Por favor, escuchad también mi versión de los hechos. No puedo dejar que todas las mentiras que escribió Yuriko queden sin respuesta. No sería justo, ¿verdad? ¿No estáis de acuerdo? El diario de mi hermana es tan obsceno que no puedo soportarlo. Después de todo, tengo un trabajo respetable en la oficina del distrito, y debéis dejar que intente explicarme.
Estoy segura de que alguien que se hizo pasar por Yuriko escribió ese diario. Yo sé que ella no poseía la inteligencia necesaria para estructurar sus pensamientos y escribir cualquier tipo de redacción más o menos larga. Siempre descuidaba sus tareas escolares. Por ejemplo, tengo un ensayo que escribió cuando estaba en cuarto curso. Dejadme que os lo muestre.
Ayer fui con mi hermana a comprar un pececito rojo, pero la tienda de peces estaba cerrada el domingo, así que no pude comprar un pececito rojo y me puse tan triste que lloré.
Eso era todo cuanto podía hacer en cuarto curso. Pero fijaos en la caligrafía, parece la de un adulto, ¿no? Supongo que creéis que yo escribí eso y que intento hacerlo pasar como si fuera de Yuriko. Pero no es el caso. Lo encontré el otro día en el fondo del armario de mi abuelo, cuando estaba limpiando el apartamento. Yo solía corregir cada una de las desastrosas redacciones de Yuriko reescribiendo cada palabra, intentando ocultar el hecho de que mi hermana pequeña no era muy lista y tenía la moral corrompida. ¿Lo entendéis ahora?
Bueno, ¿queréis que os cuente más cosas de Kazue cuando estábamos en el instituto? Quiero decir que, puesto que Yuriko ha escrito sobre ella en su diario, creo que yo también debería hacerlo. Cuando el sistema escolar Q aceptó a mi hermana en el primer ciclo de secundaria, incluso las chicas del instituto enloquecieron. Supongo que todo aquel alboroto era normal, pero a mí (como su hermana mayor que era) me creó muchos problemas. Lo recuerdo perfectamente.
Mitsuru fue la primera en preguntarme por ella. Se acercó a mi pupitre durante la pausa del almuerzo con un libro enorme. Yo acababa de terminar el almuerzo: rábanos en vinagre con tofu frito. Era lo que le había preparado para cenar al abuelo la noche anterior. ¿Que cómo puedo acordarme de detalles tan nimios? Pues lo recuerdo porque, por descuido, derramé los rábanos sobre mis apuntes de inglés. Mitsuru me miró con compasión mientras yo me apresuraba a secar el cuaderno con un pañuelo.
—He oído que han admitido a tu hermana pequeña en el primer ciclo de secundaria.
—Eso dicen —repuse sin alzar la vista.
Ella ladeó la cabeza, sorprendida por mi respuesta gélida. Abrió mucho los ojos y me miró impaciente. Mitsuru era igual que una ardilla. A mí me caía fenomenal, pero, al mismo tiempo, sus ojos de roedor me parecían a veces ridículos.
—¿«Eso dicen»? ¿Qué clase de respuesta es ésa? ¿Es que no te preocupa lo más mínimo? Es tu hermana.
Mitsuru me sonrió con calidez, mostrándome sus prominentes incisivos. Dejé de secar el cuaderno y repuse:
—No; de hecho, no me preocupa en absoluto.
Ella volvió a abrir los ojos desmesuradamente.
—¿Por qué? Me han dicho que es muy guapa.
—¿Quién te lo ha dicho? —espeté—. Y, de todas formas, ¿a quién le importa?
—Se lo he oído decir al profesor Kijima. Al parecer, tiene a tu hermana en su grupo.
Mitsuru me puso el libro delante. Era un libro de biología escrito por Takakuni Kijima. Además de estar al cargo del primer ciclo de secundaria, Takakuni Kijima era nuestro profesor de biología, un hombre nervioso que escribía en la pizarra con letras tan perfectamente cuadradas que se habría dicho que las medía con la regla. Yo no soportaba su aspecto: siempre tan pulcro, tan perfecto. Lo odiaba.
—Y yo lo respeto profundamente —dijo Mitsuru, sin esperar siquiera a lo que yo tenía que decir—. Es brillante y se preocupa de verdad por los alumnos. Creo que es un gran profesor, y fue él quien nos llevó de excursión en el colegio para pasar una noche fuera.
—¿Qué ha dicho de mi hermana?
—Me ha preguntado si la hermana mayor de una alumna nueva del primer ciclo de secundaria iba a mi clase. Cuando le he dicho que no sabía de quién hablaba, me ha respondido que era raro. Y, luego, cuando le he preguntado más detalles, he acabado figurándome que hablaba de ti. Ha sido toda una sorpresa.
—¿Por qué? ¿Por qué ha sido una sorpresa?
—Porque ni siquiera sabía que tuvieras una hermana pequeña.
Mitsuru era demasiado inteligente para admitir que su sorpresa se debía a que tuviera una hermana pequeña que se pareciera tan poco a mí, una hermana tan increíblemente hermosa que parecía un monstruo. Justo en ese momento oímos un alboroto en el vestíbulo. Una multitud de alumnos corría gritando por el pasillo en dirección a nuestra clase. Eran todos del primer ciclo de secundaria. Incluso había algunos chicos entre ellos que se quedaban rezagados en la cola; parecían algo avergonzados.
—Pero ¿qué está pasando?
Cuando me volví hacia la puerta, la muchedumbre se calló de inmediato. Una chica grande con el pelo rizado y teñido de color caoba se abrió paso y entró en la clase. Sin duda era la cabecilla. Por su actitud altiva y confiada, resultaba evidente que era una de las veteranas, y las veteranas de mi clase se dirigieron a ella con familiaridad.
—Mokku, ¿qué estás haciendo aquí?
Ella no respondió y caminó con seguridad hasta plantarse delante de mi pupitre.
—¿Eres la hermana mayor de Yuriko?
—Sí, así es.
No quería que entrara polvo en mi fiambrera así que cerré la tapa. Mitsuru, incómoda, agarró el libro de biología y lo apretó contra su pecho. Mokku bajó la vista hacia la mancha que se había extendido sobre mi cuaderno de inglés.
—¿Qué has almorzado hoy?
—Rábanos en vinagre con tofu frito —respondió la alumna que estaba a mi lado.
Formaba parte del club de danza moderna y era una bruja redomada. Todos los días miraba mi comida de reojo y se reía por lo bajo, arrugando la cara para formar una sonrisa de suficiencia. Mokku no le prestó atención; no le interesaba en absoluto. En vez de eso, reparó en mi pelo.
—¿De verdad sois hermanas Yuriko y tú?
—Sí, lo somos.
—Lo siento, pero no te creo.
—Me da igual que me creas o no.
No tenía interés alguno en hablar con alguien tan impertinente. Me levanté y le clavé la mirada. Ella pareció acobardarse y retrocedió unos pasos. Oí cómo su gordo trasero chocaba contra el pupitre de la compañera que se sentaba delante de mí.
La clase entera nos estaba mirando. Mitsuru, que era tan baja que apenas le llegaba a Mokku a la altura del hombro, la agarró del brazo y le advirtió con un tono cortante:
—Deja de meter las narices en los asuntos de los demás y vuelve a tu clase.
Mokku se volvió entonces hacia el pasillo, con Mitsuru todavía agarrándola. Luego, se encogió de hombros con teatralidad y salió de la clase a grandes zancadas. Oí suspirar a los alumnos que estaban detrás de ella porque la situación no había cumplido sus expectativas.
Me sentí bien. Desde pequeña, lo que más me ha gustado siempre ha sido atormentar a Yuriko. Cuando la gente ve a una mujer hermosa, esperan que sea perfecta; quieren que siga fuera de su alcance, creen que de esa forma resulta más adorable. De modo que, cuando se dan cuenta de que es ordinaria y tosca, su admiración se convierte en burla y su envidia se vuelve odio. Quizá la única razón por la que nací fue para desbaratar el valor de Yuriko.
—Caray, no puedo creer que él también haya venido.
Las palabras de Mitsuru me hicieron volver en mí.
—¿Quién?
