2

La siguiente vista se celebró un mes más tarde. Debía empezar a las dos, de modo que le dije a mi jefe que me dejara salir antes. Yo trabajaba a tiempo parcial, y al jefe no le hacía mucha gracia que llegara tarde y me marchara antes. Pero cuando le dije que se lo pedía porque quería asistir al juicio, su tono cambió por completo. «Está bien, de acuerdo —me dijo—. Entonces puedes irte».

El juicio de Zhang era una buena excusa para salir antes del trabajo, aunque, en realidad, no me gustaba mucho asistir a las audiencias. Cada vez tenía que ver el rostro lúgubre del acusado, y empezaba a resultarme molesto tener que zafarme de la prensa. Sin embargo, Mitsuru me había hecho prometer que le devolvería las cartas de Kijima en la siguiente vista. Además, tenía ganas de ver con qué modelito extravagante aparecía esa vez. Digamos que diversas formas de curiosidad me llevaron al juzgado.

Llegué temprano a la sala del tribunal y vi que una mujer con el pelo corto me saludaba con la mano. Llevaba un jersey de cuello alto amarillo, una falda marrón y una bufanda elegante enrollada con estilo sobre los hombros. Ladeé la cabeza, bastante segura de que no conocía a nadie que vistiera tan bien.

—¡Soy yo, Mitsuru!

Entonces vi sus prominente incisivos y sus ojos alegres. ¿Qué le había ocurrido a aquella mujer de mediana edad, que vestía de una forma tan rara?

—Estás cambiada —dije.

Dejé mis cosas con brusquedad sobre el asiento que tenía detrás y, al hacerlo, sin querer le di un golpe al bolso de Mitsuru, que cayó al suelo. Ella se agachó para recogerlo con el ceño fruncido. En vez del bolso de tela desaliñado, vi que ahora llevaba uno negro de Gucci.

—¿De dónde has sacado ese bolso?

—Lo he comprado.

¿No me había dicho la última vez que nos vimos que no tenía dinero? Y yo pagué a medias estúpidamente como si estuviera repartiendo caridad. Con todo el dinero que se había gastado en aquel bolso Gucci, yo me podría haber comprado al menos diez bolsos como el que llevaba. Aunque quería cantarle las cuarenta, me limité a asentir.

—Es bonito. Te queda muy bien.

—Gracias. Cada vez me siento más centrada. —Mitsuru sonrió ligeramente—. La última vez que te vi tenía los nervios destrozados. Creo que estoy empezando a habituarme a vivir de nuevo en sociedad, aunque durante un tiempo me he sentido un poco como Rip Van Winkle. Todo era tan diferente. El vecindario había cambiado, los precios habían subido. Cada una de mis células era consciente de cómo habían cambiado las cosas durante los seis años que había estado fuera. De hecho, la semana pasada fui a visitar al profesor Kijima a la residencia. Hablamos largo y tendido, y después de ello me sentí mejor. Voy a empezar de nuevo.

—¿Viste al profesor Kijima?

¿Por qué —me pregunté— de repente se le enrojecieron las mejillas a Mitsuru?

—Sí. Pensé en las cartas que te había prestado y empecé a sentirme tan nostálgica que decidí ir a verlo. Lo aprecio muchísimo. Paseamos juntos por los bosques de Karuizawa. Hacía un frío tremendo, pero me sorprendió sobremanera darme cuenta de que en el mundo realmente había personas tan cálidas como él.

Yo no sabía qué decir; la miré, allí sentada y ruborizada, y le tendí el paquete con las cartas.

—Las cartas del profesor Kijima —dijo ella—. ¿Las has leído?

—Sí, las he leído, pero no he entendido mucho de lo que dice. ¿Estás segura de que no tiene demencia senil?

—¿Por qué? ¿Porque no recordaba tu nombre?

Mitsuru lo dijo muy en serio, lo que me molestó aún más.

—No, no lo digo por eso.

—Le conté al profesor Kijima que te había enseñado sus cartas y se inquietó mucho. Temía que pensaras mal del él por escribir determinadas cosas. Le preocupa que estés deprimida por lo que le sucedió a Yuriko.

—¡Pues no lo estoy! Incluso aunque no sea más que la hermana mayor de Yuriko.

Mitsuru dejó escapar un largo suspiro.

—Tal vez no debería decirlo, pero hasta donde alcanza mi memoria siempre has estado amordazada. Lo siento, de verdad que lo siento por ti. Ojalá pudieras escapar del embrujo de Yuriko. El profesor Kijima me dijo que lo que te ocurría era que estabas sometida a control mental.

—El profesor, el profesor… Pareces un disco rayado. ¿Ocurrió algo entre vosotros dos?

