Finn lo encontró en lo más profundo del Iceberg, Subnivel 9 de las Catacumbas. Estaba en un cuarto casi olvidado donde había libros de referencia del siglo XXI que no habían sido catalogados y que tenían que ver con la impresión, creación y manufactura de libros. En filas, sobre los estantes había de todo, desde abecedarios para niños y guías de tipos de letras hasta manuales para diseñar libros con imágenes en tercera dimensión. Finn descubrió carpetas de presentación con muestras de papel fino, cartón y papel de China junto a fólders con marcadores de seda que alguna vez pertenecieron a libros, papeles con diseños impresos para guardas, y varias trenzas de colores para encuadernación. Los cajones estaban repletos de panfletos en los que se explicaba cómo calcular costos de impresión, y en los gabinetes había montones de muestras de portadas en tela, algodón y vinilo, todos ellos en libros de elaborados diseños que se abrían de maneras ingeniosas. ¡Qué tesoros! Finn se sintió como niño enjuguetería.
Pasó horas en los estantes hojeando fascinado, pero sin mucha suerte. Pero entonces, apretado entre Sammlung der Feinen Papiere y El Libro Pantone del Color, notó una primera edición de Escribir ahora de 1991, o mejor dicho, lo que quedaba de ella. El adhesivo de encuadernación del libro de 275 años se había disuelto y las páginas estaban despegadas, algunas de ellas arrugadas, desvanecidas y manchadas de moho. Sin embargo, se les podía leer. En cursivas sencillas leyó: «A los niños se les exige usar escritura manuscrita todos los días en la escuela, y la mayoría de los adultos la usan en su trabajo diario y vida personal. La escritura siempre se necesitará.»
¡Por supuesto! Él la necesitaba ahora. Bueno, la quería ahora. Si le preguntaran por qué, daría la misma respuesta que le dio al profesor Grossmann respecto a su asistencia al funeral. Era un misterio, algo que sencillamente sabía que tenía que hacer.
Finn estaba consciente de que lo había embargado una especie de felicidad febril. Le urgía comenzar. ¿Pero por dónde? Necesitaba una herramienta para escribir. Podía usar una pluma o un lápiz de la caja de equipo de su madre. Ahí también había tinta, aunque la botella estaba prácticamente vacía. Pero luego se acordó de la pluma fuente de su ancestro en la caja de ónix, la que tenía estrellas y punta de platino. De inmediato supo que aquella sería su herramienta para escribir. Necesitaría más tinta. Y papel.
Los autores del libro de trabajo le sugerían al lector que trazara las letras sobre los ejercicios y que, cuando tuviera más soltura, copiara las letras, palabras y oraciones en los espacios con renglones que el libro de trabajo incluía debajo de los ejemplos. Sin embargo, no era posible ni trazar las letras ni escribir en el libro de trabajo que ya se estaba desmoronando. Tan solo la presión de la pluma lo haría deshacerse y lo convertiría en inútiles hojuelas de papel.
¿Podría mandar a hacer un facsímil del libro para escribir directamente sobre él? Pero en ese caso, lo más seguro era que el laboratorio le pasara la orden al Doctor Doctor Sriwanichpoom para que la autorizara. Algo le decía a Finn que debía ocultar su pasatiempo. Tal vez debería hablar con Renko para que escaneara las páginas en el equipo especial de bibliotecas. ¿Pero cómo se lo explicaría? Los viajes en el tiempo tenían que permanecer como información clasificada. ¿Se daría Renko cuenta de algo? ¿Querría entonces saber más?
Al final, le envió a Raoul Aaronson una orden destinada a Sternwood Forest en la que solicitaba tinta, papel para calcar, papel rayado para practicar y 80 gramos de papel blanco para algunas posibles copias de escaneado.
¡Finn iba a aprender a escribir!
Mientras esperaba que llegaran el papel y la tinta, trabajó obsesivamente en el diario rayado de Eliana, que era el documento de su vida de abril 25 de 2004 a junio 9 de 2005. Eliana tenía trece años y once meses al inicio del diario, y quince años y unas cuantas semanas al final… cuando murió su hermana Madeline. Le resultaba difícil separar a la Eliana de quince que ahora conocía de la Eliana de entre trece y catorce que narraba el diario que estaba leyendo.
En él se enteró de que a Robert lo castigaron por un mes tras la aventura que corrió cuando cumplió dieciséis, y de los efectos colaterales: incrementó su promedio de 2.8 a 1.6. «Un logro sorprendente», escribió Eliana. «Y lo todavía más asombroso: no ha estado trabajando tanto como para no tener tiempo para enamorarse de Lisa Anders, su compañera de laboratorio.» El viaje que realizó la familia a Whitsun en 2004 se describía a detalle: los chocolates liliputienses exquisitamente envueltos que compraron en Graben, la Rueda de la Fortuna gigante del Parque Prater y la emocionante tarde que Eliana y Madeline pasaron viendo escaparates, después de que «por accidente/a propósito» se separaron de sus padres y Robert. Otro de los sucesos de importancia fue el viaje de verano que hizo la familia al Báltico. Fueron a la península de Fischland-Darß, en Wustrow, donde Eliana le enseñó a Madeline a arrojarse clavados en el Bodden, con la cabeza al frente «y sin partirse el cráneo». Eliana también escribió sobre su vida escolar, las riñas con sus amigas y sus muchos enamoramientos. No obstante, los sucesos familiares eran lo que más destacaba en el diario. Y eran precisamente esos acontecimientos, escritos con tanta sencillez pero con la peculiar ironía de la chica, lo que tanto hacía que Finn se encariñara con ella y, tal vez incluso más, con su familia. Pensó que le gustaría conocer más a Robert; hablar con él acerca de ciencia ficción tal vez. Y le encantaría mostrarle a Herr Lorenz que ya podía escribir «cursiva». No le importaba que las situaciones se tornaran «intrincadas». Solo sabía que eso era lo que quería, lo que necesitaba hacer. Era un misterio, y le estaban comenzando a gustar esos nuevos enigmas.