—Takashi Kijima, el hijo del profesor Kijima, que también está en su grupo.
Uno de los chicos se había quedado en el pasillo cuando todos los demás ya se habían ido. Estaba de pie en la puerta de la clase, observándome, y era igual que su padre: la misma cara pequeña y compacta, la misma figura esbelta. Sus facciones eran tan armoniosas que era inevitable considerarlo guapo. Sus ojos afilados se cruzaron con los míos y yo le sostuve la mirada hasta que los apartó.
—Me han dicho que es un chico problemático —señaló Mitsuru.
Todavía sostenía el libro de biología contra el pecho mientras pasaba los dedos por el lomo donde estaba escrito el nombre de Takakuni Kijima. Por su actitud, tuve la impresión de que estaba enamorada. Se me ocurrió decirle alguna maldad, algo que le impactara y la trajera de vuelta a la realidad.
—Bueno, ¿qué podría esperarse de un pervertido?
—¿Cómo sabes que es un pervertido? —me preguntó ella, sorprendida.
—Tengo ojos en la cara.
El hijo de Kijima y yo teníamos algo en común: él era la mancha en el honor de su padre y yo era la mancha en la belleza de Yuriko. Ambos éramos dos ceros a la izquierda. Suponía que el chico había venido a verme porque desconfiaba de la belleza monstruosa de Yuriko. Ahora ya podía despreciarla. No obstante, después de todo, también era un hombre, por lo que creo que no podía evitar sentir cierta compasión por una mujer como Yuriko, una mujer tan bella como estúpida. Yo estaba harta de verme envuelta en esas situaciones difíciles. Debía continuar en ese colegio, y la presencia de Yuriko iba a complicarme la vida. No quería acabar siendo un cero a la izquierda como el hijo de Kijima, así que desde ese momento me propuse encontrar una forma de deshacerme de mi hermana pequeña.
—¡Eh! ¿Qué está pasando aquí? —oí que decía alguien con un tono demasiado amistoso.
Al volverme vi a Kazue Sato, que apoyaba las manos sobre los hombros de Mitsuru, como si fueran muy amigas. Kazue siempre estaba intentando acercarse a Mitsuru, y continuamente intentaba entablar conversación con ella. Ese día llevaba una minifalda ridícula que sólo acentuaba la extrema delgadez de sus piernas; porque Kazue era esquelética, tan flaca que podías notar sus huesos al tocarla. Tenía el cabello fino y sin brillo. Y, encima, estaba lo de aquel estúpido logotipo rojo: podía imaginármela sentada en su habitación lúgubre, patética, con hilo y aguja, cosiendo desaforadamente logotipos de Ralph Lauren en los calcetines.
—Estábamos hablando de su hermana pequeña —dijo Mitsuru, deshaciéndose con cuidado de las manos de Kazue.
Ella empalideció un instante, herida, y luego pareció recomponerse con una mirada de indiferencia fingida.
—¿Qué pasa con su hermana?
—Ha entrado en el primer ciclo de secundaria. Está en la clase del profesor Kijima.
Kazue hizo un mohín. Me acordé de su hermana pequeña —que era su viva imagen—, pero no dije nada.
—¡Eso es genial! Debe de ser muy inteligente.
—No especialmente. Ha entrado por la categoría kikokus-hijo, ya sabes, los hijos de japoneses que se han criado en el extranjero.
—¿Así que sale a cuenta pasar un tiempo fuera? ¿Puedes ingresar en un colegio como éste sin tener que estudiar, sólo por haber vivido en otro país? —Kazue dejó escapar un suspiro—. Ojalá a mi padre lo hubieran destinado al extranjero.
—No es sólo por eso, Kazue: su hermana, por encima de todo, es una chica preciosa.
No me cabía duda de que Mitsuru odiaba a Kazue. Se daba golpecitos en los dientes con las uñas mientras hablaba con ella, y lo hacía de forma diferente de cuando hablaba conmigo. Era más aleatorio.
—¿Preciosa? ¿Qué quieres decir? —Kazue me miró frunciendo el ceño.
«¿Cómo es posible que tú tengas una hermana pequeña que sea guapa? Tú no lo eres en absoluto». Esto era en realidad lo que estaba pensando.
—Quiero decir que todo el mundo está impresionado con ella —aclaró Mitsuru—. Hace unos minutos, todos los chicos del colegio han venido corriendo para ver a su hermana mayor.
Kazue bajó la vista hacia sus manos con la mirada vacía, como si se diera cuenta de que no tenía nada con lo que replicar.
—Mi hermana también quiere venir a este colegio.
—Dile que no se moleste —repuse, enojada. Kazue se sonrojó y pareció que iba a responder algo pero, sin embargo, se limitó a morderse el labio—. Lo que quiero decir es que las veteranas son tan mezquinas que no te dejarán entrar en el club que quieres, ¿no es así?
Kazue se aclaró la garganta de forma exagerada para eludir mi sarcasmo obvio. Se había unido al club de patinaje sobre hielo, pero me había enterado por otras personas que le estaba costando pagar la cuota de la pista de patinaje. El equipo tenía que conseguir mucho dinero para pagar al entrenador olímpico que habían contratado, así como el coste de la pista de patinaje que alquilaban para las clases. Por eso, aceptaban a cualquiera que quisiera unirse a ellas, aunque ni siquiera supiera ponerse los patines; mientras pudiera pagar la cuota, no les importaba. Las alumnas de ese colegio eran indiferentes a las penurias que sus caprichos imponían a aquellas que estaban a su alrededor.
—Pues, para que te enteres, me han aceptado en el equipo de patinaje sobre hielo. Eran el segundo de mi lista después del equipo de animadoras, así que estoy muy contenta por cómo han salido las cosas.
—¿Ya te han dejado patinar? —Kazue se pasó la lengua por los labios un par de veces, como si buscara las palabras adecuadas—. Son las veteranas ricas las que monopolizan la pista, ¿no? O las chicas guapas, a las que les sientan tan bien esos diminutos trajes. De todas formas, seguramente su entrenador olímpico les da clases particulares y así tienen toda su atención. No hay nada como el favoritismo. De lo contrario, la única forma de que te presten atención aquí es tener talento de verdad. Menuda tontería. La sola idea de esas alumnas de instituto fingiendo ser patinadoras sobre hielo es una farsa. Únicamente es un divertimento para esas princesitas.
Los ojos de Kazue chispearon y compuso un sonrisa tan ancha que pensé que se le iba a desgarrar la cara. Oh, sí. Por encima de todo, Kazue era ambiciosa. Todo cuanto deseaba —su deseo era más fuerte que el de ninguna otra de nosotras— era ser reconocida como una «princesita»; ser tan buena en clase como patinando sobre hielo. Ése era el anhelo más ferviente del padre de Kazue.
—Me apuesto lo que quieras a que lo único que te dejan hacer es limpiar la pista y cuidar de sus patines. Deben de llamarlo «entrenamiento físico», pero de hecho no es más que una novatada. ¿Cuántas vueltas tuviste que dar al campo el otro día, con treinta y cinco grados? ¡Parecía que te ibas a morir! ¿Es así como se divierte una princesa?
—¡No es una novatada ni nada por el estilo! —dijo al fin Kazue recuperando el aliento—. Debes entrenarte de ese modo para conseguir la forma física básica.
—Y, una vez que posees esa forma física, ¿entonces, qué? ¿Intentarás ir a las Olimpiadas?
Tenía que decirlo, y no era sólo por crueldad. Aquella chica estúpida creía que todo cuanto tenías que hacer era dedicarte en cuerpo y alma y de ese modo podías conseguirlo todo. Yo quería aclararle las cosas. No sabía nada del mundo real, y yo quería explicarle cómo funcionaba todo. Es más, quería vengarme de su padre por haberla envenenado con todas aquellas ideas absurdas.
Cuando levanté la vista vi que Mitsuru se dirigía hacia la ventana, junto a la que charlaban un grupo de chicas. La aceptaron en su pequeño círculo y pronto ya estaban todas riendo. Mitsuru y yo cruzamos una mirada. Ella se encogió levemente de hombros sin decir nada, aunque su gesto parecía decir: «¿Para qué perder el tiempo?».
