El profesor Grossmann se inclinó y estrechó mi mano con tanta fuerza que su corbata de cordón se sacudió y chocó y chocó contra su pecho.
—¡Bienvenido a casa, señor Nordstrom! ¡Bienvenido! ¡Cómo se siente?
—Bien, gracias. Genial, de hecho. —Pero para ser honesto estaba un poco desorientado, como solía suceder cada vez que regresaba. Era parecido a despertar en medio de un sueño y recordar todos los detalles. Como confrontarse con un fragmento y luego con otro para tratar de encontrarle la lógica a todo el suceso. ¡Pero vaya sueño!
—¡Bien hecho! —El profesor sonrió y su corbata de cordón se detuvo al fin. Era una antigua imagen lenticular del siglo XXI, el cráneo de una vaca sobre la arena del desierto.
Me encogí de hombros: no entendía bien por qué me felicitaba. Su mirada surcó mi rostro.
—¡Vaya! ¿Pero qué sucedió? Se ve tan… contento.
¿Que qué sucedió? Sucedió el amor. Pero no podía decírselo; no lo hubiera entendido.
—Este viajero visitó a amigos que se han vuelto entrañables. En el norte, en la costa del Báltico.
—¿Y podría contarme los detalles?
De hecho no, quería decirle, pero solo volví a encoger los hombros.
—¿Tiene algo que ver con la jovencita del diario? —preguntó el profesor arteramente.
Me sonrojé. El calor se extendió de la corona de mi cabeza hasta las mejillas y luego hacia el cuello. Fingí un bostezo para ocultarlo.
—¿Qué hora es aquí? —pregunté e ignoré su pregunta. Si realmente era importante volvería a hacerla, y entonces ya vería yo cómo lidiar con ella.
—Aproximadamente unas dos horas después de que nos dejó para ir a 2011. Todavía es jueves, primero de junio de 2265. Es la 1:37 p.m., para ser exactos.
Viví una semana completa en dos horas. También maduré en esos días. Incluso ahora pensaba con mayor claridad o, mejor dicho, con más creatividad. De pronto tuve un pensamiento extraordinario.
—¿Y sería posible regresar antes de irnos al viaje?
Estaba pensando en mi pluma fuente. La había dejado con Eliana. Le expliqué que como estaría de viaje las siguientes cuatro semanas, la pluma estaría más segura en sus manos hasta que yo regresara, en septiembre. Si estaba en dos lugares a la vez, con Eliana en agosto de 2011 y en el Rubik en junio de 2265, ¿también yo podía estar en dos lugares a la vez? Me fui a 2011 dos horas antes, a las 11:30. ¿Qué tal si me hubieran regresado a las 9 a.m. en lugar de a la 1:37? ¿Me habría encontrado conmigo mismo mientras me preparaban para el viaje?
—Ese asunto involucra ciertos conocimientos de matemáticas que tal vez usted no tenga, señor Nordstrom. Para responder sin tecnicismos, y de una manera concisa, este profesor le dirá que no. No puede regresar antes de haberse ido. —El profesor me pasó un brazo por encima de los hombros—. Por desgracia no podemos entrar en detalles en este momento, así que lo mejor será poner esta conversación en nuestra «Lista de pendientes», ¿le parece? La prioridad ahora es que se aclimate; que le hagamos las pruebas y lo pasemos al laboratorio de memoria. —El profesor me miró como tratando de adivinar lo que pensaba—. Tiene mejor color. Qué bueno. —Volteó a ver a Rouge—. ¿Cuándo se elaborará el reporte del señor Nordstrom, mademoiselle Moreau?
—Mañana por la tarde.
Volteó a verme de nuevo.
—Señor Nordstrom, el director de la Biblioteca de Europa, el Doctor Doctor Sriwanichpoom, le envía sus buenos deseos explícitos y espera verlo mañana en su oficina. En cuanto vuelva a encender su BC encontrará una solicitud oficial y la hora precisa.
El profesor tenía una reunión y no podía examinarme. Sus asistentes me llevaron de prisa al centro de análisis para realizar los exámenes de cajón. En esta ocasión me revisó la doctora Yuka Shihomi, asistente personal del doctor Grossmann. La había visto varias veces antes corriendo detrás del profesor por los pasillos, pegada a la pared como si le tuviera miedo a los espacios abiertos, o en silencio mientras le ayudaba a su jefe a revisarme. Esta era la primera vez que de ella escuchaba algo más que un acallado «Buenos días» o «Al profesor Grossmann le gustaría verlo», o «Dé vuelta a la izquierda, por favor». Yuka, muy platicadora, me llevó a la cabina del laboratorio de memoria y ahí los técnicos me prepararon para el escaneo. Mi mente divagó mientras ellos descargaban los recuerdos.
Rudolph Lorenz, el padre de Eliana, era un enigma. A veces parecía dar indicios de saber quién era yo, ¿pero cómo? Tal vez solo percibía que era diferente, o quizá yo me esforzaba demasiado por leer entre líneas. A pesar de todo, en nuestra última conversación se empeñó en hacerme pensar acerca de volver a Berlín. No solo en septiembre, sino de forma permanente. «Un joven como tú no debería tener ningún problema para encontrar trabajo aquí», dijo. «Yo te podría ayudar a establecerte. Además, ¿qué tienes que perder?»
Tenía mucho que perder: mi hogar en Fire Island, mi estilo de vida, mi empleo, mis amigos y posiblemente mi inmortalidad. Ganaría el amor que, quizá, es el mayor de todos los regalos, sin embargo, toda mi vida me dijeron que el amor era algo inseguro. ¿De verdad podría renunciar a todo para dar este salto de fe? En ese momento, la mera idea de hacerlo era absurda. Por eso le agradecí a Rudi y no tocamos más el tema.
Pero en el tren de vuelta a Berlín, mientras Eliana dormía con la cabeza apoyada en mi hombro, de repente me pregunté cómo sería la vida sin ella. Una parte de mí veía una casa asoleada y llena de bebés rollizos y carcajeantes que no serían adoctrinados para creer que el pragmatismo sedante es la única clave de una vida equilibrada. Pero otra parte de mí se preguntaba si en verdad seríamos felices. Mi mayor habilidad —leer alemán manuscrito— y mi campo de acción —la era previa al Invierno Negro— eran inútiles en la Alemania de entre milenios. ¿Encontraría un empleo? ¿O…?