Pero Finn era impaciente. Quería escribir. Ahora. Buscó entre los pocos libros que tenía en Berlín para ver si al final de los mismos había hojas en blanco que pudiera usar. Tenía una copia antigua de pasta blanda de El guardián entre el centeno de J.D. Salinger, de 1969. Su madre la había restaurado. Al final había dos páginas en blanco. Con eso bastaría por el momento.
También encontró una herramienta para cortar en el estuche de su madre. Con ella cortó las dos páginas del libro y afiló un lápiz. Se llevó todo a Greifswald, donde se encontraba el libro de trabajo. Estaba prohibido sacar del edificio artículos de la biblioteca sin permiso. Tendría que practicar la escritura en su oficina.
Siguió las instrucciones del libro de trabajo respecto a la postura adecuada para sentarse en el escritorio y la posición del lápiz, a cuarenta y cinco grados del papel. Solo recordar el ángulo de noventa grados que hizo en el estudio de Herr Lorenz lo hizo estremecerse.
Decidió trabajar cronológicamente con el libro, paso a paso, comenzando con las familias de minúsculas de las cursivas básicas. Eran ocho, de la Familia 1 y las letras de trazos verticales, a la Familia 8 y las «f» y «t» cruzadas. ¡Qué divertido era! Imaginó que sería mucho más difícil para los niños que apenas estaban aprendiendo a leer, pero para los adultos que ya sabían, escribir era bastante sencillo. ¿Por qué no se le habría ocurrido hacerlo antes? ¿Por qué la mayoría de la humanidad había perdido aquella habilidad? A pesar de que los Forester escribían menos a mano de lo que lo hacían los hombres de los siglos XIX y XX, además de escribir textos con computadoras y artefactos de comunicación manuales, también seguían usando la escritura.
¡Pero ya era suficiente! Finn hizo una nota mental para recordar que debía reflexionar más sobre aquel tema en el futuro, pero primero tenía que descifrar y traducir el diario más reciente de Eliana.
Era un poco extraño volver en el tiempo, ahora que Madeline había fallecido y que conocía a la Eliana de quince años, pero el Doctor Doctor Sriwanichpoom y la Biblioteca de Europa esperaban el diario. Y él también. Porque en cuanto terminara ese, esperaba recibir el siguiente. Y el siguiente, y el siguiente…
Julio 6, 2004
Ayer Madeline y yo trabajamos como extras en «La leyenda de Frank y Franzi», porque mamá está realizando el vestuario. La película se enfoca en el periodo entre 1989 y 2002, y cuenta la historia de Frank —quien es de Berlín Occidental y tiene quince años al principio—, y de Franzi —de catorce, procedente de Berlín Oriental. En la película se explica que se conocieron en el Muro un día después de que lo tiraron, que se hicieron amigos, luego se convirtieron en amantes, y terminaron su relación trece años después. Madeline y yo salimos como las amigas de Franzi del barrio de Prenzlauer Berg, en 1989. Tuvimos que usar unas espantosas chaquetas de esquí. La mía era rosa y verde, y la de Madeline morada. También nos dieron botas, como las botas de nieve, pero no había nieve ni necesidad de usarlas. Lo único que había era un muro falso que construyeron para la película. Yo, de hecho, dije una frase. Cuando Frank abraza a Franzi, tuve que decir: «Es tarde, ¡vamos, tenemos que irnos!». Lo tuve que repetir como cien veces. ¡No es broma! Cada vez que lo decía, venía alguien y medía la luz y la distancia entre mi nariz y la cámara. Mamá dijo que hice un buen trabajo, pero yo le expliqué que fue mi nariz fue la que se encargó de todo. De hecho me aburrí después de un rato, y en ese preciso momento decidí que no seré actriz de cine cuando crezca. ¡Es muy aburrido! Seré escritora. Y prometo que jamás escribiré la frase: «Es tarde, ¡vamos, tenemos que irnos!». ¡Nunca, jamás!
De repente Finn reía sin miramientos. Cuán encantadora era. Tan…
—¡Te atrapé con las manos en la masa! —dijo Renko.
Finn volteó.
—Siempre me espías. ¿Con las manos en cuál masa?
—Carcajeándote —Renko se dejó caer en un sillón individual—. Eres un chico travieso, mírate riendo en horas de trabajo.
—Fue solo una risita —dijo Finn y cerró el diario. Sobre el escritorio también estaba su cuaderno de trabajo de caligrafía, pero era demasiado delicado para tan solo cerrarlo de golpe como el diario.
—Risita o carcajada —dijo Renko—, es lo mismo. Cualquiera de ellas es mejor que tu enfurruñamiento. —Luego señaló el diario con un gesto—. Otra vez esa chiquilla, ¿no es cierto?
—Toma nota: los informes del Deutsche Bank no hacen reír a este lector.
—Entendido. —Renko contempló el diario—. Pero, en serio, ¿qué puede ser tan fascinante acerca de una niña de trece años? Es algo que está más allá del entendimiento de este hombre.
—Al final de este diario ya tiene quince —dijo Finn como para defenderla (y para defenderse a sí mismo también, luego notó). Después, con los codos sobre el escritorio, apoyó la cabeza en las manos y pensó en la pregunta de Renko por un momento—. Lo fascinante no es tanto qué hace o sobre lo que escribe (fue a la escuela, se acostó, discutió con mamá…). Es más bien el cómo. Se apasiona por todo. Y te lo dice todo en la cara.
—«Te lo dice todo en la cara» —repitió Renko—. A este bibliotecario le gusta esa frase.
—Pero hay algo más. Cada mancha de tinta, cada palabra que tacha, cada falta de ortografía, lo que inserta, la forma en que intercala información, todo lo que escribe en los márgenes… Todo eso lleva a este lector directamente a su mente.
—Suena bastante íntimo —dijo Renko al mismo tiempo que hacía una cara rara, como si estuviera chupando un chocolate amargo.
Finn no había pensado mucho en eso antes, pero Renko tenía razón.
—Sí, estás en lo cierto. Lo es. Es algo íntimo. Este lector siente una extraña cercanía a ella. Es una intimidad emocional que este hombre solo había experimentado con su familia. Es algo peculiar, ciertamente.