—No es mi intención ir a las Olimpiadas. Pero sólo tengo dieciséis años y, si quisiera y entrenara duramente, no hay razón para que no pudiera hacerlo.
Yo no daba crédito a lo que estaba oyendo.
—Madre mía, eres realmente estúpida. ¿Así que piensas que si te entrenaras jugando al tenis como una loca podrías ir a Wimbledon? O, si decidieras ser hermosa y te dedicaras a ello con todas tus fuerzas, ¿llegarías a ser Miss Universo? ¿Piensas que si te esfuerzas en los estudios llegarás a ser la primera de la clase cuando acabe el curso? ¿Crees que puedes superar a Mitsuru? Ha sido la primera de la clase desde que era estudiante de primer año en el colegio, y ni una sola vez ha abandonado ese puesto. ¿Sabes por qué? Porque es un genio. ¿Crees que todo cuanto tienes que hacer es hacerlo lo mejor que puedas? Puedes intentarlo hasta agotarte, pero hay un límite, ¿sabes? Puedes pasarte toda la vida intentándolo, joder, puedes intentarlo hasta que no queden de ti más que los huesos, pero aun así nunca serás un genio.
La pausa para el almuerzo ya casi había acabado, pero yo no había hecho más que empezar. Supongo que todavía estaba molesta porque con todos aquellos chicos de secundaria me había sentido como si estuviera en el circo. Y Kazue era la que debería haber estado en la arena, no yo. Se había metido en un lugar al que no pertenecía y hacía todo tipo de estupideces sin que le importara el mundo que la rodeaba. Pero Kazue tenía valor, eso hay que reconocérselo.
Me miró y me dijo con condescendencia:
—Me he sentado aquí, te he escuchado con paciencia y he llegado a la conclusión de que tu actitud es la de una perdedora. Hablas como alguien que nunca ha intentado tener éxito en nada. Yo, por mi parte, seguiré intentando hacerlo lo mejor que pueda. Está claro que seguramente es descabellado pensar que puedo ir a las Olimpiadas o a Wimbledon, pero no veo exagerado intentar ser la primera de la clase cuando acabe el curso. Puede que pienses que Mitsuru es un genio, pero yo no estoy de acuerdo con eso. Simplemente se limita a esforzarse mucho.
Me acordé de cómo la familia de Kazue determinaba la jerarquía de sus miembros en la casa según sus notas académicas y rompí a reír con sarcasmo.
—¿Alguna vez has visto a un monstruo? —dije.
Kazue levantó una ceja y me miró con desconfianza.
—¿Un monstruo?
—Sí, una persona que no es humana.
—¿Te refieres a los genios?
Me interrumpí un momento. Los genios no se ajustaban a esa definición, ya que un monstruo es alguien que tiene algo retorcido en su interior, algo que no para de crecer hasta desbordarse. Señalé silenciosamente a Mitsuru. Unos instantes antes había estado riéndose con las amigas, pero en ese momento ya había vuelto a su pupitre para prepararse la siguiente clase. Una extraña aura de soledad la envolvía. Algo se formaba alrededor de Mitsuru cuando sabía que la lección iba a empezar.
—Llegaré a ser la primera de la clase porque me entregaré por completo a ello —declaró Kazue.
—Haz lo que te dé la gana.
—¡Dices cosas tan odiosas! —A Kazue le estaba costando encontrar las palabras adecuadas para rebatirme—. Mi padre me dijo que eras rara y que no actuabas como una chica normal. Seguramente debes de padecer algún tipo de desviación. Tal vez tengas una hermana pequeña hermosa y tal vez tú seas inteligente, pero yo tengo una familia normal cuyo padre tiene un buen empleo y trabaja duro.
Kazue regresó a su pupitre. Podría haberme hablado de las opiniones de su padre durante todo el día, pero ¿qué me importaba eso a mí? Mientras la veía alejarse, decidí que desde ese momento me lo tomaría como algo personal y no perdería de vista sus intentos de «entregarse por completo».
El aula se quedó en silencio. Cuando miré mi reloj, vi que ya era la hora de la siguiente clase. Me apresuré a coger la fiambrera que había dejado sobre el pupitre y la metí en la mochila. La puerta se abrió y Kijima entró vestido con una bata de laboratorio y una expresión seria.
Había olvidado por completo que ése era el día de nuestra clase semanal de biología. Primero Yuriko, después el odioso hijo de Kijima y, por último, su padre. ¿Qué probabilidades había de encontrarme a los tres el mismo día? Busqué a toda prisa el libro de biología y lo puse sobre el pupitre. Estaba tan estresada que de un golpe tiré al suelo el bloc, que cayó con un sonido seco. Vi que Kijima fruncía el ceño.
Descansó las manos a ambos lados del atril y miró con detenimiento el aula. Sabía que me estaba buscando, así que bajé la cabeza, pero pronto sentí sus ojos cerniéndose sobre mi pupitre. «Sí, eso es. Aquí estoy, la fea hermana mayor de la hermosa Yuriko, la mancha en la vida de Yuriko. Pero usted también tiene una mancha en su vida, ¿verdad? Su hijo». Levanté los ojos y lo miré de hito en hito.
Al igual que su hijo, la frente de Kijima era ancha, el puente de la nariz delgado y tenía una mirada penetrante. Las gafas doradas que llevaba complementaban su rostro y le daban un aspecto intelectual pero, aun así, había algo en él que siempre transmitía una impresión de descuido. ¿Un poco de barba que había olvidado afeitarse quizá? ¿O los mechones de pelo que le caían sobre la frente? ¿Tal vez una mancha en la bata? Las pequeñas señales de descuido simbolizaban algo: su hijo no cumplía sus expectativas. Aunque ambos se parecían en todos los demás aspectos, sus ojos eran diferentes. Kijima lo miraba todo de frente, mientras que su hijo lo hacía de reojo. La mirada directa del padre no se quedaba fija en un punto, sino que reseguía los contornos, aprehendiendo todos los detalles uno a uno, de manera que era fácil saber qué estaba observando. En ese momento me observaba a mí, mi cara, mi figura, sin decir una palabra. «¿Ha descubierto una prueba biológica que me relacione con Yuriko? ¡No me mire como si fuera una especie de insecto extraño!». Me sentí enfurecer mientras me prestaba, allí sentada, al escrutinio de Kijima. Finalmente, apartó la mirada y empezó a hablar con un tono lento y moderado.
—Ya hemos acabado con la era de los dinosaurios, ¿verdad? Hemos hablado de cómo los dinosaurios devoraban todas las coníferas y otras gimnospermas, ¿lo recordáis? Con el tiempo, el cuello de los dinosaurios se hizo más y más largo para que pudieran llegar a las plantas más altas. Ya hablamos de cómo las plantas se desarrollaban según su hábitat. Es interesante, ¿no creéis? Las gimnospermas se llamaron así (las plantas de semillas desnudas) porque sus semillas no se forman en un ovario adjunto. Las angiospermas, en cambio, poseen un ovario o carpelo, de modo que se conocen como plantas de floración. Ahora bien, como las gimnospermas dependían por completo de la dispersión del viento para reproducirse, al final fueron devoradas hasta que se extinguieron. Por el contrario, las angiospermas sobrevivieron al asociarse con toda clase de insectos. ¿Alguna pregunta hasta aquí?
Mitsuru no le quitaba los ojos de encima, ni siquiera se movía. Para mí era evidente que había electricidad entre ellos. Yo sospechaba que Mitsuru estaba enamorada de Kijima, pero aun así no podía creer lo que veían mis ojos. La pasión flotaba entre ambos en el aire como si de un enorme globo se tratara.
Antes os he dicho que sentía una especie de amor por Mitsuru, ¿verdad? Bueno, tal vez no sea exacto. Ella y yo éramos como un lago de montaña que se ha formado por las corrientes subterráneas. Las montañas son profundas y solitarias, y el lago es desolador; no lo visita ningún viajero. Pero, bajo la superficie, el agua siempre fluye de manera uniforme. Si yo iba bajo tierra, Mitsuru hacía lo mismo. Si yo emergía, ella también. Para Mitsuru, Kijima debía de representar un mundo por completo diferente, pero para mí sólo representaba un obstáculo.