—No, no ocurrió nada. Pero sus palabras me tocaron la fibra sensible.

Daba la impresión de que Mitsuru estuviera enamorada del profesor Kijima, como en el instituto. Hay personas que cometen los mismos errores una y otra vez sin aprender nunca de ellos. Ya no soportaba más oír a Mitsuru, así que me volví para encarar el estrado del tribunal. Zhang estaba entrando en la sala flanqueado por dos guardias, las manos esposadas y atadas a un cable que le rodeaba la cintura. Me dirigió una mirada tímida y enseguida apartó la vista. Sentí cómo el resto de la sala me observaba. No querían perderse el enfrentamiento entre la familia de la víctima y el agresor, y yo no quería decepcionarlos. Con todas mis fuerzas, le lancé una mirada fulminante, pero entonces Mitsuru me interrumpió.

—Mira —dijo cogiéndome del brazo—. Mira a ese hombre.

Molesta, me volví para mirar. Dos hombres acababan de sentarse en la tribuna para los espectadores. Uno era gordo; el otro, un joven muy apuesto.

—Me pregunto si ése será Takashi Kijima.

Takashi Kijima tenía la misma mirada de perversidad precoz que yo siempre había despreciado, pero lo que era mortificante era que seguía siendo igual de juvenil y atractivo. Tenía un cuerpo largo y esbelto, como el de una serpiente, y la cabeza pequeña, compacta y bien formada. El rostro era de líneas delicadas, y su nariz fina me recordaba la hoja de un cuchillo recién afilado. Sus labios eran carnosos, de esos que las chicas encuentran atractivos y se derriten por ellos. Sí, chicas como Kazue Sato. Pero había algo que no encajaba: sin duda era demasiado joven. Además, Kijima nunca había sido tan atractivo como aquel chico. A duras penas podía apartar la mirada de él. Cuando el juez entró en la sala del tribunal, volví a mirar a los dos hombres, intrigada.

El hombre que suponía que era Kijima sostenía en la mano una trenca doblada con elegancia. Al entrar el juez, se levantó con torpeza y, cuando todo el mundo se sentó de nuevo, él permaneció de pie mirando al vacío. El hombre gordo lo agarró e hizo que se sentara. Los huesos de sus hombros y los músculos de su pecho, que se podía adivinar detrás del sencillo jersey de color negro que llevaba, estaban perfectamente equilibrados. Estaba en aquella edad entre la adolescencia y la juventud en la que se crece como un árbol joven, y tenía un rostro adorable, con unos rasgos tan apropiados para un hombre como para una mujer. La forma de sus cejas negras era hermosa, un arco perfecto, como si lo hubiesen hecho a mano. No, no era Kijima, de eso estaba segura.

—Ahora que lo miro más detenidamente, creo que no es Takashi Kijima —dije.

—Sí que lo es, es Kijima. Tiene que serlo —me susurró al oído Mitsuru cuando ya toda la sala estaba en silencio.

—Es imposible que Kijima sea tan joven. Además, él siempre tuvo un aspecto más desagradable.

—¡No, ése no, me refiero al gordo!

A punto estuve de caerme de la silla por la sorpresa. El hombre debía de pesar unos ciento diez kilos. Si se le extraía un poco de la grasa que tenía en la cara, quizá se encontrara un parecido con Kijima. El proceso había empezado pero yo estaba demasiado ocupada mirando a los hombres que tenía detrás y no prestaba atención. Además, la audiencia de ese día se centraba en la infancia y el entorno de Zhang, y las deliberaciones eran tan aburridas que pensé que me dormiría.

—Fui un estudiante excelente en la escuela primaria. Poseo una inteligencia natural.

¿Cómo podía estar allí sentado delante de todo el mundo y presumir de sí mismo sin sentir la más mínima vergüenza? No iba a poder soportar aquello mucho tiempo. Mientras intentaba reprimir un bostezo, pensé en Takashi Kijima, que estaba sentado detrás de mí. ¿Cómo se había vuelto tan feo? Parecía una persona por completo diferente. Había cambiado tanto que me entraron ganas de llamar al profesor Kijima y hacerle saber en qué se había convertido su hijo desde la última vez que lo había visto. ¡Eso era lo que iba a hacer! Le haría una foto y se la enviaría al padre con una carta.

Al término de la audiencia, cuando Zhang abandonó la sala, Mitsuru dio un leve suspiro y dejó caer los hombros hacia adelante.