Ambos se sentaron en silencio y escucharon el tenue zumbido del esterilizador de manos. Finn percibió que su amigo había ido a contarle algo importante.
—¿Sí, dime? —preguntó.
—Gao creyó que estaba embarazada —dijo Renko.
Finn sabía que Renko y Gao habían estado tratando de concebir desde sus vacaciones de invierno. Sin embargo, la repentina confesión de su amigo fue bastante inesperada.
—¿Creyó? ¿Gao creyó?
—Por desgracia el resultado fue negativo. Pero nos dijeron que tenemos otra oportunidad; con probabilidad de una en cuatro. Y si no funciona, vamos a tratar con la fertilización in vitro. Y si eso tampoco sirve… ya veremos. Comoquiera que sea, lo vamos a hacer oficial.
—¿Matrimonio? —le preguntó Finn, y de inmediato se dio cuenta de que la noticia le provocaba sentimientos encontrados. Notó que la alegría lo embargaba por su amigo, pero también sintió enorme tristeza por sí mismo. Renko lo dejaría.
—Es lógico —dijo Renko—. Ella tiene buenos genes, es inteligente, tendrá un buen empleo. ¿Qué más podría pedir un bibliotecario con malos genes, una mente sosa y un empleo aburrido?
Finn sonrió. Extrañaría a Renko.
—Entonces, ¿ella es la elegida?
—¿Qué se supone que significa eso? ¿La elegida? —preguntó Renko con asombro—. Seguramente hay otras, pero sí, claro, ella llena el perfil y es adecuada.
—¿Y dónde vivirán? —preguntó Finn.
Renko le contestó con una gran sonrisa.
—¡Descuida! Este bibliotecario se quedará en el Iceberg. Vamos a vivir en Struckum con las familias extendidas, en el Cerca y Querido, donde siempre han vivido los Hoogeveen. Hay un planeador que va de Flensburg a Greifswald cuatro veces al día.
Los Hoogeveen, la familia de Renko, vivían en un Cerca y Querido para familias extendidas cerca del Mar del Norte. Compartían un complejo con varias familias extendidas más del norte de Alemania: los Kuddendiek, los Hansen, los Jensen y los Klotze. Una vez Finn lo visitó allá, y las cuatro generaciones de la familia de Renko lo recibieron con cariño. No obstante, a los otros residentes les pareció bastante extraño que Finn se hubiera criado en una familia con núcleo, y en un solo hogar. Todos lo trataron con mucho cuidado, y Finn lo notó.
—Tenemos muchas ganas de casarnos —señaló Renko.
A Finn le pareció que su amigo sonaba como si estuviera tratando de convencerse de que tenía muchas ganas de casarse, pero el mismo Renko no parecía darse cuenta de ello. Miró a Finn.
—¿Alguna vez te has preguntado cómo es? —le preguntó.
—¿Quién?
—Ay, Finn —dijo Renko, y señaló el diario.
—¿Eliana?
—Hola, ¿hay alguien ahí?
—¿Que si me lo he preguntado? —repitió Finn para sí mismo—. No, en realidad no. —Lo cual era cierto. Finn no tenía que preguntarse cómo era Eliana porque, de hecho, ya lo sabía.
Exasperado, Renko se recargó.
—Bueno, si acaso te lo preguntaras, ¿cómo crees que sería? ¿Tendría cabello oscuro como el tuyo?
—¡Por supuesto que no! —dijo Finn muy alterado—. Definitivamente es rubia. Tendría un grueso y exuberante cabello rubio. Largo. Con caída en rizos.
Renko se interesó más.
—Cuántos detalles… ¿Y los ojos? ¿Cómo te los imaginas?
—Oscuros. Negros, de hecho. Con pestañas muy claras.
—Es una combinación poco común pero posible. ¿Pequeña?
Finn respiró hondo.
—Renko, ¿por qué quieres saber todo esto?
Renko solo se encogió de hombros.
—Estatura mediana —dijo Finn, al mismo tiempo que se ponía más cómodo en la silla. Cerró los ojos y trató de recordar la apariencia de Eliana—. Hermosa pero de una forma poco convencional. Más carismática que hermosa. Fascinante y cautivadora. Con confianza en sí misma.
—Ese es un perfil bastante difícil de encontrar.
—¡E inteligente! Por supuesto que es muy lista para su edad.
Renko se levantó de un salto.
—¿Inteligente? ¡Genial! Arietta Glorietta Mueller. Es amiga de Gao y tiene el perfil de una chica adorable. Le gustan los idiomas. Enseña ruso básico en la provincia de Albania. Mira.
Finn puso los ojos en blanco.
Renko inclinó la cabeza a la derecha y envió un mensaje con su BC, el cual apareció en la cuadrícula mental de Finn.
—Ay, Renko —le contestó este—. Hoy no, por favor.
—Muy bien, entonces mañana. Cambio de tema. Buenas noticias.
—Vengan.
—Este bibliotecario —exclamó Renko con mucho orgullo— encontró varios celuloides en los que trabajó Angelika Lorenz como diseñadora de vestuario.
—¡Buen trabajo, Sherlock! —dijo Finn, encantado.
—¿«Buen trabajo, Sherlock»? —preguntó Renko—. ¿Tú inventaste eso?
Finn sintió que se le encendían las mejillas. Las palabras tan solo se le escaparon de la boca. Las sacó de Eliana, quien se las había dicho a Madeline en Dusenhuber. ¿Sospecharía Renko que la frase era de la chica?
—Este lector encontró la frase por ahí.
Renko asintió y continuó hablando.
—En los estantes del Departamento de Celuloide tenemos dos de ellos.
—¿En serio? —El corazón de Finn ya iba corriendo por el pasillo que conducía a los estantes. Doc-Doc estaría encantado con su investigación—. ¿«La leyenda de Frank y Franzi» es uno de ellos?
Renko inclinó la cabeza y echó un vistazo.
—Desafortunadamente no. ¿Por qué?