No cabía duda de que el profesor Kijima se sentía atraído por Yuriko. Y la única razón por la que se fijaba en mí era porque estaba interesado en ella. ¿Creéis que estoy equivocada? Lo cierto es que yo nunca me he enamorado. Pero cuando alguien se enamora de otra persona, ¿no creéis que es natural que quiera conocer todos los obstáculos a los que tiene que enfrentarse? Y no olvidemos que Kijima era profesor de biología. ¿No pensáis que también estaba interesado en nosotras dos desde un punto de vista estrictamente científico? Kijima se volvió hacia la pizarra y escribió: «Las flores y los mamíferos: el nacimiento de una nueva cooperación».
—Abrid el libro por la página setenta y ocho. Veréis que el ratón se come una angiosperma, o una planta de flor, y desperdiga las semillas con sus excrementos.
Como si fuera un coro, el sonido de los lápices escribiendo frenéticamente en los cuadernos inundó el aula. Yo no escribí nada en mi cuaderno y seguí soñando despierta. Yuriko debía de ser una planta de flor, y yo una planta de semillas desnudas. La planta de flor atrae a los insectos y a los animales con sus hermosos brotes y su néctar dulce. Supongo, entonces, que Kijima debía de ser un animal. Si así era, ¿qué clase de animal debía de ser? El profesor se volvió y me clavó la mirada.
—Bien, hagamos un repaso. Tú, ¿recuerdas por qué se extinguieron los dinosaurios?
Kijima me estaba señalando. Perdida en mis pensamientos y cogida totalmente por sorpresa, me desplomé en la silla con una mirada de amargura.
—¡Levántate! —ordenó Kijima reprobadoramente.
Al levantarme con torpeza, el pupitre crujió y la silla arañó el suelo. Mitsuru se volvió para mirarme.
—¿No fue a causa de unos meteoritos gigantes?
—En parte. Pero ¿qué hay de su relación con las plantas?
—No me acuerdo.
—Ah… ¿Y tú, te acuerdas?
Mitsuru se levantó sin hacer ruido y empezó a responder de manera fluida.
—Cuando acababan con la comida del lugar que habitaban, migraban a otra parte hasta que allí también devoraban todas las plantas. Poco a poco, los bosques de los que dependían los dinosaurios fueron desapareciendo. De este ejemplo podemos deducir que entre las plantas y los animales había una relación sin intermediarios pero, para sobrevivir, es importante establecer una relación de cooperación.
—Exacto.
Kijima asintió, caminó hasta la pizarra y escribió al pie de la letra lo que acababa de decir Mitsuru. Kazue me miró desdeñosa, con expresión de deleite, y sacó pecho. Menuda puta. Desde ese momento sentí un profundo odio hacia Kazue, Mitsuru y Kijima.
Después de biología teníamos clase de gimnasia. Ejercicios rítmicos. Debíamos ponernos el equipo y reunimos fuera, pero yo me tomé mi tiempo. Todavía no me había recuperado de la burla que acababa de sufrir. Estaba segura de que Kijima me había humillado a propósito delante de toda la clase sólo porque era la hermana mayor de Yuriko. Mejor dicho, porque era la hermana mayor de la hermosa Yuriko. Era como si la gente no pudiera perdonármelo. Todos, menos Kazue.
La clase de ejercicios rítmicos, como ahora ya sabéis, era una actividad obligatoria para las chicas del sistema escolar Q. Dicen que cuando mueves los brazos y las piernas en diferentes direcciones al mismo tiempo, ejercitas el cerebro; se supone que es el tipo de ejercicio que te alarga la vida. Pero yo nunca practicaba los pasos en casa, de modo que nunca fui buena en eso. Por descontado, si eras la primera en equivocarte, llamabas la atención, así que trataba de aguantar hasta que otras empezaban a fallar y las descalificaban. Estaba haciendo precisamente eso cuando apareció Yuriko con Kijima hijo. Me di cuenta de que nos estaban mirando.
Hacía algún tiempo que no veía a mi hermana y, entretanto, se había vuelto incluso más bella. Le habían crecido tanto los pechos que parecía que fueran a salir disparados de la blusa blanca del uniforme en cualquier momento, y la minifalda de cuadros escoceses se ceñía a sus caderas altas y redondeadas. Sus piernas, perfectamente torneadas, eran largas y rectas. Y luego estaba su rostro: la piel blanca, los ojos castaños y la expresión suave y hermosa. Parecía como si siempre estuviera a punto de hacer una pregunta. Incluso una muñeca artesanal inmaculada no habría resultado tan adorable.
Me sorprendí tanto al ver cómo había crecido que perdí la concentración y me equivoqué en uno de los pasos. Las que se equivocaban tenían que salir del círculo de bailarinas, y ese día yo salí antes de lo esperado por culpa de Yuriko. La odiaba por haber aparecido de repente, la odiaba más de lo que podía soportar. «¡Lárgate de aquí!», gritaba en mi corazón. Luego oí la risa burlona de mis compañeras de clase.
—¡Mirad a Kazue Sato! ¡Baila como un pulpo!
Kazue seguía la música lo mejor que podía porque no quería perder frente a Mitsuru. Además, tenía que demostrarme que yo estaba equivocada y que el trabajo duro tenía su recompensa. Tenía la cara arrugada por la concentración, mientras que Mitsuru parecía tranquila, relajada, al tiempo que movía los brazos y las piernas ágilmente a derecha e izquierda. Lo hacía con tanta gracia que más que un ejercicio gimnástico parecía ballet. Pero luego Kazue vio a Yuriko y se detuvo en seco, estupefacta. Al fin había visto un monstruo. Cuando observé la expresión perpleja en el rostro de Kazue no pude evitar romper a reír.
—Lo siento por lo de antes —me dijo. Al terminar la clase, había venido corriendo detrás de mí—. ¿Podemos olvidar lo que ha pasado y seguir siendo amigas? —No respondí. No me fiaba del repentino cambio de actitud de Kazue—. Tu hermana pequeña… —Las gotas de sudor caían por su frente, y ni siquiera intentaba secárselas—. ¿Cómo se llama?
—Yuriko.
No sabía si Kazue estaba celosa, impresionada o resentida. Su voz denotaba un entusiasmo extraño.
—Caray, incluso su nombre es bonito, ¿verdad? ¡Me cuesta creer que sea de nuestra misma especie!
Las palabras de Kazue eran enardecidas y continuó repitiéndolas una y otra vez, su cuerpo despidiendo el olor acre del sudor. El olor se ajustaba perfectamente a lo que Kazue sentía por Yuriko. Sin pensarlo, bajé la cabeza. Estaba claro que, ahora que había visto al monstruo, el mundo de Kazue había cambiado.
Yuriko se había ido del patio del colegio con Kijima hijo. Ver al menudo y pervertido Kijima acompañando a mi hermana me hizo sospechar que nada bueno podía salir de ello, y yo quería vengarme de aquel pequeño imbécil por haberme humillado. Así que, allí y en ese momento, decidí hacer todo lo posible para que expulsaran a los Kijima y a Yuriko de la escuela.
Algunos días después, cuando salía del colegio, Kazue se me acercó y me entregó un sobre pequeño. Lo abrí cuando llegué al tren. Era una carta escrita en dos hojas de papel infantil en el que había unas violetas dibujadas. La caligrafía de Kazue era bonita pero le faltaba distinción.
Por favor, disculpa la informalidad de esta carta.
Tanto tú como yo somos nuevas en el Instituto Q para Chicas. Has venido a mi casa, has conocido a mis padres y, por tanto, tal vez tú seas la persona que con más probabilidad se convierta en mi amiga. Mi padre me advirtió de que no me relacionara contigo porque tu entorno es muy diferente del mío, pero si nos comunicamos por carta, estoy segura de que no se enterará. ¿Te parece bien que nos carteemos de vez en cuando? Podríamos confiar la una en la otra y hablar sobre los estudios.
Tal vez te he malinterpretado. Aunque eres nueva como yo, siempre pareces tan serena que siento como si llevaras en el colegio mucho tiempo. Por otra parte, siempre estás hablando con Mitsuru, con lo que me resulta muy difícil acercarme a ti y, cuando lo hago, mantienes las distancias.