—Asistir a este proceso me está constando más de lo que creía. Me recuerda a mi propio juicio. Nunca me había sentido más desnuda y expuesta al mundo. Al escuchar las preguntas que le hacen al acusado, todo ese pasado me vuelve a la cabeza. Mi vida entera fue expuesta para que todo el mundo la viera. Yo me sentía como si hablaran de otra persona, de alguien completamente diferente de mí. Fue extraño. Cuando me di cuenta de que toda aquella gente estaba muriendo durante las iniciaciones, tuve demasiado miedo para ayudarlos en sus últimos momentos. «Que el karma siga su curso», pensé. Pero cuando llegó mi hora, tenía tanto miedo y temblaba tanto que ni siquiera podía permanecer en pie. Yo era médico, había estudiado para salvar vidas humanas. ¿Cómo podía haber hecho algo tan cruel? El juicio siguió su curso en medio de la confusión. La única cosa que llegué a comprender fue a mi madre, que vino con un grupo de creyentes. Cuando entró en la sala del tribunal intercambiamos una mirada, fue muy sutil, pero con aquella mirada comprendí que me estaba diciendo que fuera fuerte, que no había hecho nada malo. Me estaban juzgando en aquella sala, delante de todo el mundo, pero yo apenas veía a nadie más que a mi madre.

—¿Quieres decir que no sientes remordimientos?

—No, no es eso. Lo que estoy diciendo es que todo era confuso. Era como un drama televisivo.

Levanté la mano para intentar que Mitsuru abandonara su cháchara de emociones enrevesadas. Si no estaba alerta, Takashi Kijima se iría, aunque quien de verdad me interesaba era el joven con quien estaba. Tenía que hablar con él: «¿Qué haces con Takashi Kijima? No es fácil encontrar a chicos tan guapos como tú». ¿Era hijo de Takashi? Y, si no era así, ¿quién diablos era? Me moría de curiosidad. Si era el hijo de Kijima, no importaba lo odioso o lo feo que se hubiera vuelto el padre; el aprecio que sentía por él se había disparado. Pero parecía que Mitsuru todavía tenía cosas que decir.

—Hagamos una reunión de clase —sugerí.

—¿De qué estás hablando?

La sala ya estaba casi vacía y el eco de la voz de Mitsuru resonaba en las paredes. Apenas podría creer lo que veía cuando Takashi Kijima echó a andar hacia nosotras. Vestía con un suéter llamativo y unos tejanos para aparentar que era más joven; bajo el brazo llevaba una cartera de marca, lo que le confería el aspecto de un mafioso trasnochado. Imaginé que dentro había un billetero lleno, un móvil y una cajita con tarjetas de visita, junto con varias otras cosas. Por desgracia, su joven acompañante no parecía nada interesado en acercarse a nosotras. Se había quedado sentado, con la vista al frente, en la misma posición que había mantenido durante todo el proceso.

—Eres Mitsuru, ¿verdad?

Su voz era grave, acorde con su cuerpo, con un sonido nasal que resultaba desagradable, y que daba fe de demasiados cigarrillos, demasiado alcohol y demasiadas juergas. La piel de su cara era grisácea, con los poros muy dilatados. Imaginé que, si le pasaba el dedo por la mejilla, arrastraría una gruesa capa de grasa.

—Y tú eres Kijima-kun, ¿verdad? Ha pasado mucho tiempo —dijo ella.

—Has pasado por una etapa difícil, Mitsuru. Leí lo que te sucedió en los periódicos y no podía creerlo. No obstante, ahora se te ve bien. Ya lo has superado, ¿no?

Mientras hablaba, Kijima señalaba hacia la tribuna del juez con un aire de familiaridad. No era sólo su físico, sino que su forma de hablar también era redonda y blanda. Como una mujer.

El rostro de Mitsuru se ensombreció.

—Muchas gracias por preocuparte. Lamento mucho haber causado tantas penurias a mis compañeros del sistema escolar Q, pero ahora ya ha pasado todo.

—Te felicito.

Kijima hizo una profunda reverencia y vi que Mitsuru reprimía las lágrimas. Era igual que una escena de una película de mafiosos. Pero a mí no me interesaba en absoluto y me volví para mirar al chico. La voz sollozante de Mitsuru había llamado su atención y estaba mirando hacia nosotros. Tenía una cara fascinante. ¿Por qué me resultaba tan familiar?

—Me has reconocido enseguida, ¿verdad, Mitsuru? La mayoría de la gente no tiene ni idea de quién soy porque he engordado mucho. El otro día me encontré con un antiguo compañero de clase en Ginza, pero él pasó por mi lado sin reconocerme. Era aquel tipo que estaba tan locamente enamorado de Yuriko que se arrodilló delante de mí para rogarme que le arreglara una cita. ¡Y pensar que Yuriko ha acabado asesinada a manos de un extraño! Aunque a veces pienso que tal vez ése fuera el sueño que ella había anhelado durante mucho tiempo.

