Rouge se dio cuenta de inmediato de que algo no estaba bien. A Finn no le interesaba ni siquiera escuchar sobre el Museo Erótico. «¿Acaso no tienes por lo menos un interés académico?», le preguntó Rouge.
No lo tenía.
El viaje de vuelta al Berlín de 2265 fue algo accidentado pero Finn casi no lo notó. Eliana amaba a otro, ¿qué podría dolerle más que eso?
El profesor Grossmann y la doctora Yuka Shihomi, su asistente, le realizaron a Finn todos los exámenes de control obligatorios. Tomaron su presión, descargaron sus recuerdos, lo midieron, revisaron su tono muscular y auscultaron sus orejas.
—¿Y qué pasó con esos instintos? ¿Los ha obedecido? —le preguntó el profesor a Finn.
—Es muy difícil cenar buenos cortes de carne con esos recortes que aplicaron, señor —le dijo Finn con un puchero.
—Estamos trabajando en el presupuesto.
Finn se levantó.
—¿Eso es todo?
—Lo noto un poco agitado.
Finn se encogió de hombros.
—El regreso a casa fue un poco rudo.
—También en eso estamos trabajando. En las perturbaciones atmosféricas —dijo el profesor con una sonrisa muy optimista—. Ya puede volver a casa.
Cuando volvió al Rubik, Finn se contempló en el espejo. Miró con detenimiento aquella barbita lacia que tenía en la barbilla como si ocultara el secreto de cómo borrar los sucesos de las últimas horas. La sacudió con la punta de su dedo índice, de la misma forma que lo había hecho Eliana. El recuerdo embargó su corazón. Todo era culpa de él, lo sabía bien. Se lo habían advertido.
Así que se quedó en cama, entre las sábanas, sufriendo, preguntándose: ¿cuánto tiempo duraría una herida como la suya?
A la mañana siguiente, cuando despertó, seguía ahí.
Y al día siguiente.
Y al siguiente también.
A veces, cuando dormía y soñaba, se le olvidaba el dolor. La veía sonriéndole. Dorada, con sus ojos tan oscuros y profundos como lagunas. Y sentía tanta felicidad que, al despertar, solo se quedaba en la cama preguntándose si eso era a lo que alguna vez se refirieron como «bendición».
Pero entonces escuchaba que el esterilizador de manos del baño de junto sonaba shhhhh, shhhh, shhhh, o que la lluvia de abril golpeteaba en la ventana; o que JoeJoe, el intendente, batallaba con el polvo del corredor, y entonces su cabeza se aclaraba, los oídos se le aguzaban y se daba cuenta de que se había equivocado, que en realidad estaba solo. Muy solo. Y que Eliana se había ido.
Su corazón, tan inexperto, comenzaba a sufrir de nuevo.
¿Por cuánto tiempo más? ¿Por cuánto?
Era ilógico, lo sabía. Ni siquiera tenía derecho a amarla. ¿Qué podría ofrecerle? Nada. ¿Tenían un futuro juntos? No. ¿Era él un buen amante? Definitivamente no. ¡Le había besado la cutícula! ¡La cutícula rasgada! ¡Un padrastro! Qué vergonzosa muestra de pasión.
Sus amigos también estaban preocupados. Rouge, como era de esperarse. También Severin y Yolanda, de su unidad de PA. Renko y Gao. A Finn incluso le daba la impresión de que JoeJoe andaba de puntillas cuando él estaba por ahí, lo cual no era nada sencillo para un robot, ni siquiera para uno de última generación. Nadie sabía qué le pasaba y él tampoco lo revelaba. De todas formas, ¿quién lo entendería?
Renko le envió un regalo para alegrarlo.
—¡Lo encontramos! —le avisó—. «La leyenda de Frank y Franzi». Lo rastreamos hasta la colonia Forester del Bosque Bávaro.