No sé lo que las otras alumnas del Instituto Q para Chicas piensan (¡sobre todo las veteranas!), y me siento fuera de lugar. Pero no me avergüenzo de mí misma. Desde que estaba en primer curso me propuse entrar en el Instituto Q y, gracias a mi esfuerzo —y sólo a mi esfuerzo—, lo he conseguido. Así que confío en mí misma. ¿Por qué no debería hacerlo? Creo que voy a conseguir lo que me propongo. Las cosas me irán bien, y tendré una vida feliz y exitosa.
Pero, a veces, me siento perdida y no sé con quién hablar. Así que, sin pensarlo dos veces, te he escrito. Hay algo que me preocupa. ¿Podría, por favor, hablarlo contigo?
Un saludo,
KAZUE SATO
Frases como «por favor» o «disculpa la informalidad de esta carta» debía de haberlas sacado de un manual epistolar para adultos. Imaginarme a Kazue allí sentada copiando de un manual me hizo reír. No me interesaba en absoluto hablar de sus problemas, pero sentía curiosidad por averiguar qué asunto la turbaba y quería saber qué se le pasaba por la cabeza. Supongo que no hay nada más interesante que los problemas de los demás.
Aquella noche, mientras le daba vueltas distraídamente a pensamientos como ése, me dediqué a hacer los deberes de inglés. Mi abuelo, que estaba preparando la cena, asomó la cabeza desde la cocina y preguntó:
—¿Es cierto que el bar de la cadena ésa, Blue River, es de la familia de una de tus compañeras de clase?
—Sí, se llama Mitsuru, y su madre trabaja allí.
—Pues menuda sorpresa. Pensaba que éramos los únicos con una hija en el Instituto Q para Chicas que vivíamos en un lugar como éste. El otro día conocí a un tipo que es guardia de seguridad en el Blue River que hay frente a la estación. Se graduó en el mismo colegio que el conserje. Al parecer son buenos amigos y el conserje siempre va a su casa. Me dijo que me pasara por allí para echarles un vistazo a unas plantas que les dan problemas, y así me enteré de que la hija de la mujer que trabaja allí también va al Instituto Q; por lo que dijeron, parecía que iba a tu clase. De modo que he estado pensando que podría ir allí a tomarme algo. Coincidencias como ésta hacen que la vida merezca la pena.
—Claro, hazlo. La madre de Mitsuru me dijo que algún día fueras por allí.
—¿Ah, sí? Tenía miedo de molestar, puesto que soy un carcamal y todo eso.
—No creo que les importe. Mientras seas un cliente, es lo que cuenta, ¿no? Ya le he contado cosas de ti (que te gustan los bonsáis), así que seguro que se alegrará de que vayas.
Yo sólo le estaba siguiendo la corriente al abuelo, pero daba la impresión de que él se lo tomaba en serio. Luego lo oí en la cocina, lavando el arroz y cortando las verduras con alegría.
—Seguro que el Blue River es bastante caro. Allí todas las chicas son jóvenes. Espero que me hagan algo de descuento.
—Seguro que sí —contesté.
Sin embargo, lo que a mí me interesaba era la carta de Kazue. La saqué, la puse sobre el libro de texto de inglés y la volví a leer. Decidí preguntarle sobre ella al día siguiente.
—Leí tu carta. ¿Cuál es el problema del que hablas?
—Vayamos a un lugar donde no nos oiga nadie, ¿vale?
Actuando como si fuera a revelarme información clasificada, Kazue me llevó a una clase vacía.
—Es un poco difícil hablar de esto con otra persona —dijo.
—Pero quieres hablar de ello, ¿no?
—Vale, ahí va, ¿preparada?
Con timidez, Kazue se llevó las manos a las mejillas. Varias veces abrió la boca para hablar pero se contuvo, buscando las palabras adecuadas.
—Vale. Se trata de lo siguiente: me gusta el hijo del profesor Kijima, Takashi, y quiero saber qué hay entre él y Yuriko. Me afectó tanto verlos juntos que no he podido dormir.
—Es guapo, ¿verdad? —Al decir esto, pensé en el cuerpo de reptil de Kijima y en sus ojos penetrantes.
—Me gusta mucho —respondió Kazue—. Es tan guapo y delicado, tan alto, tan guay, y… ¡Es que estoy loca por él! La primera vez que lo vi fue justo antes de las vacaciones de verano. Me lo encontré en la librería que hay frente al colegio y en aquel mismo momento pensé que era muy mono. Me sorprendió muchísimo saber que era el hijo del profesor Kijima. He indagado un poco acerca de su familia, y ahora sé que viven en Den’enchofu, un barrio selecto. El profesor Kijima estudió en el sistema escolar Q, y el hermano pequeño de Kijima está en primaria. También me he enterado de que el profesor Kijima siempre se lleva a la familia de vacaciones en verano y deja que sus hijos lo ayuden a recopilar insectos.
Me quedé sin aliento. ¡Así que ésa era la razón por la que Kazue había perdido en los ejercicios rítmicos contra Mitsuru! Pero eso no era todo. Yo sabía que Kazue era una gimnosperma pero, por lo que me había dicho, ahora intentaba encontrar insectos y animales con los que asociarse. ¿Acaso existía alguna mujer menos consciente de sí misma? ¡Y con Kijima, además, que tenía aquellos ojos tan esquivos! Qué ironía tan deliciosa. Lo único que pude hacer fue no reírme en su cara.
—¿Se trata de eso? ¡Pues seguro que te irá bien!
—¿Crees que podrías preguntárselo a Yuriko por mí? Es decir, como ella es tan guapa y todo eso, seguro que le gusta a Kijima. Y sólo de pensarlo me altero tanto que no puedo ni dormir. Sin embargo, creo que todavía tengo algunas posibilidades. ¡El otro día me sonrió!
Dudo de que fuera una sonrisa; después de todo, estábamos hablando de Kijima. Seguro que se trataba de una mueca despectiva causada por la estupidez de Kazue. En cualquier caso, esa información era un regalo del cielo. Había estado soñando cómo deshacerme del dúo Kijima, y también de Yuriko. Empecé a urdir mi plan.
—A ver qué me dice Yuriko. Me enteraré de qué relación mantiene con Kijima, y de qué clase de chicas le gustan a él, ¿vale?
Kazue contuvo la respiración, luego asintió y yo, al ver su expresión angustiada, añadí:
—¿Te parece bien si le digo que a ti te gusta Kijima?
Kazue, aterrorizada, movió las manos adelante y atrás:
—¡No, no, no! Por favor, no se lo digas. No quiero que nadie lo sepa. Quizá yo misma se lo diga más adelante.
—De acuerdo.
—Pero aún hay algo más que me gustaría saber, si puedes averiguarlo sin que se note demasiado —dijo Kazue; luego se subió los calcetines azul marino, que se le habían bajado hasta los tobillos—. Pregúntale a tu hermana si él estaría interesado en una chica que tiene un año más que él.
—¿Qué importancia tiene eso? Estamos hablando del hijo del profesor Kijima. Estoy segura de que está más interesado en la inteligencia de una chica que en su edad.
Kazue chasqueó la lengua y abrió los ojos como nunca le había visto hacer.
—Tienes razón. El profesor Kijima también es muy guapo. ¡Me encantan sus clases de biología!
—Vale, entonces llamaré a Yuriko esta noche, a ver qué me cuenta.
Era mentira. Ni siquiera sabía el número de teléfono de Johnson. Pero Kazue bajó la cabeza con una mirada preocupada.
—Por favor, ve con pies de plomo. Yuriko no será de las que les gusta cotillear, ¿verdad?
—Oh, ambas somos muy reservadas, como tumbas, no tienes por qué preocuparte.
—¿De verdad? Es un alivio. —Kazue miró su reloj—. Bueno, debería hacer acto de presencia en la reunión del equipo.
—¿Ya te han dejado patinar?
Ella asintió sin mucha convicción y cogió la bolsa de deporte azul marino que llevaban todas las integrantes del equipo.
—Me han dicho que en cuanto tenga un traje me dejarán patinar. Así que he confeccionado uno.
—¿Puedo verlo?
