de prostitución más peligrosa, nada que ver con lo que Yuriko hacía en el instituto, yendo con señoritos. Quieres saber lo que le pasó a Kazue, ¿verdad?
¿Por qué me decía todo aquello Mitsuru? ¿De qué me acusaba? Estaba furiosa. Se terminó su taza de té y la dejó en el platillo con un leve tintineo. Como si ésa hubiera sido la señal que había estado esperando, dio rienda suelta a sus pensamientos.
—Ésta es mi opinión. Quizá no debería decirlo, pero voy a hacerlo. Kazue y tú teníais muchas cosas en común. Ambas estudiabais con denuedo, de modo que conseguisteis ingresar en el Instituto Q para Chicas. Pero, una vez que estuvisteis dentro, descubristeis que aquello os superaba y que era imposible competir con las demás alumnas. Así que os rendisteis. Tanto tú como Kazue os quedasteis asombradas al entrar en el instituto y ver lo diferentes que erais del resto de las chicas; deseabais que esa diferencia no fuese tan grande, que pudieseis encajar un poco más. Así que primero empezaste por acortar el dobladillo del uniforme. Luego te pusiste calcetines hasta las rodillas como las demás chicas… ¿Lo habías olvidado? Sé que no es muy educado por mi parte decir esto, pero al final tiraste la toalla porque no tenías suficiente dinero para competir. Fingiste no tener ningún interés en la moda, en los chicos o en los estudios. Y decidiste que te las arreglarías para sobrevivir en el Instituto Q para Chicas armándote de maldad. Cada año que pasaba eras más desagradable. Más ruin el segundo año que el primero, y aún más el tercero que el segundo. Por eso me alejé de ti.
»En cambio, Kazue dedicó todas sus energías intentando acoplarse con las demás. Su familia tenía algo de dinero y ella era una chicha inteligente, así que pensó que podría abrirse camino hasta nosotras. Pero fue esa misma determinación la que la convirtió en el blanco de las humillaciones. Cuanto más lo intentaba, peor. Sin duda no hay nadie más cruel que las adolescentes, y Kazue no era popular por nada. Luego, cuando de entre todas las chicas tú te reíste de ella, te colocaste a ti misma en el punto de mira de las demás. Todavía recuerdo cómo llorabas cuando te llamaban «muerta de hambre». Fue durante la clase de gimnasia. Habías decidido comportarte como un lobo solitario, ésa era tu estrategia de supervivencia. Pero muchas veces bajabas la guardia. Te gustaba el anillo que todas encargaban para la graduación, ¿verdad?
Mitsuru miró mi mano izquierda y yo me apresuré a ocultar el anillo.
—¿Qué quieres decir?
Mi voz temblaba de dolor. Mitsuru me atacaba como si fuera una persona por completo diferente. No sabía cómo reaccionar. Quería discutir con ella, cantarle las cuarenta, pero mi amado sobrino estaba en la habitación de al lado, escuchando.
—¿No te acuerdas? No me resulta fácil decirlo, pero como seguramente no volveré a verte lo diré.
—¿Por qué? ¿Adónde te vas?
Mi voz debió de denotar pánico. La expresión de Mitsuru se suavizó y se echó a reír.
—Kijima y yo nos vamos a vivir a Karuizawa, pero no vas a querer volver a verme cuando te diga lo que pienso. Ha dejado de preocuparme si hiero o no los sentimientos de los demás, ya no oculto mis opiniones. Puede que lo que voy a decirte te ofenda, pero ahora me toca hablar a mí. Cuando nos graduamos en el Instituto Q para Chicas, muchas alumnas, no sólo yo, fuimos a la Universidad Q, ¿verdad? Fue entonces cuando se decidió hacer un anillo escolar para conmemorar nuestra clase. Todas encargaron el anillo, que era de oro con el emblema de la escuela. Perdí el mío hace mucho tiempo, así que no recuerdo muy bien cómo era. Espera un momento…, ¡no me digas que tú llevas el anillo!
Mitsuru señaló la mano que yo escondía. Decidida, negué con la cabeza.
—No, éste es diferente. Lo compré en los grandes almacenes Parco.
