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¿Y AHORA QUÉ?

La arena estaba fría. Finn se levantó y caminó a la casa. Todavía no tenía que tomar una decisión. El «¿Y ahora qué?» podía esperar un poco más. Por lo menos hasta después de la cena, ciertamente.

El chef Carlo Canelli fue muy amable en preparar los alimentos de Finn. Un grupo de habitantes de Fire Island compartía y cuidaba al androide porque lo consideraba un verdadero tesoro. Su forma de cocinar, y en particular el talento que tenía para la cocina italiana, eran alabados por muchos. En esta ocasión preparó escalopas, fideos y ensalada fresca del huerto.

Finn llevó su cena al piso superior y se sentó a la mesa de nogal con los girasoles pintados. En medio de la misma, donde estuvo el sol un cuarto de milenio antes, se encontraba la réplica genuina del diario rayado de Eliana. No lo había visto desde el día de Año Nuevo, casi una semana atrás. Le tomó un rato descubrir por qué titubeaba tanto en abrirlo y leerlo, pero al final se dio cuenta de que tenía miedo. Sentía que la respuesta a su pregunta «¿Y ahora qué?» se encontraba entre aquellas páginas, y no quería encontrarla. No aún. Sería demasiado perturbador.

Pero al estar ahí, cenando solo, sucedió algo inquietante. De repente el último rayo de sol atravesó una nube e iluminó el diario. Y por un instante fue como si un portal se abriera en Finn, quien sintió que algo peculiar y amoroso lo embargaba y llenaba cada rincón de su cuerpo, que lo elevaba más y más y más, como un globo que se cierne sobre el océano y salta con gozo entre la brisa. Entonces supo que aquel sentimiento era de alegría y que, por primera vez, se había permitido tener un pensamiento extraordinario: que la chica que conoció vivía. Y ese conocimiento de que Eliana en verdad vivía, o había vivido —si no exactamente ahí, por lo menos en algún lugar—, lo llenaba de felicidad.

Finn comió la pasta y luego la ensalada. Bebió una copa de vino y contempló el diario. Sintió el miedo, pero también el gozo, y entonces se estiró para recogerlo y lo abrió.

Volvió a leer la primera anotación sobre su encuentro en Dusenhuber y luego fue a la siguiente.

Martes, abril 27, 2004

Robert cumplió dieciséis ayer. Después de cenar dijo que iba a salir a tomar una cerveza con unos amigos. A mamá no le agradó la idea, en especial porque era noche de entre semana. «¡Ya tengo dieciséis! ¡Es legal! ¡Ya puedo hacerlo!», gritoneó. Y luego papá dijo: «Uy, uy, aquí vamos. Dieciséis, ya casi llegando a veintiuno». Y después le dijo a Robert: «Tienes que regresar aquí a las once, ¿entendiste?» Pero Robert no llegó sino hasta después de la medianoche. Tocó el interfón —¡me despertó!, pero Madeline siguió durmiendo como si nada. La puerta de abajo tenía echado el seguro y no la pudo abrir ni siquiera con la llave: ¡así de ebrio estaba! ¡Debiste ver cómo salió del elevador tambaleándose hasta el departamento! «¿Dieciséis casi llegando a veintiuno?», le dijo mamá. «¡Más bien pareces de dieciséis casi llegando a seis!» De hecho fue muy gracioso porque Robert se veía igual a quienes salen fingiendo que están ebrios en las películas o en televisión; no podía caminar en línea recta, arrastraba la lengua y se esforzaba demasiado por demostrar que no estaba ebrio, lo cual hacía que todo mundo se diera cuenta de que sí lo estaba. Además era obvio que se hallaba a punto de vomitar. Se fue dando tumbos hasta el baño, pero no fue suficientemente rápido y vomitó sobre toda la alfombra Gabbah de la sala. Papá lo metió a la regadera, lo bañó y lo metió a la cama. Sobra decir que lo castigaron… ¡de por vida! Además, esta tarde tuvo que llevar la alfombra a la tintorería. Y tiene que pagar el servicio con su propio dinero. Prometo que cuando cumpla dieciséis no me voy a emborrachar con cerveza. Además, de todas formas me gusta más el vino.