De mala gana, Kazue sacó el uniforme de patinaje de la bolsa. Era azul marino y dorado, los colores del Instituto Q. El corte y el diseño eran iguales que los de los vestidos de las animadoras.
—Yo misma he puesto las lentejuelas —dijo levantando el vestido hasta la altura del pecho.
—Parece el uniforme de una animadora —dije.
—¿Ah, sí? —Kazue parecía desconcertada—. Crees que lo he hecho parecido al uniforme de las animadoras porque no me dejaron entrar, ¿verdad?
—No, yo no pienso eso, pero quizá otros sí lo pensarán.
El rostro de Kazue se nubló al oír mi respuesta sincera, pero luego masculló, casi como hablando para sí:
—Ahora es demasiado tarde, ya está hecho. Lo hice así sólo porque me gustan los colores del Instituto Q.
Kazue se engañaba muy bien a sí misma, eso hay que reconocérselo. En menos que canta un gallo adaptaba la realidad a sus necesidades, algo que yo detestaba.
—¿Qué clase de chicas crees que le gustan a Kijima? Quiero decir, ¿las chicas de qué club? ¿Y si odia a las chicas del equipo de patinaje sobre hielo? ¿O si es uno de esos chicos frívolos a los que sólo les gustan las animadoras? ¿Qué haré, entonces?
—No te preocupes, las patinadoras son tan atractivas como las animadoras. Seguro que le gustan las patinadoras. ¡Al menos son mejores que las del equipo de baloncesto! Y me apuesto lo que quieras a que las que le gustan son las chicas que son buenas estudiando.
—¿Sí? ¿De verdad lo piensas? Desde que me enamoré de Kijima, estudio incluso con más ahínco.
Hablaba con alegría mientras extendía el uniforme sobre la mesa. Luego hizo un ovillo con él y lo metió de nuevo en la bolsa de deporte. Kazue era demasiado torpe para hacer algo con gracia.
—Oh, debo darme prisa. Si llego tarde tendré que pulir las cuchillas de los patines de las mayores. ¡Hasta luego!
Kazue cogió la bolsa donde llevaba el uniforme y los patines y salió trastabillando de la clase. Yo me quedé un rato sentada sola. Era otoño y anochecía pronto. Ya había oscurecido sin que me diera cuenta. Me empezó a doler el coxis. En el borde del pupitre sobre el que estaba sentada había una línea de garabatos. Alguien había escrito con rotulador: «Amor…, amor… ¡Amo a Junji!». «Amor…, amor… ¡Amo a Takashi!». «Amor…, amor… Amo a Kijima…». Sin darme cuenta, esas frases me llevaron a imaginar otras que se podrían escribir, porque me acordé de la pasión que había percibido entre Mitsuru y Kijima. Dejé escapar un largo suspiro.
Jamás en mi vida me he enamorado de un hombre. Sí, soy un ser humano que ha vivido tranquilamente sin sentir nunca un arrebato de pasión. Y no me arrepiento de ello. En el fondo,
Kazue no era tan diferente de mí. ¿Por qué ella no era capaz de darse cuenta de eso?
Eran más de las nueve. Acababa de salir del baño y me dirigía hacia el salón para ver la tele cuando se abrió la puerta de la calle y entró mi abuelo. Había estado bebiendo. Estaba rojo como un tomate y jadeaba.
—Llegas tarde; ya he cenado.
Le señalé los platos donde le había dejado algo de comida en la mesita del té: caballa con miso, judías hervidas y pepinillos en vinagre. Lo había preparado él mismo antes de salir. Suspiró profundamente sin decir nada. Llevaba un traje bastante llamativo que nunca antes le había visto, con anchas rayas blancas y negras sobre un fondo verde brillante. Su camisa de manga corta era de color amarillo pálido, y llevaba una corbata vaquera con un broche extraño. El abuelo tenía unas manos pequeñas para ser un hombre. Cuando se aflojó el nudo de la corbata se rió solo, como si acabara de recordar algo. Era evidente que había ido al Blue River.
—Abuelo, ¿has ido al bar de la madre de Mitsuru?
—Ajá.
—¿Estaba la madre de Mitsuru?
—Ajá.
La reserva de mi abuelo era rara, puesto que solía ser muy locuaz.
—Y, ¿qué tal ha ido?
—¡Qué mujer tan maravillosa! —masculló como respuesta, más para sí que para mí.
Luego se volvió para mirar el bonsái que había dejado fuera y salió a la galería, sin ganas de continuar la conversación conmigo. Nunca dejaba el bonsái fuera por la noche, de modo que su conducta me pareció especialmente desconcertante.
Aquella noche tuve un sueño extraño. Mi abuelo y yo estábamos flotando en un mar antiguo. Allí también estaba mi madre muerta y mi padre, que vivía con una mujer turca. Algunos de nosotros estábamos sentados en las rocas negras diseminadas sobre el lecho marino, mientras que otros descansaban directamente sobre la arena. Yo llevaba una falda plisada que de pequeña me encantaba. Recuerdo pasar la mano por los pliegues y pensar en la melancolía que me embargaba. Mi abuelo llevaba el mismo traje elegante con el que había ido al Blue River, su corbata flotando en el agua. Mis padres iban vestidos de estar por casa, y tenían el mismo aspecto que cuando yo era pequeña.
El mar empezó a llenarse de plancton, como si de copos de nieve arremolinándose se tratara. Cuando levanté la vista para mirar la superficie del agua, pude ver que el cielo sobre nosotros estaba despejado y era brillante pero, aun así, por alguna razón, mi familia y yo estábamos viviendo en el lecho oscuro del océano. Fue un sueño desconcertante y sereno a la vez. Y qué decir de que no viera a Yuriko por ninguna parte: sin ella me sentía relajada y en paz, aunque podía sentir la tensión mientras esperaba, ya que me preguntaba cuándo aparecería.
Kazue vino nadando vestida con el uniforme de animadora, el cabello negro azabache flotando detrás de ella y una mirada decidida. Llevaba unas medias color carne, así que supe que iba vestida con su traje de patinadora y no con el uniforme de animadora. Se movía muy concentrada siguiendo la música de los ejercicios rítmicos, pero, al estar bajo el agua, los movimientos eran lentos y lánguidos. Rompí a reír. Me pregunté si Mitsuru también estaría por allí, y eché un vistazo por si la veía. Mitsuru estaba escondida en un barco naufragado, estudiando, mientras Johnson y Masami estaban sentados en la cubierta. Pensé en ir hacia allí cuando, de repente, todo a mi alrededor se tornó oscuro. Una figura gigante proyectaba una sombra sobre la superficie del agua, tapando los rayos del sol. Sorprendida, levanté la vista.
Finalmente había aparecido Yuriko. Yo tenía el tamaño de una niña, pero mi hermana, con las facciones y el cuerpo de un adulto, iba vestida con las prendas ondulantes y blancas de una diosa marina. A través del vestido podía ver sus grandes pechos. Yuriko nadó hacia nosotros con sus piernas y sus brazos largos, con una radiante sonrisa en su cara hermosa. Cuando nos miró, sus ojos me aterrorizaron: no emitían luz. Me escondí a la sombra de una roca, pero Yuriko alargó los brazos exquisitamente formados y empezó a atraerme hacia sí.
Cuando desperté, faltaban cinco minutos para que sonara la alarma. Me quedé tumbada en la cama, pensando en el sueño. Desde que Yuriko había aparecido, tanto Mitsuru, como Kazue como mi abuelo habían cambiado de repente. Amor…, amor… Todo el mundo estaba enredado en el amor: Mitsuru estaba colada por el profesor Kijima, Kazue por el hijo de Kijima, y mi abuelo por la madre de Mitsuru. Por descontado, en lo que respecta al amor, no tengo ni idea de qué clase de reacción química tiene lugar en el corazón, puesto que nunca lo he experimentado. Lo único que sabía era que tenía que hacer algo para no perder las atenciones de mi abuelo y de Mitsuru. ¿Iba a ser capaz de luchar contra Yuriko? Bueno, en el fondo no importaba: no tenía elección.
En la pausa del almuerzo, Kazue se acercó lentamente a mi pupitre con una sonrisa de complicidad. Dejó la fiambrera en una silla vacía y la arrastró en dirección al pupitre con las patas chirriando sobre el suelo.