—¿Un sueño que anheló durante mucho tiempo? —espetó Mitsuru.

—Yuriko siempre me decía que algún día alguno de sus clientes la mataría. Eso la asustaba pero, a la vez, parecía estar esperando que ocurriera. Era una mujer audaz y complicada.

Mitsuru empezó a tamborilear sus dedos contra los dientes con una mirada turbada: tac, tac, tac. Supongo que no podía aceptar lo que Kijima acababa de decir. Gracias al padre de Takashi Kijima, Mitsuru se había reintegrado en la sociedad.

Fruncí los labios y repuse:

—No puedo decir que no esté de acuerdo con que era un sueño que anheló durante mucho tiempo, pero no hay razón para que tú debas estar aquí hablando de ello.

Takashi sonrió con amargura. Desprecio a las personas que sonríen para esconder algo. Como mi supervisor en la oficina del distrito.

—Tú eres la hermana mayor de Yuriko, ¿no? Mi más sincero pésame. —Kijima me saludó educadamente, igual que había hecho con Mitsuru—. Entiendo lo que debes de estar pasando, pero ¿me equivoco al suponer que tú también creías que Yuriko acabaría así algún día, una vez que tomó ese camino? Creo que tú y yo somos los únicos que la comprendimos de verdad.

Valiente impertinencia. Como si él hubiera entendido alguna vez a mi hermana.

—Fue culpa tuya. Fuiste tú quien le mostró el maldito camino en primera instancia. Fuiste tú quien le enseñó a Yuriko todo lo que había que saber acerca de ese negocio, y si no te hubiera conocido, seguramente ahora seguiría viva. Y eso no es todo. También está lo de Kazue. Tú la humillaste.

Iba a por él, aunque no había dicho nada de todo aquello en serio. Sólo quería hostigarlo.

Kijima vaciló.

—Yo no humillé a Kazue ni nada por el estilo. Sólo era que no sabía qué hacer con todas aquellas cartas que me enviaba. Era tan patética… A mí no me gustaba, pero no quería hacerle daño. No era tan insensible.

Cuando Mitsuru vio que Kijima se secaba el sudor de la frente, intentó cambiar de tema.

—No te preocupes por eso. ¿Qué haces ahora? Tu padre te desheredó, ¿no es así?

—Bueno, como dicen, de tal palo, tal astilla. Sigo en el mismo negocio, aunque ahora lo llamamos «servicio de compañía». Facilito que los hombres conozcan mujeres.

Kijima rebuscó en su cartera y sacó un par de tarjetas, una para Mitsuru y otra para mí. Ella la leyó en voz alta:

—«Club de mujeres Mona Lisa. Señoritas con clase te están esperando». Kijima-kun, has escrito mal la palabra «clase». Y el diseño de la tarjeta parece… anticuado.

—Hay clientes que lo prefieren así. Al estilo tradicional, quiero decir. Por cierto, Mitsuru, ¿cómo anda el viejo?

—Muy bien. Está trabajando en su investigación sobre los insectos y supervisando la residencia de Karuizawa. Sabes que tu madre falleció, ¿verdad?

Mitsuru le comunicó la noticia con delicadeza, como podéis ver.

—¿Cuándo?

—Creo que fue hace tres años. De un cáncer.

—¿Cáncer? Eso es terrible.

Kijima, desanimado, se encogió de hombros, pero como su cuello era tan grueso, el movimiento apenas fue perceptible.

—No hice más que darle disgustos a mi madre. Cumpliré cuarenta el año que viene y sigo haciendo un trabajo del que una madre jamás podría estar orgullosa. No conseguía mirarla a la cara.

—¿Sabes que el profesor Kijima se preocupa por ti?

—Pues no es eso lo que escribió en las cartas, ¿no? —repliqué yo con brusquedad—. En ellas dice que necesita tiempo para reconsiderar la conducta de su hijo. ¡Menudo gilipollas!

Tras oír mi comentario, una mueca nerviosa recorrió el rostro de Mitsuru.

—¿Existen unas cartas? —inquirió Kijima—. Si ha escrito sobre mí, me gustaría leerlas.

Mitsuru abrió su bolso, pero yo la detuve.

—Haz copias. Esas cartas son importantes, no querrás que se pierdan, ¿verdad? Además, no sabéis cuándo volveréis a encontraros, vosotros dos. En la oficina donde trabajo se hacen copias de todo. Confías demasiado en la gente, Mitsuru.

—Supongo que tienes razón.

Takashi Kijima juntó las manos como si fingiera rezar.

—Sólo quiero verlas. Te las devuelvo enseguida.

Mitsuru le entregó el paquete con las cartas a regañadientes, y él se sentó en la sala para ojearlas. Entonces le pregunté por el joven.