—¿Hola? —dijo una voz.
Abrí los ojos. La puerta a la cabina de escaneo de recuerdos estaba abierta y Yuka Shihomi se asomaba desde ahí.
—¿Soñando despierto? —me preguntó.
¿Le habría mencionado Rouge que soñaba despierto? Le devolví la sonrisa.
—Sí, de hecho.
La doctora se sorprendió.
—¿Ah, sí?
Salí de la zona de escaneo.
—¿Le parece tan asombroso? ¿Qué tienen ustedes, los fiscuans, contra un poco de ensoñación?
Se ruborizó.
—Nada, absolutamente nada. Todo lo contrario. Esta doctora está intrigada.
—¿No es usted fiscuan?
—Sí, pero también especialista en medicina para viajes en el tiempo.
Los doctores, pensé, eran un poco más accesibles que los recalcitrantes fiscuans.
—Soñar despierto es bueno para el cuerpo. Los doctores deberían saberlo —le dije para molestarla un poco.
Ella se frotaba las manos con nerviosismo.
—¿Le gustaría hablar sobre el tema? ¿Tal vez durante la cena?
Yuka Shihomi y yo hablamos sobre nuestro trabajo en la cena, pero creo que no fui muy buena compañía. Estaba preocupado. En mi mente daba vueltas el anillo de ámbar: ¿dónde podría encontrar pelusa para verificar su autenticidad? Sería difícil sacarla de mi propia ropa porque nuestras telas modernas rara vez contenían hebras finas que se separaran de la fibra principal. Pero tal vez alguno de los robots de servicio del Rubik entraba en contacto con pelusa en algún momento. Hice una nota mental para recordar que debía preguntárselo a JoeJoe, el intendente, pero en ese instante recordé que en el estuche de mi madre había una bolsita con pelusa que pertenecía a un kit para fabricar papel, y que también había un paño de lana ahí.
En cuanto volví a casa saqué la pelusa y la tela, y luego inspeccioné la caja de ónix. Ahora que tenía con qué compararla, me di cuenta de que la reliquia de mi familia necesitaba limpieza profunda. La haría yo mismo. La programación de Hildburg, el ama de llaves, rara vez fallaba, pero no quería dejar mi preciosa caja en manos de una máquina. ¿Qué tal si algo llegaba a pasarle? Ese suceso podría cambiar el curso de la historia y causar que la tierra se desviara y se convirtiera en otro universo de goma.
Abrí la caja y examiné la pluma. Sí, era la misma pluma pero le faltaba una estrella de platino y algunas de las letras de la inscripción. Por qué algunas letras de la inscripción faltaban y otras no era un misterio. Pero mucho me temía que era un misterio que jamás iba a resolver.
Y además estaba el asunto del anillo de ámbar. ¿Era real o no? Lo froté con la tela de lana y lo acerqué a la pelusa que ya había dejado sobre la mesa. No pasó nada. Repetí el proceso, pero el anillo no la atrajo. Llegué a la conclusión de que estaba fabricado con alguna sustancia sintética del siglo XXI. ¿Qué fue lo que orilló a Robert (también conocido como Florian) a traer el anillo hasta Estados Unidos en la caja de Eliana, junto con mi pluma? ¿Tendrían valor sentimental esos objetos? Observé a la abeja atrapada en el ámbar. Tal vez tampoco era real. Si no era un fósil, ¿entonces por qué estaba ahí? ¿Habría algo en su interior? La fecha en el anillo era 20.8.2018. Eso era diez días antes del ataque del virus que provocó el Invierno Negro. ¿Tendría alguna conexión con ese hecho?
Volví a poner la caja con la pluma y el anillo en el cajón. Abrí mi neceser de artículos personales y saqué la ampolleta de Infinitissimo. Había llenado varias con el perfume de Eliana. Una estaba en el cajón de mi escritorio en el Iceberg, otra en el cajón de mi buró. Otra en Fire Island. Quité el tapón, cerré los ojos e inhalé la fragancia hasta que estuve mareado. Extrañaba a Eliana. Terriblemente. ¿Cuándo volvería a verla? Por lo que sabía, el siguiente viaje a Berlín, en septiembre 8 de 2011, podría ser a un año de distancia. Pero se lo preguntaría a Rouge al día siguiente, durante la elaboración de mi reporte.
Apliqué algunas gotas de Infinitissimo en mi funda, cerré la ampolleta muy bien, la coloqué debajo de la almohada y me dormí.
Rouge me despertó en la mañana con una taza de té.
—Yuka Shihomi llamó —me explicó—. No quería despertarte, pero dijo que anoche olvidó decirte que no deberías tomar bebidas energéticas ni té condimentado por un par de días. Hoy, particularmente. Dijo que era mejor el té rojo chino.
—Eso es nuevo —dije.
—¿El té?
Me puse de pie.
—No, que los doctores envíen consejos personales de salud. Buen intento, pero no: el té rojo sabe a porquería.
Rouge se rio.
—También huele a eso. Pero la doctora dijo que mantendría tu físico en excelentes condiciones después de un viaje tan largo.
—Qué dulce, pero los doctores… en serio que tienen la cabeza repleta de bunk.
—¿Bunk?
Repetí la palabra lentamente para que pudiera integrarla al diccionario de su BC.
—Bunk, término norteamericano. Significa patraña. Principios del siglo XX. Abreviatura de bunkum, que originalmente se derivaba de Buncombe County en Carolina del Norte. En 1820 un político mencionó a Buncombe en uno de sus discursos para agradar a sus electores y ganar votos.
—Es como baloney, ¿verdad? Hace tiempo le explicaste esa palabra a esta amiga.
—Correcto.
Rouge revisó su diccionario.
—¿Baloney y bunk se pueden buscar con referencia a bullshit?
Me reí.
—Por supuesto que sí.
—Eso se lo enseñaste a esta amiga hace dos años.
—Habrías sido un excelente personaje serio en los celuloides de comedia del siglo XX.
—¿Personaje serio? —preguntó.
Volví a reírme.
—Es el personaje que, en un dúo de comedia, dice los parlamentos que le dan la oportunidad a su pareja de hacer los chistes.