—¿Te importa si como contigo? —dijo.
Pero ya se había sentado antes de preguntar. Típico de ella. Le dirigí una mirada helada. «¡Perra! ¡Pesadilla recurrente! ¡Boba!». Ese día incluso parecía más repugnante de lo normal, tan repugnante que quería gritarle un insulto tras otro. Había intentado rizarse el pelo. Habitualmente, le caía sin gracia sobre la cabeza, como un casco, pero ese día le sobresalía por los costados como un sombrero de ala ancha. Aún podían verse las marcas donde había sujetado las pinzas de los rulos. Y, para rematarlo, se había hecho algo en sus ojitos somnolientos, de manera que parecía tener doble párpado.
—¿Qué te has puesto?
Kazue se llevó las manos lentamente a los ojos.
—Ah, es Elizabeth Eyelids.
Había usado un producto de belleza que las mujeres japonesas se adherían a los párpados para conseguir el pliegue de más que los hacía parecer occidentales. Una vez, en el baño, yo había visto a una de las alumnas veteranas poniéndoselo en los ojos. Sólo de imaginar a Kazue aplicándose la cola y empujando luego el párpado hacia adentro con aquella pequeña horca de plástico hacía que se me pusiera la carne de gallina. Además, se había acortado la falda radicalmente, de modo que le llegaba hasta la mitad de sus flacos muslos. Se esforzaba tanto por parecer atractiva que el resultado era absolutamente patético.
Las compañeras de clase se dieron de codazos entre sí al verla, y no hicieron el más mínimo esfuerzo por ocultar su risa. Me ponía enferma que alguien pudiera pensar que éramos amigas. No me había importado tanto mientras sólo era la fea sabionda, pero esa nueva transformación se debía a Yuriko, lo que lo empeoraba todo.
—Sato, tengo que pedirte un favor.
Dos compañeras de clase que también estaban en el equipo de patinaje sobre hielo se acercaron a Kazue. Ambas eran veteranas, pero una estaba claramente subordinada a la otra. Eran muy amigas. Las dos eran hijas de embajadores en países extranjeros. Al parecer, las diferentes funciones de un embajador conllevaban diferentes niveles de prestigio, según el país, y ellas se trataban con el respeto que se asociaba a los cargos de sus respectivos padres.
—¿De qué se trata? —preguntó Kazue, volviéndose alegremente para mirarlas.
Cuando le vieron los Elizabeth Eyelids se esforzaron por contener una sonrisa. Ella, sin embargo, no se dio cuenta de nada. En vez de eso, enrolló los dedos en sus bucles como si dijera: «¿Qué os parece mi nuevo peinado?». Cuando le miraron el cabello, no pudieron contener la risa por más tiempo. Kazue las observaba con la mirada vacía.
—Ahora que estamos en la mitad del trimestre, el equipo ha designado un comité de repaso, y nosotras estamos al cargo. No me gusta tener que pedírtelo, pero ¿nos prestarías tus apuntes de inglés y literatura clásica? Eres la mejor estudiante del equipo.
—Claro —respondió Kazue sonriendo con orgullo.
—En ese caso, ¿te importaría dejarnos también los apuntes de sociales y geografía? Todas te lo agradecerán mucho.
—Por supuesto.
Y salieron corriendo de la clase. No cabía duda de que en el vestíbulo iban a reírse como locas.
—¡Mira que eres idiota! —exclamé—. Eso del comité de repaso a mitad de trimestre no existe.
Sabía que no era asunto mío, pero no había podido evitarlo. Aunque tampoco es que a ella le afectara: todavía se estaba regocijando por haber oído que decían que era «la mejor estudiante del equipo».
—Nos tenemos que ayudar unas a otras.
—Oh, eso es estupendo. Y, ¿cómo te van a ayudar ellas a ti?
—Yo no sé patinar, así que me enseñarán cómo hacerlo.
—Espera un momento. ¿Te has apuntado al equipo de patinaje y no sabes patinar?
Kazue empezó a desenvolver el paño que cubría la fiambrera con gesto de preocupación. Luego sacó una bola de arroz pegajosa y una rodaja de tomate. Eso era todo. Yo me había llevado la caballa que mi abuelo no se había terminado y estaba disfrutando de mi comida, pero al ver lo poco que tenía ella, me quedé demasiado perpleja para seguir comiendo. Kazue empezó a masticar la bola de arroz como si le pareciera repugnante. Era sólo una bola de arroz ligeramente salada, sin nada dentro.
—No es que no sepa patinar en absoluto. He ido a patinar con mi padre muchas veces al parque Korakuen.
—Y, ¿cómo te fue con tu traje nuevo? ¿Te dejaron patinar?
—No es asunto tuyo.
Kazue se apartó.
—El uniforme y la pista deben de ser caros —insistí—. ¿Tu padre no se queja?
—¿Por qué debería hacerlo? —Kazue frunció la boca, enfadada—. Tenemos dinero.
Con toda probabilidad, no tenían el dinero suficiente. Recordé con amargura la penumbra en casa de Kazue y cómo su padre me había perseguido para que le pagara la llamada internacional que hice.
—No hablemos más del equipo. Lo que me interesa es Yuriko. ¿Has hablado con ella?
—La llamé enseguida. Escucha, no tienes nada de qué preocuparte. Yuriko me dijo que Kijima sólo le estaba mostrando la escuela. También dijo que no le parecía que Kijima estuviera saliendo con nadie ahora.
—¡Eso es genial! —Kazue aplaudió de felicidad. La emoción de mentir me pareció mucho más entretenida de lo que había imaginado.
—Ah, una cosa más. Es sólo la opinión de Yuriko, por supuesto, y puede que no tenga ninguna importancia, pero al parecer a Kijima le gustan las actrices mayores.
—¿Quién? ¿Quién?
—Actrices como Reiko Ohara.
Me había lanzado y ya no podía parar. En aquella época, Reiko Ohara era una de las actrices más admiradas, o eso había oído.
—¡Reiko Ohara! —aulló Kazue, y miró a la lejanía con frustración.
«¿Cómo voy a igualar a Reiko Ohara?», parecía estar pensando. Por un momento, me acordé de cómo disfrutaba engatusando a mi hermana con mis mentiras cuando éramos pequeñas, y mi corazón se aceleró. Pero Yuriko nunca me había creído del todo, siempre había una parte en ella que se resistía. Aunque hasta un niño sabe que no es muy listo, ella de alguna forma mantenía cierta desconfianza. Pero Kazue no. Se tragó las mentiras de cabo a rabo.
—¡Oh, no! ¿Qué voy a hacer? ¿Cómo puedo competir con ella?
Luego me miró esperanzada. Al final había resurgido su narcisismo: rápidamente iba recobrando la confianza.
—Para empezar —afirmé para persuadirla—, eres buena en los estudios, y sabes que a Kijima le gustan las chicas inteligentes. Aunque es verdad que habló de Mitsuru. Quizá esté interesado en ella.
—¿En Mitsuru? —Kazue se volvió para observarla.
Mitsuru estaba sentada leyendo un libro forrado con papel de periódico; no podía estar segura, pero parecía una novela en inglés. Mientras Kazue la escudriñaba, noté el fuego de los celos prendiendo en sus mejillas.
Mitsuru debió de notar que Kazue la observaba, porque se giró y nos miró, aunque no demostró ningún interés en especial. Pensé que era raro que Mitsuru ni siquiera me hubiera comentado la visita de mi abuelo al bar de su madre la noche anterior. Tal vez su madre no le había dicho que él había ido.
—¡Oye, oye! —empezó a incordiarme Kazue—. ¿Te contó tu hermana algo del tipo de chica que le gusta a Kijima?
—Bueno, creo que se puede decir que le gustan las chicas guapas… Al fin y al cabo, es un hombre.
—Las chicas guapas, claro…
Kazue dio algunos bocados más a su bola de arroz y suspiró.
—¡Ojalá me pareciera a Yuriko! Si hubiera nacido con su cara… No puedo ni imaginar cuánto mejoraría mi vida. Se me abriría un mundo completamente nuevo. En serio, tener una cara así, y también cerebro, por supuesto, ¿qué más se puede pedir?