—Kijima, ¿quién es el chico? ¿Es tu hijo?

Él levantó la vista de las cartas y en sus ojos vi cierto aire de burla. Me sentí incómoda.

—¿Me estás diciendo que no lo sabes? —repuso.

—No. ¿Quién es?

—Es el hijo de Yuriko.

Horrorizada, me volví para mirarlo. Mi hermana había escrito en su diario que había tenido un hijo con Johnson. Así que ése era el hijo de aquellas dos personas hermosas. En ese momento debía de ser estudiante de bachillerato.

Mitsuru sonrió ligeramente.

—¡Oye, es tu sobrino!

—Exacto.

Desconcertada, me pasé los dedos por el pelo. Quería atraer su atención, pero el chico —el tema de nuestra conversación— no miraba hacia nosotros. Estaba sentado en silencio, esperando a que Kijima acabara de hablar con Mitsuru y conmigo.

—¿Cómo se llama?

—Yurio. Creo que fue Johnson quien le puso el nombre.

—¿Y qué hace Yurio aquí?

—La muerte de Yuriko supuso un golpe tan duro para Johnson que volvió a Estados Unidos. Quería llevarse a Yurio consigo, pero el chico aún estaba estudiando bachillerato, así que acordamos que yo me ocuparía de él.

Me acerqué a Yurio. Estaba fuera de mí de la felicidad que sentía, la felicidad de tener de nuevo delante a una persona hermosa.

—¿Yurio-chan? Hola.

Él levantó la cabeza para mirarme.

—Hola.

Su voz ya había cambiado. Era grave y profunda, pero al mismo tiempo fuerte y joven. Tenía unos ojos preciosos; parecía atravesarme con la mirada. Mi corazón latía con rapidez.

—Soy la hermana mayor de Yuriko, lo que quiere decir que soy tu tía. No sé nada de ti, pero lo cierto es que somos parientes. ¿Qué te parece si dejamos atrás este suceso terrible e intentamos seguir con nuestra vida?

—Eh…, vale. —Yurio miró a su alrededor en la sala, perplejo—. Perdone, pero ¿adónde ha ido el tío Kijima?

—Está justo ahí, ¿no lo ves?

—Oh. ¿Tío Kijima? ¿Dónde estás?

En ese momento sentí algo muy extraño. Al parecer, Yurio no veía a Kijima, aunque estaba sentado a unos pocos metros de él. Kijima alzó los ojos, llorosos por la lectura de las cartas.

—Estoy aquí, Yurio, tranquilo. —Luego añadió, dirigiéndose a mí—: Yurio es ciego de nacimiento.

¿Cómo debe de ser el mundo para alguien excepcionalmente bello que no puede ver y, por tanto, es incapaz de percibir su propia belleza? Aunque oiga a los demás alabar sus gracias, no puede conocer el concepto de belleza, ¿o sí? ¿O quizá busca una clase de belleza que no tiene nada que ver con la que se percibe con los ojos? Me moría por saber qué forma tenía el mundo para Yurio.

Deseaba tanto que mi sobrino viviera conmigo que apenas podía soportarlo. Si Yurio estuviera conmigo, podría comportarme como quisiera, podría ser feliz, pensaba. Me diréis que soy egoísta. No me importa. Sentía que debía tenerlo. Él estaba completamente libre de la parcialidad implícita en los ojos de los demás. Exacto. Aunque yo me reflejara en sus ojos preciosos, la imagen nunca llegaría a su cerebro y, entonces, tal vez, el significado de lo que yo era podría cambiar. Para Yurio, yo sólo existía como una voz o como un bulto de carne. Nunca vería mi cuerpo ancho y achaparrado ni mi horrible cara.

¿Que no me acepto a mí misma? ¿Es eso lo que pensáis? Reconozco que soy lo bastante fea para tener un complejo de inferioridad con respecto a mi hermana pequeña, Yuriko. Pero si creéis que eso me decepciona, estáis equivocados. Es algo a lo que juego en mi cabeza: me digo que quiero llegar a ser una mujer que nació bella, que es inteligente y mucho mejor estudiante que Yuriko y que, además, odia a los hombres. Lentamente, mi yo imaginario acorta las distancias —aunque sólo sea un poco— entre la realidad y lo que yo creo. La maldad con la que me recubro es sólo para darle más alicientes al juego. ¿Me equivoco? ¿Me estáis diciendo que el cuerpo que contiene mi yo imaginario es un idiota? Si es así, deberíais probar a vivir con una hermana pequeña monstruosamente bella. ¿Podéis imaginaros lo que es, me pregunto, que te nieguen tu propia naturaleza individual incluso antes de haber nacido? Desde la infancia, la forma en cómo las personas reaccionan frente a ti es totalmente diferente de cómo reaccionan frente a los demás. ¿Cómo os sentiríais si tuvierais que vivir eso día tras día?