—¿Y tú hiciste un chiste?
Abrí la boca para responder, pero decidí no hacerlo.
—Bueno, gracias por la clase —dijo. Se levantó y se llevó el té. Frunció la nariz al olerlo—. Yolanda y Severin quieren desayunar contigo, ¿qué te parece?
—Bien.
—¿Prefieres un zing?
—Triple. Grande.
Me dio gusto volver a Greifswald. Pude haber usado una bicicleta para recorrer las pocas cuadras que había entre el swuttle y la Biblioteca de Europa, pero preferí caminar. Era una hermosa mañana de junio y estaba enamorado. ¿Qué podía ser más agradable que caminar por los céspedes solo conmigo y mis pensamientos?
Vi que más adelante el robovendedor ofrecía los primeros girasoles de la estación, y me detuve a comprar algunos. Cuando terminé la transacción volví a los prados y mientras admiraba los aterciopelados pétalos de oro de los girasoles, una bicicleta frenó con un zumbido a mi lado. Renko se quitó las gafas oscuras.
—¡Guau! ¿Dónde conseguiste el bronceado que traes en la cara?
—En Fire Island —le contesté mientras estrechábamos las manos—. Esa es la razón por la que se llama «Fuego»: Fire.
Renko se bajó de la bicicleta.
—Pero se suponía que estabas trabajando muchísimo al igual que todos los demás lacayos como nosotros, no que te estabas bronceando. —Programó la bicicleta para que siguiera sin él hasta llegar al Iceberg, y le colocó un estuche de seguridad en la parte trasera. Le dio un golpecito en la parte de atrás, de la misma forma que habíamos visto a los vaqueros hacerlo con sus caballos en los celuloides del Oeste. «¡Arre!», dijo, y la bicicleta giró las ruedas y se fue. Renko me miró cuando comenzamos a caminar por los prados—. Visitamos a la familia extendida en Struckum. Oye, esta tarde viajaremos a Praga en swuttle para andar de antro en antro. ¿Quieres ir?
—¿Van tú y Gao?
Renko asintió. Y en ese momento se me ocurrió que si él y su novia pasaran menos tiempo trabajando y yendo de antro en antro, tal vez les quedaría más para pasarlo en la cama, e incrementarían sus probabilidades de embarazo.
—Qué pena —le dije—. Este amigo tiene un compromiso esta noche. Es una conferencia nocturna. —Para ser preciso, vería a Rouge y haría mi reporte con ella, pero no podía contarle eso a Renko. No podía decirle nada. Me estaba convirtiendo en un sofisticado fabricante de verdades a medias.
En el camino acerqué la nariz a los girasoles. Olían a tierra pero también tenían un acento dulce, como de miel con un poco de vainilla. Pensé en Eliana y en la última noche que pasamos juntos. Renko se rio.
—¿Qué te pasa?
—¿Por qué?
—Acabas de suspirar como niña.
—¿En serio?
—Y luces… distinto. Tan… animado. Algo sucedió.
—¡No sucedió nada! —Esa no era una media verdad. Era una mentira. Para evitar la famosa visión de rayos X de Renko miré el césped que llegaba hasta la biblioteca.
—¡Cuenta todo! ¿Qué pasa? —Me dio un empujón con el hombro. Era evidente que sospechaba algo.
—No es nada, Renko. De verdad. Nada de lo que podamos hablar. Es…
—¡Vamos! ¿Qué sucedió?
—¡El amor sucedió! —dije de golpe.
Y ahí estaba. Salió. De cierta forma era lo que deseaba. Necesitaba contárselo a alguien. ¿Por qué no a mi mejor amigo? Enamorarse no era ningún crimen… solo un comportamiento ultrapeculiar.
Renko se detuvo.
—¿El amor?
Me serené.
—Sí. Increíble pero cierto.
—¿Y quién es ella? ¿Alguien de Nueva York?
No podía contarle sobre Eliana.
—Lo sabrás cuando llegue el momento adecuado.
—¿Ella también te ama?
—Sí, es mutuo.
Abrió los ojos bien.
—¿Qué significa… eso? ¿Amor?
—Significa… —comencé a explicarle. Pero, ¿qué significaba en realidad?—. El amor significa… encontrar a una persona que llene tu corazón de gozo.
Renko seguía mirándome.
—¿Eso es todo?
—¡Es muchísimo!
—No. Es decir, ¿es esa la única forma de explicarlo?
Gesticulé con las manos por la desesperación de no encontrar las palabras adecuadas.
—Amor significa… que todo de ella llena tu corazón de gozo. Su voz, su risa, su sabor, su aroma, sus padrastros, su cabello despeinado por la estática. La forma en que taconea con las sandalias al caminar.
Renko estaba boquiabierto.
—¿La forma en que taconea con las sandalias al caminar?
Asentí.
—Es un sonido precioso.
—Okeeeeey —dijo lentamente, como si estuviera tratando de encontrarle la lógica al asunto. Se enderezó y empezó a caminar de nuevo—. Okey. Está bien. El zapateo.
Caminamos en silencio.
—¿Pero cómo se siente? —preguntó después de un rato—. ¿Se siente en el interior?
Lo pensé por un instante. Quería la respuesta correcta.
—El amor te hace sentir más grande que la vida.
Renko no estaba seguro de lo que le quería decir con eso. Y yo tampoco.
—Como si fueras invencible —agregué—. Como si pudieras vivir infinitamente. Eso es.
—¿Invencible? ¿Quieres decir como un androide? —preguntó.
Suspiré.
Fue extraño. Casi todo mundo notó el cambio en mí: Yolanda y Severin lo mencionaron aquella mañana en el desayuno. Luego Renko. La recepcionista de la entrada principal de la biblioteca me recibió con un «¡Se ve usted muy bien!», y los colegas de la cafestaff me palmearon en la espalda y me preguntaron si había sido ascendido de puesto. Incluso mi superior favorito, el Doctor Doctor Rirkrit Sriwanichpoom notó la diferencia.
—Señor Nordstrom —me dijo cuando nos reunimos—, ¿qué elixir ha estado bebiendo? A este hombre le gustaría probarlo. El siglo XXI le sienta bien. —Luego volteó a su gabinete de libros y lo abrió—. Su siguiente entrega.