—Eliana aparece en ese celuloide.
—¡Entonces debemos encontrarlo! —El rostro de Renko se iluminó como el cinturón de herramientas de JoeJoe, el intendente—. Este bibliotecario lo conseguirá de inmediato. —A Renko le fascinaba buscar lo imposible. Ya estaba saltando por todo el lugar—. Tal vez se llevaron el celuloide a la Biblioteca de Europa en Bolonia. O a la Biblioteca del Congreso en Washington. O quizá a alguna de las bibliotecas Forester. —En medio de su entusiasmo, su mirada se posó sobre el libro de trabajo que estaba en el escritorio, lo que lo hizo detenerse abruptamente—. ¿Qué es esto?
Había llegado el momento de Finn.
—Es un libro de trabajo para aprender escritura cursiva. Eliana lo mencionó porque su padre era tipógrafo, diseñador de letras. —Nada de eso aparecía en el diario, pero Renko no lo sabía—. Solo se estaba empolvando en el Subnivel 9.
Renko contempló a Finn por un buen rato, y luego dijo:
—Quieres aprender a escribir.
No era ni pregunta ni afirmación. Renko no parecía estar en shock, ni siquiera asombrado. Pero tampoco sonaba intrigado ni encantado con el asunto.
—Sí —dijo Finn, de la manera más llana posible—. Este decodificador pensó que sería conveniente para su trabajo. Para entender mejor cómo leer palabras ilegibles. —Finn no tenía idea de dónde provenía aquella respuesta porque no era algo que hubiera pensado, pero ahí estaba. Y ahora que lo veía desde esa perspectiva, sonaba totalmente lógico. Aprender a escribir con cierto tipo de escritura sería útil para leer otras semejantes. ¡Los decodificadores llevaban demasiado tiempo confiando en los programas de su BC!
—Hmmm —contestó Renko sin dejar de observar a Finn. ¿Sospecharía algo?
Renko giró sobre su propio eje, encendió el esterilizador, se frotó las manos debajo del mismo, se inclinó sobre el libro de trabajo y le dio vuelta a una de las hojas con mucho cuidado. Aún así, una de las esquinas se cayó.
—¡Vaya! Este libro no está en condiciones de ser leído. Deberías pedir al laboratorio que produzcan una réplica genuina.
—Doc-Doc no lo permitiría. Él cree que el diario es trabajo suficiente por el momento —explicó Finn mientras pensaba en lo bueno que era para fabricar mentiras blancas.
—Pues entonces espera un poco antes de seguir con la escritura.
—Pero escribir es muy agradable. De alguna forma, es como un estado meditativo. Sana.
Renko volvió a mirar a Finn con vehemencia, como si tuviera rayos X y pudiera escanear su interior para determinar sus motivos. Finalmente dijo:
—A este amigo le da gusto que hayas encontrado algo que te ayude a pensar en otras cosas. Por supuesto que nos gustaría más que te distrajeras con Arietta Glorietta Mueller porque eso les haría mucho bien a ti y a Europa. Pero si tu respuesta está en las letras cursivas, pues que así sea.
—Gracias. No me olvidaré de Arietta Glorietta. —Finn bajó la voz—. Renko, tú tienes acceso a equipo de escaneo, ¿podrías…?
—¿Escanear todo el libro? —exclamó—. Pero…
—Solo de las páginas 1 a 69. El resto es sobre historia de la escritura.
—¿«Solo»?
Finn le suplicó a Renko con la mirada.
—Por favor.
Renko suspiró.
—Muy bien, loquillo. Horas extra de trabajo. Enviaré los escaneos a tu bandeja de entrada. —Renko dio vuelta para retirarse—. Entonces me voy…
—¿Renko? —llamó Finn—. Copias impresas. En papel de 120 gramos.
—¿Te has vuelto loco, Finn? ¿70 páginas en papel de 120 gramos? No tenemos…
—Raoul Aaronson está fabricando el papel en Sternwood Forest. Debe llegar esta semana.
—¿Y puedes pagarlo?
—Artu tenía una tienda llena de muebles del siglo XXI. Este heredero venderá parte de ellos. ¿Conoces a monjes tibetanos? ¿O tal vez a una o dos viudas adineradas?
El papel llegó de Canadá dos días después, y 35 de las 70 páginas en blanco le fueron enviadas a Renko de inmediato para imprimir los escaneos. Mientras tanto, Finn le solicitó al Cíclope información sobre cómo limpiar su herramienta de escritura, encontró todo lo que necesitaba, tomó la pluma fuente de las estrellas de platino, y se preparó para usarla. Estaba listo para trabajar en cuanto Renko terminara con los escaneos.
Volvió al diario a rayas, a la Eliana de catorce años y a la traducción que tenía que hacer.
Sábado, julio 31, 2004
Pasamos el día en Lockowdamm. Primero papá llevó a Madeline a casa de su amiga Carolin, y luego nos llevó a Johanna, a Joya y a mí a la alberca. Fue muy temprano, antes de que llegara toda la gente. Johanna, Joya y yo estábamos prácticamente solas en la alberca recreativa, y nos lanzamos por lo menos cincuenta veces del tobogán sin tener que esperar. Cuando llegaron todos los niños pequeños y comenzaron a orinarse en el agua, nos fuimos a la alberca para nadadores, y luego a la de clavados.
Ayer Lucas le dijo a Johanna que hoy iba a estar en Lockowdamm con Max y Eric, así que los buscamos cuando llegamos, pero tal vez era demasiado temprano porque no los vimos. A mí me emocionaba mucho ver a Max. Es tan guapo. Me gusta cómo le cae el cabello sobre los ojos y la hendidura horizontal que tienen sus jeans, justamente debajo de su trasero, del lado derecho. Me encanta que, cuando camina, la hendidura se abre y se cierra, como si los pantalones sonrieran y luego fruncieran el ceño. Es de lo más divertido.
Como a las dos de la tarde ya estábamos en los prados, y finalmente vimos a Max, a Eric y a Lucas pasar por ahí. No podía creer la forma en que el corazón empezó a palpitarme. Fue rarísimo, me daba vueltas y vueltas y vueltas, como si fuera una lavadora a todo lo que da. También me reí y no podía parar. Fue muy gracioso.
