Esa noche recibí llamadas telefónicas de varias personas, algo bastante inusual en nuestra casa. La primera llamada sonó cuando mi abuelo y yo estábamos viendo la serie policíaca «How at the sun». El timbre del teléfono hizo que mi abuelo diera un respingo. Se incorporó con torpeza y tropezó con la pata de la mesa kotatsu al levantarse. Cuando pensé en ello más tarde me di cuenta de que el abuelo seguramente estaba esperando una llamada de la madre de Mitsuru. No pude evitar reírme por el aspecto que tenía mientras se apresuraba a responder el teléfono.
—Sí, hola —dijo con voz apática, pero pronto se puso tenso y prestó atención. Para ser un artista del timo, mi abuelo era bastante sincero y también tímido—. Gracias por todo lo que ha hecho por mi nieta. ¿Estudiar? Ni soñarlo. Debería, pero está aquí sentada mirando la televisión… ¿Cómo? ¿Que estuvo en su casa? Pues gracias por cuidar de ella… ¿Incluso hizo una llamada internacional? Yo no sabía nada…, no, no me lo dijo. Lamento mucho las molestias.
El abuelo exageró muchísimo mientras parloteaba sobre cosas que no eran asunto suyo y se inclinaba para disculparse con el teléfono en la mano. Mi madre era igual, se humillaba innecesariamente. Sólo con mirarlo me entraban escalofríos. Desde que había empezado a relacionarse con la madre de Mitsuru, yo le había cerrado mi corazón. Al final, nervioso y con la frente perlada de sudor, me pasó el teléfono:
—¡No deberías haberle dicho que estaba viendo la televisión! ¡Tenemos los exámenes finales la semana que viene! —dije.
La que llamaba era la madre de Kazue, la de la cara de pez. Me acordé de la lóbrega casa de Kazue y respondí al teléfono con un saludo seco. De inmediato oí la voz sorda del padre de Kazue. Debía de estar al lado de su mujer, a la expectativa, inquieto y molesto. ¡Excelente! De modo que, al fin y al cabo, mi plan para acabar con aquella patética familia estaba funcionando. Tenía una oportunidad de oro para vengarme del trato tan horrible que me habían dispensado el día que murió mi madre. Por tratarme como si fuera poco más que una doble de Mitsuru, por coaccionarme para que dejara en paz a Kazue, por el coste de la llamada internacional. Ahora tenía la oportunidad de darles su merecido.
—¿Mi hija ha estado comportándose de una forma extraña últimamente? —me preguntó nerviosa la madre de Kazue.
—Pues lo cierto es que me resulta difícil decirlo…, especialmente después de que me pidieron que no me relacionara con ella. No lo sé, la verdad.
—¿Cómo? No tenía ni idea de que nadie te hubiera dicho eso.
La mujer se puso nerviosa y el padre cogió el auricular. Sin andarse con rodeos, habló enérgicamente y con su arrogancia habitual.
—Escucha, lo que quiero saber es si Kazue sigue viendo a ese tal Takashi Kijima. Creí que podría quitárselo de la cabeza, pero al final he perdido los estribos. Le he dicho que sólo es una alumna de segundo año de bachillerato. Es muy joven, y será mejor que no haga nada deshonroso. Pero se ha echado a llorar y no he podido sacarle ni una palabra más. Así que te lo pregunto a ti: ¿se está comportando mi hija de manera indecorosa?
En el momento en que dejó de hablar pude sentir la ira flotando al final de sus palabras. Sospechaba que el padre de Kazue estaba celoso de Takashi. Sin duda quería ser el único hombre que la influenciara, quería controlarla mientras viviera. Las imágenes de Kazue, como si de un demonio negro se tratara, empezaron a surgir en mi imaginación en ese mismo momento, una tras otra.
—No, no está haciendo nada parecido. Las demás chicas escriben cartas de amor, tejen bufandas y se encuentran con chicos a las puertas de la escuela, pero Kazue no hace nada de todo eso. Sinceramente creo que se está equivocando.
La desconfianza de su padre era especialmente punzante porque no tenía intención de dejarse vencer con facilidad.
—Pues, entonces, ¿para quién ha hecho esa horrible bufanda? Se lo he preguntado mil veces, pero no quiere decírmelo.
—Creo que la ha tejido para sí.
—¿Me estás diciendo que ha perdido todo ese precioso tiempo tejiendo una prenda para sí misma?
—Sí, a Kazue se le dan bien las manualidades.
—¿Y las cartas que enviaron de vuelta? ¿No eran cartas de amor?
—En clase de sociales tuvimos una tarea de escritura creativa. Creo que las escribió para la clase.