Más tarde bajamos a la cafetería del sótano y nos sentamos a una mesa. No obstante, a lo único que yo prestaba atención era a Yurio, que se había sentado en una silla a cierta distancia de nosotros, en una postura derecha y rígida. El hermoso hijo de Yuriko. No importaba con cuánta admiración lo observara, él no podía saber que lo estaba mirando. Podía mirar todo cuanto quisiera. Las camareras, los camareros e incluso el hombre de mediana edad que parecía el encargado le lanzaban tímidas miradas al chico de vez en cuando. ¿También a ellos los ponía nerviosos? La cafetería —un lugar pequeño y destartalado— parecía brillar de repente. Ver a todas aquellas personas admirando a Yurio sólo hizo incrementar mi placer. Me deleitaba sintiéndome muy superior a ellos.

El hecho de que Yurio se sentase a cierta distancia de nuestra mesa había sido idea de Mitsuru. Quería hablar de algunos asuntos sobre Takashi y Yuriko, y no deseaba que el chico escuchara la conversación.

—¿Qué hicisteis Yuriko-chan y tú después de ser expulsados del colegio? —le preguntó a Takashi.

Takashi Kijima me miró mientras yo observaba a mi sobrino.

—¿Tú lo sabes? —me espetó Mitsuru.

—No. Cuando Yuriko se fue de casa de los Johnson y empezó a vivir por su cuenta, perdimos el contacto. Era bastante duro para mí. Mi padre me llamaba de Suiza todo el tiempo porque estaba preocupado por ella, y luego mi abuelo se enamoró perdidamente de tu madre; seguir en contacto con Yuriko era lo último que se me pasaba por la cabeza.

—Hubo habladurías entre las demás alumnas —declaró Mitsuru—. Decían que Yuriko trabajaba como modelo para la revista an-an. Yo estaba impactada. Fui a una librería y hojeé el ejemplar que tenían en la estantería. Incluso ahora lo recuerdo. Era modelo del último grito en ropa surfista, por lo que su cuerpo perfecto quedaba casi por completo al descubierto. El maquillaje que llevaba era tan sorprendente que me quedé sin aliento. Pero, después de ésas, ya no vi más fotos de ella.

Mitsuru intentaba que yo participara de la conversación, pero la sonrisa pronto desapareció de su cara. Sí, no era muy probable que yo hubiera seguido la carrera de mi hermana.

—Yuriko-chan apareció en toda clase de revistas —prosiguió—. Así que ¿por qué desapareció de una forma tan repentina? No se encasilló en un aspecto en particular, y nunca apareció en la misma revista dos veces.

Se la conocía como la «modelo fantasma». Puedo imaginarme qué fue lo que ocurrió. Lo más probable es que, con lo lujuriosa que era Yuriko, se acostara con el fotógrafo o con el director de arte o con cualquiera que estuviera cerca. Debió de ganarse una reputación de mujer fácil, la gente de la revista le perdió el respeto y terminaron por no darle más trabajo.

En la ancha cara de Kijima se dibujó una sonrisa; era evidente que estaba recordando aquellos días del pasado.

—Exacto. El problema de Yuriko es que era demasiado guapa. Su rostro era demasiado perfecto para las revistas de la época. Además, emanaba demasiada sexualidad. Si hubiera sido una estudiante del primer ciclo de secundaria, podría haberles servido, pero cuando cumplió dieciocho se había convertido en una belleza tan arrolladora que incluso superaba a Farrah Fawcett. Por aquellos años no se podía hacer mucho con una mujer como ella. Ahora es diferente, ahora hay modelos como Norika Fujiwara. —Kijima hablaba como un verdadero experto en la materia. Sacó un cigarrillo y lo encendió—. Medía un metro setenta, lo cual no es muy adecuado para una modelo de pasarela, y tenía un aspecto demasiado occidental para ser una buena actriz. No había muchas más posibilidades, aparte de perseguir a hombres que estuvieran forrados de pasta. Fue durante el momento álgido de la burbuja económica. Me venían hombres (puesto que yo era su agente) que estaban haciendo su agosto con los activos inmobiliarios y abanicaban un fajo de diez mil yenes frente a mis narices. Todo eso por una o dos horas con Yuriko. Llegaron a pagar hasta trescientos mil yenes.

Mitsuru me miró.

—Kijima, ¿es necesario hablar de eso? Creo que no es el momento.

—Ah, lo siento —se disculpó él.

—Tú también te forraste, ¿no? —le espeté.