Jueves, abril 29, 2004

No pasó nada especial ayer ni hoy, aunque nos devolvieron el examen de inglés. Saqué 2-. Fue la segunda mejor calificación. David Kaplan sacó 2+ (¡pero es que su padre es de Inglaterra!). Papá dijo que si tanta gente lo reprobó se debía a que era un examen demasiado difícil, y mamá dijo que la pregunta de los jeans era capciosa. Teníamos que traducir al inglés la oración «Wann hast du dir die schöne Jeans gekauft?» y yo escribí: «¿Cuándo compraste ese lindo jean?», pero la respuesta era: «¿Cuándo compraste ese par de lindos jeans?», pero cómo íbamos a saber que «jeans» se cuenta como par en inglés? Es solo un pantalón, ¿no? «Pero tiene dos piernas», dijo mamá, «y además, esta es una palabra que más te vale aprender si quieres ir a Estados Unidos cuando estés en preparatoria». Y luego yo le dije: «Pero un hombre también tiene dos piernas, y no decimos «esos hombres». Y ella me dijo: «Apréndelo y ya». Gracias por tu apoyo, mamá.

Finn se sirvió otra copa de vino. ¿Estaba desilusionado? Sí, suponía que sí. Se dio cuenta de que en el fondo esperaba leer más sobre sí, haber dejado una impresión más fuerte en Eliana cuando se conocieron en Dusenhuber. Pero era obvio que no era así. Lo mencionó en la primera anotación y eso fue todo. Ya lo había olvidado, tal como el profesor Grossmann dijo que pasaría.

Pasó rápidamente las páginas. Notó que la caligrafía de Eliana iba cambiando de estilo. A veces era pequeña y redonda, y luego más grande y sinuosa; o inclinada a la derecha y luego a la izquierda. Un día era pequeñita y difícil de leer, y al siguiente era perfectamente legible; o garabateada y malhecha, luego puntiaguda. Parecía estar probando distintas personalidades en su escritura, como si estuviera en busca de la que le quedaba mejor. Finn pensó, ¿y por qué no? Los años de la adolescencia estaban reservados para esas exploraciones, ¿cierto? Cada vez que tocaba la página con la pluma, se imbuía en la búsqueda de su identidad.

Finn pasó todas las páginas para ver en qué fecha escribió por última vez. La escritura era difícil de leer ahí. Logró descifrar… junio, 9… de 2005. Ahí ya tenía quince años y dos semanas. El diario cubría un periodo de un año y casi dos meses, pero todavía quedaban veinte páginas en blanco en la libreta. ¿Por qué dejó de escribir? ¿Habría renunciado al diario por completo? ¿A eso se habría referido Doc-Doc cuando dijo «Y ahí terminará el asunto»? ¿Eso también significaba que el director leyó el diario?

Finn entrecerró los ojos y se enfocó en la página. La escritura de Eliana era casi ilegible. Eso no era común en ella. Se veía… descuidada, como si ya no le importara su diario. En realidad no debería saltarse páginas, pero empezó a separar las letras, en pequeños fragmentos. La lectura era muy lenta.

Junio 9, 2005

Ya no hay nada más que escribir. Todo está dicho. Estamos esperando. Oma Uschi dice que escribir podría ayudarme, pero no puedo. Me duele la cabeza.

Algo pasó. ¿Qué esperaban que sucediera? Finn le dio vuelta a la hoja, pero luego se detuvo. Debería leer cronológicamente, una página a la vez. Paso por paso. Volvió a abril de 2004. Leyó algunas otras anotaciones: más escuela, más enamoramientos, más ensayos de conciertos escolares; películas que Eliana vio, un CD que compró pa… Dejó de leer.

¿Por qué Eliana solo escribió hasta junio 9 de 2005?

Finn no pudo contenerse y fue hasta la última página. «Todo está dicho. Estamos esperando.» ¿A qué se refería? Finn dio vuelta a la hoja para ir a la fecha anterior.

Junio 8, 2005

Mamá y papá acaban de volver a casa. Mamá dijo que solo venía por ropa limpia y que volvería al hospital. No llevaba maquillaje y noté las arrugas debajo de sus ojos. Me sentí mal por ella.

Papá se sentó frente al televisor y sintonizó el Tagesthemen, pero en realidad no lo estaba viendo. Solo dejó fija la mirada en la pantalla. Fui a mi habitación y, poco después, escuché a Oma Uschi dirigirse a la sala. «Te hice un sándwich de liverwurst», dijo. Y luego ya no escuché nada. Después añadió: «Tienes que comer algo, Rudi». Salió de la sala, y escuché un sonido extraño. Al principio no supe qué era, sonaba como un animal, pero luego me di cuenta de que era papá. Estaba llorando. Jamás lo había escuchado llorar. Fue terrible, no podía…

Finn dejó de leer y retrocedió una página más.

