En mayo de 2266, diez meses después de que Finn desapareció, alguien tocó a la puerta de Rouge en el Rubik. Qué raro, pensó. Los invitados siempre anunciaban su inminente llegada con un mensaje de BC. Se alejó —aunque no con premura— del trabajo, y con la idea de que Hildburg, el ama de llaves, o JoeJoe, el intendente, se habían descompuesto y estaban paseando sin control. Entonces abrió la puerta diciendo: «Hey, ¿y ahora qué?».
Pero se sorprendió al encontrar a un hombre y a un niño frente a ella. El hombre tenía un parecido asombroso con JoeJoe, aunque sin barba. Era alto y corpulento como el robot. A diferencia de lo mucho que distraían en un robot, en aquel hombre los mismos llamativos rasgos y la robustez resultaban impactantes. Rouge rara vez se había topado con un tipo de una masculinidad tan cruda. El visitante tenía, sin embargo, cierta ternura. ¿Tal vez daba esa impresión por la forma en que tomaba la mano del niño? Rouge notó la ropa: camisetas y jeans. También usaban gorras con un borde rígido y largo. La del niño tenía un símbolo blanco al frente. ¿O eran letras? ¿N y Y? El conjunto hizo a Rouge recordar el atuendo que Finn usó en el viaje de 2007-2011. Y en ese momento comprendió que aquel hombre era un Forester. Conoció a algunos en sus viajes por la Selva del Amazonas y en Suecia el verano que pasó allá.
¿Y qué hacía ese Forester tocando a su puerta?
Pero más allá de la repentina aparición del hombre con el niño, de su parecido con JoeJoe, de sus ropas o de que fuera un Forester, lo más sorprendente fue la reacción de Rouge en su presencia. Experimentó algo inusitado, una reacción química, un vuelco de hormonas que estuvo a punto de hacerla caer de espaldas. Fue algo extraordinario. Todo su cuerpo se puso alerta de repente debido a… al anhelo. No habían pasado más de, tal vez, cuatro segundos desde que le puso encima los ojos a aquel hombre, pero la ilusión ya le causaba vértigo. Algo así le había sucedido con Finn, pero en aquel caso las emociones la fueron embargando poco a poco. El sentimiento del presente era poco común por lo repentino e intenso.
—¿Rouge Marie Moreau? —preguntó el hombre.
Su voz era sonora y plena. La envolvió por completo.
—Sí —contestó ella.
Él extendió la mano y ella la estrechó.
—Raoul —dijo—, Raoul Aaronson. —Miró al niño—. Y este es mi hijo, Colin Aaronson-Aiello.
Colin extendió su manita.
—Gusto en conocerla —declaró con amable cautela.
Rouge logró sonreír al saludarlo, pero la mayor parte de su energía estaba enfocada en mantener las rodillas firmes porque ya comenzaba a bambolearse. Aunque bueno, al menos ya sabía quién era el hombre. En julio, a eones de distancia, Finn le había dado a Rouge el número de celular de Raoul. Le mencionó algo sobre la esposa. Fue una tragedia, ella…
—Somos amigos de Finn Nordstrom —explicó el hombre.
—Sí —dijo Rouge—, se quedó contigo. —Ah, ya lo recordaba. Su esposa había muerto cuando nació su hijo.
—En julio, antes de que Finn nos dejara, nos pidió que le trajéramos algo.
—Pasen —dijo, y les permitió entrar a su casa. Y a su vida.
—Un libro. —Rouge dejó caer la envoltura café al suelo. Acarició por un momento la piel color coñac del libro, y lo abrió. Sobre las suaves hojas color crema vio palabras; miles y miles de ellas. Miró a Raoul. Él estaba sentado en un sillón a unos metros de distancia. Se veía tonto. Era demasiado grande para ese mueble. Las rodillas y los codos sobresalían por todos lados.
—Está escrito a mano —dijo Rouge.
Él se inclinó al frente.