Seguimos a los chicos sin que lo notaran, y vimos que fueron al trampolín. Compramos helado lo más rápido posible y luego corrimos de vuelta para fingir que nos encontrábamos con ellos por casualidad. «¡Ah, hola, qué coincidencia!», dijimos, y así. ¡Fue genial!
Y también nos formamos. Max estaba detrás de mí mientras yo seguía lamiendo el cono de helado de vainilla. Luego se acercó, se acercó tanto que pude oler el cloro de su cuerpo. Puso su brazo sobre mí y se me puso de gallina la piel de todo el cuerpo. De la cabeza hasta las uñas de los dedos de los pies (que, por cierto, me había pintado de rosa). Y podría jurar que lo sentí junto a mí, de verdad junto a mí. Es decir, sentí que tenía una erección junto a mí. Y grande. Solo teníamos traje de baño, así que, naturalmente, la sentí. De solo volver a pensar en eso, el estómago me empieza a hacer acrobacias como lavadora otra vez.
Así que solo nos quedamos así. Ahí estábamos mi cono de vainilla (creo que voy a adorar el sabor del helado de vainilla y el aroma a cloro para siempre), y también estaba Max, cada vez más grande y duro junto a mí. Y se sintió muy bien. No solo él ahí. Yo también sentí bien. Por dentro, como si me humedeciera y ablandara. Fue la sensación más emocionante…
Finn cerró el diario de golpe ¡Vayaaaa! Necesitaba una bebida fuerte antes de continuar con aquel pasaje.
Estaba preparándose un té condimentado con un piquete de lexa cuando apareció un mensaje que hizo parpadear su cuadrícula. Era Renko, el libro estaba listo.
Finn estaba progresando. La inclinación de las letras y los espacios lucían bien. Trazaba sobre las letras y luego las escribía él mismo en el espacio provisto. Ahora trabajaba en las familias de las mayúsculas. Lo más difícil de aprender fue el ampersand (&), pero se emocionó mucho cuando por fin le salió. Y luego empezó a escribir las oraciones completas que los autores incluyeron en el libro. Cuando terminó con todas ellas y con las cursivas sencillas, se enfocó en las cursivas ligadas. Muchas de estas letras tenían, entre una y otra, extensiones llamadas serifas de salida, lo cual facilitaba la escritura de las letras sin despegar la pluma del papel. Algunas otras letras tenían líneas muy finas al principio, es decir serifas de entrada, que hacían que lucieran más ornamentales y ayudaban a que la escritura fuera más fluida y ágil.
Finn avanzó con rapidez en el libro, letra por letra, oración por oración, página a página. Las horas pasaron, luego los días; una semana, dos. Aprendió por sí solo a escribir en cursivas, serifa por serifa. Y también tradujo el diario de Eliana, fecha por fecha, hasta que terminó. Jugó slapback con Renko dos veces por semana, salió a tomar unos tragos con Arietta Glorietta Mueller, y té con Morianna Knightley, otra amiga de Gao. Ambas perfectas, pensó Finn, pero no perfectas para él.
Soltó la pluma. Se le había cansado la mano y además tenía una cita con Rouge y la centrifugadora.
Estaban en un robotaxi, camino al IOZ.
—¿Por qué crees que tengamos que practicar en la centrifugadora? —preguntó Finn. Rouge se encogió de hombros.
—Qué pena —agregó—, pero encogerte de hombros ya no te servirá con este viajero.
—Por las fuerzas G —contestó ella llanamente—. ¿Te parece mejor respuesta?
—Pero no nos van a lanzar al espacio.
—Al tiempo, nos van a lanzar al tiempo, y por lo tanto estaremos expuestos a fuerzas G extremas.
—Pero nos fue bien en los primeros tres viajes.
—Tuvimos suerte. Sin embargo, en este momento hay algunas perturbaciones atmosféricas que nos podrían exponer a niveles extremos de fuerzas G.
—¿Qué tipo de perturbaciones?
—¿Cómo explicarlo? —Rouge respiró hondo, luego reunió toda la capacidad que poseía para explicarle al lego, y se lanzó de lleno—. Nuestra Tierra comparte cierto espacio con varias otras realidades alternativas; son otras Tierras que fueron arrancadas…
—Sí, sí —interpuso Finn—, en la escuela nos enseñaron acerca de las Tierras paralelas.
—Muy bien, entonces —dijo ella, un poco más serena— ya sabes todo al respecto.
—¿Existe la posibilidad de quedarnos atorados en, digamos, un mundo lleno de dinosaurios?
—No —dijo ella riéndose—. Esa es una idea errónea. Esas realidades alternativas están demasiado lejos de nosotros ahora.
—¿Entonces de qué tipo de realidad alternativa estamos hablando?
—Esta viajera del tiempo nunca ha vivido una. —Rouge comenzaba a impacientarse—. Y tú tampoco la vivirás. Esos inconvenientes los eludimos con lanzamientos que tienen una fuerza G extrema.
—¿Por eso vamos a practicar en la centrifugadora?
—En parte. También existe el problema de que mientras más tiempo permanezcamos en el pasado, más fuerzas G necesitaremos para volver. Por eso requerimos de práctica. Además —señaló, al mismo tiempo que lo miraba con una coqueta sonrisa—, la centrifugadora te hace bien. Te hará un mejor hombre.
Fue la primera vez en mucho tiempo que Finn volvía a percibir la seducción que Rouge ya le había mostrado en el pasado.
—Es urgente que comencemos —dijo él mientras estiraba las piernas, se reclinaba hacia atrás y juntaba las manos sobre su estómago.
Rouge las tocó.
—Esta amiga solo está bromeando —le confesó con suavidad. Había un persuasivo tono ronco en su voz, y su mano tenía una calidez muy grata.