—¿Ah, sí? Bueno, no importa. Las alumnas que estaban en el sistema escolar Q desde el principio no prestaban mucha atención a los anillos y nunca los llevaban, sólo querían uno como recuerdo. Pero las que los lucían con orgullo cuando llegaron a la universidad eran las chicas que habían entrado durante los primeros años de instituto. Eso fue lo que me dijeron más tarde. Hacían ostentación de ellos porque se sentían orgullosas de pertenecer al sistema Q. Sé que esto es trivial, así que no te rías, pero cuando me lo contaron me sorprendió saber que, de entre todas, quien estaba más decidida a llevarlo día y noche eras tú. Puede que fuera un rumor ridículo, quiero decir que no sé si era cierto o no, pero me cogió por sorpresa y por primera vez pensé que había atisbado cuáles eran tus verdaderos sentimientos.
—¿Quién te lo dijo?
—Lo he olvidado. Era todo muy tonto, pero ¿es cierto? ¿Es solamente una historia absurda? Si algo es, desde luego es aterrador, porque representa precisamente el sistema de valores predominante hoy en día en Japón. ¿Por qué crees que me vi envuelta en una secta religiosa con una estructura tan parecida a la de la escuela Q? Creía que, si renunciaba a mi familia e ingresaba en la organización religiosa, podría mejorar mi posición social, subir unos puestos en la jerarquía. Sin embargo, a pesar de que mi marido y yo nos privábamos de todo tipo de cosas, nunca nos permitían acceder al círculo exclusivo del poder; nunca estaríamos en posición de asumir el liderazgo de la organización. Sólo el fundador y su entorno habían «nacido con ese privilegio». Ellos eran la verdadera élite. ¿Comprendes? Es lo mismo a lo que nos enfrentábamos en Q, ¿no te parece? Pensé todo esto mientras estaba en prisión y me di cuenta de que mi vida había dado un giro hacia el mal camino cuando entré en el sistema Q en el primer ciclo de secundaria e intenté mezclarme con aquellos que habían nacido poderosos. Tú y yo somos iguales, y Kazue también lo era. Nuestro corazón era esclavo de una ilusión. Me pregunto cómo debían de vernos los demás. Me pregunto si parecíamos víctimas de un control mental.
»Si lo miras desde esa perspectiva, la más libre de todas nosotras fue Yuriko. Estaba tan liberada que se me antoja que provenía de otro planeta. Un espíritu tan libre como el suyo no podía evitar sobresalir en la sociedad japonesa, y la razón por la que era un trofeo tan codiciado por los hombres trascendía su mera belleza. Sospecho que instintivamente percibían su espíritu auténtico, por eso era capaz de cautivar incluso a hombres como el profesor Kijima.
»La razón por la que no has sido capaz de superar el sentimiento de inferioridad respecto a Yuriko no es que ella fuera bella, sino que tú nunca fuiste capaz de compartir su sentido de la libertad. No obstante, estás a tiempo. Yo he cometido un crimen horrible y me pasaré el resto de mi vida arrepintiéndome. Pero para ti no es tarde. Por eso insisto: lee esos diarios.
Mitsuru se dirigió entonces a la otra habitación y le habló afectuosamente a Yurio, como si no me hubiera dicho nada de todo cuanto me acababa de decir.
—Yurio, me voy —le dijo—. Cuida de tu tía.
Él se volvió hacia Mitsuru con sus hermosos ojos fijos en un punto por encima de ella y luego bajó lentamente la cabeza. Me embelesaba tanto el color de sus ojos que no me importaba nada de lo que me había dicho Mitsuru. Cuando volví en mí, ella ya se había marchado.
Durante un momento, el amor que una vez había sentido por Mitsuru volvió a brotar en mi corazón. Sensata, inteligente, como una ardilla. Por fin había vuelto a su nido seguro y lujoso del bosque, junto al profesor Kijima, yo sabía que nunca más saldría de allí.
Yurio pasó los dedos por la mesa de té, tocó el sobre con los diarios y los sacó del interior.
—Puedo percibir odio y confusión en este objeto —anunció con una voz clara y serena.