—Sí, yo sé.
«Sí, yo sé.» Cuando hacían negocios o tenían tratos con los citadinos, los Forester hablaban de la misma forma que estos, pero él acababa de usar la palabra «yo», y eso provocó que una oleada de hormonas recorriera el cuerpo de Rouge. Era obvio que no estaba en control de sus emociones. Avergonzada, miró la página donde estaba abierto el libro. ¿Por qué le habría dado Finn un libro? Trató de leer las palabras con los ojos entrecerrados. Sus labios iban formando las primeras letras.
—«In-fi…» —comenzó a leer, pero se dio por vencida—. ¿Usted sabe lo que dice? —le preguntó a Raoul—. Es muy difícil de leer.
Él se levantó y con sus dos metros de estatura se acercó a Rouge, quien estaba sentada en el sofá. Colin se encontraba estirado en el piso junto a la ventana mirador, con una taza de chocolate. Elevó la mirada por un instante, pero luego volvió a las páginas que estaba leyendo. Eran coloridas y estaban llenas de imágenes con globos sobre las cabezas de los personajes en los que uno podía leer lo que pensaban o decían.
Rouge le entregó el libro de piel a Raoul.
—Tenga.
Parecía que Raoul no sabía si sentarse en el sofá o no. Decidió no hacerlo, y volvió a su lugar con el libro. Leyó las palabras.
—Aquí dice «Infinitissimo». Es el título.
—¿El título?
—Del libro.
—¿Y qué dice abajo?
Raoul se rio.
Y Rouge se sonrojó. Evidentemente, al hombre le parecía absurdo que una mujer inteligente no pudiera leer letra cursiva. Pero entonces Raoul comprendió que estaba avergonzada.
—Lo lamento. —Se sentó derecho—. Abajo dice: «Por Finn Nordstrom».
—¿Es suyo? —exclamó Rouge—. ¿Él lo escribió?
—Sí, yo lo vi hacerlo.
Rouge extendió la mano. Él se levantó y le devolvió el libro. Ella pasó las páginas. Extraordinario. Sabía mucho de Finn, pero jamás se habría esperado algo así. Infinitissimo, pensó. Al libro que escribió le puso el nombre del perfume de Eliana. Al hojearlo, Rouge incluso alcanzó a percibir el tenue perfume. ¿Le habría rociado algunas gotas de la misma forma en que Eliana describió que ella lo hacía con sus diarios? La fragancia le resultaba conocida a Rouge porque encontró una pequeña ampolleta en el buró que solía ser de Finn. Ahora era suyo.
—Infinitissimo es un perfume —dijo. Le dio vuelta a la página y volvió a enfrentarse trabajosamente a las letras—. Ca-pí tu… lo u-no… —Levantó la mirada y vio a Raoul—. Es muy difícil.
Raoul asintió.
—Pero él quiere que lo lea.
—Esta física no estudió para leer manuscritos.
—¿Es usted fiscuan?
Ella asintió. En el rostro de Raoul se dibujó una sonrisa.
—Una mujer moderna —dijo sin mucho aspaviento, aunque con un toque de reverencia.
Sus miradas se cruzaron.
—Ese libro es de mi mamá —dijo Colin—. Ella lo fabricó.
La voz del niño los tomó por sorpresa a ambos. De pronto estaba parado junto a Rouge.
—Carmine.
—Es un lindo nombre —dijo Rouge.
—Yo sé.
Rouge vio al niño. Había algo familiar en él. Cuando le sonrió, pensó que era un pequeño dulce y tranquilo. Oh, se estaba empezando a volver loca por él.
—Mi esposa trabajaba con papel —dijo Raoul.
—Finn lo mencionó. —Con la mirada, Rouge también le hizo saber que estaba al tanto de la muerte de su esposa.
—Ahora ya estamos bien —dijo Raoul—. Bueno, la mayor parte del tiempo.
Ella asintió. Raoul bebió un poco del té que Rouge le había preparado. Ella volvió a acariciar la portada.