El robotaxi se detuvo en Broken Gate, Pariser Platz, para ceder el paso a una larga fila de vehículos turísticos. Afuera soplaba el viento de principios de marzo, pero el interior del taxi era muy acogedor. Finn volteó a ver a Rouge, quien le restregaba suavemente la mano con los dedos. Sus hombros se tocaban. Sería tan fácil, pensó Finn, tan fácil decir que sí.
—Oh —exclamó Rouge—, ¿qué es esto? —Pasó el dedo índice sobre un pequeño callo que se había formado en el nudillo superior del dedo medio de Finn.
Él miró el callo con interés, pero luego volteó a ver a Rouge y se encogió de hombros.
—Qué pena, pero vas a tener que dar una mejor explicación —dijo ella, imitándolo—. Encogerte de hombros ya no te servirá con esta amiga.
Finn se rio. De corazón.
—¡En serio! ¡Este hombre no tiene idea de dónde salió! —Era verdad. No sabía.
Y entonces llegaron a las instalaciones centrales en Potsdamer Platz.
Más tarde, esa misma noche, después de la desgarradora experiencia en la centrifugadora, en la que Finn creyó que no solamente perdería la vida sino hasta el contenido del estómago, clopeó información sobre el callo. El Cíclope le dijo que se trataba de un «callo de escritor», y significaba, en esa etapa, que estaba sujetando la pluma con demasiada fuerza. «Imagine que la pluma es un ave recién nacida», escribió la especialista en caligrafía Kate Gladstone en 2011. «La punta de la pluma es el pico, el área del dedo su cuello, el mango es el cuerpo del ave. Su objetivo debe ser escribir sin oprimir al pobre animalito.»
Finn se esforzó mucho al practicar en casa. Estaba casi seguro de que no oprimía al pobre animalito, pero el callo siguió ahí.
De vez en cuando se preguntaba si la gente se daría cuenta de que estaba escribiendo, o si lo habrían visto con las manos enrojecidas. La puerta del frente de su departamento en el DPA se cerraba de forma automática, estuviera él o no, pero como en todos los DPA, las puertas que conducían a la cocina comunitaria y al cuarto de baño permanecían abiertas. No sería raro que Rouge, Yolanda o Severin llegaran inesperadamente. Si Yo o Sev lo descubrieran escribiendo, pensarían que estaba trabajando, pero Rouge entendería todo de inmediato. No era ningún crimen, pero tampoco era algo que ella debería saber. Finn no estaba seguro de cuál era su papel en el Proyecto Tiempo. ¿De verdad era su amiga? ¿Era su enemiga? ¿Tal vez las dos cosas? Decidió que lo mejor sería laborar en casa, en su verdadera casa, en Fire Island. Le había enviado al Doctor Doctor Sriwanichpoom la traducción del tercer diario de Eliana. Esperaba a cambio el cuarto, pero si no existía, lo más probable era que le dieran algo más en qué trabajar. ¿Por qué no ir a Norteamérica y permanecer ahí hasta su siguiente viaje al Berlín del siglo XXI?
—Es buena idea, señor Nordstrom —dijo el profesor Grossmann—. No tenemos ningún problema con que trabaje en casa los próximos diez días. Al IOZ le complace la forma en que se ha recuperado del último viaje. —El profesor revisó la cuadrícula de su BC por un instante—. ¿Está tomando las vitaminas y medicinas que le recetamos, señor Nordstrom?
Finn se sorprendió un poco y miró al doctor directamente.
—Por supuesto —dijo—. Así es.
A Finn lo distrajo la corbata de cordón del director todo el tiempo que duró la comida en Cook «n» Geek, la cafetería del IOZ. Pero cuando la capa de nubes se abrió y el sol entró por las ventanas, por fin pudo observarla bien. La placa era redonda, de unos cuatro centímetros. Era una pieza plana de ámbar con una abeja cristalizada en el interior. El objeto le hizo recordar el anillo de su ancestro que estaba en la caja de ónix negro, solo que la abeja en la pinza de la corbata era mucho más delgada y estaba en un nivel de descomposición más avanzado.
—Es una pieza formidable, ¿no cree? —dijo el profesor.
—Fascinante —contestó Finn.
Rouge se estiró para ver.
—Esta abeja tiene cuarenta y cinco millones de años de edad —señaló el profesor—. Y un ADN muy interesante.
—Resulta difícil imaginarlo —agregó Finn.
El profesor levantó la mano y llamó al mesero Wozniak BER-IOZcg72. —¿Una bebida antes de irnos? —les preguntó a Rouge y a Finn.
Ambos asintieron.
—¿Señor? —preguntó el mesero Wozniak.
—Una berryola, por favor —dijo el profesor. Luego los miró a ellos.
—Zing de canela —pidió Finn.
—Solo agua —dijo Rouge.
El mesero Wozniak se fue y el profesor volvió a concentrarse en Rouge y Finn.
—Entonces, muchachos, tienen 4 viajes más. Señor Nordstrom, prepárese para que lo contactemos en unos 7 o 10 días para el viaje número 4 a Berlín, a octubre 1 de 2007. Será una excursión de 12 horas. El viaje 5, que quizá se lleve a cabo en la primavera de 2009, será una estadía de 24 horas. Pasarán la noche ahí. Les encontramos un hotel agradable. —El doctor entró a su BC y leyó en la cuadrícula—. Ahí lo tienen, el Hotel Clara, en Wilmersdorf. —Miró a Rouge y a Finn—. No hay alberca, pero sí sauna o algo parecido, con una tina de inmersión en agua fría. Tendrán habitaciones sencillas. Y el viaje 6 será una visita de una semana. Pero aún no hemos ultimado los detalles.
—¡Una semana! —exclamó Finn—. Eso es mucho tiempo.
—No se va a aburrir —dijo el profesor y le guiñó un ojo a Finn—, se lo aseguro.
—¡Podemos ir a Estados Unidos! —le dijo Finn a Rouge—. A este neoyorquino le gustaría ver la ciudad antes de que…
—Por desgracia, señor Nordstrom, eso no está permitido —interrumpió el profesor—. No lo hemos mencionado porque no queríamos preocuparlo, pero siempre debe permanecer dentro de un radio de 350 kilómetros de su punto de entrada, que en este caso es Berlín. Lo siento. —Al terminar, sin embargo, el profesor se alegró un poco—. Pero por favor salude a Nueva York de mi parte mañana que llegue allá. Es una ciudad hermosa.