—Yuriko es un monstruo.
—Supongo, pero si yo pudiera llegar a donde ella ha llegado sin tener que estudiar, no me importaría en absoluto ser un monstruo.
Kazue lo decía completamente en serio. Y, al final, se convirtió en un monstruo de pies a cabeza. Claro que en ese momento aún no podía imaginar cómo iban a desarrollarse las cosas. ¿Qué? ¿Pensáis que Kazue se convirtió en lo que se convirtió por lo que le dije entonces? No lo creo. No. Lo que yo creo es que hay algo congénito en cada persona que forma su carácter y eso es lo que determina todo lo demás. Había algo en el interior de Kazue que tenía la culpa de su cambio de apariencia. Estoy segura de ello.
—Comes como un pájaro. Debes de atracarte en el desayuno —le dije con malicia.
Ella negó con determinación.
—Para nada. Sólo bebo leche.
—¿En serio? El día que fui a tu casa te acabaste todo lo del plato. Incluso engulliste la salsa que sobró.
Ofendida, Kazue me miró furiosa.
—Pues ahora ya no hago eso. Ahora me fijo en lo que como porque quiero ser tan guapa como una modelo.
En ese momento pensé algo muy cruel. Si adelgazaba todavía más, tendría un aspecto tan horrible que no habría forma de que nadie se sintiera atraído por ella.
—Sí, tienes razón. Si adelgazas un poco estarás perfecta —dije.
—Lo sé, yo opino lo mismo. —Se levantó la falda con timidez—. Tengo unas piernas tan gordas. En los entrenamientos me han dicho que cuanto más delgada, más ligera, lo que hace que resulte más fácil patinar.
—Todo cuanto tienes que hacer es esforzarte un poco más. Kijima también es delgado, ¿no?
Kazue asintió con convicción al oír eso. Luego añadió con alegría:
—Si estuviera un poco más delgada, sería más guapa, y Kijima y yo haríamos una pareja perfecta.
Envolvió la fiambrera vacía con el paño manchado de tomate. Mitsuru se acercó entonces con el libro bajo el brazo y me dio una palmada en el hombro.
—Yuriko está aquí —señaló—. Dice que tiene que hablar contigo.
¿Yuriko? ¿Cuántas veces le había dicho que no viniera a verme bajo ningún concepto? Sorprendida, me dispuse a salir al pasillo. Estaba en la puerta, junto a Kijima hijo, mirándome. Kazue no se había dado cuenta de su presencia, así que le di un empujoncito.
—Es Kijima.
Kazue se puso nerviosa y enrojeció como un tomate. En su rostro podía leerse: «¿Qué voy a hacer? ¿Qué voy a hacer? ¡Todavía no estoy preparada para que me vea! ¿Qué voy a hacer?».
Me levanté.
—No te preocupes, han venido a hablar conmigo.
—¡Oh! Le has dicho a Yuriko que me gusta Kijima, ¿verdad?
—No se lo he dicho.
Dejé que le entrara el pánico y me dirigí hacia ellos. Mi hermana me observó mientras me acercaba. Estaba tiesa como un palo, y por entonces ya medía diez centímetros más que yo. De las mangas cortas de la blusa salían sus brazos largos, esbeltos y bien torneados. Incluso sus dedos eran preciosos.
—¿Qué queréis?
Al oír mi tono brusco, Kijima se estremeció.
—El profesor Kijima es mi tutor, creo que ya lo sabes, y me ha pedido que rellene una hoja informativa sobre mi familia. Pero no sé qué debería escribir. Creo que sería extraño si tú y yo no respondemos lo mismo.
—¿Por qué no la rellenas con información sobre Johnson y Masami?
—Pero ellos no son mi verdadera familia, ¿no?
Kijima sonrió con dulzura y admiró la cara de Yuriko. Ella se sonrojó. Sus ojos tenían un brillo especial. La ira hace nacer la determinación, y en los ojos de Yuriko había un brillo de determinación. No había razón para que mi hermana tuviera determinación, y yo tenía que pisotearla fuera como fuese.
—He rellenado el formulario con información sobre ti y sobre papá. Pero si el profesor Kijima me pregunta algo más, le diré que venga a hablar contigo.
—Perfecto, deja que yo me ocupe.
Miré a Kijima hijo.
—¿Tú no eres el hijo del profesor Kijima?
—Sí, ¿y a ti qué te importa eso? —Me devolvió una mirada furiosa. Estaba claro que no había nada que odiara más que le preguntaran sobre su padre.
—Sólo lo digo porque el profesor Kijima es un buen profesor.
—Pues en casa también es un buen padre —se defendió él.
—Yuriko y tú siempre estáis juntos, debéis de ser buenos amigos.
—Es porque yo soy su agente —bromeó Takashi. Se metió las manos en los bolsillos y se encogió de hombros.
Aquellos dos se llevaban algo entre manos, y yo tenía tantas ganas de saber qué era que apenas podía controlarme.
—¿Qué clase de agente?
—Hago un poco de esto y un poco de aquello. Por cierto, Yuriko ha decidido unirse al equipo de animadoras.
«Vaya, menuda ironía», pensé, y me volví para mirar a Kazue. Estaba cabizbaja, fingiendo indiferencia, pero yo sabía que cada célula de su cuerpo estaba pendiente de todo lo que hacíamos.
—Kijima, ¿qué te parece aquella chica de allí?
Él le echó un vistazo y luego se encogió de hombros sin el menor interés. Yuriko pareció repentinamente incómoda y le tiró del brazo.
—Kijima, vámonos.
Cuando Yuriko se volvió para marcharse, de repente me di cuenta de que ya no era aquella niña pequeña que me había perseguido por la carretera nevada aquella noche. Seis meses antes, cuando se había marchado a Suiza, apenas articulaba palabra pero, al separarse de mí, se había vuelto mucho más decidida.
—¿Yuriko? —dije cogiéndola del brazo—. ¿Qué te ha pasado en Suiza?
¿Tenía baja la temperatura corporal, porque su brazo estaba helado? ¿Por qué le había preguntado eso? Supongo que era obvio, y había hecho la pregunta con mala idea. Quería obligarla a que me dijera lo que yo ya había entrevisto, es decir, que se había acostado con un hombre. Yuriko ya no era virgen.
Pero la respuesta de mi hermana me sorprendió.
—He perdido a la persona que más quería.
—¿A quién?
—No me digas que ya te has olvidado. —El brillo en los ojos de Yuriko se intensificó por un momento, como si de una llama se tratara—. Mamá, por supuesto.
Me miró con desprecio. Su rostro se contrajo, el brillo en sus ojos empezó a parpadear y su expresión se entristeció. Yo anhelaba conseguir que aquella cara se tornara incluso más horrenda de lo que ya era en ese momento.
—¡Si no te pareces en absoluto a ella! —le espeté.
—El parecido no tiene ninguna importancia. —Me dijo esto a modo de despedida, y luego se apoyó en el hombro de Takashi—. Ya he tenido suficiente, Kijima. Salgamos de aquí.
Él apenas tuvo tiempo de volverse antes de que Yuriko lo arrastrara por el pasillo, pero se las arregló para observarme con una mirada curiosa. Sí, eso es. Me sentía orgullosa de lo del parecido, y no iba a dejar de estarlo. Incluso ahora lo estoy, no sé por qué.
Antes de que pudiera volver a sentarme, Kazue vino corriendo y empezó a interrogarme.
—Oye, ¿de qué habéis estado hablando? Has estado un buen rato fuera.
—Ah, de muchas cosas, pero no hemos hablado de ti.
Kazue bajó sus párpados artificiales y pensó un momento antes de preguntar:
—¿Qué debería hacer para que Kijima se fijara en mí?
—¿Por qué no le escribes una carta?
Su rostro se iluminó con mi sugerencia.
—¡Qué gran idea! Sí, le escribiré una carta. Pero, antes de enviarla, ¿te la podría enseñar a ti? Me ayudaría tener una opinión imparcial.
¿Imparcial? Mis labios se torcieron con una sonrisa. Me di cuenta de que mi sonrisa era una imitación de la que Yuriko había esbozado antes.