Pero en cuanto comenzó a desarrollarse la primera escena, Finn se dio cuenta —¡lleno de horror!— de que Frank, el Fabuloso de la película, era Sam el Odioso en la vida real, Sam el insufrible, Sam, el Increíblemente Bien Parecido, el que acababa con cualquier posibilidad de que Eliana volviera a pensar en él, en Finn, otra vez. O tal vez era (trató de ser lo más racional al respecto) Sam quien había acabado con cualquier posibilidad de que Eliana jamás hubiese vuelto a pensar en él hasta el momento de su muerte, que por cierto no había manera de saber cuántos años y siglos atrás había sucedido.
A Finn lo embargó una emoción tan violenta, tan febril, que le pidió a Hildburg, el ama de llaves, que por favor le llevara una compresa helada lo antes posible, para calmarse.
Y entonces supo de inmediato que eso debía ser lo que significaba estar celoso.
Más tarde clopeó al actor. Sam Maarten se había reubicado en Hollywood en 2012, a los veintisiete años, le dijo el Cíclope. Pero su carrera empezó a decaer a partir de ahí, y terminó haciendo doblaje de voces extranjeras tipo nazi en películas pornográficas soft-core. ¡Bien hecho!, pensó Finn. Bien hecho.
Y entonces supo, de inmediato, que eso debía ser a lo que los alemanes se habían referido con «schadenfreude», aquella palabra tan maliciosa: la alegría propia ante la infelicidad de otro.
Pero más que nada se sentía desolado. Miserable. Como si hubiera tocado fondo. Partió a casa, a Fire Island. Se sentó en la playa. Los días eran cada vez más cálidos y las estrellas brillaban más por las noches. Pero nada lo consolaba.
En aquel momento supo que eso debía ser a lo que los hombres de la antigüedad se habían referido con «amor no correspondido».
Entonces, una mañana llegó un paquete. Era la segunda Moleskine® de Eliana.
Finn se quedó estupefacto.
Incluso consideró no leerlo.
Pero sabía que debía hacerlo. Tenía que saber. Era interés académico, se dijo a sí mismo, aunque no pudo convencerse del todo. En el fondo sentía algo más; era algo luminoso y agradable que permanecía más allá de todas sus emociones lúgubres.
Y entonces supo que eso debía ser a lo que la gente alguna vez llamó «esperanza».
Abrió el diario.
Domingo, junio 17, 2007
Me afectó el cambio de horario. Zzzzz.
Todo va bien hasta el momento, pensó Finn. Eliana acababa de volver de Estados Unidos. Él no la visita por otros tres meses y medio.
Martes, junio 19, 2007
Estoy contenta de haber vuelto a casa y de poder ir a todos lados caminando. En Teaneck el único lugar adonde se podía ir así era al auto, que estaba en la entrada de la casa.
Empecé a trotar. Mis horarios para dormir son un desorden. A las seis de la mañana estaba despierta, así que decidí levantarme de la cama y salir. El Kurfürstendamm es hermoso a esa hora de la mañana. Casi no hay tráfico y es bastante seguro. Ahora lo recorro trotando hasta llegar a Uhlandstraße, cruzo la calle y regreso. Me ayuda a despertar.
Jueves, junio 21, 2007
Estoy estudiando mucho para los exámenes finales porque no quiero repetir el año. Me perdí de bastante cuando estuve en Teaneck, pero creo que puedo lograrlo. Por cierto, Robert logró graduarse oficialmente de preparatoria. ¡Promedio de 1.4! ¡No es broma!
Sábado, junio 23, 2007
¡Oh! ¡Por! ¡Dios!
¡Me muero! ¡Es increíble! ¡Asombroso! ¡No puede ser verdad! ¡Pero lo es! ¡Auxilio!
¡Ahhhhhhhhhhhh!
¿Una exclamación tan larga? ¿Qué pudo haber pasado?
¡No vas a creer a quién me encontré anoche en el Gold Bar! ¡A Sam Maarten!
Oh, no, ¿ya tan pronto? Finn esperaba que Sam el Odioso hiciera su entrada en alguna parte del diario, pero, ¿tan pronto?