Cuando Finn llegó a Fire Island al día siguiente lo esperaba un paquete: era el nuevo diario de Eliana. El cuarto. Todo el tiempo creyó que llegaría, pero no estaba seguro. Ese mismo día, pero más temprano, por la mañana, se había encontrado al Doctor Doctor Rirkrit Sriwanichpoom en la terminal de esquí de Berlín. Este le había mencionado que en Nueva York le esperaba algo que valía la pena. Finn creía que, si se hubiera tratado de informes financieros del Deutsche Bank, el director de la biblioteca se lo habría dicho con mucho gusto, ya que acostumbraba ser muy franco.
Este diario era el más delgado de todos. Tenía una portada flexible de cartón negro y se veían las costuras del lomo. En él había veinticuatro hojas normales y dieciséis desprendibles en la parte trasera. Una de ellas había sido arrancada. En el interior de la tapa posterior había una especie de bolsillo. Estaba vacío. En la parte exterior de la misma tapa estaba grabado el nombre del fabricante: Moleskine®.
Finn se prometió que esta ocasión leería la breve obra en orden cronológico. Quería saborear el desplegar del tiempo; disfrutar de la vida de Eliana en el orden en que ella la experimentaba, acompañarla de una fecha a la siguiente, y hasta la última. En pocas palabras, no quería echar a perder la lectura adelantándose.
Abrió el diario. En la primera página se podía leer el nombre y la dirección de Eliana y luego, en letras más pequeñas, otra dirección: c/o Weiss, 742 Appletree Lane, Teaneck, Nueva Jersey, 07666, E.U.A.
¿Nueva Jersey?
El diario comenzaba en febrero 6 de 2007. Era un martes. Eliana tenía 16 años y 9 meses de edad. Su escritura estaba llena de curvas y era difícil de leer.
Martes, febrero 6, 2007
Muy bien, voy a tratar de escribir. Me detuve, pero creo que debería intentarlo otra vez. Así que voy a comenzar ahora. En el avión.
¡Ah! Estaba escribiendo en un aeroplano. Tal vez por eso la escritura era tan dispareja.
Mamá me consiguió los diarios. Vienen en un paquete de tres. Me gusta su sencillez. Estaba pensando que ni siquiera tengo que escribir oraciones completas. Solo una frase. O una palabra. Cuando la mire, recordaré lo que significa, y luego, cuando mamá y papá llamen, tendré una lista muy útil de todo sobre lo que les puedo hablar. Por ejemplo:
Aeropuerto de Heathrow/Infinitissimo
Bailey’s
Video personal
Les puedo decir que me tomó casi una hora transbordar en Heathrow; que caminé, caminé y caminé; que cuando estaba esperando en la revisión de equipaje de mano pensé que perdería el vuelo pero que, al final, hasta me dio tiempo de comprar Infinitissimo en la tienda duty-free.
También les puedo contar que el asistente de vuelo me ofreció un Bailey’s después de la comida, ¡y que ni siquiera me preguntó qué edad tenía! Me pregunto si una mujer asistente habría hecho lo mismo.
Les puedo decir que tuve mi propia televisión en el avión. ¡En clase económica! Que estaba empotrada en la parte anterior del asiento que tenía enfrente. Vi «Little Miss Sunshine», una sarta de series británicas de televisión y
Ups. Turbulencia. No puedo escri
Finn leyó el diario, oración por oración. Siguió la vida de Eliana como estudiante de intercambio en preparatoria. Pasaron quince meses desde la última vez que se vieron. Él había desaparecido mucho tiempo en su memoria, pero ella permanecía en la de él. Le gustaba recordar aquel breve momento en que ella le aflojó la corbata.
Eliana escribió acerca de la vida con la familia Weiss en un suburbio de Nueva Jersey. La señora «Por favor llámame Wendy» Weiss, según leyó Finn, alguna vez fue maestra de educación física en una preparatoria de Nueva York, pero ahora dirigía un estudio de yoga en Englewood, Nueva Jersey. Danny Weiss era profesor de psicología en la Universidad Rutgers, y los días que daba clase en el campus, tenía que viajar setenta minutos hasta allá. Y Sarah, su hija de dieciséis años, era la nueva mejor amiga de Eliana.
Mucho de lo que Finn pudo leer sobre los meses que Eliana pasó en Nueva Jersey fue en fragmentos, ya que ella se apegó a su promesa de solo escribir palabras aisladas y frases.
Ensalada con aderezo francés bajo en calorías todas las noches
Perrito cockapoo, Nick, adorable
¡Sarah se depila el vello púbico! ¡Ouch!
Vecinos de junto: kosher
Señor Weiss: piernas flacas. Lentes grandes. Muy listo. Se queda calvo.
De vez en cuando escribía pasajes más largos en prosa: sobre que pasó tres horas en la sinagoga sin entender absolutamente nada; acerca de la deliciosa comida Pésaj a principios de abril y de todos los parientes y amigos que trajeron algo para comer. Describió con asombroso detalle la sopa de bolas de matzah, el kugel de zanahoria y las copas de merengue con fresas y chocolate. Su recuento de la falda de res que ayudó a cocinar le abrió tanto el apetito a Finn, que habría estado dispuesto a venderle su alma vegetariana al diablo tan solo para probar aquel platillo. Las visitas de Eliana y Sarah al centro comercial también captaron su atención, así como los viajes a Manhattan los fines de semana. En el diario también predominaban los chicos. Algunos eran «totalmente guapísimos». Otros eran «raros». Algunos más eran «muy buena onda». La mayoría era «nerds sin remedio». Pero lo que todos tenían en común era: «¡No saben besar! Demasiado torpes. Sin corazón». Él sabía que para Eliana este era un problema de mucho tiempo atrás.