No pude evitar que el corazón me palpitara con fuerza, pero deseé que lo hiciera con la mayor discreción posible. El Doc-Doc metió la mano al gabinete y sacó una libreta negra. Yo la había visto en el escritorio de Eliana pero pensé que era para sus clases. ¿En él revelaría sus pensamientos sobre la semana que pasamos juntos?
El doctor se sentó con cuidado para no arrugar su traje blanco de seda, y con sus largos y delgados dedos pasó las hojas como acariciándolas. Me daban ganas de pararme de un salto y arrebatarle de las manos el diario, pero por supuesto solo tragué saliva. Él me miró.
—Oh, lo siento. La lectura del alemán manuscrito no es sencilla. —Se inclinó hacia el frente y me sonrió con adulación, como siempre. Me recordó a una comadreja albina que alguna vez vi—. Aquí ella menciona… —volvió a mirar la página—, ¿bo-las de e-ner-gí-a? ¿Usted sabe lo que son?
Fingí que estaba pensando.
—Este historiador no está familiarizado con el término —contesté. ¿Sabría que le ocultaba información?
Agitó su dedo frente a mí.
—¿Está usted ocultando información?
¡Demonios! ¿Cuánto sabría? No se me había ocurrido que tal vez el Doc-Doc sí podía estar al tanto del contenido del diario y de mi papel en la vida de Eliana. ¿Lo habría leído alguien más antes que yo? ¿Tal vez el doctor Beyer en Stralsund, el arqueólogo que, según entendí, fue el primero en inspeccionar los diarios?
—Bueno, muy bien —dijo el Doc-Doc al mismo tiempo que dejaba la libreta sobre el escritorio y se ponía de pie—. Le enviaremos esto mañana. ¿Trabajará aquí o en Berlín? ¿O en Nueva York?
La pregunta me tomó desprevenido.
—Este traductor no lo ha pensado aún.
—Avísenos. —Me extendió la mano.
¿Eso era todo? ¿Por qué me pidió que fuera? ¿Para avisarme que ya estaba listo el diario?
—Sí —dijo—. Eso es todo. Este director solo deseaba verlo en persona después de su viaje.
Acostumbrado ya a que leyera mis pensamientos, solo asentí y di la vuelta para retirarme. Pero sabía que me llamaría de nuevo. Siempre lo hacía.
—Ah, y, ¿señor Nordstrom?
Volteé.
—La chica se esmera en su caligrafía —señaló—. ¿Es tan bonita como uno lo imaginaría?
—Es encantadora —contesté. Y es mía, pensé.
Seguramente me leyó el pensamiento. Con mucha claridad y a todo volumen, porque antes de que se diera la vuelta para que yo no lo viera, alcancé a ver tristeza en su rostro.
—¿Qué le hiciste a Yuka? —me preguntó Rouge en cuanto nos sentamos para elaborar el reporte—. No dejó de hablar de ti a la hora del almuerzo.
—¿Hacerle algo? ¿Como qué? Solo cenamos después de todos los exámenes y el escaneo de memoria. Fue bastante temprano. Hablamos sobre el trabajo. ¿Por qué? ¿Qué te dijo?
—No mencionó absolutamente nada de la reunión. Eso es lo extraño. —Se rio, pero no era común en ella reír tanto—. Solo se la pasó hablando sobre…
—¿Sobre qué?
Rouge puso los ojos en blanco, lo cual también era poco común.
—¡Sobre ti! Sobre el color de tu cabello, de tus ojos. Habló de tus bíceps, de cuán encantador eres.
—¿Encantador?
—¡Sí! Imagínate. ¿Encantador? ¿Tú?
Me reí.
—Quieres molestar a este amigo.
—Qué astuto. Oh, sí. «Finn es tan astuto, tan profundo, taaan atractivo.» —Rouge imitó a Yuka. Fue extraño escuchar a una mujer con acento francés imitar el acento japonés: el ritmo llano, como el sonido de un metrónomo que acentúa cada sílaba.
—¿Usó la palabra «profundo»?
—Está obsesionada, como adolescente. —Rouge se sentó erguida—. Pero ya basta, es hora de trabajar. —Una vez más, estaba inmersa en el trabajo. Me miró con sus ojos afilados de depredador—. Bien, comienza por el principio.
Yo ya estaba acostumbrado a elaborar los reportes con Rouge. Era profesional e imparcial. Hacía preguntas y yo las respondía. ¿Qué comiste? ¿De qué hablaron? ¿Adónde fueron? Nada había cambiado. Con cada viaje, sin embargo, se fue haciendo más difícil contestar. Entre más intimidad tenía con Eliana, menos le quería revelar a Rouge. Ella casi siempre me trataba con consideración, pero esta vez, después de una hora, más o menos, de una conversación agradable, quiso entrar en más detalle. ¿Por qué Eliana quería usar métodos anticonceptivos? ¿De qué tipo? ¿Con qué frecuencia? ¿Y qué llevaba puesto durante el coi…?
—¿Para qué necesitas saber todo esto? —Crucé los brazos. ¿Me estaría protegiendo a mí? ¿A Eliana? ¿A ambos?
—Es parte de la tesis de doctorado. No te preocupes, Finn, tus aportaciones serán anónimas.
—¿Y qué hay del profesor? ¿Y del Doc-Doc? ¿Y ahora de Yuka?
—¿Qué llevaba puesto, Finn?
Tragué saliva.
—Nada.
—¿Y tú?
—Un cinturón de herramientas que brilla en la oscuridad.
Me da la impresión de que me creyó.
Rouge me confirmó que dos semanas después, el 19 de junio, habría una reunión de todos los colaboradores del Proyecto Tiempo donde se discutirían los detalles para el viaje final a la Berlín del siglo XXI. Se planeaba que el viaje durara 10 días y tuviera lugar en septiembre de 2011. Nos asignaron un espacio a finales de julio de 2265. Eso significaba que yo tendría unas 6 semanas antes de partir. 6 semanas para decodificar y traducir el diario más reciente de Eliana. Pero lo más importante era que también tendría 6 semanas para solucionar el caos en que se había convertido mi vida personal, y para encontrar una respuesta a la pregunta más relevante: ¿cómo me despediría de Eliana? Este último viaje necesitaría un cierre, una clausura. Tenía miedo. Más que de la despedida, de leer en el diario las consecuencias de la misma.