¡Y se acordó de mí! Incluso se acordó de la oración que tuve que decir en «Frank y Franzi», ¿recuerdas? «Es tarde, ¡vamos, tenemos que irnos!». Fue genial. Estuvimos sentados en la barra larga del frente, y luego él bebió un sorbo de su cerveza y dijo: «Es tarde, ¡vamos, tenemos que irnos!», y entonces yo bebí un sorbo de vino y dije: «Es tarde, ¡vamos, tenemos que irnos!». Al final, de verdad era tarde, así que le envié un mensaje a mamá y le dije que me iba a quedar a dormir con Johanna. Y entonces Sam bebió un poco más de cerveza y me besó. Yo bebí vino y lo besé. Después de seguir haciendo lo mismo un rato, él dijo: «Oye, ¿sabes qué? Es tarde, ¡vámonos!», y esta vez sí hablaba en serio, así que nos fuimos.
Y lo hicimos.
¿Cómo no? Es decir, ¡era Sam Maarten!
Adivina quién no fue a trotar esta mañana a las seis. Ejem…
Finn ni siquiera tuvo que pensarlo, fue un reflejo. Aventó el diario hasta el otro lado de la habitación. Lo hizo con toda la fuerza G que tenía. La libreta atravesó el aire como un antiguo platillo volador de juguete y aterrizó en el invernadero, donde tiró el cilantro y la albahaca. La tierra y las hojas se desparramaron por todo el suelo. Fue una cantidad bastante generosa de fuerza G. Y provocó un gran caos.
Poco después Magda, la Mujer del Aseo-NY-FI-Nord7 que estaba guardada en el clóset del sótano, recibió una llamada de auxilio de la unidad sensorial de control del invernadero. La señal abrió su compuerta y activó el cinturón de herramientas. Magda se apresuró a subir para limpiar el desastre.
Poco después Finn retiró el diario de la barra de la cocina, lugar donde la sabia Magda lo había dejado. Se sirvió una copa de vino y se dejó caer en el sofá de la habitación de arriba.
Para ser justos, Eliana nunca entraba en detalles respecto a su vida sexual. Y Finn lo agradecía. Oh, sí, mencionaba citas con Sam, la ropa que ella había usado, y a quiénes conoció estando con él. También hablaba de lo que comía y de las ocasiones que se había quedado a dormir en casa de Sam (lo cual ya era suficientemente doloroso de leer), pero mientras Finn no tuviera que reflexionar sobre frases como «y entonces lo hicimos», podría continuar con la lectura. En una ocasión, sin embargo, a mediados de julio de 2007, cuando terminó la escuela y ella pasó todos sus exámenes, mencionó que había besado a Sam el Odioso. Para el agrado de Finn, el comentario era negativo.
Ya me estoy cansando de besar un cenicero. Y se lo dije. Prometió dejar de fumar.
Sucedió que, efectivamente, Sam dejó de fumar, pero como Eliana no volvió a mencionar sus besos, Finn quiso pensar que o no se habían besado mucho o que el actor, al igual que todos los otros chicos en la vida de Eliana, no le causaba sensación en ese aspecto.
Finn continuó leyendo. Página por página. Había mucha información sobre un viaje que hizo por Creta en julio con dos de las Tres J. Fue un viaje de tres semanas y en el diario había detalles sobre dónde encontrar el mejor yogurt, la playa más popular y los chicos más guapos. En agosto escribió sobre el viaje anual de la familia al Báltico; a la península de Fischland-Darß. Sam apareció en una breve visita y coqueteó con Lisa, la novia de Robert, lo cual enfureció a Eliana. No obstante se reconciliaron y él la invitó a la premiere de una de sus películas. Las clases comenzaron y el clima cambió.
A medida que leía, Finn se ponía cada vez más ansioso respecto a la fecha en que él llegó, el primer día de octubre. Septiembre ya casi se acababa. Luego, el treinta de septiembre vino y se fue. Al joven historiador se le congestionó el pecho, casi no podía respirar. Le temblaban las manos. Dio vuelta a la página.