—¿Consideraría la posibilidad de leerlo en voz alta? —le preguntó a Raoul.
—¿A usted?
Ella asintió.
—¿Finn sabía que no lee manuscrita?
—Por supuesto. ¿Quién sí puede? —Oh, ¿lo habría ofendido?— ¿Excepto por los Forester y algunos académicos con entrenamiento especial?
Raoul se quitó la gorra y jugueteó con su cabello. Era grueso y ondulado.
—Pero tal vez hay información privada de la que yo no debería enterarme.
Su cabello brilló bajo la luz. Era de un color café muy vivo. Rouge pensó que sería agradable pasar sus dedos por él.
—Usted era su amigo —dijo ella—. Probablemente no le importaría que se enterara de lo que en él dice.
La mirada de Raoul volvió a entrelazarse con la de ella.
—¿Dónde está? ¿Adónde se fue? ¿Usted lo sabe? ¿Volverá?
—Léalo, por favor. Tal vez la respuesta esté en el libro.
—¿Me está chantajeando? —le preguntó Raoul con una sonrisa que ella le devolvió.
—Más o menos.
—¿Y si la respuesta no está aquí?
—Él se lo dirá.
Raoul se recostó.
—Es un travieso, ¿sabe? Se lo pudo enviar a usted directamente, pero creo que quería que yo se lo leyera, y por eso me pidió entregarlo.
—Sí —dijo ella—, eso parece.
Ambos sonrieron.
Raoul apartó una habitación de invitados en el Rubik, llevó a Colin con unos parientes que vivían en el Bosque Bávaro, y a la mañana siguiente comenzó a trabajar con Rouge.
Al principio de la crónica, cuando se le habla por primera vez al lector acerca de Rouge y Finn describe los sentimientos encontrados que tiene respecto a ella, Raoul le preguntó si estaba completamente segura de que no le importaba que él leyera. Con la mano, y en un gesto raudo de indiferencia, ella le hizo saber que no le molestaba.
—¿Está segura?
—Vamos —insistió Rouge—, siga. —No quería que Raoul se detuviera. Jamás había escuchado una voz tan agradable. Era como terciopelo. De pronto se sorprendió a sí misma pensando cómo sería quedarse dormida arrullada por aquella voz.
Raoul estaba sentado en el sillón individual y Rouge en el sofá. Hicieron un descanso para comer, para beber té y para cenar. Antes de retirarse, él mencionó que estaba intrigado por lo que había leído acerca del Instituto Olga Zhukova, y que le gustaría visitarlo. Ella ofreció investigar si eso era posible. Así fue su primer día de trabajo.
Al segundo día, Raoul se sentó en un extremo del sofá y ella en el otro. Cuando leyó que habían engañado a Finn para hacerlo viajar en el tiempo, volteó indignado a ver a Rouge.
—No fueron honestos con él —le dijo.
—No, no lo fuimos. Era imposible.
Al final del día ya se tuteaban.
Al tercer día ambos se sentaron en medio del sofá. Raoul estaba un poco ronco por tanto leer, así que continuó hablando en voz baja. A Rouge le agradó el cambio. Mientras leía, percibió el peculiar y natural aroma de él. Había algo oscuro y prohibido en ese aroma. Pero era fascinante.
Tomaron un descanso para ir al IOZ. A Rouge no le sorprendió ver que Raoul entendía con facilidad varios conceptos técnicos y científicos. Por la noche pasearon despreocupadamente en los jardines del Museo de Cultura Europea. Ignoraron las miradas: los Forester no eran algo común en el DPA BAD. Cerca de la Colección Gartenzwerg encontraron una banca vacía y siguieron leyendo. Al final de esa jornada, cuando cayó la oscuridad, estaban sentados tan cerca que los paseantes pensaron que se trataba de una pareja. Pero al despedirse solo estrecharon las manos.