En cuanto me entregaron el diario revisé cuál era la última fecha. Me alivió descubrir que se trataba de septiembre 7 de 2011, el día anterior a mi llegada en el nuevo viaje. Me iba a ahorrar el dolor de saber lo que sucedió después de nuestro último adiós. Al menos por el momento. Pero, curiosamente, encontré páginas en blanco en la parte de atrás. ¿Por qué no habría seguido escribiendo? ¿Tendría algo que ver conmigo? ¿Había otro diario?
Debo admitir que me sentí tentado a saltar a la semana que pasamos juntos en agosto, pero al final mis escrúpulos me lo impidieron. Para ser franco, ya me sentía como un verdadero voyeur al leer con tanta atención el diario de Eliana, pero leer sobre sus pensamientos más íntimos respecto a mí rayaba en lo perverso. Guardé la réplica genuina y trabajé desde mi BC con imágenes digitales que había escaneado de las fechas entre el 23 de junio y el 1 de agosto de 2011. Esta última fecha era el día anterior a mi llegada y a nuestro subsecuente viaje al Báltico. Ese material me mantendría ocupado por el momento. También digitalicé las fechas entre agosto 2 y septiembre 7, pero cada vez que aparecía el nombre «Finn» lo sustituía con Swen. También me deshice de 2 «Nordstrom» y convertí los archivos en documentos que pudiera leer mi amigo Raoul Aaronson con su anticuada computadora Forester. Se los envié y le pregunté si podría decodificarlos y traducirlos del alemán al inglés cuando tuviera tiempo. Le dije que yo tenía demasiado trabajo, y que le pagaría por su ayuda.
Trabajé con rapidez en el diario de Eliana. Las fechas tenían que ver con asuntos de la escuela, algunas citas ocasionales, coqueteos, películas, un concierto o dos. Mi nombre no se mencionaba ni una sola vez en esas páginas porque ella no me había visto en cuatro años. Por algún tiempo escribió acerca de su diseño para la competencia del albergue juvenil e incluso hizo algunos bocetos del Rubik visto desde distintos ángulos. Esto era, en realidad, prueba de su sello artístico y de la autoría de su diseño. Me pregunté si la publicación póstuma de dicho material le podría conseguir algo de fama. Hice mi propia investigación sobre el edificio en la Enciclopedia Universa, pero también le envié una solicitud a Renko porque él tenía fuentes secretas más allá del Cíclope, y podría encontrar más información acerca del complejo habitacional para pre-adultos.
Durante mi trabajo vi a poca gente. Fui a cenar un par de veces con Renko y Gao, pero estuvieron ocupados la mayor parte del tiempo. Yolanda y Severin, quienes llevaban algún tiempo siendo pareja, se la pasaban callejeando en la provincia alemana con dos nuevas bicicletas diseñadas por Severin. Rouge, por su parte, estaba inmersa en proyectos de fiscuans. Yuka me llamó varias veces pero me pareció mala idea darle alas.
El mes de junio en la provincia alemana fue fresco y húmedo, lo cual me facilitaba el trabajo. Sin embargo, una mañana en el Iceberg, mientras trabajaba en un reporte para el Doc-Doc sobre información detallada acerca del Rubik y de la participación de Eliana en su diseño, el sol logró por fin atravesar las nubes. Y como yo llevaba dos meses de trabajo continuo, me pareció que haría bien en tomar una tarde libre.
Llevaba varios días jugueteando con la idea de visitar FischlandDarßy el área donde alguna vez estuvo Wustrow. Tomé un planeador a Zingst junto con un grupo de arquitectos marinos y estudiantes de ingeniería de la UE Greifswald y de repente me encontré de nuevo en la península.
Zingst ya no era un bullicioso centro turístico. Se había transformado, más o menos, en un metropuerto para los técnicos, ingenieros y constructores que estaban modernizando la península para convertirla en una comunidad minera. Encontré una bicicleta y me puse en camino.
Fischland-Darß cambió a lo largo de los siglos. El Invierno Negro y la falta de protección decente en la costa dejaron huella. Asimismo, el cambio en los niveles del agua, las tormentas, los vientos y el aumento de los desbordamientos provocaron que la zona se erosionara y formara nuevas colinas e islas. Actualmente Fischland estaba separada de Darß por el mar, pero se conectaba otra vez con un puente. Por lo que sabía, Wustrow seguía intacto, pero entre la bahía y el mar ya no quedaba nada de la próspera comunidad que alguna vez conocí. Me encontré un sendero no pavimentado que conducía al hogar de los Lorenz, y emocionado busqué la casa de entramado de madera con ventanas verdes y amarillas. Pero esta y todas las otras construcciones habían desaparecido. Era difícil saber si lo que las destruyó fue el tiempo, el Invierno Negro o el Triple G y sus planes de reubicación.
Me senté un rato donde me pareció que alguna vez estuvo el cobertizo en la parte trasera de la casa. Miré al Bodden y traté de recordar el aroma de aserrín del trabajo en madera de Robert; el sabor del pastel de queso de Angelika; el sonido de la ronca risa de Eliana. Pero no quedaba nada, absolutamente nada de la familia. La mera idea me asustó; su totalidad me hizo entristecer. Comprendí que lo finito de nuestra existencia, es decir, ese conocimiento que tenemos de que algún día moriremos, era la base sobre la que construimos nuestras vidas. Pero ahora estábamos en una encrucijada. Estábamos cortejando a la inmortalidad. Era posible que mi generación llegara a vivir por siempre pero, irónicamente, habíamos perdido el don de la vida. No creía que el mundo de Eliana fuera mejor pero estaba seguro de que ahí se podía vivir con mayor intensidad. Y yo deseaba volver a sentir eso.
Fue entonces, en ese preciso instante, que supe qué era lo que iba a hacer.
Desertaría.
Pero, ¿me dejarían quedarme después de haber escapado? ¿O me buscarían hasta encontrarme y luego me dejarían encerrado en un Sanitario de la Ciudad hasta que pudieran llevarme de vuelta a 2265? Solo de pensarlo me reí.
Me levanté.
Sí, lo voy a hacer, pensé.