Octubre 1, 2007
¡Estúpida!
Estúpida. Estúpida. Estúpida.
¿Cómo pude? ¿Cómo pude?
¡Demonios!
Finn leyó y releyó por un rato esa entrada tan evidentemente explosiva. No estaba seguro de lo que significaba pero sospechaba que Eliana estaba enojada consigo misma. En el papel donde la pluma fuente había marcado el signo de exclamación después de «¡Demonios!», quedó un agujero. Finn le dio vuelta a la página. La tinta se había corrido y hecho una mancha. Eliana cruzó la página de arriba abajo con una gran «X».
Finn pasó otra hoja. La siguiente estaba en blanco pero se sentía rígida y arrugada, como si le hubieran caído gotas de agua y luego se hubieran secado. Pasó otra. También estaba rígida y arrugada. Y luego la siguiente:
Jueves, octubre 4, 2007
Estoy deshecha, ya no queda nada. Robert dice que debería beber un vaso de agua, que tal vez eso me ayude a producir más solución salina. Es un idiota.
Eliana había llorado, ¿pero por qué?, ¿por qué lloró?
Finn se quedó viendo las hojas en blanco. ¿Habrían caído sobre ellas sus lágrimas? ¿Por eso el papel estaba tan crujiente y arrugado? ¿Sal? Levantó la libreta y sacudió la página. Esta produjo un crujido. Era el sonido de sus lágrimas, estaba seguro. Le avergonzaba pensarlo, pero era como música para sus oídos. Eran sus lágrimas, tanto como la libreta era su diario. Por supuesto, solo se trataba de réplicas genuinas, pero de todas maneras eran tesoros.
¿Las lágrimas eran un tesoro? Le dolía pensar que Eliana había llorado. Daría todo por besar su rostro y así borrar sus lágrimas.
¿Borrar sus lágrimas con besos? ¡En qué tipo tan sentimental se había convertido!
Domingo, octubre 7, 2007
¡Fui tan estúpida! Estúpida, estúpida, estúpida. Me avergüenza decirlo, pero lo fui. Lo soy. Debí haber corrido a Sam en el mismo instante que llegó a la terraza. Fue tan grosero con Finn. Tan grosero. «¿Este tipo no habla?», me preguntó como si Finn no estuviera ahí enfrente. Y luego, el cinismo, la tremenda osadía de preguntarle si podíamos quedarnos con él en Nueva York, como si todo mundo estuviera a su disposición.
¿Por qué dejé que me deslumbrara? Mamá y papá nunca dijeron nada, pero sé que no les gustó Sam desde el principio.
Sam. ¡Grrr!
¿Grrr?
Pero lo peor es que Finn cree que soy novia de Sam. Pero no lo soy. Ya no. Lo fui. En pasado. Muy en pasado. Debiste…
¿Ya no era novia de Sam? Finn volvió a leer el pasaje.
Pero lo peor es que Finn cree que soy novia de Sam. Pero no lo soy. Ya no. Lo fui. En pasado. Muy en pasado. Debiste ver la cara de Sam cuando le mostré la salida. Fue una actuación digna del Oscar, pero no me engañó.
¡Lo corrió de su casa!
¡Sí!
Finn sintió que algo en él se elevaba. Su pecho comenzó a expandirse, a llenarse de… de… ¿qué era? Era aquella tremenda sensación llamada esperanza, eso era. Lo inundaba por completo, se derramaba por los bordes, lo embriagaba.
Más, más.
Por desgracia, haber mandado al diablo a Sam no cambia el hecho de que Finn se ha ido. Y ni siquiera tengo su número. Ni su correo. No tengo su Facebook. No tengo nada. No lo podré encontrar. Nunca.