Martes, junio 7, 2005

Hoy no fuimos a la escuela. Papá, Robert y yo recogimos a Oma Uschi en el Zoológico Bahnhof y fuimos directamente al hospital. Cuando llegamos, mamá estaba en el pasillo hablando con un doctor, pero asintió para hacernos saber que podíamos pasar. Papá y Oma Uschi se quedaron afuera y Robert y yo…

Finn dejó de leer a medio párrafo. ¿Quién estaba en el hospital? ¿Madeline? Pasó varias páginas hacia atrás y le dio una hojeada aquí y allá al texto.

Sábado, junio 4, 2005

Hoy estuvo helando. Johanna y yo no hemos ido a nadar a Lochowdamm ni una sola vez este… de hecho, encendió la calefacción… Así que, cuando nos fuimos en patineta a… Olvidé por completo que tenía que terminar Romeo y Julieta… cocinamos en uno de sus… debí dar por terminado mi registro. Tengo que estudiar para…

Besos y abrazos, Eliana.

Lo que haya sucedido, pasó después del 4 de junio. Finn pasó las páginas febrilmente hacia el final, hasta el domingo 5 de junio, y luego leyó el texto con premura.

¡Más lluvia!… Philipp, el amigo de Robert, vino y… en el equipo de natación. …porque es de verdad muy lindo y… Renée, su exnovia… para ir por helado a Adenauer Platz…

No, algo debió haber pasado al día siguiente. Finn estuvo a punto de rasgar la página cuando llegó al 6 de junio.

6.6

Madeline tuvo un accidente. Fue en la bicicleta, cuando volvía a casa de la clase de piano. Pero eso es todo lo que sabemos. Mamá y papá están en el hospital. Dijeron que llamarían en cuanto hubiera noticias. Robert dice que, si las noticias son malas, no llamarán.

Finn se sentó. ¿Qué tan herida habría quedado Madeline el lunes 6 de junio? ¿Le habría dolido? ¿Se habría recuperado? O, ¿habría terminado trágicamente el asunto? ¿Y qué pasó después del 9 de junio? ¿Existiría otro diario que lo explicara? Si así fuera, ¿se lo daría el Doctor Doctor Sriwanichpoom? Tal vez no. Y ahora, ¿cómo podría averiguar lo que sucedió? Quizá Renko le ayudaría. Pero ni siquiera saben el apellido de la familia. No se le ocurrió preguntárselo a Eliana cuando estuvieron en Dusenhuber. Y es que, en ese momento, no había razón para hacerlo: ella era solamente producto de su imaginación.

Finn volvió al martes 7 de junio. Ahí había más que leer.

Cuando llegamos, mamá estaba en el pasillo hablando con un doctor, pero asintió para hacernos saber que podíamos pasar. Papá y Oma Uschi se quedaron afuera y Robert y yo entramos solos.

Madeline se veía tan chiquita ahí con todos esos cables y cabestrillos, con todo el equipo y los aparatos haciendo ruiditos. Le dije: «Oye, Madeline, somos nosotros; yo y Robert», y ella abrió los ojos y nos miró. Nos contempló en silencio, pero era como si sus ojos estuvieran enfocados en algo más. Me estiré para tomar su mano, pero la tenía debajo de la sábana y esta se encontraba bien apretada. Me dio miedo jalarla porque pensé que podría lastimarla. Por eso mejor me agaché y le di un beso en la frente. Robert también lo hizo. Y, por un segundo, se enfocó en nosotros y me dio la impresión de que tenía miedo. Mucho miedo. Y me sentí tan triste de verla así, que empecé a llorar. Robert también.

Y luego Madeline cerró los ojos.

Robert y yo nos quedamos ahí un rato abrazándonos, y luego papá, mamá y Oma Uschi entraron, y todos nos abrazamos mientras Madeline dormía.

Finn cerró el libro, encendió su BC y llamó a Renko Hoogeveen. Tres días después, Renko ya había encontrado un obituario en la edición del 15 de junio de 2005 de Der Tagesspiegel, un periódico de Berlín. Era de Madeline Lorenz (14.noviembre 1992-9.junio 2005).

Dos semanas después, el 22 de enero de 2265, Finn se encontraba de nuevo en un Sanitario de la Ciudad.