En la cuarta y última mañana, ambos se recostaron bocabajo, uno junto al otro, estirados sobre la cama de Rouge. Sabían que tendrían que separarse cuando terminaran de leer el libro.
—«Y entonces, querido lector, mi vida y mi amor quedarán en manos del tiempo…». —Raoul cerró el libro y rodó hasta quedar bocarriba.
Rouge también se volteó.
Ambos miraron al techo y a través del domo observaron cómo flotaban las nubes.
—¿Y entonces? —preguntó Raoul finalmente y volteó a verla—. Dime, ¿lo logró o no?
Ella volteó a verlo.
—Está a salvo.
A Raoul se le iluminó el rostro.
—¿Está donde quería estar?
—Sí.
—¿Con Eliana?
—Sí.
Raoul se sentó.
—¿Cómo lo sabes?
—Enviamos a alguien al año 2018, al 4 de junio de 2018, dos meses antes del Invierno Negro.
—¿Por qué a 2018?
—Porque era el único portal que tenía disponible el IOZ. Y, además, queríamos saber qué era de Finn. Pero ha estado ahí desde septiembre de 2011, tal como lo planeamos.
—¿Lo planeamos? ¿Quiénes? ¿Tú?
—Todos nosotros.
Raoul se le quedó viendo un momento mientras trataba de entender. Luego gritó de alegría.
—¡Lo hizo! ¡Maldita sea! ¡Logró lo que quería! —No podía dejar de reír.
Rouge lo observó. Jamás había visto a alguien reír con tanto desenfreno. Rio con tanta fuerza que se le salieron las lágrimas. Del bolsillo de sus jeans sacó un paquete de pañuelos de papel. Ella compró un paquete igual en una ocasión, en una boutique Forester en Suecia. Fue un recuerdo de viaje. Miró a Raoul mientras él se limpiaba la cara y se sonaba la nariz. Después lo vio guardar el pañuelo de nuevo en su bolsillo.
—Sabíamos que estas cosas sucedían —dijo Raoul—. Además, como yo viajo un poco, escucho cosas aquí y allá. Todos lo sabíamos, pero… ¡vaya! Esto es demasiado que digerir. —Sacudió la cabeza. Por un momento pareció que empezaría a reírse de nuevo, pero luego dijo—: ¿Y entonces cuál fue el reporte? ¿Dónde lo vieron? ¿Qué estaba haciendo?
—La última vez fue visto en un supermercado de alimentos naturistas en Charlottenburg.
—Un supermercado de alimentos naturistas. —Raoul sonrió—. Oh, oh, oh.
—Estaba con Eliana, comprando espárragos frescos.
Raoul se quedó pensando.
—Espárragos frescos. —Miró a Rouge—. ¿Y eso fue todo?
—También lo vieron verificando la madurez de los melones. Los presionó por todos lados y los olió.
—¿Y el reporte decía cómo se veían? ¿Bien? ¿O…?
—¿Los espárragos o los melones?
Raoul volvió a reírse como loco otra vez.
—¿Qué? —preguntó Rouge, confundida—. ¿Qué?
—¡A Finn y Eliana! ¿Los vieron bien? ¿Sanos? ¿Felices?
—Ah. —Rouge se ruborizó—. ¿Cómo dijo Finn? ¿«El personaje serio del dúo de comedia»?
Raoul asintió y sonrió.
—Sí —dijo al mismo tiempo que acariciaba el rostro de Rouge con su mirada—. Sí, el personaje serio más hermoso que un hombre pudo conocer.
Rouge tragó saliva antes de hablar.
—Se reportó —continuó— que Finn y Eliana se veían en armonía. —Hizo una pausa y luego añadió—: Él llevaba un bebé en una cangurera.
—Un bebé. Vaya. Qué bueno. Para ambos. ¿Era Lucia?
—Cuando quiso captar su atención, Eliana llamó al bebé ChiChi.
—Entonces fue un final feliz. Bravo.
Rouge frunció el ceño.