La pregunta es: ¿volveré a verlo? Pensar que no, me rompe el corazón. Pensar que nunca tendré la oportunidad de decirle lo bien que me sentí hoy al caminar a su lado, que jamás había sido yo misma tanto como hoy; que jamás me sentí tan ingeniosa o divertida. Y deseada. Dios mío, ¡la forma en que me miraba! Lo sentía por todas partes. O sea, por todas partes.
Pero trato de no pensar mucho en él. Trato de olvidar que, por unas cuantas horas, un dorado día de octubre, amé a alguien. Y luego lo perdí.
¡Amor! ¡Usó la palabra «amor»!
Finn dio saltos, sacudió los brazos y gritó de alegría. Desde lo más profundo de su ser salió un clamor inesperado: «¡Me ama! ¡Me ama!».
Entonces jadeó. ¿A mí? ¿Me ama a mí? Mmm, ¿había alguna manera de decir lo mismo sin usar el pronombre personal?
Finn lo analizó por un momento. ¿Cuáles eran las posibilidades?
Ella ama a Finn.
Ella ama a este hombre.
Ella lo ama.
Ninguna le parecía adecuada.
—Me ama —dijo. Sí, eso sonaba bien.
—¡Me ama! —dijo con mayor volumen. Así sonaba mucho mejor.
—¡Ella me ama!> —gritó—. ¡Me ama! —Finn decidió que así, gritado, era como mejor sonaba.
Volvió a leer el último párrafo de Eliana, a deleitarse con él. Su corazón se había vuelto un lector extraordinariamente goloso:
Pero trato de no pensar mucho en él. Trato de olvidar que, por unas cuantas horas, un dorado día de octubre, amé a alguien. Y luego lo perdí.
Y por otra parte, ¡¿¡¿qué le pasa al tipo?!?! ¿Por qué tanto misterio? Viene. Se va. Está. No está. Es muy frustrante. ¡No tengo por qué soportar estas tonterías! Ya decidí que lo voy a olvidar. Y punto.
xo
Eliana
¿Olvidarlo? ¿Y punto? Finn supo que tenía que volver a ella. Volver, y pronto.
PD. Por cierto, casi olvido mencionar que Finn sabe besar muy bien. Eso, por desgracia, va a ser muy difícil de olvidar. Pero en serio, nadie me ha besado jamás de la forma que lo hizo él. Jamás. Y yo tampoco volveré a besar así a nadie. Fue esplendoroso.
Él fue esplendoroso.
Ambos lo fuimos.
¿PD? ¿Aquella vital información solo valía una «PD», un «por cierto», un «casi se me olvida mencionar que…»?
¿Cómo?
¡Era una noticia maravillosa! ¡Finn Nordstrom besaba esplendorosamente!
Ardía de emoción. Era como si un virus se hubiera apoderado de él y le hubiera infectado el cuerpo. Como si le hubiera devorado sus viejas y agotadas células para crear nuevas e infundirle un tipo de vigor que jamás se habría imaginado. Se volvió a infectar dos veces al día para asegurarse de que el virus continuara en su interior: todas las mañanas, en cuanto despertaba, abría la ampolletita que se había llevado consigo de Berlín e inhalaba el Infinitissimo de Eliana. Todas las noches, antes de ir a la cama, otra inhalación.
Y mientras tanto continuó trabajando a paso frenético. Al mismo tiempo que descifraba y traducía el segundo diario negro, iba a Manhattan tres veces a la semana a sudar en la centrifugadora del IOZ. También continuó practicando su caligrafía; cada vez era más hábil en los aspectos de velocidad y forma. Le envió el diario al DocDoc, y a cambio recibió la tercera libreta de la serie Moleskine®: el sexto documento de Eliana.
En él, la chica escribió acerca de su preparación para su examen Abitur, el final sobre libros que había leído y sobre ensayos escolares que tenía que redactar. El fin de semana de su cumpleaños número dieciocho, ella y las Tres J. fueron a París y se quedaron en un albergue juvenil que le recordó a una «penitenciaría estilo soviético» que una vez vio en una película. De vez en cuando escribía sobre citas que tenía con algunos jóvenes, y aunque Finn leía esta información temeroso, siempre se sentía aliviado cuando Nick, Felix o Pablo, quienquiera que fuera aquella semana, no volvía a ser mencionado jamás. ¡Se lo tenían bien merecido!