—Me han dicho que ese Kijima es el hijo de uno de los profesores de la escuela.
—Sí, es cierto. Supongo que decidió usarlo como un personaje ficticio.
—Escritura creativa, ¿eh? —Hasta ese momento, mi explicación enrevesada no había conseguido despejar sus dudas—. Soy su padre y me preocupo, ¿sabes? Si sigue así, no llegará bien preparada a los exámenes finales. Su propósito es entrar en la Facultad de Economía, y no puede permitirse que le bajen la media.
—No debe preocuparse por Kazue. Siempre está diciendo lo mucho que lo respeta a usted, señor. Dice que quiere ser igual que su padre, y él se licenció en la Universidad de Tokio. Además, es muy popular entre las demás compañeras.
El hombre pareció complacido al oír mis palabras.
—Bien, bien. Eso es lo que siempre le digo: cuando entre en la universidad podrá quedar con todos los chicos que desee. Si estudia en la Universidad Q, le lloverán las ofertas.
«Hum, no sé». Me imaginaba a Kazue en la universidad: ¿la torpe y repulsiva Kazue? A punto estuve de romper a reír. ¿Por qué —me preguntaba— aquella familia que creía en el «trabajo duro» siempre posponía su propio placer y su propia felicidad hasta un punto difuso del futuro? ¿Y por qué creían a pies juntillas todo lo que los demás les decían?
—Bueno, tus palabras me tranquilizan. Que tengas suerte en los exámenes y, por favor, pásate siempre que quieras por casa para ver a Kazue.
¡Vaya, vaya, menudo cambio! ¿Ése era el mismo hombre que me había advertido que no me acercara a su hija? El padre de Kazue colgó el teléfono. Mi abuelo, que había escuchado la conversación a hurtadillas, dijo con mucha presunción:
—¡Que te ha parecido! Ya no soy tan tímido como antes; no me he puesto en absoluto nervioso por hablar con el padre de una estudiante del Instituto Q.
Hice caso omiso y volví a ver el programa de televisión. Ya me había perdido la mejor parte. Más tarde, estaba desplegando el diario vespertino, irritada, cuando sonó otra vez el teléfono. De nuevo el abuelo se apresuró a responder. Esa vez habló con alegría:
—¿Yuriko-chan? ¡Qué sorpresa! ¿Cómo estás?
Parecía que el abuelo quería charlar un poco, pero yo le arrebaté el auricular de la mano.
—¿Qué diablos quieres? ¡Escúpelo de una vez!
Ante mi brusca respuesta, Yuriko reaccionó riendo a carcajadas.
—Veo que sigues tan gruñona como siempre. Esta vez te llamaba para decirte algo de forma educada. Quería preguntarte por qué llamaste a Takashi. Me sorprendió mucho.
—Primero dime por qué me has llamado para hablar conmigo.
—Por Takashi. Imagino te gusta, y sólo te llamaba para decirte que no te hagas ilusiones.
—¿Por qué? ¿Acaso está enamorado de ti?
—¿De mí? No. Creo que probablemente es gay.
—¿Gay? —Ahora era yo la sorprendida—. ¿Por qué dices eso?
—Porque no le intereso lo más mínimo, por eso. ¡Me alegro de haber hablado contigo!
¡Qué engreída podía llegar a ser! De verdad que me sacaba de quicio. Por un lado, estaba furiosa pero, por el otro, veía que todo empezaba a encajar.
—¿Algo más? —mascullé para mí.
El abuelo se volvió en mi dirección y me espetó, remiso:
—No tienes que ser tan maleducada con Yuriko. Es tu única hermana.
—¡Ella no es mi hermana!
El abuelo se disponía a replicar, pero al verme lívida lo pensó mejor.
—Estás muy enfadada últimamente, incluso conmigo —señaló—. ¿Ha ocurrido algo?
—¿Por qué tiene que haber ocurrido algo? Es por tu culpa, ¿sabes? Correteando de esa manera detrás de la madre de Mitsuru, es asqueroso. Inmoral. Un día, ella sugirió algo estúpido, que los cuatro deberíamos ir a cenar: tú, yo, Mitsuru y su madre. Y ahora, por culpa de eso, ya no me hablo con Mitsuru. Desde que ha vuelto Yuriko, todos os habéis convertido en maníacos sexuales. Es repugnante.
Visiblemente avergonzado, el abuelo parecía pensar: «Tierra, trágame». Se volvió para mirar los bonsáis que estaban alineados en la esquina de la habitación. Ya sólo quedaban tres: el pino negro, un roble y un arce. Era cuestión de tiempo que también los vendiera, y eso me ponía frenética.
