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EL REGALO

Domingo, agosto 7, 2011. Mi cumpleaños número veintisiete.

Estuve a punto de no levantarme. Era una combinación de desfase temporal y carga emocional excesiva. Sobre mí se cernían preguntas enormes, tan complejas que tan solo articularlas me robaba toda la energía.¡ ¿Cuál era en realidad mi misión en el siglo XXI? ¿El descubrimiento de los orígenes de mi familia tenía algo que ver con dicha misión? Tenía la impresión de que los pasos que había dado en la vida y los pasos que mis ancestros habían dado antes que yo eran una compleja coreografía en el tiempo que no sabíamos que estábamos bailando. ¿Adónde llevaría esa coreografía a la familia Lorenz? ¿Y a mí?

—¿Finn? —Eliana me sacudía para despertarme—. ¿Finn?

Abrí los ojos pero me tomó un momento enfocarla.

—Buenos días.

Los rayos del sol descendían en fragmentos sobre la cama y los puntitos de luz saltaban alrededor de nosotros al mismo ritmo que la brisa entraba ondulando por la ventana. Las hojas crujían afuera, en los árboles. Eliana se quitó el vestido y se acurrucó debajo de las cobijas.

—¿Buenos días? Es casi hora de la comida. Y es el último día que estaremos aquí.

Entrecerré los ojos para ver el reloj. Eran las 10:43.

—¿Siempre comen tan temprano?

Se rio y me atrajo hacia ella. Su cuerpo estaba tibio. Nos besamos. Jamás me cansaría de besarla.

Levantó un poco la cabeza para respirar.

—Te acostaste antes de la medianoche, antes de que te pudiera desear «Feliz cumpleaños».

—¿En serio…?

Vi cómo la luz jugaba con su cabello. Dorados y despeinados mechones coronaban su cabeza.

—¿Finn?

—¿Sí?

—Te volviste a quedar dormido.

Abrí los ojos. Oh, tenía razón. Debí haber cabeceado.

—¿Ya es hora de la comida?

—Casi —dijo entre risitas—. Eres igual a mi padre.

La acaricié con la mandíbula y los labios.

—¿Por qué?

—Siempre se queda dormido aquí. Dice que es por la brisa marina. Y a pesar de que la brisa marina lo cansa, se niega a viajar a otro lugar. A veces vamos a otros sitios pero sin él. A Francia, Inglaterra, Italia, Estados Unidos, Albania.

—¿Albania?

—Solo quería ver si te habías quedado dormido otra vez.

Esa era la señal para mí.

—Ahora vuelvo. —Necesitaba echarme agua en la cara. Lo hice y me ayudó. También me tomé la pastilla para el desfase temporal. Entonces dejé de ver borroso y la sangre empezó a circular.

—¿Estás mejor? —me preguntó Eliana cuando volví.

—Definitivamente. —Y entonces se lo demostré.

Ahora sí era casi hora de la comida. Pero a pesar de lo mucho que me agradaba la familia Lorenz quería a Eliana para mí solo.

—¿Qué piensas de que Robert se haya cambiado el nombre a Florian? —le pregunté mientras bebía una taza de café que me llevó a escondidas a la habitación.

—¿Quién dijo que se lo cambió?

—Bueno, es algo así.

Eliana se encogió de hombros.

—A mí me gustan los dos. —Se sentó derecha y luego se recargó en la cabecera—. Robert significa «El que tiene fama», lo cual era cierto cuando estábamos en la escuela. Y tal vez siga así si continúa siendo tan brillante. Y Florian significa «Flor».

—Lo cual no es.

—Pero de todas formas me gusta.

—Dime —me atreví a preguntarle—, ¿el nombre completo de Lisa es Alisa?

—Sip.

¡Entonces yo tenía razón!

—¿Y «Finn»? —preguntó ella—. Supongo que sabes lo que significa.

—Significa «justo» —le dije—. Y «rubio», que en realidad no me queda.

—Pero «Finn» también puede significar «buscador», que sí va bien contigo. Mi libro dice que se relaciona con el verbo «find», que es «encontrar» en inglés. Supongo que un buscador es una especie de explorador; alguien que está en busca de algo y luego lo encuentra. —Después de decir todo aquello, se estiró en la cama.

—Y «Eliana» significa luz.

—Eso ya lo sabía. También significa «radiante». —La besé—. Y «resplandeciente». —Volví a besarla—. E «hija del sol». —Un beso más.

—En serio te metiste a investigar esto, ¿verdad?

—Eliana. Helen. Clara. Ilona. Ellen. Claire. Ah… Brunhilde. Edeltraut. Gretel.

Le di un codazo en las costillas.

—¿Brunhilde, Edeltraut, Gretel?

—Solo estaba volviendo a verificar que no te hubieras quedado dormido. —Se rio—. ¿Y qué tal Helena? ¿Qué piensas de Helena?

Helena. Botas de cuero negro y tacón. Sentí que me rompían los huesos de nuevo. Ouch.

Con sus dedos, Eliana rozó con suavidad la barba en mis mejillas.

—Mis padres estuvieron a punto de llamarme Helena.

—Bueno, ¡tendré que informarles lo increíblemente agradecido que estoy de que no lo hayan hecho! —Mucho más de lo que ella jamás podría imaginarse.