Eliana nunca escribía sobre Finn, pero él presentía que seguía en sus pensamientos, y un día confirmó sus sospechas.
Miércoles, octubre 1, 2008
Ya pasó un año desde que Finn estuvo aquí. Trato de no hacerlo, pero pienso en él con mucha frecuencia. A veces, justo antes de dormirme, imagino escenarios en que describo los detalles sobre cómo nos volvemos a encontrar. Sé qué ropa lleva, con quién estoy yo; dónde nos encontramos, y todo lo que dicen los personajes. En uno de esos escenarios estoy vestida con mi nuevo vestido negro de espalda baja, y los zapatos de tacón de Christian Louboutin que tiene mamá. Ella y yo salimos a una premiere, y mientras camino por la alfombra roja donde todo mundo —hasta los paparazzi— cree que soy una estrella, de repente veo a Finn y él cruza la barrera policiaca, corre hasta mí y grita: «¡Eliana! ¡Soy yo!». Uno de los guardias de seguridad está a punto de llevárselo arrastrando, pero mamá dice: «¿Qué cree usted que está haciendo? El joven viene con nosotras». Y entonces Finn y yo nos besamos y después de eso no sé bien qué sucede. Lo único que sé es que se queda conmigo por el resto de mi vida.
Lo sé, de verdad es muy tonto, pero imaginar todo esto me hace sentir mejor.
Esta tarde, durante la cena, Robert dijo que cree que Finn es un agente encubierto, y que por eso nunca anda por aquí y tiene un tipo de iPhone que nadie más tiene. Mamá le dijo que no dijera tonterías, que los agentes encubiertos no usan trajes de Hugo Boss o, al menos, nunca fue así en una película en la que trabajó. Además, dijo, Finn es demasiado guapo para ser agente encubierto. Los agentes en la vida real no lucen como Daniel Craig, Matt Damon o Finn Nordstrom. Papá me miró, apretó mi mano y dijo: «Va a regresar, cariño, confía en mí».
Yo de verdad quiero creerle. Y por un instante lo hice. xoxo[1] Eliana
—¿Cuándo es el siguiente viaje? —le preguntó Finn a Rouge.
Se estaba impacientando; quería ver a Eliana, por eso agendó una holoreunión con Rouge. Él estaba sentado en el comedor 3-D de Long Island, cerca de Sag Harbor, en la costa norte, porque el chef Carlo Canelli estaba en el taller de reparación. Rouge estaba en casa, en el Rubik.
—El Proyecto Tiempo está teniendo algunos problemas —le explicó—. Antes de que volvamos a partir, el equipo tiene que analizar ciertas perturbaciones atmosféricas. El viaje se pospuso por un corto tiempo.
—¿Se pospuso? —Fue evidente que Finn estaba desilusionado. Incluso él mismo escuchó un tono de queja en su voz. Rouge también lo notó.
—Oye, no te desanimes. Solo tienen que arreglar algunos problemas antes, Finn. Son PA de todos los días.
—¿PA?
—Perturbaciones atmosféricas. No te preocupes.
Pero Finn no estaba preocupado sino impaciente. Habían pasado semanas desde la última vez que vio a Eliana. Por otra parte, ella había esperado mucho tiempo para volver a encontrarse con él. Debería seguir su ejemplo. ¿Ella se quejaba todo el tiempo? No.
—Estas dificultades son bastante comunes —agregó Rouge—, pero es bueno que las hayamos detectado ahora y no después. —La chica sonrió con alegría—. Te ves mejor, Finn. La brisa marina te devolvió el color. A esta amiga le alegra eso.
Rouge realmente se veía feliz, pensó Finn.
—¿Y a ti cómo te va? —le preguntó.