Kijima, perdido en sus días de vino y rosas, evitó mirarme y, con uno de sus gordos dedos, se rascó las fofas mejillas.

—Pues sí. Cometí algunos errores en mi juventud pero, al fin y al cabo, me habían echado del colegio de manera tan repentina… Por cierto, gracias por traicionarnos.

—No fue una traición —repuso Mitsuru—. El profesor Kijima escribió en las cartas que ella fue a verlo para que le aconsejara.

Kijima hizo un gesto de indiferencia.

—Fue una traición en toda regla. Esta amiga tuya hacía mucho tiempo que alimentaba un rencor hacia Yuriko. Es su forma de ser.

—Te equivocas, a ella le preocupaba su hermana.

—¿Es eso lo que piensas? Supongo que deberíamos dejar en paz el pasado, pero, ya que estamos, hay muchas cosas que me gustaría decir al respecto. —Takashi Kijima lo había dicho con sarcasmo—. Ocurrió durante mi último año de instituto, yo tenía entonces dieciocho años. Cuando llegué a casa, mi madre estaba llorando y mi hermano pequeño me miraba con odio y se negaba a hablar. Tan pronto como vino mi padre, empezó a abofetearme. Desde entonces he tenido problemas para oír con el oído derecho; mi padre era zurdo y, cuando golpeaba, daba más fuerte de lo que parecía. No lloré, aunque me dolía muchísimo. Mi padre gritaba: «No quiero volver a verte. ¡No te acerques aquí nunca más!». Mi madre intentaba de cualquier manera suavizar las cosas, pero era inútil; mi padre siempre ha sido muy tozudo. Así que le dije: «Tú también querías tirártela, Yuriko me lo dijo. ¡Nos has echado del colegio porque no podías tenerla!». En el momento en que le dije eso, me atizó de nuevo en la oreja, justo en el mismo lugar, pero con más fuerza incluso. «¡Idiota! ¿Es que no has oído lo que acabo de decir?». Supongo que le respondí algo más y luego él añadió: «Ya he aguantado bastante. Ponte en el lugar de Yuriko». Pero la verdad era que ella disfrutaba haciendo lo que hacía. Sin embargo, cuando lo pienso ahora, me doy cuenta de que debería haberle dado la razón a mi padre. Supongo que por eso he llorado cuando he leído sus cartas. Él ya es mayor, y a mí me atormenta el pasado.

—Debes empezar a mirar hacia adelante —dije—. ¿Qué fue de Yuriko y de ti después de eso?

—Oh, cuando nos echaron de casa decidimos vivir juntos, así que empezamos a buscar apartamento. Necesitábamos unos tres millones de yenes y, entre los dos, teníamos bastante dinero ahorrado. Alquilamos uno de lujo en Aoyama. Nos gustaba más la zona de Azabu, pero estaba demasiado cerca del colegio, de modo que desechamos la idea. El apartamento que conseguimos tenía dos dormitorios, así que cada uno tenía su habitación. Al día siguiente salí con Yuriko para buscar trabajo. Lo primero que hice fue llevarla a agencias de modelos. Consiguió algunas ofertas, pero los trabajos de modelo nunca duraban mucho, ya os he explicado por qué, y, tarde o temprano, Yuriko empezaba a hacer nuevos clientes y se los llevaba a su habitación del apartamento. Sí, así es: Yuriko era una puta nata.

Asentí con un gesto exagerado. Exacto. Yuriko era de la clase de mujeres que no pueden vivir sin «agua». Necesitaba agua para estimular su putrefacción.

—Más tarde apareció un hombre que pidió ser su cliente exclusivo, un tipo que se había forrado con los activos inmobiliarios como muchos otros en aquella época y no sabía qué hacer con su dinero recién adquirido. En nuestro apartamento no había sitio para él, así que le dije que se alquilara su propio piso. Se llevó a Yuriko a Daikanyama, donde pagó todo lo necesario y la mantuvo como amante. Poco después, Yuriko no necesitaba ya a un agente. Yo me quedé solo en el apartamento de Aoyama y pronto el alquiler fue demasiado alto para mí, así que tuve que cambiar de lugar. Ahí empezó mi declive. Una buena historia, ¿no creéis?

Mitsuru, que había estado escuchando en silencio, frunció los labios.

—Lo que no entiendo —intervino— es que, si Yuriko y tú vivíais juntos, ¿por qué la dejabas prostituirse? ¿Qué había entre vosotros dos?

—Yo también me pregunto eso mismo. —Kijima miró al techo—. Para serte sincero, entre nosotros había un acuerdo de negocios, y sólo nos preocupábamos de sacar beneficios.

—¿Y tú no sentías nada por ella, con lo hermosa que era?

—Imposible: soy homosexual.