—Bueno, no del todo.
—¡Hey, vamos! Lo van a lograr, seguro. Finn sabrá qué hacer. Es un tipo listo. Tal vez se encierren en un agujero en la costa del Báltico. Con sus suegros. ¿Y qué pasó con el padre? ¿Cuál fue su papel?
Rouge se encogió de hombros.
—Tal vez no fue importante.
Raoul se recostó más atrás y entrelazó los dedos detrás de la cabeza.
—Entonces el ADN del bebé ChiChi está en el anillo de ámbar, y la joven que estuvo con Eliana en el café era su clon adulto.
—Eso parece.
—¿Pero quién va fabricar ese clon? ¿Y por qué? Pensé que los clones eran un problema.
—Los basiclones pueden ser seres humanos perfectos, siempre y cuando se les estimule para confiar en sí mismos. Lo mismo sucede con todos los niños.
—Eso es verdad. —Raoul volvió a sentarse—. Entonces el ADN del anillo se usará para hacer el clon.
—Es posible, sí, pero no estaremos seguros hasta que verifiquemos que realmente hay algo en el anillo. —Rouge lo miró, una vez más pudo percibir su aroma a tierra. Tal vez estaba sudando y eso acentuaba el olor—. ¿Tienes calor?
—Sí. —Raoul bajó las piernas de la cama—. Volveré enseguida, tengo que refrescarme la cara un poco. —Luego fingió ser muy severo—: Pero no te vayas porque no he acabado contigo.
Era una amenaza dulce que a ella no le molestó. Abrió el cajón de su buró y dejó caer unas gotas de Infinitissimo sobre sus muñecas. Luego se colocó un poco detrás de las orejas. Volvió a tapar la ampolleta, pero lo pensó bien y volvió a abrirla para poner algunas gotas en el hueco entre sus senos. Fue a la cocina por dos vasos de agua helada. Cuando regresó, Raoul daba vueltas en la habitación.
—Todo este asunto es un poco surrealista para mí —dijo él—. Es como voltear la cabeza hacia atrás, y luego tratar de caminar hacia el frente. Tan solo de pensarlo me da jaqueca. —Se pasaba los dedos por el cabello incesantemente—. ¡Y no puedo dejar de pensar que tú tienes el poder para volver y salvarlos! Lo percibo. ¡Sé que puedes ¿No es verdad?
Ella sacudió la cabeza.
—Está fuera de nuestras manos, Raoul. Así es la física del tiempo. Recuerda: «Las leyes de la física son las leyes de la física. No tienen que agradarte, pero sí debes obedecerlas». Sucede lo mismo con las leyes del tiempo.
—No estoy totalmente convencido —dijo Raoul. Vencido por el momento, se dejó caer en el sofá.
Ambos se quedaron ahí en silencio por un rato. Pensando… Pero Raoul rompió el silencio de pronto.
—Hueles bien —señaló—. ¿Qué es?
—Infinitissimo.
—Ah, Infinitissimo, el Gran Seductor.
Sus miradas se encontraron.
—Tú también hueles bien —dijo ella.
Raoul se rio.
—A sudor, y a cedro, supongo. Mantenemos nuestra ropa fresca con bolsitas de cedro.
—Cedro —dijo Rouge, como si jamás hubiera escuchado aquella palabra—. Cedro. —Olía a bosque, por supuesto.
Raoul se puso cómodo y estiró un brazo sobre el respaldo del sofá.
—Debo decir que hay algo engañoso en ti.
Rouge sintió el calor de la mano de Raoul cerca de su cuello. Volteó a verlo.
—Pero eso no parece preocuparte.
Raoul dejó caer su mano sobre el hombro de Rouge.
—Al contrario, estoy intrigado.
Con sus dedos acarició la nuca de Rouge. Pero ahora ella quería sentirlos por todas partes. Por todas.
Y entonces, tras leer sus pensamientos, Raoul la atrajo hacia él.
Y se besaron.