Los días de Finn estaban repletos de actividad. Por la mañana trabajaba en el diario de Eliana por una o dos horas, luego en su escritura. Estaba a punto de terminar el libro y ahora practicaba la unión de las letras. Después de la comida daba un paseo por la playa, contemplaba cómo rompían las olas y luego se alejaban. Después veía los juncos doblarse hacia atrás y hacia delante. Seguía el vuelo de una gaviota hasta el cielo y después la veía precipitarse hacia abajo. A veces, si se sentía envalentonado, nadaba un poco en las heladas aguas del mar.
Las tardes las reservaba para el diario.
Los días se hacían cada vez más largos. Por la tarde se sentaba en la terraza y veía el sol ponerse. El chef Carlo Canelli le preparaba la cena. Después, Finn practicaba un poco más su escritura. Ya por la noche, más tarde, a veces volvía a salir a caminar a la playa envuelto en una acogedora frazada para ver las estrellas.
Ya casi acababa de leer el cuarto diario. Estaba feliz por Eliana, porque se la estaba pasando bien en el extranjero. De vez en cuando escribía sobre Madeline: «Le habría encantado el centro comercial», o «Me duele pensar que nunca paseó por Central Park en un caluroso día de primavera».
Y luego, de repente, una tarde se conmocionó al leer su nombre:
Domingo, mayo 27, 2007
¡Hoy estuve en Fire Island! Sucedió así:
El día de mi cumpleaños Wendy mencionó que cuando era niña vivió a tan solo unas cuadras del océano Atlántico, en Far Rockaway. Me mostró en un mapa dónde se encontraba, y cuando vi que estaba en la frontera con Long Island, de inmediato pensé en Finn. «¡Conozco a alguien que vive justamente aquí!», le dije. Y en ese momento preciso, apareció la imagen de su rostro frente a mí. Esos ojos intensos. Y la tenue sombra de barba en sus mejillas… tan sexy. Recuerdo que después del funeral, las Tres J. y yo hablamos por días sobre lo bien que se veía; sobre su traje, el cabello, su sonrisa; lo amable que era. Era tan… no sé… tan… correcto. No lo puedo explicar. De cualquier forma, Wendy Weiss preguntó: «¿Y va a Fire Island en verano?». Yo le contesté: «Creo que vive ahí». Y luego ella me preguntó si su casa estaba adaptada para el invierno, y yo le respondí: «Supongo que sí». Y luego le conté que, casi dos años atrás, unas semanas después del funeral, le escribí dos veces pero no recibí respuesta, y que luego busqué la dirección en Google Maps y encontré el pueblo, Ocean Bay Park, pero no sabía en qué calle vivía. Y que después de eso traté de sacármelo de la cabeza. Entonces Wendy nos preguntó a mí y a Sarah si queríamos ir a Fire Island, porque a ella le gustaría volver al lugar donde vivió (en los veranos trabajó como niñera ahí, me contó). Y por eso fuimos.
Era hermoso a pesar de que había mucho viento y a todas se nos congeló el trasero porque llevábamos ropa de verano. Me recordó mucho al Báltico y a la península de Fischland-Darß porque solo era una delgada franja de tierra que tenía por un lado al océano, y por el otro, una bahía poco profunda.
Me pregunté por qué Finn no habría escrito el nombre de su calle en el libro de condolencias. Era de lo más extraño porque, mientras caminaba por la playa, tuve la sensación de que se me hacían remolinos en el estómago. Sentía que estaba ahí, justo ahí, a la vuelta de la esquina o detrás de las rocas; o comprando goma de mascar en la tienda. Esperaba encontrármelo de repente, cosa que, por supuesto, no sucedió. Pero si lo hubiera visto, estoy segura de que se me habría olvidado lo desilusionada que me sentí porque nunca llamó, y lo habría abrazado con tanta fuerza que lo habría sofocado. ¡Excelente castigo!
Finn se encontraba estupefacto. De verdad había significado algo para Eliana. Y hasta la desilusionó. La situación no habría podido tornarse más intrincada aún, ¿verdad?
Le dio vuelta a la página.
Lunes, junio 4, 2007
Tengo un resfriado. ¡Achú!
Sábado, junio 9, 2007
Segundo aniversario de la muerte de Madeline. Es difíc
Jueves, junio 14, 2007
Volaré a casa el fin de semana. Extraño a mamá y papá; y hasta a Robert. Tengo una maleta llena de historietas de ciencia ficción para él.
El resto de la página estaba vacío. Finn le dio vuelta. Vacía. En la siguiente página leyó:
Lunes, septiembre 24, 2007
Esta mañana tenía prisa y, por alguna razón, tomé el diario negro equivocado; el primero en lugar del segundo. Oh, bueno, ahora puedo escribir en este de todas maneras.
Estoy en Staatsbibliothek como todos los lunes este semestre, a las dos de la tarde. Me encanta estar aquí en la biblioteca porque hay luz por todas partes. ¡Cuántas ventanas! ¡Cuántas nubes! Si pudiera crear el paraíso, lo haría con lo que veo aquí sentada en la sala de lectura del Departamento de Mapas, desde donde se pueden contemplar todos los otros pisos, ver a la gente leer y escribir, buscar en los libros. Un paraíso lleno de luz, de gente, de lectura. Hay mundos por descubrir adondequiera que volteo. Un universo en cada libro. En cada hombre, mujer y niño. Ni siquiera si viviera mil millones de años podría descubrir todo lo que se puede saber de cada uno de ellos.
Y entonces Finn entendió que probablemente él no era la única persona que estaba leyendo el diario de Eliana. El siguiente viaje a Berlín estaba programado para un lunes: octubre 1 de 2007. Le costaba trabajo creer que no se trataba de una coincidencia. Alguien quería que fuera al Departamento de Mapas de la Biblioteca Estatal de Berlín y se encontrara con Eliana ahí. ¿Pero quién? ¿El profesor Grossmann? ¿El Doctor Doctor Sriwanichpoom? ¿Rouge? ¿Todos ellos? ¿Y por qué?
Por desgracia, para cuando se dio cuenta de todo ya era demasiado tarde para hacer algo al respecto de cualquier forma.