Pero por desgracia, los grandes poderes me tenían preparado algo más.
La reunión en el Instituto Olga Zhukova, el 19 de junio, no había comenzado todavía, pero en cuanto presentaron a esa personita quisquillosa sentada en la esquina supe que todo estaba perdido. Era Ciucurescu, el administrador del IZO. El profesor Grossmann se dirigió a él.
—¿Ha tenido noticias del capitolio?
—Así es —contestó el señor Ciucurescu con una voz chillona—. La Palma confirmó que el Proyecto Tiempo fue cancelado. El Triple G ya no proveerá fondos.
¿Qué? Volteé a ver a Rouge, pero de repente ella parecía más interesada en su barniz de uñas que en la reunión. Giré a donde se encontraban el profesor Grossmann, el Doctor Doctor Sriwanichpoom y Yuka Shihomi, pero todos evadieron mi mirada. Era obvio que sabían mucho más que yo.
—¿Cancelado? —grité—. ¿Qué significa eso? ¿Cancelado hasta cuándo?
—Por desgracia —dijo el profesor Grossmann— hasta siempre. Significa que no podemos continuar con nuestro experimento. Justo cuando ya estábamos obteniendo resultados interesantes.
Hubo silencio absoluto en el salón. Yo sentí que me movían el piso.
—¡Pero es imposible! —continué gritando.
El profesor hizo una mueca de dolor y volteó a ver a Rouge.
—Como ya lo discutimos, esto no tendrá efectos negativos en su tesis, pero por desgracia… —entonces volteó hacia mí—, imposible o no, no habrá viaje final.
Sentí que iba a vomitar. Me contuve y me paré de un salto.
—¿No habrá viaje final? ¿De qué está hablando? ¡No puede hacer eso!
Yo tenía que volver. Eliana me esperaba. ¿Cómo podía no regresar? ¿Cómo desilusionarla? La heriría, la mataría. Y también a mí. La idea de no verla otra vez era insportable. Sentí que se me rasgaban las costuras del corazón.
—Escúchenos, señor Nordstrom —dijo el Doc-Doc con su típico tono quebradizo y nasal—. Entendemos que se sienta decepcionado…
—¿Decepcionado?
—… considerando los vínculos que desarrolló con ciertas personas durante su trabajo de campo. Pero como estamos más que satisfechos con su contribución al proyecto, nos dará mucho gusto compensarlo por todos los inconvenientes.
—¿Y a quién le importa ser compensado? ¡Tenemos que volver!
Doc-Doc ignoró mi exabrupto.
—No solo estamos planeando abrir una nueva exposición de la biblioteca en la que se exhibirán los diarios con el título «El amor en los tiempos del café latte». También decidimos ascenderlo a usted al nivel de Historiador Mayor. Como sabe, eso es un gran honor para un pre-adulto sin doctorado, sin pareja y sin…
—¡No puede estar hablando en serio! —volví a gritar—. ¡Se hicieron planes! ¡Hay asuntos que resolver! ¡Tiene que permitir que se lleve a cabo este último viaje!
Rouge volteó a ver al administrador del IOZ.
—¿De verdad no hay forma de que…?
—¡No la hay, mademoiselle Moreau! —exclamó el señor Ciucurescu al tiempo que se levantaba—. La decisión es final. —Volteó a ver al profesor Grossmann—. ¿Ya terminamos?
—Gracias —dijo el profesor—. Ya no se requiere su presencia por el momento. —Respiró hondo y se frotó la frente.
El hombrecito se dirigió a la puerta.
—¡No se vaya! —grité, y corrí hasta él. Lo tomé del brazo—. ¿No lo puede volver a pensar? ¡Por favor!
El administrador se replegó cuando lo toqué. Me miró aterrado y salió para protegerse de mí.
—Jovencito —dijo el Doctor Doctor Sriwanichpoom.
Volteé a verlo.
—«¿Se hicieron planes?» ¿De verdad cree que sus motivos personales son más importantes?
—¿Asuntos personales? Era una misión. Ustedes dijeron: «Obedezca a su corazón», y eso fue lo que sucedió. ¿Y ahora, de repente, dicen: «Ya no le haga caso»? ¿A qué están jugando?
El silencio inundó de nuevo el salón. Solo se escuchó algo cuando Doc-Doc se sirvió un vaso de agua: blop, blop, blop, blop. Bebió un sorbo.
—¿Qué va a responder? —continué reclamándole.
—Señor Nordstrom —dijo el Doc-Doc con un eructo—. Sabíamos que tenía la cabeza en las nubes, pero nunca pensamos que abandonaría sus nobles ideales para entregarse a un vil melodrama. En serio. Siéntese, por favor. Lo último que necesitamos son sus berrinches. Espantó al pobre señor Ciucurescu.
—¿Berrinches? —en ese momento estallé—. ¡Esto es ira! ¡Frustración!
—Precisamente. Somos gente práctica que resuelve problemas. No los creamos, y en especial, no lo hacemos con la cabeza caliente.
—Bueno, ¡pues ustedes crearon este maldito problema! —dije al mismo tiempo que me golpeaba el pecho, donde mi descontrolado corazón palpitaba con fuerza—. ¿Qué sucede? ¿A qué han estado jugando?
El profesor levantó la mano y miró al Doc-Doc.
—Un momento por favor, Rirkrit. Tal vez ha llegado la hora de ofrecerle una explicación al señor Nordstrom.
—¿Tal vez? —grité.
Debo admitir que debí ser más precavido porque, si había alguna esperanza de volver a ver a Eliana, tal vez esta se encontraba en el profesor Grossmann. Él poseía una autoridad de tipo paternal que todo mundo respetaba.
Por suerte, al profesor no pareció molestarle mi arrebato. Lo miré mientras él se aflojaba la corbata de cordón y se abría el cuello de la camisa.