—Pero te voy a decir cuál es mi nombre favorito para «luz-radiante-esplendorosa-hija-del-sol» —exclamó—. Es decir, aparte de Eliana. —Se sentó y se contoneó para voltear a verme de frente. Empujó la cobija y se bajó de la cama. Se sentó y cruzó las piernas frente a ella, como en posición de loto.

Al verla ahí, así, desnuda, también me levanté.

—Vamos, dime.

—Lucia —contestó.

—¿Lucia?

—Sí.

Miró al horizonte y yo me pregunté si estaría pensando en la joven misteriosa que la visitó dos años antes. ¿Quién era esa Lucia?

Oh, ya podría pensar en ella después. Prefería acercarme a Eliana.

—Lucia es un nombre hermoso.

Nos besamos. Nuestros brazos y piernas se enredaron. Yo escuché a nuestros corazones latir velozmente, pero no pude distinguir cuál le pertenecía a cada quien.

—Si alguna vez llego a tener una hija —dijo—, creo que le pondré de nombre Lucia.

¿Una hija? Era una noción bastante descabellada.

—Lucia es perfecto —le dije.

Era casi como una promesa, una promesa que yo no podría cumplir.

¿O sí?

Una suave brisa entró por la ventana y giró alrededor de nuestros cuerpos. Las cortinas ondearon y produjeron dulces y agitados sonidos. Vi el pecho de Eliana elevarse y descender, elevarse y descender. Tomé su cabeza entre mis manos.

—Yo te amo.

Y ahí estaba, tan llano como eso. Lo dije.

Ella asintió.

Había más que decir, ¿pero ahora?, ¿cómo articularlo?

—Yo te amo… con toda… la inocencia con que un hombre ama a su primer amor.

Ella volvió a asentir.

—Con… toda la temeridad con que un héroe ama a su heroína… Con la humildad con que el girasol ama al sol. Con…

Eliana colocó su mano en mi boca.

—Ya lo dijiste —susurró—. Lo dijiste por completo. ¿Ahora, por favor, puedes abrir tu regalo de cumpleaños?

Se estiró hacia el otro lado de la cama y sacó un paquete. En él podía caber una sopera completa. Así de grande era. Yo habría preferido que Eliana no gastara dinero porque no podía volver con nada a casa. Ni siquiera un grano de arena. Y parecía envuelto con tanto cariño; con un papel anaranjado brillante que tenía impresos girasoles de vivos colores.

Eliana colocó el paquete frente a mí.

—Mi padre estaba conmigo cuando lo elegí, y dijo: «Sí, eso es». Por eso me decidí por él.

Miré la caja por todos lados, preguntándome cómo desenvolverla sin rasgar el papel.

—¿Cómo lo abro?

Ella se rio.

—¡Rasga el papel!

—¡Pero cómo! Se puede volver a usar, ¿no?

Ella puso los ojos en blanco.

—Entonces quítale la cinta adhesiva con cuidado —explicó al mismo tiempo que señalaba una banda de plástico.

Ah, entonces entendí cómo abrirlo.

Me alivió ver que adentro no había una sopera, sino otra caja más pequeña envuelta en un suave papel amarillo con un moño color magenta. Y dentro de esa había otra caja, tan delgada y larga como mi mano, envuelta en papel verde con un moño color turquesa. Al retirar el papel encontré una delgada y elegante caja negra de cartón. Levanté la tapa y adentro, sobre una superficie de terciopelo negro, había algo que yo ya conocía bien, algo en lo que posé mi mirada desde niño. Era la herencia de mi familia: la antigua pluma con las estrellas. Solo que aquí estaba nueva.

La densa y negra superficie no tenía ningún rasguño. Los accesorios brillaban. A lo largo de la banda de platino que la tapa tenía alrededor se leía la inscripción, aunque no de la misma manera en que yo siempre la había visto. Aquí todas las letras eran legibles, estaban completas y presentes.

Los Nordstrom siempre creímos que en la inscripción de la pluma decía: «Para Florian, con amor infinito, Alisa», porque las letras que faltaban las sustituimos con la historia de la familia, pero la frase original era:

Para Finn

con amor infinito

Eliana

Agosto 2011

La pastilla que me tomé para el desfase temporal tuvo el mismo efecto que un pedazo de pan echado a perder. Sentí como si hubiera saltado por lo menos cincuenta siglos en el tiempo, y como si hubiera aterrizado en un lugar vacío donde no había nada a qué aferrarme. Mis emociones estaban desbocadas.

Al principio me quedé profundamente asombrado. La pluma fuente me dejó estupefacto. ¿Cómo podía estar ahí, pero también en mi habitación del Rubik? La confusión le dio paso al entusiasmo. Por un momento sentí la emoción de descubrir todos los increíbles secretos que nuestro mundo guardaba, pero luego me inundó el terrible miedo de lo que ese descubrimiento podría significar. Miré a Eliana. Me sonreía. Y entonces me di cuenta de que nunca había imaginado que un ser humano pudiera sentirse tan feliz y no morir por lo mismo. Y ahí estaba yo, embriagado de alegría. Pero en cuanto lo noté, esa alegría se transformó en una profunda tristeza porque supe que la mujer a la que amaba estaba destinada a perecer, y no me atrevía a decírselo.

—Eres mi amor —dijo Eliana—. Eternamente.

—Ya lo dijiste —agregué—. Lo dijiste por completo.