El teléfono sonó por tercera vez. El abuelo caminó con desgana hacia el aparato, pero en esa ocasión yo llegué antes. Descolgué y oí la voz ronca de una mujer que preguntaba por mi abuelo.
—¿Yasuji?
Era la madre de Mitsuru. Cuando aquella vez me había hablado en el coche, su voz era áspera, y su forma de comportarse ordinaria. Pero cuando pronunció el nombre de mi abuelo, lo hizo en un tono tan dulce que cualquiera habría pensado que se trataba de la Virgen María. Le pasé el auricular a mi abuelo sin decir palabra. Él se puso rojo como un tomate y habló con un aire de formalidad.
—Los ciruelos en flor son hermosos, ¿verdad?
Parecía como si estuvieran planeando un viaje, tal vez a un manantial termal. Me senté al lado de la mesa kotatsu, estiré las piernas bajo las mantas calientes y me tumbé boca arriba sobre los cojines del suelo mientras observaba a mi abuelo de reojo. Él sabía que lo estaba mirando y fingía indiferencia, pero la voz lo traicionaba y dejaba entrever su entusiasmo.
—No, no, aún no estaba durmiendo. Ya sabes que soy un tipo noctámbulo. ¿Qué hacías tú?
Al escuchar su conversación, podía imaginarme cómo aumentaban el caudal de sus fluidos corporales hasta que amenazaba con rebosar. El perfil de mi abuelo exudaba felicidad; una felicidad inalcanzable si uno intentaba alcanzarla. ¿Existía de verdad esa felicidad? Yo nunca he sentido una sensación parecida ni tampoco quiero sentirla. Siempre que alguien está al borde de esa felicidad, se aparta de mí. ¿Que me siento sola, decís? No seáis ridículos. Yo pensaba que mi abuelo era un aliado hasta que se puso a pensar en las musarañas. Era una traición en toda regla, así era cómo lo sentía. Si la gente cree que cuando te abandonan te sientes solo, entonces deberían comportarse de modo que no los abandonasen. Pero si quieren que los dejen en paz, han de apartarse de las personas que les disgustan. Yo no deseaba que mi abuelo o Mitsuru me abandonaran, pero quería que la madre de Mitsuru y Yuriko estuvieran lo más lejos posible de mí.
¿En qué grupo pondría a Kazue? Ella era una idiota que adoraba a su padre como si fuera una niña y que creía en el lema milagroso «si te esfuerzas obtendrás tu recompensa». Una chica tan estúpida no podía servirme para mucho más que para mantenerla cerca y manejarla a mi antojo.
A la mañana siguiente, la idiota de Kazue se me acercó para darme las gracias.
—Te estoy muy agradecida por no haberle dicho nada a mi padre ayer. Él estaba furioso y yo aterrorizada, pero tú lo negaste todo y me sacaste las castañas del fuego.
—Entonces, ¿tu padre te ha perdonado?
—Sí. Ahora no hay ningún problema.
Todavía tendría que pasar un tiempo antes de que Kazue pudiera deshacerse de la alargada sombra de su padre. Quizá toda una vida. Era una idea interesante. Yo iba a crear una salida para que Kazue pudiera escaparse, y luego disfrutaría desbaratando esa huida personalmente. Sí. Cuando veía a Kazue me sentía como un dios, manipulando a aquella idiota como si de una marioneta se tratara.
¿Creéis que Kazue empezó a comportarse de manera extraña porque yo le hacía la vida imposible? No, lo cierto es que no fue así. Ya lo he dicho antes varias veces: ella era demasiado ingenua, demasiado pura. No era sólo que no percibiera el mundo a su alrededor, es que ni siquiera podía verse a sí misma. Me gustaría que esto quedara entre nosotros: Kazue tenía una confianza secreta en su físico. En innumerables ocasiones me la encontré mirándose al espejo: se sonreía a sí misma y en su rostro había una expresión de éxtasis. Era vanidosa.
Tanto Kazue como su padre no podían aceptar el hecho de que existiera alguien más inteligente que ellos sobre la faz de la tierra. Y Kazue nunca iba a aceptar el hecho de que una mujer con su misma inteligencia siempre tendría más éxito que ella si además era bonita. Dicho de otra forma: ¿podía existir alguien más feliz que Kazue?
En comparación con Mitsuru o conmigo —que sabíamos pulir nuestras virtudes naturales con tal de sobrevivir—, Kazue era extremadamente ignorante en lo que a sí misma respectaba. Una mujer que no se conoce a sí misma no tiene otra elección más que vivir con las valoraciones de las demás personas. Pero nadie puede adaptarse perfectamente a la opinión de los demás, y ahí es donde está la fuente de su destrucción.