—En pocas palabras —comenzó a explicar—, el Proyecto Tiempo fue una colaboración entre la Biblioteca de Europa y el Instituto Olga Zhukova para un concurso universitario en toda Europa, patrocinado por el Triple G. El tema era: En busca de la fertilidad. El concurso se convocó para explorar formas en las que podríamos contrarrestar la caída en la tasa de fertilidad en el continente. Como usted ya sabe, señor Nordstrom, los científicos de todo el mundo han trabajado frenéticamente para refinar nuestras técnicas de clonación, la cual representa una de nuestras estrategias más promisorias para la reproducción de la raza humana. Se esperaba poder atacar el problema de la fertilidad desde distintos ángulos para encontrar un procedimiento de reproducción más natural y menos costoso. Por eso el Triple G presentó el concurso como incentivo. Mademoiselle Moreau, ¿podría usted explicarle su tesis principal?
Rouge continuó evadiendo mi mirada.
—Nuestra tesis principal —comenzó— es que, a pesar de que el amor entre padres e hijos en los primeros quince años de vida ha sido promovido en nuestra sociedad moderna hasta cierto punto, perdimos el amor entre mujer y hombre, es decir, el amor romántico, si gustas llamarlo así. Y se debe añadir que… según nuestras especulaciones, el amor incondicional y apasionado que alguna vez representó una gran fuerza en el pasado, tal vez facilita la fertilidad y la reproducción. Si pudiéramos traer el amor del pasado a través de un portador y con los viajes en el tiempo, por ejemplo, el portador podría infectar a los humanos de aquí con… algo que podríamos llamar el virus de amor. Este…
—No es una infección en el sentido médico típico —interpuso con ansiedad Yuka Shihomi—, pero esperábamos que ese virus pudiera propagarse con facilidad a través del contacto humano, y que provocara un ambiente que condujera a la reproducción.
—Gracias por tus comentarios, Yuka —dijo Rouge con una sonrisa congelada. Volteó a verme—. La implicación es que nuestro mundo y todos los sistemas físicos están interconectados o vinculados, y que se pueden afectar entre sí a ciertos niveles muy profundos de emoción. Dicho de otra manera, el cuerpo de una persona puede reaccionar de manera positiva al exponerse a las emociones fuertes de otra. Esta energía emocional, la pasión, en particular (la llamamos ondas de amor o undulus amori), interactúa con nuestros cuerpos y nos ayuda a facilitar la reproducción.
El profesor Grossmann sacó un pañuelo de su bolsillo y se secó la frente.
—Gracias. Ahí está la explicación en pocas palabras. —Volteó a verme—. Aunque es la explicación para el lego, por supuesto.
Yo estaba en el piso por la impresión.
—¿Un virus de amor? Bromean, ¿verdad?
—Podrá usted decir muchas cosas acerca de nosotros —dijo el profesor—, pero nunca que bromeamos.
Si no hubiera estado tan molesto, me habría reído.
—¿El amor? ¿Una infección viral? Si acaso, es una cura.
—¡Oh, pero hay muchos virus benéficos! —gritó Yuka Shihomi.
El profesor estuvo de acuerdo.
—La doctora Shihomi sabe de lo que habla. Sin embargo, debemos añadir que nuestro virus de amor no es un virus verdadero a pesar de que se comporta como tal. Nuestro descubrimiento tiene que ver con física y las matemáticas de la implicación de los cuantos, como con la biología. —Le sonrió a Yuka Shihomi—. La doctora Shihomi compiló un reporte muy sencillo de entender en el que se detallan las investigaciones más recientes respecto a la fisiología del cuerpo y la manera en que los procesos químicos y los impulsos eléctricos se activan cuando uno se enamora, así como la forma en que estos interactúan con el cuerpo para crear un sistema propicio para la reproducción. Tal vez quiera estudiarlo un poco, señor Nordstrom. ¿Doctora Shihomi?
—Transmisión completa —dijo Yuka Shihomi, y me miró con sensualidad.
En mi cuadrícula cerebral apareció el parpadeo con sonido metálico que tan bien conocía.
—Trabajamos con un pequeño grupo de biólogos —explicó Yuka—. La Doctora Doctora Gwyneth Elwyn, esposa del Doctor Doctor Sriwanichpoom, está entre ellos.
—¡Excelente mujer! —agregó el profesor Grossmann mirando a Doc-Doc—. ¡Muy competente!
—Gracias —dijo el Doc-Doc—. Ella mencionó que ustedes han tenido el enorme placer de trabajar con… mucha cercanía, digamos. Continúe por favor, doctora Shihomi.
—Nuestro equipo —dijo al mismo tiempo que volteaba a verme— le dio dos nombres distintos a esta nueva y extremadamente contagiosa infección. Su nombre vulgar será «virus de amor», pero el término latino oficial será Amorivirus nordstromi, que significa «el virus del amor de Nordstrom». Ese vi…
—¿Le pusieron a ese mal llamado bicho de amor el apellido de este hombre? —interrumpí, furioso—. ¿Cómo se atreven? ¿Quién les dio permiso?
Yuka parecía estar a punto de estallar en lágrimas.
—Pensamos que le agradaría —dijo Doc-Doc en tono de protesta—. Creímos que…
También a él lo interrumpí.
—¡Eso es absurdo! ¿De verdad se propusieron crear, con este ordinario hombre que está frente a ustedes, un…?
—¡Oh, pero usted no es ordinario! —interpuso Yuka—. Usted es un poeta, un artista. Sus instintos son fuertes. Y teníamos evidencia irrefutable de que poseía el don del amor, la energía adecuada para generar sentimientos profundos de afecto. Creímos que su amor podía poblar el mundo, que…
—Tranquila, Yuka —la interrumpió Rouge con una de sus miradas fulminantes.
Yuka palideció aún más.
—¿Evidencia irrefutable? —pregunté.
—Finn —exclamó Rouge—. Platiquemos más tarde, cuando ya te hayas calmado. Por favor. Hay mucho de qué hablar. Mucho que explicar.
—¿Por qué no ahora? —Volteé a ver al Doc-Doc—. ¿Quieren decir que con este ordinario historiador se propusieron crear una especie de dios de la fertilidad del siglo XXIII? ¿Qué evidencia tenían de que…?
—¿Dios de la fertilidad? —interpuso Doc-Doc—. No sea tonto, muchacho, esto no es vudú.
—Es una burla, ¡eso es lo que es! —grité.
—Finn —dijo Rouge—, ¡pero funcionó! ¡Volviste hace menos de tres semanas, y Severin y Yolanda ya esperan un bebé! Se enteraron el viernes. Pasaste tiempo con ellos. Los contagiaste.