Dejé escapar un grito ahogado. ¡Aquello era repugnante! ¿Cómo podía Yurio haber caído en las manos de semejante monstruo? Miré al chico. En algún momento, Yurio se había puesto los auriculares y movía la cabeza al ritmo de la música, con los ojos cerrados. Mitsuru empezó a darse golpecitos en los dientes con la uña: tac, tac, tac.

—¿Ya lo eras en el instituto?

—No lo sé. Debo admitir que es raro que yo, un homosexual, siguiera a Yuriko allá donde fuera. Supongo que había algo en ella que excitaba a los hombres, pero yo nunca lo sentí. Después de que nos fuimos a vivir juntos, empecé a sentirme atraído por un hombre que la visitaba de vez en cuando. Era un yakuza de mediana edad. Y me di cuenta de que sentía celos de Yuriko. Fue entonces cuando lo supe. —Kijima entornó los ojos levemente; y era evidente que disfrutaba con esas revelaciones—. Cuando Yuriko y yo nos separamos, trabajé como agente de otras personas, tanto hombres como mujeres. Sabía cómo se hacía, de modo que los negocios me iban bien. De tanto en tanto, quedaba con Yuriko y le pasaba algún cliente. Pero durante varios años seguimos nuestros caminos sin querer cruzarnos.

—¿Por qué? —preguntó Mitsuru.

—Los dos habíamos cambiado. Yo engordé y Yuriko envejeció, y ambos lo sabíamos todo acerca de los días de gloria del otro. Hubo un tiempo en el que todo lo que tenía que hacer Yuriko era caminar por la calle para que los hombres se abarrotaran detrás de ella, unos hombres que eran como barro en sus manos. Pero, en los últimos tiempos, no conseguía ningún cliente decente. Yo sabía que había perdido su atractivo, y no le iba a mentir sobre eso. De modo que Yuriko se apartó cada vez más de mí y a mí me alivió que dejara de llamarme. Poco después me enteré de que la habían asesinado. Luego llegaron las noticias de la muerte de Kazue y empecé a darme cuenta de lo peligroso que se había vuelto mi sector laboral. Por eso, cuando Johnson me dijo que me encargara de Yurio, acepté de buena gana. Era como una especie de penitencia para mí.

—Yurio no debería quedarse en tu casa —repuse.

—¿Por qué no?

Mitsuru me miró sorprendida.

—Pues porque yo soy su familia —dije simple y llanamente—. Además, no se puede decir que el trabajo de Kijima o el mismo Kijima sean un buen entorno para un joven. Yo me ocuparé de Yurio. Podrá ir al colegio desde mi casa. Me pondré en contacto con mi padre en Suiza; seguro que podrá enviarme un poco de dinero para mantenerle.

La verdad era que desde la muerte de Yuriko no había tenido ningún contacto con mi padre. Era un hombre tan frío… Pero si tuviera noticias de Yurio, seguro que enviaría dinero.

—Bueno, está claro que puedes tener tu opinión, pero… —Kijima me observó de arriba abajo y sonrió. Supongo que pensaba que no era apropiado que una mujer espantosa como yo se ocupara de un chico tan guapo.

Me puse en pie, enojada.

—De acuerdo. Preguntémosle directamente a Yurio.

Me acerqué al chico, que, con los ojos cerrados, se balanceaba al ritmo de la música. No sé si sentía mi presencia o no, pero abrió sus ojos ciegos. Tenía unas largas pestañas, el iris marrón y el blanco de los ojos traslúcido. Era tan hermoso… Las cejas oscuras enmarcaban sus ojos de manera espectacular.

—Yurio-chan —empecé a decir—, ¿te gustaría mudarte a casa de tu tía? Me apetece mucho cuidarte. Como has estado viviendo con tu padre durante tanto tiempo, creo que sería bueno que ahora vivieras con una mujer japonesa. ¿Qué me dices?

Yurio sonrió, mostrando sus dientes blancos y brillantes.

—Soy lo único que queda de tu familia. Ven a mi casa y vivamos juntos, ¿te parece?

Oía latir mi corazón mientras intentaba convencer a Yurio. Al haberme abalanzado tan repentinamente sobre él…, era fácil que dijera que no, y allí se acabaría todo.

—¿Me comprarás un ordenador? —preguntó Yurio mirando al vacío.

—¿Puedes usar un ordenador?

—Claro, aprendí en el colegio. Todo cuanto necesito es un software para personas ciegas. Me dedico a crear música por ordenador, así que en realidad necesito uno.

—Pues entonces te compraré uno.

—Genial. Bueno, en ese caso, iré a vivir contigo.

Yo estaba en las nubes. En mi cabeza repetía una y otra vez: «Te compraré uno. Te compraré uno…».