Rouge le contó. Todo. Era muy raro en ella. Le habló con emoción acerca de la visita que había hecho con sus padres, embajadores del Triple G, a las provincias del continente sudamericano situadas en el área del Ecuador. Rouge jamás los había mencionado. Tampoco hablaba nunca de su niñez, la cual pasó con su familia extendida en un dormitorio Cerca y Querido en Marsella. Pero de pronto comenzó a hablar de todo aquello. Le contó sobre una agradable excursión de prueba que había hecho con Yolanda y Severin en bicicletas diseñadas por este último. Y mencionó una aburrida reunión con el sofocante señor Ciucurescu, administrador del IOZ, en la que hablaron sobre los recursos para su doctorado.
—Se pasó todo el tiempo quitándoles la cáscara a las nueces —dijo Rouge—. Fue desquiciante. Tenía un artefacto pegado a su escritorio, y cada vez que cascaba una nuez, adivina quién tenía una visión de su propia cabeza siendo quebrada en el aparato aquel.
Finn se rio.
—Y si la nuez no salía completa e intacta —continuó Rouge—, ¡la tiraba a la basura! Y ahí tienes al despilfarrador, ¡recortando nuestro presupuesto!
Finn volvió a reírse. El humor no era la carta fuerte de Rouge, pero de pronto lo estaba haciendo reír.
—Es bueno escucharte así —le dijo ella—. Nos tenías algo preocupados. Pero te sientes bien, ¿no es así?
—Hunky-dory.
—¿Cómo dijiste?
—Hunky-dory. Siglo XIX. Norteamericano; significa «lo suficiente». —Finn le deletreó la palabra a Rouge.
Ella la agregó a su diccionario personal del BC y luego bebió un sorbo de té. Daba la impresión de que esperaba que él dijera algo.
Finn se preguntó si debería contarle sobre Eliana, pero algo lo contuvo. ¿De verdad podía confiar en ella? Quizás no. No siempre fue honesta con él, era mejor ser precavido.
Pero tenía que contarle a alguien porque ya había empezado a hablar solo. A veces, cuando daba aquellos largos paseos por la playa les mencionaba el asunto a los cangrejos. «Me ama», les decía, y ellos se iban de prisa para divulgar la noticia. Si al darse una zambullida pasaba junto a una medusa extraviada, la llamaba: «Oye, ¿ya te enteraste? ¡Me ama!», y la medusa agitaba sus tentáculos como respuesta. Por las noches se lo susurraba a las estrellas. «Esto es solo entre nosotros, pero ella me ama. Profundamente», y las estrellas le centelleaban en respuesta.
Pero no estaba satisfecho. Necesitaba decir más, expresarse de una forma más amplia. Como Eliana lo hacía con su diario. A ella le hacía feliz…
Y fue entonces que se le ocurrió una idea extraordinaria.
¿Por qué no escribir también un diario? ¿O un libro?
Forester Raoul Aaronson estaba asombrado. Conocía a Finn Nordstrom de toda la vida prácticamente, y lo consideraba uno de sus citadinos preferidos. No obstante, su pasión por escribir le sorprendía. Jamás había conocido a un citadino, ni siquiera a uno de su agrado, al que le interesara el arte de la escritura. A Colin, su hijo de cinco años, también le impactó ver a Finn escribir una «C», unirla a una «o», a una «l», a la «i», y luego a la «n». Y después, el apellido.
—Mira, papá —exclamó Colin—, escribió mi nombre.
—Tú también vas a aprender muy pronto en la escuela —le dijo Raoul.
—Escribe el nombre de mamá —le pidió Colin a Finn—. Es «Carmine Marion Aaronson».
El nombre se quedó levitando en el aire mientras los tres escuchaban su sonido como si se tratara del canto de un ave.