—Y también a su amigo —dijo Doc-Doc—. Renko Hoogeveen y su futura pareja, Gee Dingdong-Johnny.
—¡Es Gao Dongsheng-Johnson! —lo corregí.
Renko y Gao… ¿embarazados?
—Y ya que estamos en esto —dijo el profesor—, podemos añadir a los Grossmann a la lista. La señora Grossmann está esperando un bebé. Nos avisaron ayer.
—¡Qué maravilla! —gritó Yuka.
—¡Creemos que no es una coincidencia! —me dijo Rouge—. Con el primero que hablaste al volver fue con el profesor Grossmann. En ese momento debiste haberle transmitido tu undulus amori. Fuiste muy contagioso. Y luego él contagió a su esposa.
—Entonces tal vez a todos ustedes les interesará saber —añadió Doc-Doc— que la señora Sriwanichpoom también está esperando un bebé.
—¡Bien hecho! —lo felicitó el profesor.
—¡Mira! —me dijo Rouge, muy satisfecha—. Al director lo fuiste a ver al día siguiente de tu regreso.
—Por desgracia —dijo el Doc-Doc con un dejo de amargura—, el bebé que ella espera no es de su esposo. —Volteó a ver a Finn—. Su virus de amor no infectó el sistema de este hombre en nuestra reunión.
—Eso no me sorprende —dije con una dosis bastante fuerte de desprecio por mi superior.
Doc-Doc volteó a ver al profesor Grossmann con odio.
—Pero parece que su sistema, profesor, sí pudo contagiar al de ella.
—Ups —dijo el profesor, bastante avergonzado—. Fue un accidente, Rirkrit. No fue nada personal. Es que trabajamos hasta tarde una noche.
Por un momento, mientras estuvo discretamente furioso en aquel rincón, el Doc-Doc hasta llegó a parecer humano. Sí. Incluso daba pena. Pero no duró mucho.
—Cualquier cosa que beneficie el proyecto —dijo— será bien recibida por el Director de la Biblioteca de Europa.
—¡Ustedes están dementes! —grité—. ¡Esto es como un Hogar de Clones! Pero bueno, digamos que sí es verdad. Lo que este historiador no entiende es: si el proyecto ha tenido tanto éxito, ¿por qué lo cancelaron?
—¡Ah! —exclamó el profesor, agradecido por el cambio de tema—. ¡Excelente pregunta, señor Nordstrom! Tal vez la doctora Shihomi sea la más calificada para responderle.
—Ciertamente —dijo ella, y miró a Rouge con un desprecio apenas perceptible. Me pasó por la cabeza que tal vez estaban compitiendo. Yuka sonrió—. Aunque no se ha publicado oficialmente, se filtró la noticia de que ciertos experimentos llevados a cabo en el subcontinente con trasplantes temporales de útero ya fueron aprobados para realizarse en hombres. La configuración del complejo equilibrio de control hormonal entre una madre y su hijo, o en este caso entre el padre y su hijo, se realizó con éxito. Y por asombroso que parezca, se logró que el feto se desarrollara completamente en varones sin efectos no deseables, ni hormonales ni de otro tipo, por parte del portador. Es un gran logro y significa que ahora tenemos dobles probabilidades de incrementar la población.
El profesor Grossmann aclaró la garganta.
—Quienes trabajamos en el Instituto Olga Zhukova creemos que la concepción natural en el vientre biológico de la madre produce bebés más saludables, pero el Triple G consideró que debería asignar sus fondos al Proyecto Doble M.
—¿Doble M? —pregunté.
—Proyecto MM o Madre Macho. —Me miró—. En pocas palabras, esta es la razón por la que nos retiraron los fondos. Debemos admitir que es comprensible. Los viajes en el tiempo son costosos, complejos, y además quitan tiempo. —El profesor guiñó un ojo—. Ja, no quise jugar con las palabras.
Tal vez se trataba de un gran logro científico, pero para mí seguía siendo un fuerte golpe en el trasero. Y sí, sí quise jugar con las palabras. ¿Qué iba a hacer? Mi desesperación era inmensa y todavía no entendía por qué me eligieron.
—No me han dicho dónde están las pruebas fehacientes de que este hombre podía portar su mal llamado virus de amor.
El profesor Grossmann se levantó y sonrió con dulzura.
—Señor Nordstrom, nuestra colega, Rouge Moreau, ya se ofreció amablemente a brindarle más detalles esta tarde. Lamentamos los recortes. Haremos cualquier cosa que esté en nuestras manos para ayudar a paliar su desilusión. Confíe en nosotros. —El profesor miró alrededor, y dijo—: ¿Podemos dar por concluida la reunión?
Las probabilidades de obtener algo más de ellos eran casi nulas. Volteé a ver a Rouge.
—¿Nos vemos en la tarde?
Asintió.
Giré hacia la puerta.
—Espere —dijo Doc-Doc—. No se puede ir nada más así.
Volteé a verlo.
—¿Por qué no?
—Como es nuestro portador principal de Undulus amori —explicó el profesor—, nos gustaría saber a dónde va. El aspecto de los viajes temporales fue cercenado del proyecto, pero el proyecto mismo, subsiste.
—Así es —agregó el Doc-Doc—. Planeamos continuar nuestra investigación con usted.
¿En verdad creían que seguiría trabajando con ellos? ¿Después de que me arrebataron la felicidad?
—¡Alégrese, muchacho! —dijo Doc-Doc—. ¡Vive usted en el mejor mundo posible! Solo piénselo: ahora puede volver a enamorarse.
—¡Qué idea tan absurda! —grité—. ¡Eso demuestra lo poquísimo que sabe usted del amor!
—Ay, señor Nordstrom —dijo—. Tiene la cabeza llena de patrañas.
—Y la suya, Doc-Doc, ¡está llena de bullshit! —di la vuelta y me alejé.
—¿Doc-Doc? —lo escuché preguntar, indignado—. ¿Al Director de la Biblioteca de Europa lo llamó usted «Doc-Doc»?
—Bullshit? —preguntó el profesor Grossmann.
Abrí la puerta.
—Es otra forma de decir «mierda» —dijo Rouge—. Término norteamericano de principios del siglo XX, que quiere dec…
Salí y di un portazo.