Raoul había perdido a su esposa dos años antes debido a complicaciones durante el parto. Nadie se lo esperaba. De lo contrario, Raoul seguramente la habría llevado a Toronto para dar a luz. Era uno de esos Forester modernos a los que no les causaba problema hacer uso de la tecnología de punta si se trataba de salvar una vida. Pero de pronto fue demasiado tarde para ayudar a Carmine o al bebé, una niña. Desde el fallecimiento, el hombre se enfocó en criar a Colin y hacerse cargo de su negocio; aunque claro, no faltaban mujeres Forester que querían casarse con él. «Aún no estoy listo», solía decir, y continuaba con sus labores. En una ocasión salió de Sternwood Forest para aprender a manejar nuevas tecnologías que ayudarían a que los negocios de impresión y publicación de los Forester fueran más eficientes. La mayor parte de las innovaciones tecnológicas le causaban recelo pero entendía muchos de los conceptos de aquí y allá, y gracias a eso regresaba inspirado a casa.
Raoul se agachó hacia el frente y levantó a su hijo en brazos.
—Oye, Colly Dolly, Finn tiene que irse. Debe alcanzar el swuttle para volver a Nueva York.
Finn se puso de pie y Raoul le entregó un libro.
Estaba encuadernado en fina piel de color coñac, lo cual le recordó a Finn aquel momento en que levantó la ampolleta del Infinitissimo de Eliana y la miró a contraluz. Abrió el libro y recorrió una página con los dedos. Era de color blanco cremoso.
—Carmine lo hizo —explicó Raoul—. A mano. Todavía tenemos algunos. Para los amigos.
Finn percibió el aroma del papel.
—Tintoretto, crema, 140 gramos —agregó Raoul.
—Lo guardaré como un tesoro —dijo Finn—, en especial ahora que sé que lo fabricó Carmine.
Finn se despidió del pequeño Colin con un abrazo, y luego el niño y su padre caminaron por el sendero hasta el camino principal, y a la parada del autobús eléctrico.
—¿Qué es lo que realmente planeas hacer con el libro? —le preguntó Raoul a Finn.
—Escribir —le contestó—. Una historia.
Finn llevaba varios días pensando dónde comenzaría su relato. Para cuando se sentó a la mesa de nogal con el girasol, el 3 de mayo de 2265, sabía que quería que la historia fuera el recuento más honesto posible de lo que había pasado aquellos últimos meses en su vida. Comenzaría por el día que se enteró del descubrimiento del Bodden, el día que Rouge lo visitó en Fire Island.
Retiró la tapa de la pluma fuente con las estrellas de platino, abrió el libro y empezó a escribir.
Finn alcanzó a ver un crucero espacial que transportaba geólogos a Marte y otros lugares más lejanos. ¿O tal vez volvía a casa para las fiestas? Era difícil saberlo desde tan lejos. No obstante, alcanzaba a ver que los reflectores del crucero parpadeaban con una luz color verde, quizá para saludar al crucero SunTeam, el cual estaba repleto, supuso, de saltadores de bungee que salieron de paseo para vivir una emoción cósmica. Se estremeció solo de pensarlo. Jamás le habían agradado las caídas libres e ingrávidas.
Continuó escribiendo. Palabra por palabra, oración por oración, párrafo por párrafo. De pronto ya era página por página, y luego, capítulo por capítulo. Para mediados de mayo ya había llegado al diario de Eliana:
La portada era de un color rosa muy intenso. Era un rosa chillante al que solían llamar rosa caliente o rosa fosforescente. La cubierta era rosada, fea, brillante, demasiado llamativa y de plástico. O tal vez era de vinilo. En ella había impresos diminutos corazones rojos; corazones, flores y mariposas. El libro también tenía una cerradura que se veía bastante endeble, y en la que había una llavecita dorada atada a un listón rosa con textura de satín. Finn no sabía qué pensar. Miró al Doctor Doctor Rirkrit Sriwanichpoom.
—¿Qué es? —le preguntó.
—Es un diario —contestó el director—. Escrito a mano, naturalmente.
—¿Un diario? —preguntó Finn, sorprendido.
Y entonces el profesor Judd W. Grossmann lo llamó.
—Estamos listos, señor Nordstrom —le dijo.